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Un paraíso agroecológico en Luján

por Mariano Pagnucco
Fotos: Rodrigo Ruiz
09 de agosto de 2023

La Colonia Agrícola “20 de abril-Darío Santillán” de la UTT es una experiencia de arraigo rural con 50 familias viviendo, produciendo, estudiando y viendo a sus hijxs crecer en un entorno natural donde no se utilizan agrotóxicos. Cómo huele, suena y brilla un territorio donde la vida se expande todos los días.

La ensalada se va armando durante la caminata que concluye a la hora del almuerzo. Una zanahoria, un pepino, una remolacha, una berenjena, hojas de perejil. Franz Ortega, el guía de la caminata, va agarrando hortalizas y verduras directamente de la tierra, mientras nos lleva de paseo por la Colonia Agrícola “20 de Abril-Darío Santillán” de la Unión de Trabajadorxs de la Tierra (UTT)

Mientras recorremos con los sentidos abiertos este paraíso rural ubicado en Jáuregui, oeste del conurbano bonaerense, Franz advierte: “Mirá este repollo, para hacerse una ensalada. Acá vos te das cuenta que hay un bichito, una arañita. No pasa nada, se lo lavás. Cuando ustedes vayan a la verdulería y vean que no tiene nada de bichos, nada, no lo coman”. De la recorrida nos llevaremos aromas vegetales impregnados en la nariz, sonidos de pájaros instalados en los oídos y una mirada nueva sobre los bichos, la vida y los venenos . Un manual campesino a cielo abierto para pensar la comida y la política en la Argentina del hambre y las elecciones.

Acá, en las cercanías de Luján, la UTT dio comienzo hace 8 años (precisamente, el 20 de abril de 2015) a la primera Colonia Agrícola de la organización, un modelo de arraigo rural con producción agroecológica que luego se fue expandiendo hacia otros territorios argentinos. Franz explica: “Estamos en una colonia que vivimos 50 familias de la UTT. Acá somos 84 hectáreas. Producimos verduras agroecológicas, todo natural como decimos nosotros. Después acá adentro funciona una escuela Primaria de adultos, una Secundaria de adultos, una salita, tenemos un almacén de campo que vende nuestros productos, un apiario, una plantinera para hacer los plantines y una biofábrica para hacer los insumos, ya que nosotros no echamos agrotóxicos”.

 

Ocupar, desmalezar, producir

Como muchos compatriotas bolivianos, Franz llegó a la Argentina hace 12 años en busca de un nuevo horizonte de vida. Los saberes compesinos heredados lo llevaron a trabajar al campo, en las mismas condiciones que cientos de familias productoras: sin techo propio, bajo un régimen de producción atado a la compra de químicos y semillas a empresas multinacionales y a merced de un circuito de comercialización que paga lo que quiere cuando quiere por el esfuerzo campesino convertido en comida.

Un día se enteró del trabajo de base de la UTT con las familias productoras y de las conquistas que iba logrando a partir de la organización colectiva. En abril de 2015, cuando después de un proceso de lucha y resistencia se inauguró la Colonia, Franz fue uno de los que decidieron poner el cuerpo para forjar el horizonte de vida deseado para su familia. “Fue un cambio total para bien, porque nosotros estábamos antes trabajando como en un trabajo esclavo: no éramos dueños de la tierra, no podíamos hacer una vivienda, vivíamos en casa de nylon, trabajando de sol a sol; incluso la mujer y los chicos para producir y pagar los insumos, porque echábamos agroquímicos en esos tiempos, era precio dólar. Era un trabajo esclavo, de sol a sol. No quiero recordarlo siquiera”. 

"Estamos en una colonia que vivimos 50 familias de la UTT. Acá somos 84 hectáreas. Producimos verduras agroecológicas, todo natural como decimos nosotros."

