Un señor llamado Raúl Jaluf

por Horacio Dall'Oglio
01 de abril de 2023

A raíz de un hallazgo fortuito en una biblioteca, un integrante de Cítrica viajó a Villaguay, Entre Ríos, para reconstruir el asesinato de un carrero en 1907. Allí conoció a un fotógrafo y apasionado por la Historia con quien entabló una amistad sin tiempo. Un homenaje a poco de su partida.

“Para que los hombres no tengan vergüenza de la belleza de las flores / (…) para que podamos mirar y tocar sin pudor/ las flores, sí, todas las flores, / y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada, / para que las cosas no sean mercancías, / y se abra como una flor toda la nobleza del hombre.” 

Juan L. Ortiz. 

 

Una fotocopia

De vacaciones por Colón, en el verano de 2005, doy con un hermoso reloj antiguo diseñado por el artesano y ebanista Miguel Paccot en un edificio cercano a la plaza San Martín. Poseído por una especie de intuición literaria, me dirijo a la biblioteca “Fiat Lux” en busca de información sobre semejante artefacto. Terminada su construcción en febrero de 1907, después de dos años de intenso trabajo con materiales importados desde Europa, el reloj de 3,20 metros de altura y llamado “El Salteño” (como homenaje a la ciudad de Salto en Uruguay) llegó a marcar la hora de sesenta y cuatro países. 

Mientras hace una fotocopia de un diario viejo, la amable bibliotecaria me explica de la poca fortuna del último heredero de Paccot y enseguida salgo entusiasmado de la biblioteca con material para un cuento fantástico a lo Bradbury sobre el Tiempo, un reloj antiguo y un hombre desafortunado. El artículo periodístico sobre el reloj ocupa casi toda la página, sin embargo, en el ángulo inferior derecho me llama la atención una pequeña noticia titulada “A 90 años de un brutal atentado a la libertad de expresión”.

A principios de 1907, un carrero es degollado en localidad de La Capilla por trasladar la imprenta de un periodista opositor de Villaguay. No hay caso, después de varios intentos, la historia sobre el Tiempo y el heredero del reloj está empantanada; en cambio, la del carrero parece prometer más, aunque falta mucho por averiguar. Así que ahí quedan los primeros garabatos hechos en un cuaderno Norte anillado y la fotocopia doblada en una caja azul de zapatillas con “Historias pendientes”, esperando. 

Ocho años después de haberme encontrado en Colón con la historia del carrero, me sumo a Cítrica, una cooperativa de comunicación gestionada por sus propios trabajadores y trabajadoras, que surgió en 2010 a partir del vaciamiento y la quiebra del diario Crítica de la Argentina y que edita desde septiembre de 2012 una revista en papel junto a una docena de diarios cooperativos de provincias como La Rioja, Chaco, Córdoba, Buenos Aires. 

Tomando el espíritu autogestivo de las fábricas recuperadas que surgieron tras la crisis de 2001 y con una agenda que pone en primer plano aquello que los grandes medios de comunicación callan, se impone el desafío de hacer un medio desde la capital argentina pero con sentido federal. No hay otra salida que ir al territorio, conocer las historias, las personas, el contexto; en fin, hacer periodismo “a la antigua”, tal como lo hacían nuestros referentes Rodolfo Walsh y Osvaldo Bayer. Es por esto que me encuentro viajando solo a la provincia de Ramírez y de Urquiza en busca de información sobre un hecho ocurrido hace más de un siglo atrás

Jaluf y Horacio en el taller de Urquiza 368 (2020). Fotografía: Verónica Romero.

Jaluf y Horacio en el taller de Urquiza 368 (2020). Fotografía: Verónica Romero.

 

El regreso a Villaguay

Me espera Raúl Jaluf, director del Museo Histórico de Villaguay, reconocido fotógrafo y apasionado por la historia de su pueblo, quien alterna sus actividades municipales con la restauración de fotos y el dictado gratuito de cursos de fotografía. Mucho antes de entrar con el micro por la calle Rocamora, en mi primer contacto sobre el tema, Jaluf me cuenta por mail que el Museo está sobre la calle Hermelo, que lleva el nombre del Jefe de Policía que tanto tiene que ver en la historia del carrero asesinado. Lo que me impulsa a mirar el mapa de la ciudad y a confirmar que no hay ninguna calle que recuerde a Julio Modesto Gaillard

Unos días después de ese mismo mail, Jaluf me escribe para contarme que el área de Cultura de la Municipalidad está interesada en elaborar una ordenanza por el tema de la calle, que cuando llegue me cuenta. Pero además hay un monolito que está a la vera del arroyo Santa Rosa, que él junto con la historiadora, docente y escritora Manuela Chiesa lo visitaron hace unos días, y que está cayéndose. 

