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Un Grande desde muy chico

por Revista Cítrica
01 de junio de 2017

Hace dos años entrevistamos a Roberto De Vicenzo, quien lejos de ponerse a hablar de la fama y de los más de 250 torneos que ganó en todo el mundo, nos contó con emoción su infancia pobre y de mucho laburo.

“Yo nací en una casita en Ballester y al poco tiempo nos mudamos a Miguelete, donde vivimos más de 15 años, en una casa que estaba casi sobre la General Paz, que era de tierra”, nos contó hace un par de años Roberto De Vicenzo, recordando una infancia de pobreza y laburo desde muy pibe: “Mi viejo era un pintor de brocha gorda, se iba a trabajar de madrugada y volvía  a la noche, había que colaborar con él; había que tenerle la escalera mientras trabajaba. La vieja, que se murió cuando yo tenía diez años, cocinaba y había que aportar para la comida, aunque sea con cincuenta centavos. Era una vida dura, más después de que se murió mi vieja. Había hambre. Y cualquier cosa era buena para ganar un mango. Yo fui al colegio hasta sexto grado y me terminé criando solo. Apenas sé leer y escribo pero en ese entonces le hacía la comida a mis siete hermanos y trabajé en una carnicería, de repartidor, y también de caddie, llevando palos de golf. Y estuve a punto de ser fogonero. ¿Sabe qué es eso? El que tiraba el carbón para que funcionaran las locomotoras. Ah, también participé en la construcción de uno de los puentes de la General Paz. Había una fragua, yo calentaba los remaches y con una pinza se lo pasaba al remachador, que le ponía remaches al puente. Ese puente no existía en mi infancia y cuando se empezó a construir, como yo vivía cerca, iba a trabajar, comía en mi casa y volvía a trabajar".

¿Y había tiempo para la diversión?

Sí, remontábamos barriletes que hacíamos nosotros mismos, jugábamos al fútbol o al golf, que a la larga me ha beneficiado. Yo jugaba al golf cuando no era un deporte conocido y como empecé a pegarle fuerte y a controlar la pelota, eso me dio fama y oportunidades.

¿Cómo apareció el golf en su camino?

Yo soy el cuarto de ocho hermanos. Éramos una familia muy humilde, todos salíamos a juntar el mango y cuando nos mudamos a cien metros del Club Central Argentino Miguelete, yo empecé a ir de caddie para ganarme unas monedas. Así empecé. A veces me llamaban para llevarle los palos a algún viejo inglés, porque antes al golf lo jugaban los extranjeros. Tendría ocho años y estaba obligado a ir todos los días para que me dieran los tres pesos que ayudaban mucho en mi casa. Por eso a las ocho de la mañana ya estaba trabajando. Le llevaba los palos a Elías Antúnez, que era un gran jockey correntino que jugaba bastante bien al golf, y también al gran (Irineo) Leguizamo. Me invitaban a jugar con ellos y siempre me daban una ayuda y me tiraban unos pesos.

¿Enseguida le gustó el deporte?

Sí, al principio estaba obligado a ir para que me den esos tres pesos con los que mi vieja hacía el puchero. Pero el juego de golf viene de algo tan antiguo como pegarle a cualquier cosa, a una piedra o a lo que hubiera en el camino. Y entonces yo también empecé a pegarle. Primero con una rama y unos corchitos. Le ponía unos clavitos al corcho para que fuera más pesado y pudiera mandarlo más lejos. Después me regalaron un palo, de uno grande hicieron uno chico para mí. Y recién a los 16 años tuve mi propia bolsa de palos.

Ganó más de 250 torneos en todo el mundo y el Abierto Británico en 1967, que es el más prestigioso ¿pero recuerda el primer torneo?

-Sí, cómo olvidarlo. Fue en Fisherton, en Rosario. Mi pelota cayó en una zanja y yo venía como para hacer un récord de cancha. El problema era que como no tenía ropa para cambiarme no quería meterme. Pero la gente empezó a gritar que la juegue, que la juegue, porque no estaba muy metida en el agua. Entonces me metí y la jugué. Y como no tenía ropa para cambiarme, fui a recibir el premio con toda la ropa manchada.

¿Cuál es su mayor orgullo?

Mi familia.

¿Y como deportista?

Fui creciendo sin darme cuenta. Recién lo vas advirtiendo cuando la gente te empieza a seguir, a aplaudir y admirar por lo que hacés. Eso fue creciendo lentamente. Cuando vos lo hacés bien un día y al otro no, es una cosa. Pero cuando vos hacés algo bien seguido es que hay algo ahí adentro. Y evidentemente yo tenía algo adentro.

También tuvo un hermano que fue famoso por una locura, ¿no?

Juan Carlos, que era un atrevido y le gustaba hacer demostraciones todo el tiempo. Era el tiempo que la gente le hacía dedicaciones a Perón. Entonces a él, que era el menor y tendría doce o trece años, se le ocurrió hacer un récord de permanencia sobre su bicicleta: se pasó seis días y seis noches pedaleando alrededor de la plaza San Martín. No sabés cómo terminó, casi se muere. El pelotudo casi deja la vida por Perón. Pero lo hizo por poder, por orgullo, para demostrar que uno es pobre pero que igual podía hacer cosas.