Franz tiene 45 años. En Jáuregui vive con su esposa, dos hijxs y dos nietxs. “De esta forma salimos de la esclavitud a tener una vida digna. Acá ya estamos produciendo de un modo agroecológico, sin envenenar a la gente, a un precio justo vendiendo, hay tiempo para la familia, los chicos estudian, incluso nosotros estamos estudiando”. Terminó la Primaria y ahora cursa la Secundaria. Su esposa, que no sabe leer, está haciendo la Primaria. ¿Cómo cambió su vida en la Colonia? “Es para bien, sí, sí, tener la tierra propia, producir lo que uno quiere. Uno dispone de sus horarios, hace de patrón y de peón a la vez. Sí, sí, es un cambio total para bien, tener una vivienda digna”.

Avanzamos por un camino de tierra rumbo a la parcela de Franz. De las 84 hectáreas de la Colonia, 50 son de uso productivo. La cuenta matemática es simple: 50 familias, 50 hectáreas sembradas, una por familia. Eso ahora, porque toda esta área de árboles, plantaciones y familias conviviendo eran terrenos fiscales sin uso. Hasta que la UTT decidió ponerlos a producir.

“Nos costó un montón, incluso los vecinos estaban en contra, creo que el intendente de ese tiempo”, rememora el clima de época cuando llegaron para refaccionar las viviendas abandonadas y darle nueva vida al suelo. Como las casas no estaban en condiciones y la producción de alimentos recién iniciaba, allí se instalaron solos los varones hasta poder reunir a las familias. 

Fueron meses de limpiar el suelo de malezas, hacer albañilería y resistir los prejuicios del entorno. “Decían que aumentó la ola de inseguridad, que se choreaban las vacas, inventos. Después sacamos la primera producción, hicimos una volanteada en los barrios cercanos para darles una charla: decirles quiénes somos, a qué venimos y creo que donamos, para Navidad justo era, como 400 bolsones de verdura. Se convencieron que nosotros venimos a laburar, no venimos a hacer una villa, a vender tierras”.

 

La ensalada de la Pachamama

El invernáculo de la parcela de Franz y familia tiene un diseño prolijo de largas hileras de montículos de tierra donde van asomando las hojas verdes. De manera rotativa según la temporada, entre los surcos brotan acelgas, remolachas, lechugas, espinacas, habas... “Cuando nosotros llegamos, estas tierras por suerte no les echaron químicos, eran tierras vírgenes, así que están con todos los nutrientes, con todos los minerales”.

En el esquema agroecológico que maneja la UTT, a la tierra se le echa bocacci (un preparado de materia orgánica con microorganismos) y eventualmente algún bioinsumo de producción propia. En los montículos se trasplantan los plantines que crecieron previamente en un lugar cerrado, a resguardo de los factores meteorológicos. El resto es regar y esperar a que la naturaleza cumpla sus ciclos. 

Franz saca un cálculo rápido y dice que su parcela da unas 100 jaulas de verduras de hoja, a razón de 12 paquetes de determinada variedad (lechuga, acelga, espinaca) por jaula. Cada familia cosecha su producción y se organiza con el resto para armar los pedidos. El primer punto de venta es el almacén que está a la entrada de la Colonia, luego los comercios de la zona y, finalmente, los almacenes y nodos de la UTT. 

Al ver a Franz limpiando las hojas de una lechuga se rompe el velo que cubre al circuito alimentario tradicional: la ensalada que se disfruta en casa tiene un punto de inicio visible, con unas manos campesinas en movimiento que han obtenido de la tierra cada componente. “No es un problema para nosotros las plagas. Ya estamos ocho años acá produciendo sin químicos y usted puede ver, mire, un cacho de espinaca. Se puede. Ésta es la mejor forma de producir, sano, para nosotros, para los consumidores, en general. Cuidamos el medio ambiente, no dañamos a la Madre Tierra, a la Pachamama”. 

