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Pica, villa y faso

por Nelson Santacruz
Fotos: Rodrigo Caballero
26 de octubre de 2023

Desde adentro y desde afuera, analizamos el consumo de marihuana en los barrios populares, la estigmatización y la violencia estatal. ¿El uso recreativo es un privilegio de clase?

La primera vez que tuve contacto con el porro, con su olor, con su textura, fue a los ocho años, allá por 2006. Vivíamos con mi familia en un basural de Almirante Brown y ahí los pibes adolescentes que juntaban plástico conmigo, y crecían rodeados de autos desarmados, picaban o fumaban cada vez que yo pasaba frente a sus casas hechas de basura. Eran prensados, hoy lo sé. Me mudé al año a la Villa 21-24 de Capital Federal y ese asentamiento ya no existe. Creo que esos pibes tampoco.

Siempre estuvo latente en la esquina, en la palabra, en el basural y en el colegio la palabra marihuana o sus sinónimos más comunes. Rotundamente estigmatizada. En la secu no faltó quien me preguntara dónde conseguir o si fumaba simplemente por el punto geográfico en el que me tocó vivir, la Comuna 4, en Barracas. Yo siempre les dije que no sabía, me hacía el boludo. Pero sí sabía, y esa idea me daba vergüenza porque reforzaba el concepto de que por ser paraguayo y vivir en un barrio popular era el puente directo a un transa. Jamás fumé hasta que aprendí, a los veintitantos, que tenía derecho a hacerlo de manera recreativa. Tardé bastante en deconstruir el qué dirán. En casa directamente no se podía hablar del tema. Si supieran, mi primer porro fue en una joda cheta, en un barrio caro del norte de la ciudad, convidado por gente con frascos y frascos de flores a quien nadie le pregunta o le miran raro por armarse una. Hoy todavía, en las villas, no podemos fumar en paz.

Hace poco, después de jugar a la pelota en la Villa 31 de Retiro, un policía nos increpó violentamente llamándonos “drogadictos” y “maleducados” por fumar en la vereda con unas latas en mano. Éramos ocho, él estaba solo, pero sabía que podía decirnos y tratarnos de ese modo porque al menor indicio de rebeldía podrían caernos hasta 20 efectivos si quisieran para amedrentarnos, llevarnos, meternos presos o plantarnos antecedentes. Una amiga del grupo ya tenía una causa armada por un porro y no queríamos correr esa misma suerte. “Yo no me meto con el vicio de ustedes, con sus porquerías, pero yo estoy parado ahí laburando y los veo”, dijo el policía. Marcaba una diferencia en su postura física, en su tono, en su mirada. Él laburante, nosotros drogadictos. Moralmente era mejor que nosotros, un puñado de villeros que se pasaban, literal, una tuca entre todos. La bajeza, la bronca, es de un sabor amargo. ¿Pero qué le vas a decir? ¿Que las birras eran legales, y la marihuana no? ¿Que estudie, que no sea policía? A veces solo resta tragarse los argumentos ante la realidad que le toca vivir.

O también, como yo, podés escupir lo que te nace en una nota periodística. 

Preguntas 420

Emilio Ruchansky es trabajador de prensa y autor del libro "Un mundo con drogas". Escribe seguido para la revista THC e integra espacios como el Centro de Estudios de la Cultura Cannábica y "Regulación Legal del Cannabis". Hicimos un ping pong sobre aquello de lo que él conoce muy bien y la mirada del barrio que, entre prejuicios, desconocimientos y realidades golpeadas muchas veces no asimila la legalización como un camino. "El pibe con plata borracho es divertido, el pibe pobre borracho es peligroso. Lo mismo pasa con la marihuana. Hay un problema de discriminación marcado", empezó Emilio. Sin embargo, no te pega igual el porro si lo fumás sin laburo, sin las cuatro comidas diarias o una inserción escolar: "En realidad creo que el problema ahí no es la marihuana sino lo que falta para mejorar el contexto de los pibes", dijo. ¿Todos tenemos derecho a recrearnos, a tener placer? Si. ¿Todos podemos? No. "Los villeros tienen derecho a fumarse un porro sin ir presos", completó y dio pie a una charla que podría haber durado horas y horas.

-¿Cómo apoyar la legalización de la marihuana desde territorios tan golpeados por el consumo problemático?
-Primero la marihuana no es letal, no mata. Por otro lado, a diferencia del alcohol, la morfina o el clonazepam, no genera una dependencia física cuya abstinencia llega a ser letal. Sí hay una dependencia psíquica de gente que lo usa para todo, desde ir al cine hasta trabajar. Uno es adicto a algo cuando quiere dejarlo y no puede, ahí empieza, todo lo demás es moral. Pero es importante analizar esto con un triángulo: la sustancia, el sujeto y el contexto.
-Muchos pibes que están en rehabilitación, presos o muertos por todo el aparato de la macroestructura tienen familiares que ven en la marihuana la puerta de entrada a drogas más duras…
-El primer país en refutar que la marihuana es la entrada a las drogas más duras es Holanda. En los 70 instaló los Coffee Shops para fragmentar el mercado. Allá entendieron que la entrada a las drogas duras es el dealer. Cuando vos vas a un lugar a buscar porro y no te ofrecen otras sustancias, perdés el contacto con todo lo demás. Con los años los holandeses demostraron que bajó el consumo de heroína y de la cocaína. Lo que hay que analizar es el mercado clandestino, ahí está la respuesta del consumo de paco o cocaína, por ejemplo.
 

