Por una democracia con soberanía alimentaria
por Revista CítricaFotos: Juan Pablo Barrientos
14 de julio de 2023
El modelo agroalimentario dominante expulsa a las familias campesinas de los territorios, enferma a la población y comprete a las futuras generaciones. Distintas experiencias en los territorios marcan un camino alternativo, sustentable y posible para la Argentina. El plato de comida como eje de discusión pública.
Por Marcos Filardi*
Desde nuestra mirada, la alimentación es un derecho humano y está reconocido ni más ni menos que en la norma más importante que como sociedad en Argentina nos hemos dado, que es la Constitución Nacional. Esto es una idea fuerza importante: nuestra Constitución reconoce nuestro derecho humano a la alimentación adecuada, entendido como derecho a tener acceso de manera regular, permanente y libre a una alimentación adecuada o a los medios para tenerla, que nos permite tener una vida libre de angustias, satisfactoria, saludable y digna.
A poco de andar vemos que todos los componentes de ese derecho humano a la alimentación adecuada, reconocido constitucionalmente, están siendo comprometidos, vulnerados, violados sistemática y estructuralmente por un modelo agroindustrial dominante, hegemónico en nuestro país, que conspira contra la posibilidad de realización de ese derecho en cada uno de sus componentes.
Un modelo alimentario a todas luces ecocida, genocida por goteo y violatorio de los derechos humanos.
Sin alimentos para toda la población
El primer elemento del derecho humano a la alimentación adecuada es la disponibilidad, esto es que haya alimento suficiente para alimentar a toda la población, para satisfacer las necesidades alimentarias de toda la población. Ese componente ya está comprometido en Argentina porque apostamos a unos pocos commodities destinados principalmente a la exportación, como fuente de caja, sacrificando otras producciones alimentarias que integran nuestra canasta básica de alimentos y que terminan desapareciendo.
A tal punto es así que, por dar un ejemplo, si hoy quisiéramos distribuir a cada persona que habita en Argentina la cantidad de fruta y verdura que debería consumir, según lo que el propio Estado recomienda a partir de sus Guías alimentarias, no tenemos suficiente. Es decir, hay una falta de disponibilidad de algunas clases de alimentos esenciales para tener una nutrición adecuada como consecuencia de que todo el modelo productivo apuesta a la producción de unos pocos commodities.
En segundo lugar, la cuestión de la accesibilidad. No alcanza con que haya alimentos, sino que esos alimentos puedan ser accesibles para todas las personas. La accesibilidad es física, es decir, que los alimentos puedan trasladarse desde donde son obtenidos y producidos hasta donde están las personas que necesitan consumirlos; y la accesibilidad es económica, que significa que la posibilidad de esas personas de acceder a esos alimentos no ponga en riesgo la satisfacción de otras necesidades igualmente esenciales.
Estos dos componentes también están seriamente comprometidos en nuestro país. Si hablamos de la accesibilidad física, podemos ver que tenemos producción a gran escala en determinadas regiones y luego circulación, camión-dependiente decimos, de alimentos kilométricos de un punto a otro de un país tan grande como Argentina, y eso tiene determinados impactos.
Por un lado, encarece el precio de los alimentos por el alto costo de la logística, genera emisiones de gases de efecto invernadero responsables de la crisis climática y genera estos fenómenos que se llaman los desiertos alimentarios y los pantanos alimentarios. Es decir, no todas las regiones del país tienen una diversidad de todos los alimentos que se necesitarían para tener una nutrición adecuada.
Ya comemos más parecido de la Quiaca a Ushuaia y en Buenos Aires que lo que era hace unos años. Sobresale el consumo creciente de ultraprocesados, el producto estrella de este modelo agroindustrial dominante.
Entonces, la accesibilidad física también obedece a la falta de un ordenamiento territorial destinado a la producción, distribución, procesamiento y consumo de los alimentos que conspira contra esa accesibilidad física. Y ni que hablar de la accesibilidad económica, que implica la accesibilidad a los medios necesarios para obtener y producir los alimentos: estamos hablando de tierra, agua, semillas, saberes y el acceso a los alimentos mismos.