“Nosotros creemos en la Pachamama”, refuerza.  ¿Los motivos? “Ella nos da la vida y vuelta nos quita. Nosotros no queremos dañarla, tratamos a la tierra como algo sagrado, no sé cómo se puede explicar. Y nos hace bien a nosotros, los campesinos, es como un cariño para nosotros agarrar la tierra, ensuciarse… Y aparte cuando uno ve lo que te da para comer, mejor todavía”.

 

Desintoxicar la vida

En la Colonia, la jornada de vida/trabajo arranca alrededor de las cinco de la mañana. Después de unos mates toca ir a la propia parcela a regar, desmalezar o cosechar. Al mediodía se come y luego se descansa, hasta la ronda de trabajo vespertina que dura, dice Franz, “hasta que se apaga el sol”. También está la actividad educativa, tanto para las infancias como para la gente adulta, y reuniones organizativas entre las 50 familias que conviven en el predio. Siempre hay movimiento.

En un carro se apilan cajones con brócolis de tamaño XL, verdeo fresco, repollos similares a pelotas de básquet, lechugas de hojas brillosas y expansivas, remolachas de colores vivo. Acá los sentidos se trastocan, porque el paladar se regocija con todos estos alimentos sin necesidad de masticar, solo oler y mirar bastan para saborear.

"Cuando dicen la lucha contra el hambre, debería haber más colonias como ésta. Hay 50 hectáreas en producción de verduras, entonces todos los vecinos pueden acceder a la verdura a un precio justo."

A un costado del camino, frente a un patio de tierra que comparten algunas de las casas de la Colonia, hay un pequeño invernadero con plantines que cuida Nimio Guevara. Llegó a Jáuregui hace tres años y el aprendizaje familiar (mujer, hijos, sobrino) es constante en este entorno. “Estamos aquí con una nueva experiencia de haber trabajado en agroecología, que nos parece muy bien. Y nada, es un orgullo, nosotros nunca pensábamos que venía la verdura agroecológica... y viene”.

En el lenguaje campesino colonizado por el modelo tecnocientífico, la forma de “curar” las plantaciones es con venenos de factura industrial. Acá Nimio y el resto de las familias se desintoxicaron de esos mandatos: “La agroecología es una verdura sana que no se cura con químicos, nada de eso. Si algún bichito aparece, hacemos algunos purines de ortiga, hacemos tintura de ají para correrlos, matarlos no. Y eso es la agroecología. Es un producto sano para el alimento de cada uno de nosotros”.

Mientras habla muestra orgulloso la evolución de los plantines de acelga, hinojo, lechuga crespa y kale morado que van creciendo en recipientes de plástico similares a hueveras colocados uno al lado del otro sobre mesas de madera. En un rato habrá asamblea dentro de la Colonia, un momento de encuentro y de intercambio para plantear problemas de convivencia, necesidades materiales (mejorar los caminos, reconstruir los invernaderos, pedir prestado un tractor al vecino) y proyectos productivos. Y, claro, las discusiones políticas propias del sector, ésas que no suelen entrar en las urnas.

Nimio: “Trabajar con compañeros, con otros campesinos que están en la misma búsqueda es muy bueno pues. Nos ayuda mucho porque antes no sabíamos estar organizados, todo eso. En cambio, aquí nos contamos cómo podemos producir, cómo podemos hacer, o sea, más organizarnos, o sea, más contacto entre nosotros, con el pueblo, con todo. Vamos a compartir nuestras experiencias”.

 

El poder del alimento

Una de las paradas del recorrido es el apiario de uso comunitario, que permite el autoabastecimiento de miel y también la autorregulación del ciclo natural, como explica el guía Franz: “Mientras más abejas haya, mejor para nosotros: más cosecha, más frutos. Entonces es fundamental que convivamos con ella, la abeja. Ella, por ejemplo, va y poliniza al tomate y hay más cantidad de tomate”. 

