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"En los barrios hay experiencias comunitarias muy enriquecedoras"

Zulma Monges es militante por los derechos de las personas migrantes. Nació en Argentina, vivió su infancia en Paraguay y volvió a este país por una vida mejor junto a su mamá. Acá soportó la crisis de 2001, la falta de vivienda digna y la discriminación.  

El planteo de qué significaba ser migrante me lo hice desde la primaria, cuando empecé a vivir la discriminación en la escuela de la provincia de Buenos Aires en donde estudiaba, pero ya la primera pelea en serio que tuve por este tema fue en la secundaria, con una amiga que me gritó: "¡paraguaya!", así como enojada. 

Le contesté: "Sí, soy paraguaya, ¿y cuál es el problema?".
 
Definirme es parte de mi identidad. Si alguien me pregunta qué soy, no me resulta tan difícil decirlo. Aprendí que no hay nada de malo en ser argentina, paraguaya o boliviana. El problema es de quien lo quiere señalar como un insulto. 

También aprecio las cosas hermosas y enriquecedoras que tienen los pueblos latinoamericanos. Por eso en mi casa hay cuadros del expresidente venezolano Hugo Chávez y del boliviano Evo Morales. Me gusta todo lo que tiene que ver con la identidad de la región.

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Suelen preguntarme de dónde soy porque nací el 4 de diciembre de 1987 en San Martín, en la provincia de Buenos Aires, pero cuando tenía 17 días mi mamá me llevó a Paraguay. Ella se llamaba María Monge, era de allá y había venido a trabajar, pero una situación familiar la obligó a volver.

Allá estuvimos varios años, hasta que ella y mi papá, Anastasio Flores, se separaron. Mis hermanos y yo nos tuvimos que ir a vivir con mi abuela porque mi mamá decidió volver sola a Argentina, otra vez para trabajar. Desde acá nos mandaba dinero para los gastos. Era algo normal, porque todas mis tías también habían migrado en busca de trabajo.

"Aprendí que no hay nada de malo en ser argentina, paraguaya o boliviana. El problema es de quien lo quiere señalar como un insulto"


Cuando yo tenía diez años volví a Argentina gracias a que mi mamá ya había resuelto su situación habitacional y tenía un trabajo un poco más seguro. Eso fue en el año 96 o 97. Vivíamos en Villa Melo, en el partido de Vicente López.
 
A mí el cambio no me costó tanto porque ya sabía español: hablarlo, leerlo y escribirlo. Practicaba muy poco el guaraní porque en Paraguay solo lo hablaban los más viejos. Los adultos nos obligaban a los jóvenes a aprender español para no ser discriminados. Hoy eso ya no pasa, en los colegios es una obligación enseñar el idioma originario para no perder la cultura.
 
Para mis dos hermanas menores fue más complicado porque sólo sabían hablar guaraní y, además, a ellas todo lo nuevo les costaba más que a mí: desde subirse a los colectivos hasta manejarse entre las multitudes. Es que allá vivíamos en Villarrica, una ciudad muy linda, y teníamos una huerta, animales, una vida de campo. El cambio fue radical.
 
Mis hermanas sufrieron mucho el racismo y la discriminación. Se les dificultaba la escuela, el trato con los docentes y en todos lados. Tuvimos que hacer la adaptación en doble jornada, con apoyo escolar extra para poder ponernos al mismo nivel que los otros pibes. Incluso nos hicieron perder un año de escolaridad para nivelarnos.
 
Aun siendo madre soltera, mi mamá logró poner su propio emprendimiento en Villa Melo. Era un bar de comida rápida, pero enfrentamos muchos problemas. Sufrimos intentos de robo y secuestros y vimos peleas de narcos. Entonces nos tuvimos que mudar a San Martín.
 
Primero alquilamos en Loma Hermosa y, después, en el 2000, nos fuimos al barrio Costa Esperanza, que se fundó allá  por el año 98. Había puro campo, mucha agua, mucho pasto. Era cualquier cosa menos un lugar digno para vivir, pero no teníamos otra opción.
 
Como mamá se había quedado sin ahorros, empezó a hacer cosas en el barrio: lavaba ropa, limpiaba casas. Después nos llegó la crisis como a todos los argentinos. Ya era 2001 y empezamos a juntarnos con los vecinos. Costa Esperanza era un barrio de migrantes, así que con la crisis económica se cortaron las changas y todos los laburos en negro. La falta de comida empezó a ser un tema recurrente en el barrio.
 
Nosotros le hacíamos propuestas al gobierno municipal, pero nos discriminaban. De todas formas nos organizamos. La crisis era total.
 

Los adultos nos obligaban a los jóvenes a aprender español para no ser discriminados.


El 30 de enero de 2002 arrancamos con la primera olla. Urgía, porque muchos vecinos estaban sin laburo. Mientras la mayoría de los hombres se deprimían y se encerraban a tomar, las mujeres organizábamos las ollas para que los pibes comieran. Teníamos niños desnutridos, a pura piel y hueso, deshidratados.
 
Mi mamá, mi tía y yo fuimos parte de uno de los saqueos a supermercados que hubo en esa época. Con eso pudimos comer casi por seis meses. Fue el punto inicial para lo que hicimos más adelante. La gente, literalmente, se cagaba de hambre.
 