Si ponemos el ojo en la primera parte de la ecuación, vemos que hay serias deficiencias porque tenemos un fenómeno del acaparamiento y concentración de las tierras y las semillas comerciales están altamente concentradas por un puñado de corporaciones que definen qué se cultiva, a qué precio, cómo, cuándo. Por otra parte, el agua ya cotiza en bolsa. Lejos de ser un bien común al servicio de la vida, es una mercancía que cotiza en bolsa y, en consecuencia, es privatizada, acaparada, concentrada cada vez más.
Del mismo modo sucede con los saberes, porque prima un saber tecnocientífico controlado por las corporaciones que dominan el mercado mundial de alimentos y que arrasan con otros saberes, como los saberes campesinos, de los pueblos originarios y los saberes populares.
Entonces, si esos son medios necesarios para la obtención y la producción de los alimentos en los territorios, vemos que hay serias dificultades en el acceso a cada uno de esos componentes fundamentales para el acceso a la alimentación. Y a eso se le suma que, fruto de este modelo agroindustrial dominante, gran parte de la población, casi el 93 por ciento, vive en pueblos y ciudades. No vive en zonas rurales donde tiene la posibilidad de obtener y producir alimento. Al estar en las ciudades, en esta economía de un mercado capitalista dependen de un mercado para acceder a sus alimentos.
El alimento está vinculado a nuestra identidad como pueblo. Esa identidad es socavada sistemática por el marketing de la industria alimentaria concentrada y así se van arrasando los patrimonios gastronómicos locales.
El mercado que moldea cuerpos
Tenemos que poner el ojo en las dos partes de la ecuación económica: el precio y el ingreso de esa persona. Como siempre decimos y decía Juan Domingo Perón, los precios están subiendo por ascensor mientras los ingresos suben por escalera. Entonces siempre quedan rezagados los salarios reales con relación al alza generalizada en los precios de los alimentos y, en consecuencia, esto significa que una parte muy importante o no come o no logra acceder a una alimentación adecuada. Es decir, se llena con lo más barato, lo más rendidor que puede conseguir en el mercado con sus magros ingresos, que es básicamente los carbohidratos, grasas y azúcares.
Tenemos como resultante de esto cuerpos de clase que evidencian como nadie la desigualdad inherente a nuestra sociedad. Los famosos ricos flacos, pobres gordos, que son gordos porque justamente se llenan con lo más barato y lo más rendidor que pueden conseguir. Y ni que hablar en un país que tiene hoy a un 42 por ciento de su población viviendo debajo de la línea de la pobreza y un 11 por ciento de la población indigente. Eso implica que a la hora de ir a al mercado no puede acceder a una alimentación adecuada, sencillamente porque no puede pagarla.
La cuestión se complica aun más, porque del otro lado de la ecuación tenemos la cuestión de los precios, y ahí tenemos un alto nivel de concentración en toda la cadena. Se dice que la cadena agroalimentaria, a nivel global y en nuestro país está particularmente acentuada, tiene la forma de un reloj de arena. Entre los muchos productores y los muchos comensales tenemos un puñado de unos pocos actores que ejercen el mayor poder dentro de la cadena. Entonces, le pagan al productor cada vez menos por su producción y nos cobran a nosotros como comensales cada vez más por lo que nos venden para maximizar su margen de ganancia.
En este sistema, esos actores son los grandes formadores de precios, y entonces remarcan los precios una y otra vez, más allá de los costos reales, es decir, con un carácter netamente especulativo. Dominan el mercado y al dominar el mercado pueden imponer los precios. El Estado, hasta el día de hoy, ha sido incapaz de ponerle un coto a ese control especulativo de los precios de los alimentos y trata de establecer parches como son estos acuerdos de precios cuidados, precios esenciales, congelar determinados precios de algunos alimentos durante algún tiempo determinado. Entonces, la accesibilidad económica en nuestro país está seriamente comprometida también.
Prima un saber tecnocientífico controlado por las corporaciones que dominan el mercado mundial de alimentos y que arrasan con los saberes campesinos, de los pueblos originarios y los saberes populares.
