Una parte de los afrodescendientes que vive hoy en Argentina es tataranieto de esclavizados del siglo XIX; otros provienen de nuevas inmigraciones de fines del siglo pasado. Muchos se instalaron en Capital Federal, el conurbano bonaerense y en varias provincias. También existe una importante comunidad de caboverdianos, nietos de aquellos que llegaron como mano de obra barata para trabajar en los puertos.
Los afrodescendientes de y en Argentina tienen más que ver con nuestro presente que con personajes congelados en manuales de la escuela primaria. Derribando el mito de que ya no están, hacen al país de todos los días. “Estas tierras se construyeron con la fuerza de los africanos, hay que romper con esa europeización y aceptar que Argentina también está hecha de esas raíces. Para tener la independencia que tuvimos, nuestros negros fueron carne de cañón”.
"En un país que se piensa blanco no hay lugar para los negros. Y el argentino no se piensa negro, esa es la verdad”, nos dice Carlos Álvarez, referente de la agrupación Xangó, afrodescendiente nacido en Uruguay pero que adoptó la otra orilla del Río de la Plata para llevar adelante su militancia por una identidad cultural ignorada en la historia oficial. Y así arranca la entrevista con Cítrica, interpelándonos sobre un país que aún no reconoce que sus inmigrantes bajaron de los barcos de Europa pero también de los barcos de negros esclavizados.
“Muchos piensan que los negros murieron en las guerras independentistas o con la fiebre amarilla. Pero hoy podemos contar que no desaparecimos. Incluso vemos rasgos fenotípicos en personas que no se reconocen con raíces negras. Por eso es importante el cambio social y político que se está dando en este último tiempo. El Estado comienza a reconocer nuestra existencia”, señala Carlos.
Los investigadores que apuestan a revisar la historia argentina coinciden en que la desaparición del afrodescendiente como actor social fue una de las tantas decisiones políticas que se tomaron durante el proceso de consolidación del Estado-Nación. La acepción del país dicotómico que Sarmiento ideó, con civilizados y bárbaros, no dejó lugar al multiculturalismo. El resultado fue siniestro para las minorías: la negación del valor de la identidad de los grupos no europeos. En este proceso se relegó a los afrodescendientes y a los pueblos originarios.