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Desde la militancia hemos creado grupos de compañeras organizadas que asesoran y acompañan a los migrantes en los trámites de sus papeles. Es un trabajo muy importante porque la falta de documentación les impide acceder al trabajo, la salud, la educación. Se vulneran sus derechos.
 
Por lo demás, vivimos en un asentamiento sin agua, sin luz, ni asfalto. Son barrios populares no reconocidos. Los políticos siempre dan excusas para no atender las problemáticas pero, a pesar de todo, mi laburo siempre ha estado dedicado a organizar luchas para combatir el hambre en los barrios y por la conquista de derechos migrantes.
 
Hace tres años fundamos la Casa de la Mujer Kuña Guapa, que significa 'mujer trabajadora' en guaraní, en la que abordamos las situaciones de violencia en mujeres, consumos y otras problemáticas cotidianas que son complejas. Ahí empezamos a generar un espacio entre nosotras para dar soluciones en salud, educación, en el trámite del DNI. Antes en el barrio había gestores que cobraban, pero ahora nosotros damos esas asesorías gratis.
 
Estamos contentas por el reconocimiento que está teniendo Kuña Guapa. Primero, del Estado. Ya hemos tenido visitas de la ministra de la Mujer, de referentes políticas de Nación y Provincia. Es muy gratificante que reconozcan un laburo territorial y social. La mayoría de las compañeras ha adquirido experiencia al caminar. Es admirable, porque han pasado por situaciones de violencia y, sin embargo, se han organizado.
 
Me da mucha alegría que en todos lados en San Martín conocen a Kuña Guapa. Después de tres años de caminar juntas, el resultado del trabajo es satisfactorio. Muchas mujeres dicen que las hemos salvado por el solo hecho de estar en un espacio comunitario que ni siquiera cuenta con muchos recursos económicos.
 
Somos una fuerza de trabajo que ayuda a mujeres en diferentes procesos de su vida, ya sea consiguiendo bolsones, comida o denunciando maltratos en Migraciones. Acompañamos un proceso de empoderamiento. Por ejemplo, durante la pandemia hemos tenido muchas denuncias de violencia de género. Y las compañeras del barrio se organizaron para enfrentar el problema.
 
En mi caso, siempre aprendo de las doñas, de sus saberes. Son cosas hermosas que hay que reproducir: los tejidos, los bailes, las historias. Hasta hemos rescatado fiestas tradicionales que sólo aparecían en libros de Paraguay y que ni siquiera eran conocidas por las colectividades.
 
Tenemos un cura en el barrio, el padre Adolfo, que es muy latinoamericano y que labura mucho con las comunidades, por ejemplo, festejando a los santos de cada país. Rescatar esos saberes es hermoso. Cada tanto hacemos un encuentro con comida, baile y tejidos. 

Así las compañeras se sienten un poco en sus lugares de origen. Así construimos memoria. Salen cosas bellas y cosas tristes, como los abusos sufridos, o las guerras que vivimos, pero siempre digo que cada vez que tengamos una oportunidad, hay que contar las historias de nuestras madres. Ellas han pasado por vivencias horribles. También tenemos compañeras que han sido vendidas por sus propias familias para casarse o prostituirse. Hay experiencias de verdad desgarradoras de mujeres que tuvieron que migrar para buscar una nueva oportunidad de vivir. Por suerte, la encontraron en Argentina.
 
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Con respecto a otras militancias, nosotras formamos parte del Movimiento Evita. Pero, además, estamos en Migrantas Reconquista, una herramienta que construyó una amiga, la Tere, que está mucho en la Universidad de San Martín y que sistematiza experiencias migrantes. Eso nos ha ayudado a mostrar nuestro laburo.

Nosotras articulamos con ellos a partir de Kuña Guapa y de los comedores focalizados en familias migrantes. En esta última etapa nos fuimos incorporando en cuestiones de agua y basurales clandestinos, pero es un eje que recién empezamos a laburar hace pocos meses.
 
Eso abre una nueva puerta de activismos porque vivimos a metros del Ceamse y tenemos muchos basurales a cielo abierto, clandestinos, mucha gente que vive de la basura. La gente recicla y con eso trabaja. Al no tener una política sobre esa problemática, nadie hace nada y el resultado es que tenemos basura por todos lados. Los vecinos estamos cansados. Necesitamos soluciones que no dejen a los carreros sin laburo.
 
Lo que viene es bueno. Estoy segura. Este año empecé a estudiar Sociología en la Universidad de San Martín. Recién lo hago ahora porque desde los 15 años me dediqué cien por ciento a la militancia. Después tuve dos hijos hermosos, Rodrigo y Mía, que ahora tienen diez y siete años.
 
Me gustaría terminar de estudiar y transmitir todo este trabajo territorial, que se plasme en otros lugares. Hay muchas experiencias comunitarias en los barrios, muy enriquecedoras, y nadie las toma como ejemplo. Me gustaría mostrarlas, acompañar esos procesos y organizarnos, generar otras formas de militancia, más comprometida con el otro, porque en los barrios no necesitamos ser asistidos. Necesitamos ser parte de la solución.
 
Este artículo fue elaborado por La Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (CAREF en el marco del Proyecto de Cerrando Brechas II: Desnaturalizando violencias ocultas para erradicar la violencia de género promoviendo la igualdad, que recibe el apoyo financiero de la Unión Europea.