Otra parada es donde funciona la fábrica de bioinsumos, una construcción de ladrillos que evidencia una vida anterior menos próspera. Junto a la estructura sin techo ahora hay grandes tanques plásticos donden preparan con elementos naturales sus propios bioinsumos para aplicar en la cosecha. Esta área pertenece a lo que la UTT llama Consultorio Técnico Popular (CoTePo), que funciona con un esquema de aprendizaje horizontal: “Son compañeros nuestros que se van capacitando de campesino a campesino y van recogiendo experiencia. Ellos son los que manejan las biofábricas, nos asesoran, dan talleres. Porque la idea es la transmisión de campesino a campesino: uno sabe menos, otro más”.

Franz nunca fue consultado por secretaría o ministerio alguno, pero desde su experiencia en el territorio rural aporta una mirada sobre ciertas urgencias de los estómagos argentinos: “Cuando dicen la lucha contra el hambre, debería haber más colonias como ésta, por ejemplo. Hay 50 hectáreas en producción de verduras, entonces todos los vecinos pueden acceder a la verdura a un precio justo, pero si no le dan las tierras a quien quiere trabajar no va a haber alimento. También hay mucha soja, y eso no ayuda”.

Las tierras donde viven y producen estas familias fueron cedidas para su uso por la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE). Les quedan 14 años por delante, lo que les da cierta perspectiva de futuro, a diferencia de la mayoría de las familias productoras del país que están sujetas a la renovación de los alquileres cada temporada.

"Nosotros estábamos antes trabajando como en un trabajo esclavo: no éramos dueños de la tierra, no podíamos hacer una vivienda, vivíamos en casa de nylon, trabajando de sol a sol."

Entre las satisfacciones que le ha dado la Colonia a Franz, remarca la libertad de las infancias que allí estudian, juegan y crecen. Por ejemplo, sus nietxs. “Es una alegría para ellos, también para nosotros. Acá hay 40 chicos dentro de la Colonia. Hay tiempo, uno mismo tiene tiempo para atenderlos, ellos están también en la huerta colaborando. No, es una felicidad, antes los chicos tenían que dar una mano. Acá ya no, tienen una vida libre, una libertad, juegan. Están pasando una infancia como tiene que ser: árboles, verduras, gallinas”.

La visita va llegando a su fin. Nos acercamos a una zona más boscosa, de vegetación cerrada. Franz menciona que una de las actividades que más lo entusiasma en la Colonia es el turismo rural, una opción para familias o grupos numerosos que quieran pasar un día en medio de la naturaleza conociendo de dónde vienen los componentes de la ensalada o la sopa. Pregunta por herramientas digitales para publicitar mejor este emprendimiento que sumaron hace poco y les permite recibir visitas, vender sus productos y, también, dar a conocer el trabajo de la UTT.

Antes de despedirse para ir a almorzar con las verduras que fue recogiendo del camino y de prepararse para la asamblea, Franz reflexiona sobre el poder que tienen allí en la Colonia. No es el poder autoritario de quienes deciden los destinos de millones desde los escritorios, sino el poder que la humanidad ha gestado desde hace siglos en los territorios y hoy parece en extinción.

Yo lo recalco mucho, gracias a Dios nosotros aprendimos a cultivar nuestro propio alimento, no nos falta nada. Puede haber una crisis, puede haber todo y nosotros ya tenemos conocimiento, producimos verdura, lechuga y eso. Gallinas también tenemos, carne, una vaquita. Alguna azúcar, esas cosas compramos, pero no compramos nada, siempre tenemos la huerta. A mí me da pena por eso en las villas, hay gente que sufre, una pena. Todo es comprado, todo es comprado, no saben producir nada, ni una lechuguita. Esa gente pasa hambre realmente cuando no tiene el efectivo para comprar. Por suerte nosotros, por más pobres, que nos falte ropa y todas estas cosas, pero alimento no nos va a faltar.


Esta nota fue elaborada a partir de la visita a la Colonia Agrícola "20 de abril-Darío Santillán" de la UTT. El testimonio de Franz Ortega forma parte del podcast "Crear el futuro", en el episodio "Crear el alimento".