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¿La culpa es del villero?

por Revista Cítrica
Fotos: Rodrigo Ruiz
05 de marzo de 2025

En repudio a las declaraciones estigmatízantes del equipo de Fantino en el canal de stream Neura, Nelson Santacruz viene con una propuesta: vengan a vivir a la villa, a ver si aguantan vivir con cortes de luz, contaminación e inseguridad.

En repudio a las declaraciones estigmatízantes del equipo de comunicadores de Alejandro Fantino en el canal de stream Neura, vengo acá con una propuesta: vengan a vivir a la villa, a ver si aguantan vivir con cortes de luz, contaminación, inseguridad, falta de agua potable, microbasurales y en hacinamiento. Vengan, cualquiera de los que está ahí sentado, no se bancaría esta vida.

En un país donde el acceso a servicios básicos como la luz, el gas y el agua sigue siendo un privilegio, los discursos mediáticos que acusan a los barrios populares de ser los responsables de las crisis energéticas fomenta los discursos de odio hacía el pobre. La narrativa que "culpabiliza" a las personas de las villas por tener un "sueldo miserable", como se escucha en algunos programas, no solo es una burrada, sino que invisibiliza y deshumaniza la lucha diaria de millones de personas. 

Alejandro Fantino y su séquito de reidores, disfrazados de comunicadores, banaliza  la precariedad que se vive en los barrios populares. Con una sonrisa, señalan que "cinco millones de villeros" están "colgados" de la luz, ignorando por completo el contexto histórico y social que llevó a la formación de estas comunidades en la ciudad de Buenos Aires y las grandes ciudades del país. La falta de infraestructura, la negligencia de los gobiernos y la ausencia de políticas públicas a lo largo de décadas son las verdaderas causas de la situación actual. El Estado ausente, no los vecinos y vecinas de las villas. 

Quienes habitan en estos barrios no se "cuelgan" de la luz por capricho. Lo hacen porque, en muchos casos, no tienen otra opción. Viven en un entorno de extrema vulnerabilidad, donde las inundaciones, los incendios y la contaminación son una realidad constante. Hablar de estos problemas con una actitud jocosa, como si se tratara de un chiste, demuestra una alarmante desconexión con la realidad de un amplio sector de la sociedad argentina.

La historia de los barrios populares no es una historia de desidia, sino de autogestión frente a la ausencia del Estado. A lo largo de los años, los vecinos y las vecinas se levantaron sobre la base del esfuerzo colectivo, construyendo sus propias viviendas, organizando ollas populares, centros comunitarios y redes de apoyo vecinal. La ausencia de un tendido eléctrico formal y seguro es solo una de las múltiples consecuencias de un modelo de desarrollo urbano que históricamente ha dado la espalda a los más vulnerables. Culpabilizar a las víctimas de esta marginación estructural es un acto de cinismo que desvía la atención de los verdaderos responsables: los gobiernos que no han invertido en infraestructura, las empresas que priorizan la ganancia por sobre el servicio y un sistema que perpetúa la desigualdad.

Detrás de la etiqueta de "villero" hay un universo de personas trabajadoras. Son los que limpian nuestras calles, los que cuidan a nuestros hijos, los que construyen nuestras casas, y los que con su trabajo diario sostienen la economía de la ciudad. Viven en la paradoja de ser esenciales para el funcionamiento de la sociedad, mientras son tratados como ciudadanos de segunda clase. Su "sueldo miserable", lejos de ser un motivo de burla, es el resultado de un sistema económico que los precariza y los condena a la informalidad. El ataque mediático no solo los estigmatiza, sino que legitima su exclusión social. La forma en que se habla de ellos en la televisión o en la radio tiene un impacto real en su vida cotidiana: les cierra puertas, les alimenta el prejuicio y los enfrenta a la desconfianza generalizada.

El rol de los medios de comunicación en este contexto debería ser el de informar con responsabilidad, no el de amplificar el odio. Es su deber mostrar la complejidad de la realidad, dar voz a quienes no la tienen y contextualizar los problemas en lugar de buscar chivos expiatorios. Un periodismo que se ríe de la pobreza, que banaliza la precariedad y que reproduce discursos de odio es un periodismo que fracasa en su función social. Este tipo de narrativa es una herramienta política que busca distraer a la opinión pública de los problemas reales y estructurales que nos atraviesan como sociedad.

Es fundamental desmantelar la idea de que la pobreza es una elección o que quienes la sufren son los causantes de los problemas estructurales del país. La crisis energética no es culpa de las familias que luchan por llevar un plato de comida a la mesa, sino de un sistema que ha fallado en garantizar un acceso equitativo a servicios básicos. La pobreza no es un delito, y la falta de empatía de algunos medios de comunicación solo sirve para profundizar las divisiones y los prejuicios. Defender a las personas que viven en las villas es defender la dignidad y los derechos humanos. Es recordar que, detrás de cada estadística, hay una historia de esfuerzo, resiliencia y lucha. Es exigir que el debate público se eleve por encima de los prejuicios y se centre en las soluciones reales que se necesitan para construir una sociedad más justa e inclusiva.