Desciendo del ómnibus en una mañana de sol tibio de marzo de 2013, hace exactamente diez años, y decido caminar el trecho de la terminal hasta el centro, donde está Jaluf. Se puede ver que en Villaguay conviven los caseríos antiguos de altos ventanales y húmedas paredes descascaradas con suntuosos chalets de ladrillos a la vista; como conviven también las bicicletas de cadenas chirriantes y andar apaciguado con las camionetas 4x4 producto del boom sojero del que Villaguay no es la excepción. Pasado y presente juntos, en el aire; los pliegues mismos de la Historia en una ciudad. Ésa fue mi primera impresión.

En la fotocopia de un diario viejo me llama la atención una pequeña noticia titulada “A 90 años de un brutal atentado a la libertad de expresión”.

Nos encontramos por primera vez con Raúl en la plaza 25 de Mayo de Villaguay –donde sin saberlo nos veríamos también por última vez años más tarde– y nos dirigimos a la cochera a buscar su auto. Allí Jaluf me pregunta por qué me intereso “en Gallard y no en Antonio Ciapuscio” (el otro protagonista de la historia). Contesto, con más intuición que certeza, que al periodista ya le contaron su historia, en cambio, al carrero no. Jaluf asiente en silencio con esa sonrisa pícara que pronto conocería mejor.

Luego me contará que la historia de la imprenta y del carrero asesinado le había llegado de primera mano, allá por los años 70, a través de Don Pedro Ciapuscio, hermano de Antonio, quien en 1973 editó su obra Villaguay en la memoria de un periodista y le había regalado un ejemplar a Raúl. Cuarenta años después, por esa sensibilidad histórica que tenía Jaluf a flor de piel –que alguna vez lo llevó a iniciar el profesorado de Historia–, el hecho seguía vivo en su descomunal memoria.

Llegamos al museo, unas “gurisas” restauran con aceite de lino un carro “como el que conducía Gallard”, me dice Jaluf y lo anoto en mi cuaderno. Pese a los años, se nota la nobleza de la madera con la que fue hecho y lo imponente de las ruedas. Luego paseamos por el museo, que tiene una amplia colección con materiales referidos al caudillo Crispín Velázquez, y nos sentamos a charlar.

A no mucho andar de la conversación surge el problema de los pueblos fumigados por los agrotóxicos y me cuenta que suele ir a Paraná seguido y a mitad de camino se detiene en la ruta en una quesería, y que para ir al baño del fondo solo han dejado un caminito estrecho, todo el resto es soja. Recuerda que el antiguo slogan de Entre Ríos era “La provincia de todos los verdes”, pero ya no. 

Seguimos recorriendo el museo y, después de leer la copia de un censo de 1885, revisamos un libro con ordenanzas municipales que van de 1881 a 1930 para saber en qué momento fue construido el monolito, pero no hallamos nada. Luego habla con Manuela Chiesa y quedamos en encontrarnos a la hora de la siesta para visitar el monolito que recuerda, al decir de Jaluf, “sino de los primeros, el más importante atentado a la libertad de expresión”, lo que me recuerda el título de esa noticia que encontré en la biblioteca de Colón y que guardo en mi bolso como si fuera un tesoro.

El Museo Histórico de Villaguay está sobre la calle Hermelo, apellido del Jefe de Policía vinculado con el carrero asesinado, pero ninguna calle recuerda a Julio Modesto Gaillard.

 

Un viaje en el tiempo

Puntual, a la hora de la siesta, Jaluf pasa a buscarme en su auto por el hotel junto a Manuela Chiesa. Manuela es docente de la carrera de Letras de la Universidad Nacional del Litoral, trabajó mucho tiempo en el Archivo General de Entre Ríos y tiene varios libros escritos sobre la historia de su provincia, y en particular de Villaguay. El viaje hacia el monolito de pronto se torna una recreación constante de las horas previas al asesinato de Gaillard, como si los tres estuviéramos habitando una fantástica máquina para viajar en el tiempo y con dos exponentes en la materia.

