En su departamento del barrio porteño de Palermo, el actor afamado por las tiras de Floricienta, Mi amir, mi amor y La Leona nos contó sobre su primera vez en la actuación.
El actor y cantante, famoso por sus apariciones televisivas en la tira Floricienta, Graduados, su protagónico en Mi amor, mi amor; y las participaciones en la galardonada La Leona, se hizo un espacio para contarle a Cítrica cómo se convirtió en actor. Era uno de eso días fríos, de escarcha que se unta en el pasto y vaporcitos que salen de la boca. El pequeño rubiecito caminaba disfrazado para la obra del colegio las tres cuadras que lo separaban de la escuela primaria que habían elegido sus padres; un colegio alemán que apuntaba principalmente a la autoeducación, al aliento de la curiosidad y a no cumplir las normas porque las escrituras y las autoridad las disponen sino a entenderlas.
¿Cuándo se empieza a ser actor? ¿Cuándo se deja de serlo? ¿Cuán delgada será la tensa línea que divide la acción diaria del trabajo del actor con los pasajes de la vida real? Existen opiniones diversas y casos de todo tipo. Desde aquellos que lo tienen bien separado, los cuales viven a la actuación como una profesión como cualquier otra, y los que, embriagados de los licores del arte, casi no pueden escindir una cuestión de la otra. Sin embargo, lo cierto es que la vida es una. Y como en el caso de los músicos, no todo pasa por los ensayos, el aprendizaje de partituras o los momentos de alegría sobre los escenarios a donde hace rodar su arte. Los artistas parecieran serlo las veinticuatro horas diarias, casi respirando arte, como sosteniéndose de ese péndulo tan fuerte como inestable para no dejarse caer jamás.
Juan Manuel Gil Navarro era ese chico rubiecito, rollizo, de cachetes rosados y ensimismado que caminaba sin miedo al ridículo disfrazado por las calles de su barrio. Unos pocos días antes, triste por la separación de sus viejos, sólo se dedicaba a comer y comer.
Juan Manuel Gil Navarro era ese chico rubiecito, rollizo, de cachetes rosados y ensimismado que caminaba sin miedo al ridículo disfrazado por las calles de su barrio. Unos pocos días antes, triste por la separación de sus viejos, sólo se dedicaba a comer y comer. Sin embargo cuando le propusieron representar un texto, el pequeño Juan lo aceptó sin saber que su vida cambiaría para siempre. Tras la breve caminata el gordito llegó al aula vestido de explorador y actuó tan bien que todos lo felicitaron. Por primera vez lo reconocieron y eso para Juan fue inolvidable. El cambio no fue de un día para el otro. Recién en la secundaria Gil Navarro logró perder el miedo y abrir la cabeza un poco más.
Arrancó taller de teatro a los 16 años, porque un amigo le dijo que ahí iba a ganarse minas. Debutó en una obrita del teatro de su barrio. Algo de Shakespeare pero sin mucho rigor profesional. Allí Gil Navarro, quien tuvo el papel protagónico, perdió todos los miedos que aún le quedaban de la infancia. Recuerda que estudió la letra como siesas palabras fueran las últimas que pronunciaría en la vida. La versión de Shakespeare fue muy mala pero eso poco le importó al actual protagonista de Mi amor, mi amor. Allí, arriba del escenario, Juan descubrió su vocación y se emocionó como nunca antes. “Esto es genial”, pensó.
Durante el tiempo que había durado la obra había conseguido ser otro. Ser el protagonista. Y no ese nene rollizo de cachetes rosados y glotón traumado por la separación de sus padres. Lo aplaudían, le creían, lo querían. Y hasta cuando bajara del escenario, tendría más suerte con las minitas. El plan del teatro era perfecto y funcionó a la perfección. Hoy Gil Navarro reconoce que gracias a la actuación su porcentaje de efectividad con las mujeres tuvo un alto incremento y que también le sirvió para superarlos traumas de la infancia. Además, también recuerda que en el barrio se burlaban del gordito que quería ser actor. Y admite que su éxito actuales una de esas venganzas que se disfrutan masticándolas lentamente.

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