Un menú contaminado
El tercer punto tiene que ver con la adecuación, y por adecuación hablamos de adecuación cuantitativa, cualitativa y cultural. La adecuación cuantitativa es que podamos acceder a la cantidad de alimentos suficientes, que vimos que ya está comprometida por las variables que analizamos. Cuando ponemos el ojo en la adecuación cualitativa, esto significa que el alimento debe estar libre de sustancias nocivas, que nos vayan a hacer daño a nuestro cuerpo.
Ahí hay que poner el ojo en un montón de cuestiones que conspiran contra la calidad de una verdadera alimentación saludable. Desde los transgénicos, porque somos el tercer país productor mundial de transgénicos a nivel global y están presentes en casi todos los alimentos. Además, somos el primer pueblo en el mundo condenado a comer trigo transgénico, siendo uno de los mayores pueblos consumidores de trigo del mundo y sin siquiera una ley que nos advierta la presencia de esos transgénicos para, por lo menos, decidir si queremos llevárnoslos a la boca o no.
En todo el país hay pueblos que se organizan, resisten, pelean por ordenanzas que alejen los venenos, interpelan a sus funcionarios públicos locales, generan asambleas donde prima la democracia y se discuten los pasos a seguir en defensa del buen vivir.
Lo segundo es el alto uso de los agrotóxicos. Un país que tiene el triste privilegio de ser uno de los que más agrotóxicos por persona por año usa en el mundo, una media de más de 600 millones de litros al año, que están presentes en prácticamente todos los alimentos que comemos. Estemos donde estemos, en el campo o en la ciudad, al ingerir esos alimentos se incorporan a nuestro cuerpo y terminan enfermándonos, terminan generando enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a la ingesta diaria de ese veneno cotidiano.
En tercer lugar, está la cuestión de la producción intensiva de carnes. Hemos desplazado la ganadería a pasto para hacer ganadería industrial, en los field dots vacunos, pero también en la producción a gran escala de aves, de cerdos y de salmones. Significa seleccionar algunas variedades de animales muy homogéneas genéticamente, en consecuencia, muy frágiles, hacinadas en superficies muy pequeñas y, por ende, inmunodeprimidas, a las que se somete regularmente al uso de antibióticos, antivirales, justamente porque los animales en esas condiciones se enferman y uno no puede correr el riesgo de que se enfermen, porque se contagian todos. Esos antibióticos están presentes en las matrices ambientales cercanas a esos lugares, pero también en las carnes y leches de esos animales, y eso representa uno de los mayores problemas de salud pública hoy como es la resistencia antimicrobiana.
Al mismo tiempo, tenemos el tema de la lactancia humana, que es el primer alimento que debiéramos consumir cuando llegamos a este mundo, por lo menos hasta los dos años; hasta los seis primeros meses de manera exclusiva y hasta los dos años complementándolo con otros alimentos. Sin embargo, esa lactancia humana, que es la expresión más perfecta del derecho a la alimentación, solamente es gozada por el 15 por ciento de los niños hasta los dos años y solamente por el 30 ciento de los niños hasta los seis meses de manera exclusiva.
Si bien todas y todos sabemos que la lactancia humana es el mejor alimento que nuestros hijos y nuestras hijas puedan tener, lo cierto es que en Argentina no se están alimentando con leche humana, sino con sucedáneos a partir de un montón de factores que hay que problematizar. Y así podemos continuar con varias cuestiones que afectan a la calidad de la alimentación aquí y ahora.
El derecho a la alimentación adecuada requiere que nuestros hijos y nietos puedan seguir obteniendo y produciendo alimentos a futuro en estos territorios.
El empobrecimiento de los suelos da lugar a alimentos muy pobres en términos nutricionales, porque es del suelo donde obtienen sus nutrientes. Estamos viendo una pérdida creciente del valor nutritivo de los alimentos como consecuencia de ese empobrecimiento de los suelos derivado del modelo agroindustrial.