“Tanto como intendente como jefe de Policía, mandaba todo él”, dice Manuela y yo tomo nota. “Él”, se sabe, es Juan Severino Hermelo. Lo máximo que encontró, dice Manuela, es que en Paraná (en el Archivo) “se sospecha que fue un crimen gubernativo; pero se sospecha es lo más grave”. Pregunto desde el asiento trasero si hay indicios del crimen. “Lo que pasa es que conociendo a Hermelo, la época y cómo se manejaba el gobernador; sumando todo eso, te lleva a un desenlace lógico, pero no tenés manera de probarlo”, dice Manuela, más cautelosa, mientras atravesamos la Ruta 130. 

Camino al monolito pasamos por el pueblo Ingeniero Sajaroff, llamado antiguamente La Capilla, que forma parte del Circuito Histórico de Colonias Judías en Entre Ríos y de donde salieron los policías a buscar a Gaillard. Antes de dejar Sajaroff paramos en el cementerio de “Los Manecos” y mientras le saca fotos a las oxidadas cruces de hierro con humildes ornamentaciones que sobresalen entre el pastizal y los cardos, además de lamentarse por un basural cercano, Jaluf cuenta que se trata de las tumbas de una comunidad afrodescendiente que llegó a la provincia en el siglo XIX.

Enseguida acota, siempre ávido de revalorizar el pasado: “Acá tenés otra linda historia para contar, Horacio”. En todos estos años, aunque jamás pude dedicarle el tiempo que requería una sólida investigación sobre el cementerio y la comunidad, Raúl siempre me mantuvo al tanto de todo lo que allí sucedía, desde las excavaciones hasta la puesta en valor actual del espacio.

Volvemos al auto, el monolito nos espera. Después de varios intentos por caminos vecinales, Jaluf encuentra en su mapa mental la hoja de ruta precisa hacia la única construcción que recuerda a Julio Modesto Gaillard, y de la que desconocemos quién la mandó a hacer y cuándo. Llegamos al arroyo Santa Rosa, que sin duda no tiene el caudal de antaño y, debido a que el monolito está del otro lado, es preciso saltarlo para comprobar si todavía tiene alguna placa. “Todo sea por la verdad histórica”, digo, mientras pego el salto y me sostengo de las raíces de unos arbustos para no caer al agua. 

Monolito junto a espinillo con Horacio (2013). Fotografía: Raúl Jaluf.

Monolito junto a espinillo con Horacio (2013). Fotografía: Raúl Jaluf.

Entretanto, Jaluf apunta su cámara y dispara. El monolito es lo más parecido a la piedra movediza de Tandil: está inclinado sobre la orilla del arroyo pero sin caerse del todo y no tiene ninguna placa –años más tarde nos enteraríamos que la placa conmemorativa original de mármol de 1939 se encuentra en el Museo de Villa Elisa–. Solo hay un árbol grande de espinillo, como los que recogía Gaillard en su trabajo de carrero, que pareciera estar abrazando al monolito para sostenerlo, y atrás un campo repleto de soja.

Antes de irnos Jaluf toma varias fotografías de unas flores amarillas y lilas al ras del pastizal que rodea el arroyo y cuenta que la vez pasada, cuando vino solo con Manuela, se quedó mirando el paisaje, como reflexionando, “intentando imaginar cómo sería la selva, el Montiel”. Su añoranza me recuerda ese verso de Juan L. Ortiz acerca de no tenerle vergüenza a belleza de las flores –casualidades de la vida, alguna vez me contaría Raúl de sus encuentros con Juanele, siendo joven, a quien iba a escuchar en Paraná–.

El monolito es lo más parecido a la piedra movediza de Tandil: está inclinado sobre la orilla del arroyo pero sin caerse del todo y no tiene ninguna placa.

Contemplamos por última vez el monolito enredado entre los arbustos, las plantas y flores, y salimos a la calle de vuelta hacia el auto donde nos espera Manuela. Con el sol en retirada, pegamos la vuelta hacia Villaguay; de fondo suena “Isaco y los pájaros” interpretada por el gran músico entrerriano Osvaldo “Gordo” Fornasari. Había vivido una jornada repleta de Historia, y de historias, y necesitaba dejar todo por escrito, hasta el último detalle. 

Al día siguiente, después de haber visitado varias bibliotecas y de hacerme de material imprescindible para comprender mejor la época y las costumbres, además de buscar más información sobre el hecho, emprenderíamos una nueva aventura con Raúl en su auto, en este caso infructuosa, en busca de familiares de Julio Modesto Gaillard. Más tarde, antes de volver a Buenos Aires, me dirá en su taller-museo de la calle Urquiza 368 (en medio de la bellísima colección de cámaras de fotos, cuadros en restauración, películas y libros sobre la historia de Villaguay) que el municipio tiene la intención de contactar a un arquitecto para calzar el monolito y ver qué más se puede hacer ahí.

