Producto de sus luchas y de su unión consiguieron tener una obra social, aportes jubilatorios y una ART que cubre posibles accidentes de trabajo.
La cooperativa nació y creció (y sigue creciendo) en el mercado de frutas y verduras de la capital cordobesa, un foco de trabajo informal y precarizado. La mayoría de los trabajadores que hoy integran El Abasto habían participado de dos empresas que bajo el rótulo de “cooperativas” no hicieron más que acentuar esas condiciones indignas. Pero en el 2004, cansados del bastardeo, diez changarines decidieron adueñarse de su propia historia: empezaron como pudieron, con algunos carros desvencijados, pero con la premisa de cambiar, de verdad, sus situaciones dentro del mercado: reivindicar el oficio, tener una obra social, aportes jubilatorios y una ART que cubra posibles accidentes de trabajo.
De a poco, esa idea se hizo realidad. Y cada logro, cada paso adelante, les iba devolviendo algo del tiempo perdido: muchos compañeros changarines, que observaban esos cambios, no dudaron en pasarse a formar parte de la historia que los hacía protagonistas y no actores de reparto. “Lo principal es que nos descubrimos, supimos quiénes somos. Tenemos una identidad de trabajadores. Podemos discutir las cosas y llevarlas adelante entre todos”, le cuenta a Cítrica Orlando Colatto. Y agrega, como matiz importante: “Empezamos a entender qué es la economía social: nos abrió la mente y nos indicó hacia dónde queríamos ir”.
Hoy, diez años después, la cooperativa El Abasto tiene más de doscientos trabajadores. Pero no sólo ha crecido en cantidad. En el mercado se construyó un aula para que los changarines, a través de una cursada semi presencial, puedan terminar el secundario. Además, son ellos mismos los que fabrican sus propios carros; y desde este año, con una camioneta donada por la CNCT, llevan a las casas de todos los compañeros frutas y verduras a un “precio justo”. La cooperativa también creó un fondo solidario que cumple dos funciones: otorgarles un dinero a las familias de los compañeros que se enferman y ofrecerles un préstamo a aquellos que quieran mejorar sus viviendas.
Pero no sólo hubo cambios materiales. La cooperativa rompió, en lo que podríamos considerar una de sus principales conquistas, con el individualismo que imperaba en el mercado. “Antes, cada changarín iba solo a negociar su pago. La cooperativa lo que hizo fue centralizar las negociaciones y consiguió convenios legales: los changarines ahora cobran quincenalmente y cada seis meses se rediscute con los puesteros el precio por bulto”, explica Colatto, tesorero de El Abasto y flamante presidente del Instituto para el Financiamiento de las Cooperativas de Trabajo (Ificotra) de la provincia. Un salario quincenal con un reajuste cada seis meses: algo que está muy lejos de lo que definen los diccionarios como changa.

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