El agua, en tanto alimento líquido esencial y en tanto base de la vida misma y de la reproducción de todas las formas de vida, también está comprometida por distintas actividades extractivas en nuestros territorios. Ese agua que somos, que hoy consumimos, que es vital porque integra el 80% de nuestro cuerpo, está seriamente contaminada cuando está disponible. Está seriamente contaminada por la megaminería, por el fracking, por la producción agroindustrial, por las actividades industriales, por la contaminación urbana. Todo eso desemboca en los cursos de agua de los cuales obtenemos el agua que termina en nuestro cuerpo.
La comida es cultura sustentable
Otro elemento de la alimentación es la adecuación cultural, básicamente que los alimentos se correspondan a las tradiciones culturales a las que pertenecemos como comensales, porque el alimento es identidad y está indisolublemente vinculado a nuestra identidad como pueblo. Esa identidad es socavada sistemática, estructuralmente por la mercadotecnia, por el marketing de la industria alimentaria altamente concentrada y así se van arrasando las gastronomías locales, los patrimonios gastronómicos locales, situados en pos de una uniformización de un patrón alimentario.
Ya comemos más parecido de la Quiaca a Ushuaia y en Buenos Aires que lo que era hace unos años. Prima en particular el consumo creciente de estos ultraprocesados, el producto estrella de este modelo agroindustrial dominante, porque es ahí donde todos los actores ganadores de este modelo obtienen su mayor margen de ganancia.
Hay producción a gran escala de unas pocas materias primas, granos, oleaginosas y cereales a los cuales la industria les agrega todo el azúcar que pueda y todos los aditivos que pueda para generar esa ilusión de diversidad que encontramos luego en el hipermercado y que está asociada, como decíamos, a serios problemas de salud pública.
Por último, la cuestión de la sustentabilidad. El derecho a la alimentación adecuada requiere que nuestros hijos, nuestros nietos puedan seguir obteniendo y produciendo alimentos a futuro en estos territorios, y esa posibilidad está cada vez más comprometida toda vez que este modelo agroindustrial dominante contamina el agua, el aire, el suelo, destruye la fertilidad del suelo, genera eutrofización de las aguas y destrucción de los bosques, selvas y humedales donde tenemos biodiversidad, donde tenemos la capacidad de regular el agua.
Por eso tenemos estos ciclos de sequía e inundación. Tenemos incendios que son provocados como consecuencia de la alteración climática y esa alteración climática es en parte debida al modelo agroindustrial que, analizadas las emisiones en todas las cadenas, es uno de los principales responsables de la crisis climática que estamos viviendo.
Tenemos como resultante cuerpos de clase que evidencian la desigualdad. Los famosos ricos flacos, pobres gordos, que son gordos porque justamente se llenan con lo más barato y lo más rendidor que pueden conseguir.
Es un modelo que a todas luces desde nuestra mirada es ecocida, es decir, genera un daño permanente a los ecosistemas de los que dependen todas las formas de vida para seguir viviendo. Es genocida por goteo, estamos sometiendo a nuestros pueblos a condiciones de vida que los están enfermando, que los están matando tanto en el campo como en la ciudad.
También es violatorio de nuestros derechos humanos. Es violatorio de ese derecho humano a la alimentación adecuada pero también de los otros derechos con los que este derecho está interrelacionado, como el derecho a la vida, la integridad personal, al agua y al saneamiento, a vivir en un ambiente sano, el derecho a la salud.
En síntesis, el derecho humano a la alimentación adecuada, reconocido en Argentina ni más ni menos que en su Constitución, está siendo vulnerado sistemática, estructuralmente a toda la población como consecuencia de este modelo industrial dominante, impuesto, hegemónico aún hoy en nuestros territorios.
La ruta de la soberanía alimentaria
En el año 2016 hice un viaje que llamé “El viaje por la soberanía alimentaria”, donde recorrí más de 260 localidades del país, unos 50.000 kilómetros. Básicamente para ver, documentar en los territorios lo que llamamos violaciones a los derechos humanos generadas por este modelo agroindustrial, pero al mismo tiempo entrar en contacto y generar redes entre las personas, colectivos, asambleas, organizaciones que en los territorios le hacen frente a ese modelo. Resisten el avance de ese agronegocio en los territorios, pero también de espaldas a ese monstruo construyen otra realidad basada en la agroecología, en la economía social y popular, en la soberanía alimentaria. Construyen en ese territorio un buen vivir al mismo tiempo.
