La cocinera Narda Lepes explicó en un evento online organizado por la Unión de Trabajadores de La Tierra la urgencia de que se apruebe la Ley de Etiquetado Frontal.
Lo que más les molesta a las empresas de la Ley de Etiquetado Frontal no tiene que ver con los famosos octágonos negros en el frente de los envases que dan cuenta de la peligrosidad de tanta azúcar, tanto sodio o tantas grasas saturadas. Esa lucha saben que ya la tienen perdida. Lo que más les duele es que no van a poder utilizar ninguna estrategia de mercadeo dirigida para niñas, niños y adolescentes. Sin embargo, no todas las empresas son lo mismo. Hoy todas actúan como un solo bloque. Pero no todas van a ver tan afectado su negocio. Hay muchas que venden fideos, latas de choclo o vegetales congelados que no van a tener ningún problema con esta ley.
Hoy las empresas siguen todas alineadas porque están cursando el último impulso, pero después las empresas que vendan solamente cosas que no son buenas para la salud y cuyo negocio es insalvable, van a quedar separadas del resto, y el resto se va a tener que alejar de ellas.
Para que esto no se entienda como si fuera anticapitalista, la empresa Disney, la compañía más grande de medios del mundo, tiene una política de alimentación buena, y lo tiene desde antes de que se lo pida el Estado. No lo tiene por una regulación externa, sino que es interna. Por país, una vez al año, solamente una vez al año, los productos pueden tener cierta cantidad de azúcar, de grasas o de sal junto con sus personajes.
Cocinar legumbres en algunos casos es un privilegio.
Por ejemplo, en Argentina es en Pascuas, en México en el Día de los Muertos, y después de eso no lo hacen más. En ninguna cajita “alegre” aparecen personajes de Disney o que sean de una filial de Disney. Entonces, esto marca que no es para tanto la cuestión. Se puede hacer. No es algo socialista o anticapitalista. Es de sentido común y de salud pública. Se puede ser capitalista y tener una política de alimentación.
Las empresas podrían comercializar productos saludables. Por ejemplo podrían sacar porotos y garbanzos cocidos, envasados al vacío. Ese sería un buen producto para que esté en el supermercado. Sería una gran ayuda porque cocinar legumbres en algunos casos es un privilegio. Mucho más del que podamos pensar. Porque tener suficiente agua es un privilegio. Hay gente que cocina con agua embotellada. No tienen agua potable disponible. También se cocina con gas envasado, y eso implica que se use mucha cantidad de gas. En general, las legumbres te llevan tres horas de cocción. Entonces, la alternativa es un hidrato de carbono que se cocina en 20 minutos. La “elección” de no comer legumbres no está vinculada necesariamente con no saberlas o hacer o no saberlas cocinar. No es siempre así. Cuando vas aprendiendo de la realidad de lo que pasa en muchos lugares te das cuenta que 'ideas lindas para contar' tenemos todos, pero después son difíciles de implementar.
A veces se señala que a la gente le falta información. Pero eso es falso. Información tenemos. ¡Quién no sabe que comer verduras, tomar más agua, consumir menos azúcar, menos carne y menos harina, es lo que hay que hacer! Ya lo sabemos. Muchas veces me preguntan 'cómo hago para que mis hijos coman verdura'. No sé si quieren que venga el hada madrina para hacerle un pase mágico para que eso ocurra. La realidad es que es un embole que los chicos coman verdura. Tenés que hacerlo 40 millones de veces. Es laburo. Pero no tenés otro laburo más importante que ese. Hay una cosa que hay que saber, y que es muy útil: para que a un adulto le guste algo, puede necesitar probarlo entre 9 y 14 veces. Por eso existe la gaseosa light. Es asquerosa, pero la probaste la cantidad suficiente de veces como para acostumbrarte. Y por ejemplo con el hinojo pasa lo mismo, si no te gusta hay que seguir comiéndolo, porque ya te vas a acostumbrar. A mí, por ejemplo, no me gusta el hígado. Insistí, pero no pude hacer que pase. Pero hay otras muchas cosas que sí, ya me acostumbré. En el caso de los niños y las niñas pueden llegar a probar algo hasta 30 veces antes de que les guste. Es decir, más del doble que a los adultos. Entonces, cuando dicen 'no me gusta', es algo que no aplica nunca.