Es marzo de 2013 y todavía falta tiempo para que ello se concrete, pero Raúl siempre estará ahí, al pie del cañón para que ello ocurra. Finalmente nos despedimos con la promesa mutua de seguir trabajando para rescatar la historia del carrero. 

Tumba de cementerio “Los Manecos” (2013). Fotografía: Raúl Jaluf.

Tumba de cementerio “Los Manecos” (2013). Fotografía: Raúl Jaluf.

 

Una promesa cumplida

El texto surgido de la investigación lo llamé “Vendrá la libertad y será en un carro”, un título que sorprendió gratamente tanto a Jaluf como a Manuela, y fue editado en el N° 7 de Cítrica, a modo de recreación literaria de los últimos momentos de la vida del carrero Julio Modesto Gaillard, teniendo que dejar afuera toda la crónica del viaje en sí mismo por la cantidad de caracteres que le representaban a la edición en papel de enero del 2014. Unos meses después volvería a Villaguay para presentar al público la revista impresa, junto con el N° 8, donde Jaluf había participado con una fotografía y un texto sobre el mar (lo comparto al final de este texto). 

La cita era el 30 de mayo a las 17 en el Museo Histórico, pero debido al aguacero implacable de ese día el encuentro se pasó a la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre, en pleno centro. Pese a la lluvia y a la poca convocatoria, vivimos una jornada hermosa, que tuvo como excusa la presentación del trabajo pero que sirvió sobre todo para que las y los propios villaguayenses pudieran revalorizar su historia y pensar la historia del pueblo no de forma aislada, sino como parte de la historia argentina de principios del siglo XX.

Luego, el 7 de enero de 2016, Jaluf publicó el texto entero de “Vendrá la libertad y será en un carro” en el diario El Pueblo, lo que imagino –a la distancia– habrá dado un nuevo impulso a la historia por haber salido en la prensa local, dado que tres años más tarde, en 2019, se presentaron los libros Glosas para un carrero, de Domingo Faustino Arrúa, y El crimen del carrero Gaillard, de Omar Alberto Gallay y Rubén Isidoro Bourlot. También se llevó a cabo la restauración y reubicación del monolito.

Volvería a Villaguay para presentar al público la revista impresa con el texto sobre Gaillard, junto con otra edición donde Jaluf había participado con una fotografía y un texto sobre el mar.

Finalmente, el año pasado, en el homenaje por el Día del Periodista que se organizó en el monolito, cuando le toca el momento de hablar, lo primero que hace Raúl es nombrarme y recordar que lo contacté hace unos años y que a partir de ahí “nos ponemos a trabajar en este tema”. Lo cual es totalmente cierto, pero yo jamás habría podido escribir ese texto sin toda la pasión que me contagió el queridísimo Raúl Jaluf, sin su generosidad y hospitalidad infinita como para abrirle la puerta a un perfecto desconocido que solo traía, cual carnet de identificación, una fotocopia doblada con una historia conseguida en una biblioteca de Colón años atrás.

Del mismo modo, todas las repercusiones que tuvo el texto en Villaguay (libros, homenajes, puesta en valor del monolito, posibilidad de que este hecho histórico ingrese en las escuelas de Villaguay para que pueda ser estudiado como parte de la propia historia del pueblo y como uno de los ataques más atroces a la libertad de expresión en la Argentina, debate acerca de la posibilidad de otorgarle al carrero una calle propia y señalización de la Ruta 130 para indicar dónde se encuentra el monolito, entre otros sucesos) y lo que allí se logró no habría sido posible sin su “militancia” por la Historia y por rescatar siempre del olvido la “historia de los vencidos”

 

Un hombre noble e imprescindible

Raúl “El Turco” Jaluf, un referente de la cultura de Villaguay, practicaba en su día a día a día, y sin ningún tipo de vanidades, una poética del recuerdo. Por ello mismo se convirtió en fuente inagotable de consultas e inspiración para las nuevas generaciones, con quienes tenía un trato cordial y generoso, al punto de cultivar amistades que fueron más allá de la distancia temporal y espacial; por eso también es que ha dejado una marca indeleble entre quienes lo conocimos y admiramos.