En el viaje tuve expresiones de dos tipos. Expresiones de las graves violaciones a los derechos humanos que genera este modelo desde, por ejemplo, los pueblos fumigados donde viven de 12 a 14 millones de personas en nuestro país. Eso fue quizás una de las cosas más dramáticas de ese viaje, porque entré en contacto en distintos puntos del país con personas muy afectadas en su salud como consecuencia de la intoxicación ambiental aguda y crónica por los agrotóxicos.
Vi niñas y niños con malformaciones, muchas personas y pueblos directamente enfermos de cáncer, vi trastornos neurodegenerativos muy alarmantes en los pueblos fumigados, un aumento del Alzheimer, del Parkinson, del autismo, con todas las consecuencias que eso genera en las familias. Vi serias dificultades en las familias para poder tener hijos porque hay una reducción de la fecundidad como consecuencia de esa intoxicación por agrotóxicos, abortos espontáneos.
La publicidad busca rodear a los ultraprocesados de prestigio, convertirlos en objetos comestibles apetecibles, queridos. Todas las familias quieren tenerlos.
Vi dramas muy fuertes en los pueblos sometidos a las fumigaciones con agrotóxicos, pero también vi pueblos movilizados frente a eso, que no se quedan quietos, sino que se organizan, se movilizan, se reúnen, hacen epidemiología popular, es decir, empiezan a ver casa por casa cuáles son las enfermedades que hay. Se organizan, resisten, pelean por ordenanzas que alejen los venenos, interpelan a sus funcionarios públicos locales, generan asambleas donde prima la democracia, donde se discute de manera asamblearia los pasos a seguir en defensa de la vida en ese territorio.
Me enamoré de alguna manera de esas asambleas socioambientales que fui a ver en la recorrida, porque básicamente hablamos de vecinas y vecinos en los distintos territorios que se congregan, se unen, se movilizan en defensa de la vida. Y al mismo tiempo vi en el viaje es que esas asambleas no solamente resisten el avance del extractivismo en todas sus caras (megaminería, fracking, represas, agronegocio, según sea el caso), sino que también construyen otra realidad, construyen otras relaciones sociales, se organizan solidariamente de otra manera, ni más ni menos que en defensa de ese buen vivir en los territorios.
El ataque de los OCNIs
También fue impactante en el viaje la presión del marketing, cómo llega a cada rincón del país a través de la publicidad, del bombardeo publicitario, y me sorprendió justamente cómo los ultraprocesados, estos OCNIs (Objetos Comestibles No Identificados) de los que siempre habla nuestra querida matriarca de la soberanía alimentaria, Miryam Kita Kurganoff de Gorban, están instalados en el imaginario colectivo y están rodeados de prestigio. La publicidad busca justamente rodearlos de prestigio, convertirlos en objetos comestibles apetecibles, queridos. Todas las familias quieren tenerlos.
Cuando yo preguntaba en distintos pueblos originarios con los que tuve contacto durante el viaje, enseguida estaba el deseo de poder comprar el Danonino, por ejemplo, que nosotros desde la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CaLiSA) le llamamos el “Dañoniño”. ¿Por qué? Porque justamente han escuchado una y otra vez que un médico con guardapolvo blanco en la publicidad, a través de la televisión, de la radio, les promete que si uno consume uno de esos Danoninos por día va a ser más sano, alto, fuerte, inteligente.
Se cumplen 20 años de la primera Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CaLiSA) en nuestro país, que nació en la Universidad Nacional de La Plata en el año 2003.
Entonces se convierte en apetecible, en un objeto comestible prestigioso y esto le agrega una tensión adicional a las familias que no tienen los medios económicos para poder comprar eso. Una de las cosas que surge es que cuando cobran, por ejemplo, la Asignación Universal por Hijo, lo primero que compran es el postrecito, como para decir “bueno, no lo puedo comprar durante todo el mes, pero ahora que logramos cobrar la asignación vamos al supermercado y compramos este postrecito”.