Muchas veces pasa que le van a servir algo a los chicos y un adulto viene y te dice 'a él no le gusta, no le des'. Eso no va. Hay que seguir insistiendo. No hay recetas mágicas para que coman verduras. Los niños funcionan por repetición. Ven la misma película 700 veces. Te piden escuchar la misma historia sin cambiar ni una palabra 700 veces. Y 700 son las veces en las que tenés que insistir en darle la espinaca. Es así. Terminás ganando. Es un embole. Pero es así, y esto es algo bueno para saber.
Tendría que haber una materia en la escuela que no se llame ni nutrición, ni soberanía alimentaria, sino simplemente 'comer'.
También hay otra cuestión: no condimentamos las comidas. Pareciera que le tenemos miedo. No hay que pedir permiso para intentar. Las recetas de cocina son algo increíble, un acervo cultural que tenemos, y que transmite sabiduría, pero no podemos tener las recetas como GPS todo el tiempo. Tenemos que conectar con el producto e ir descubriendo cómo sacarles provecho. A veces no tenemos zanahoria y tenemos brócoli, entonces hay que comerlo. Si no te gusta el brócoli, hay tres maneras para que te guste: en agua, en grasa, o combinados. Tenés vegetales que a veces son solubles en grasa. Por ejemplo, si freís una zanahoria, no pasa nada. No es muy rica la zanahoria frita. El sabor de la zanahoria es soluble en grasa, entonces pierde el sabor. Si a una zanahoria la cocinás con manteca y agua queda muy bien porque la manteca le da sabor y el agua le remarca el sabor propio. Entonces la zanahoria es mejor con el agua. El hinojo es soluble en agua, por lo tanto, si lo hervís suelta un olor fuerte. En cambio si lo dorás o lo hacés al horno o cualquier cosa que sea en grasa, levanta mucho el sabor. El brócoli es igual que la zanahoria. Lo que quiero decir es que en vez de aprender recetas, lo que tenemos que aprender son combinaciones, investigar. Y eso se puede hacer en casa.
No hay muchas variables. O lo hiervo o lo doro. Lo cocino poco tiempo, o lo cocino mucho tiempo. Inclusive probarlo crudo. Un buen ejercicio es no pensar qué vas a comer. Por ejemplo, existe como una suerte de preseteo de 'tener que comer ciertas comidas acompañadas de otras', como 'milanesas con', 'pastas con', etcétera. Eso es valedero.
Pero yo propongo alejarse de esa idea, y comer -por ejemplo- solamente alcauciles, o solamente brócoli, sin tener que acompañarlo con una guarnición de arroz o de lo que sea, porque sino nuestra dieta se compone de cuatro o cinco cosas: carnes, harinas, algún tomate, un poco de queso y papa.
Vivimos en una realidad en la que en las escuelas y en los jardines de infantes, a los chicos no les permiten llevar comida hecha en casa. Tienen que llevar empaquetados. Si por ejemplo hay un cumpleaños en un jardín de infantes, tienen que llevar empaquetados. Las regulaciones actuales indican que no pueden llevar nada hecho casero porque dicen que no se pueden hacer cargo del tema de la bromatología. Así es como enredan más las cosas. Para mí es fundamental que se coman todas las cosas que tengan mucha agua, por ejemplo el pepino. Tendría que haber una materia en la escuela que no se llame ni nutrición, ni soberanía alimentaria, sino simplemente 'comer'. Lo más básico posible. Y enseñar qué cosa es comida y qué cosa no. Precisamos modificar nuestras costumbres alimenticias.
Cuando ves que aparecen voces en contra de todo esto, son de asociaciones fantasmas, porque no hay ningún argumento que les sirva. Todo es fácilmente refutable. Aparecen asociaciones de supuestos técnicos en alimentación de Latinoamérica… y averiguás que se formaron ¡hace 25 minutos! ¡Eso lo hacen todo el tiempo! Son estrategias sin vergüenza, irreales. No tienen argumentos. La ley de Etiquetado Frontal tiene que salir. No hay mucho más tranco para que no salga.
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