La última vez que nos vimos con Raúl, el 2 enero de 2020, antes de enterarnos que estábamos por atravesar una pandemia de consecuencias impensables para toda la humanidad, fuimos a cenar a la plaza 25 de Mayo, sobre Alem, en una noche de verano ideal. Habíamos ido de vacaciones con la familia para pasar fin de año –porque a esa altura ya había adoptado a Villaguay como mi segundo lugar en el mundo–, y en la última noche antes de volvernos a Buenos Aires nos encontramos, como no podía ser de otra manera, en su taller-museo.

La repercusión que tuvo la nota en Villaguay no habría sido posible sin la “militancia” de Raúl Jaluf por la Historia y por rescatar siempre del olvido la “historia de los vencidos”.

Nuestros niños rondaban su estudio asombrados de la colección de cámaras antiguas mientras él me mostraba los libros que habían sido editados en 2019 sobre la historia de Julio Modesto Gaillard. Allí, mi compañera de vida, Verónica, nos sacó esa única foto que tengo abrazado con Jaluf y que conservo como otro de esos tesoros invaluables que me dio la vida.

Ya en la plaza, después de degustar una rica picada con cervezas, antes de despedirnos, hicimos sendas promesas que esta vez no pudimos cumplir: yo te dije, Raúl, que te iba a llevar un ejemplar de ese tremendo estudio que es Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1516 hasta 1880, del historiador Gabriel Di Meglio; y vos, que siempre andabas con tu cámara a mano, nos sacaste una hermosa foto grupal de la familia, con esa iluminación tan bella que tiene la plaza a la noche, y prometiste que la ibas a pasar por mail.

Me enteré, con un dolor incalculable, de tu temprana partida el 12 de marzo, y sé que ninguno va a poder cumplir su promesa. Me queda el consuelo de saber que esa foto que nos sacaste quedará para siempre en ese archivo infinito de imágenes que supiste conseguir. 

Se nos fue un tipo entrañable, un humanista que podía ver la belleza de las flores sin tener vergüenza, como decía Juan L. Ortiz; uno de esos nobles e imprescindibles hombres.

Hasta siempre, querido Jaluf.

El mar (fecha desconocida). Fotografía: Raúl Jaluf.

El mar (fecha desconocida). Fotografía: Raúl Jaluf.

El mar (de Raúl Jaluf)

“Oigo el mar y ya no estaré sola…” 

Chavela Vargas

El mar siempre tuvo un atractivo especial desde mi niñez. El mar y los faros eran productos de mis fantasías, tal vez ayudado por la lectura. Recuerdo un comic de mi adolescencia llamado Intervalo que leía prestado por el quiosquero del barrio (creo que me gustaba porque era el menos belicoso). Una de las historias se llamaba “Cuentos de almejas” y se desarrollaban en un pequeño pueblo de mar, al cual viajaba con cada página.

Con los años descubrí una serie española que se llamaba “Verano azul” y fue como revivir esas viejas historietas y ponerle imagen a aquellas fantasías. Luego la vida me dio la oportunidad de conocer el mar; el argentino, el uruguayo e incluso el caribeño.

Cuando conocí La Paloma en el vecino país, vi que ése era el lugar soñado en mi infancia, cuando el agua más cercana a mis posibilidades era un gran cañadón que pasaba por el barrio donde me crié (que todavía sobrevive a los entubamientos), o el agua que encontraba en alguna escapada al arroyo Villaguay en las siestas veraniegas de antaño.

El agua del mar de mis fantasías, del mar de mis realidades, ha atravesado mi vida y en cada mañana que me encuentro en sus playas, mirando el horizonte, tomando unos amargos, vuelvo a encontrarme con esa extraña melancolía de sal, que tanto significa para mí.


Raúl Jaluf nació en Villaguay, Entre Ríos, el 30 de agosto de 1953, “día de Santa Rosa, la patrona del pueblo”, como le gustaba recordar a él. Fue perito fotógrafo de la Policía, encargado del photo chard del hipódromo local y fotógrafo de los diarios El Pueblo y Crónica de su ciudad natal. Ejerció la docencia a nivel secundario y terciario teniendo a cargo los talleres de Expresión artística en el colegio Nacional Martiniano Leguizamón, y dictó seminarios de Fotografía en el Instituto Superior de Turismo de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Fue director del Museo Histórico de Villaguay y miembro de la Sociedad Iberoamericana de Historia de la Fotografía. Formó parte del colectivo de fotógrafos llamado "Miradas sin tiempo", donde participaban niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Últimamente, seguía comprometido con la historia de su pueblo siendo parte de la comisión para los festejos del Bicentenario de Villaguay.

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