Eso es muy fuerte, incluso en los basurales a cielo abierto, donde mucha gente va a hurgar basura, muchas veces busca la marca, el resto de alimentos pero con marca. La marca atraviesa a toda la sociedad a fuerza de bombardeo publicitario.
Educación soberana para fortalecer la democracia
Este año se cumplen 20 años de la primera Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CaLiSA) en nuestro país, que nació en la Universidad Nacional de La Plata en el año 2003. Y esto tiene que ver con compañeras y compañeros que habían estado en la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma, donde la Vía Campesina, es decir, el campesinado organizado del mundo habló por primera vez de soberanía alimentaria. Esto no es un concepto incubado en las universidades, sino construido por el campesinado organizado, y ha sido este sector el que le ha ido dando contenido creciente a este paradigma en construcción popular.
Fueron compañeras y compañeros, entre ellas Kita Gorban, que estuvieron en esa cumbre y en Argentina se convirtieron en difusores de este paradigma, constructores y encargados de tejer redes para el crecimiento de este paradigma. Y es así como otra compañera de la Red de CaLiSAs, Leda Gianussi, que tristemente pasó a la inmortalidad hace poco, junto a compañeras y compañeros armaron esa primera CaLiSa.
Luego se armó un seminario sobre el derecho a la alimentación en la Facultad de Derecho de la UBA, que tuve la oportunidad de coordinar, y desde ahí empezamos a convocar a distintas personas que venían trabajando en temas de soberanía alimentaria en todo el país, entre ellas Kita Gorban, Carlos Carballo, Carlos Vicente.
Más tarde se crearon la Cátedra Giberti en Filosofía y Letras (2010), la CaLiSA en la Facultad de Agronomía de la UBA (2011), la CaLiSA en Nutrición (2013)... Fue como el semillero de lo que es hoy la Red de CaLiSAs, que fue creciendo en los últimos años al punto de que hoy somos 60 espacios en todo el país. Básicamente, lo que buscamos es promover el debate público sobre el modelo agroindustrial dominante, junto con las comunidades, insertos en las comunidades en las que estamos y sobre todo la defensa de ese otro paradigma basado en la soberanía ambiental y la agroecología.
Esta Red de Cátedras Libres de Soberanía Ambiental, conocida como Red CaLiSAs, recientemente ha asumido como nuevo desafío colectivo la construcción del primer “Informe Anual de la Situación de la Soberanía Alimentaria en Argentina (IASSAA)”, que hicimos en 2022. Este año estamos construyendo el segundo informe y la idea es hacerlo todos los años para poder poner en discusión año a año cuál es el grado de avance de ese paradigma de la soberanía en nuestro país.
Este año es muy significativo en ese sentido, porque conmemoramos 40 años de democracia. Nos comprometimos colectivamente a discutir cuál es la situación de nuestro sistema alimentario en estos 40 años de democracia y, sobre todo, qué propuestas podemos colectivamente realizar junto con las organizaciones campesinas y los movimientos sociales para democratizar nuestro sistema alimentario, porque la democratización del sistema alimentario desde 1983 está seriamente comprometida.
*Abogado de derechos humanos. Integrantes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la UBA. Miembro de la Red de Abogadas y Abogados por la Soberanía Alimentaria (REDASA). Fundador del Museo del Hambre.
**Este texto fue elaborado a partir del testimonio de Marcos Filardi para el podcast "Crear el futuro", en el episodio "Crear el alimento".
Un paraíso agroecológico en Luján
La Colonia Agrícola “20 de abril-Darío Santillán” de la UTT es una experiencia de arraigo rural con 50 familias viviendo, produciendo, estudiando y viendo a sus hijxs crecer en un entorno natural donde no se utilizan agrotóxicos. Cómo huele, suena y brilla un territorio donde la vida se expande todos los días.
¿Qué es comer sano?
Estela Miranda, promotora de Alimentación sana de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), explica los engaños de los empaquetados y ultraprocesados y exige la Ley de Etiquetado Frontal.
"El etiquetado frontal no es socialismo, es salud"
La cocinera Narda Lepes explicó en un evento online organizado por la Unión de Trabajadores de La Tierra la urgencia de que se apruebe la Ley de Etiquetado Frontal.