-Vos hacés una comparación interesante con la despenalización del aborto, ¿cuál es?
-Creo que hay que regular el uso del cannabis, como política de Estado. Una buena regulación implica entender el volumen del mercado. ¿Cuántas toneladas de cannabis hay que cosechar para abastecer al país? Lo punitivo, lo prohibitivo, no sirve. Yo sé que no tiene buena prensa esto que digo, pero es algo necesario para ayudar a los barrios. 

-¿Cómo ayudaría eso a los barrios?
-En las villas, y lo sabés, son donde más presiona la policía con antecedentes penales por un porro, con lo represivo. Es similar con la discusión del aborto. La iglesia y los sectores conservadores decían que era un problema de clase media. No, las muertas eran, son, las mujeres pobres en los abortos clandestinos. A quienes más estigmatizan, meten preso o sancionan son a los chicos pobres por la tenencia de marihuana. Prohibirlo solo hará que sigan fumando clandestinamente, favoreciendo al dealer.

Emilio aclara que la marihuana tiene efectos problemáticos en la adolescencia, en el momento clave del aprendizaje. "Hay que saber también que genera daños como todo lo que se fuma, como los cigarrillos, porque lleva monóxido de carbono y alquitrán a los pulmones. Aún así, la marihuana no provoca tanta dependencia psíquica como la nicotina del tabaco".

-¿El narcotráfico avanza en las villas por falta de Estado?
-No, hay que desmantelar esa idea. El Estado está en tu barrio, Nelson, reprimiéndote. El país gasta mucho más en policías que en trabajadores sociales, que en atención a la salud o en programas de empleo para jóvenes. Las fuerzas de seguridad reparten antecedentes penales para que luego no consigas laburo. El conflicto con el cannabis no es una sobredosis o un mal viaje, es un efectivo que te lleva a un calabozo, te faja si sos villero, te quita plata o te plantan causas. ¿Queremos hablar de soluciones? Despenalicemos la tenencia para consumo personal, de cualquier sustancia.

-¿Decís que el problema de la marihuana no es la marihuana sino la policía?
-Despenalizar la tenencia personal no es despenalizar la sustancia. Muchos dicen: ‘¡Ah, entonces vas a despenalizar el paco!’. No, el consumo personal no puede ser castigado por el Estado, no te pueden penar por autolesionarte, en todo caso. Una persona ya excluida por la pobreza es doblemente excluida cuando es consumidora. Y si nosotros seguimos con las metáforas de la ‘guerra contra el narcotráfico’ lo único que sostenemos es la criminalización. Hay que empezar comprendiendo que hoy el mercado no solo es el transa, el último eslabón, sino también las fuerzas de seguridad que cada tanto entrega a alguien para quedar bien en la tele. No caen los narcos de los countries, eso es lo que hay que combatir.

Dame ma' pa' picar que yo lo pico

Este 15 de noviembre miles de personas en el mundo estarán manifestándose a favor del uso medicinal del cannabis, es el día mundial en el que, de algún modo, se trata de eliminar los tabúes que todavía son muy difíciles de abordar en los barrios de nuestro país pese a que estamos rodeados de su consumo. Juan Calvetti, médico del CESAC 8 de la Villa 21-24, menciona que ya hay organizaciones sociales en las villas que exploran cómo fabricar aceites cannabicos pero que es muy costoso de implementar: “Es difícil acceder a ello. Nosotros en el Cesac hacemos capacitaciones y conocemos profesionales que realizan la indicación del cannabis como alternativa terapéutica, sobre todo para los cuidados paliativos o personas con cáncer terminal que conocemos en el barrio”.

Las drogas duras, el consumo problemático de ellas con precario acompañamiento estatal, mete a la marihuana en la misma bolsa en un contexto de vulneración social. En las villas no solo hay necesidades estructurales insatisfechas, el problema del consumo de drogas asusta a cualquier madre que está rodeado del narcomenudeo ofreciendo cualquier sustancia a sus pibes en una gama diversa de precios con la complicidad judicial y policial: “Trabajar con consumos problemáticos requiere una serie de profesionales interdisciplinarios, pero en general no vienen acá con ‘sobredosis’ de marihuana”, dijo Calvetti. La gente en situación de pasillo (en calle) es la más delicada de acompañar: “En la salita suelen venir a curarse en la enfermería, no abundan los psicólogos pero lo que menos hay son psiquiatras. Es un cuello de botella que tratamos de paliar con el Hospital Bonaparte, pero hace falta mucho”, sostuvo el médico refiriéndose a las personas que, sobre todo, consumen paco o pasta base.

“Todavía hay mucho que deconstruir en el barrio”, agregó Calvetti y cerró: “Cuando hablamos con los vecinos sobre la marihuana nos preguntan si lo vamos a dar en la salita o si los vamos a drogar, con algo de susto y chiste. Es muy habitual. El prejuicio es lógico acá, me parece, más por cómo lo tratan los medios. Nuestro desafío prioritario es hacer comprender al barrio sobre su uso medicinal comprobado y utilizable”.

La soberanía cannábica, y todas sus virtudes, aún no son una agenda prioritaria en las villas. Hay demasiado que atender antes de llegar a ese punto que es importante, antes de eliminar el dedo señalador que pesa sobre nuestros hombros hay otras cosas en la lista. Por ejemplo, comer. Actualmente conseguir gramos por la app de Telegram es muy común. Allí los precios rodean los 800, 1500 o 2000 pesos el ‘g’ en diferentes sabores, colores, texturas y calidades. Es más barato fumarse un porro malo que comprarse un kilo de carne. La coyuntura no es para nada fácil, pero la marihuana no tiene la culpa. Entre las contradicciones, la moral, la billetera ajustada, el estigma, lo bueno, lo malo, esta nota no es triste: no es un llanto. Es el humo de este fasito que me hace llorar.