Compartir

Volver a la escuela sin Sandra y Rubén

por Lautaro Romero
03 de noviembre de 2018

La primaria 49 es una de las pocas escuelas que volvió a clases en Moreno, desde que explotó la desidia hace tres meses, y Sandra y Rubén perdieron la vida. Pero la tragedia despertó algo más que tristeza: toda una comunidad sigue en pie de lucha por la educación pública.

Ana, Gisela, Jesica y Sabrina, caminan casi diez cuadras por barrio San Carlos, donde hay calles de tierra y asfalto, en busca de algunas cubiertas de auto que puedan ser reutilizadas en forma de macetero. Las traen de a pie. Usan amoladora y serrucho para vencer el caucho. Y sintético para decorar, y que valga la pena el esfuerzo.

Porque en esos maceteros, sus hijos e hijas, estudiantes de la primaria Nº 49 de Moreno, hunden las manos, remueven la tierra y aprenden el valor de plantar un árbol. Plantas que trae cada uno de casa, de variedades diversas por toda la vereda y los canteros; y que recuerdan a Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, vicedirectora y auxiliar de la escuela.

"Cuesta mucho volver a empezar, es una escuela distinta que perdió sus colores de origen porque no están Sandra y Rubén"

Aquella fatídica mañana del 2 de agosto mientras preparaban el desayuno para los chicos y chicas que aguardaban afuera, una pérdida de gas -que había sido denunciada en más de una ocasión-, sentenció a Sandra y Rubén. La explosión alarmó a más de una vecina. Supuso lo peor. Durante tres meses, el pedido masivo de justicia se volvió intransigente. Y logró que la lucha por la educación pública cautivara a miles, que marcharon kilómetros y kilómetros para llegar hasta donde hiciera falta. Desde entonces, 286 escuelas permanecieron cerradas en todo el municipio, por temor a sufrir más víctimas.

A tres meses del horror, retoman las clases en la primaria Nº 49. Lo lamentable es que actualmente, en el municipio, sólo 20 escuelas se encuentran funcionando con normalidad. Hernán, maestro y compañero de Sandra y Rubén, explica cómo hicieron para comprobar que sus vidas no correrían peligro estando en el aula. “Hicimos una asamblea entre toda la comunidad educativa del barrio, se recorrió el edificio y se aprobó la vuelta a la escuela. Está asegurada. Algunos colegios están siendo arreglados y hay muchos que están esperando que los vayan a revisar para hacer el plan de obra”.

Sin Sandra, sin lugar donde ensayar, y con temor a que les quiten sus instrumentos la Orquesta San Carlos tiene que ingeniárselas para seguir tocando.

Marcela habla de vocación. Que pese al profundo dolor y el nudo que se le hace en la garganta por la pérdida de dos seres queridos, tiene el deseo de seguir trabajando a la par de sus alumnos y alumnas.  Claro que pasan las horas, y sin Sandra y sin Rubén, se hace difícil. “Nos cuesta mucho volver a la rutina, emocionalmente decaemos en algún momento del día. Es volver a empezar, en una escuela distinta que perdió sus colores de origen porque no están ellos. Se hace muy duro continuar”, confiesa. “Venían antes de horario y se quedaban hasta tarde. Si alguien necesitaba plata para una medicación, Rubén lo ayudaba. Sandra le daba una mano a las familias que no tenían para comer, comprando aceite o un paquete de arroz”.

“¡¡Bienvenidos!! La escuela pública sueña, lucha y resiste”; “Si caminamos juntos, llegaremos más lejos”, se lee en la puerta de la Nicolás Avellaneda. Esa que abre sus puertas y arrastra consigo una mezcla de sentimientos, de alegrías y angustias, de memoria y presente en cada guardapolvo blanco. ”Los chicos están distintos”, siente Marcela. Aunque al fin y al cabo, Hernán sabe que ninguno de ellos volvió a ser el mismo. “A partir de lo que le pasó a Sandra y Rubén, nuestras vidas cambiaron para siempre.  Y uno no los endiosa porque fallecieron en una escuela, sino porque eran personas solidarias, con compromiso por el otro. Siempre atentos a ver cómo estabas, si necesitabas algo. Son la luz que nos guía”, dice Hernán.

A Camila, maestra de la primaria Nº 49, le invade la bronca y la impotencia: “Esto no tendría que haber pasado. Se podría haber evitado. Sandra y Rubén siempre nos recibían a la mañana, se preocupaban por el acompañamiento y la trayectoria de cada alumno y cada alumna. Ese día la desidia explotó y nos desgarró”. Aunque al mismo tiempo se fortalece, porque respira hondo, reflexiona y entiende que el transitar el camino y dar pelea, la llevan de nuevo al aula. “Volvimos a la escuela pero no significa que abandonamos la lucha; sino que la estamos continuando desde otro lugar. Seguimos firmes en la búsqueda de justicia”, sostiene.

Cuando la garrafa explotó, la escuela quedó destrozada. Más que nada el comedor, donde a menudo ensayaba la Orquesta San Carlos de Moreno; mientras Sandra preparaba el mate cocido. Sandra era fanática de la música, de hecho tocaba el cello, y en una ocasión, frente al Ministerio de Educación, marchó junto a los pibes y las pibas en defensa de las orquestas. “Nos ayudaba un montón. Siempre nos recibía con una sonrisa y un mensaje de aliento. Hacía hasta lo imposible para que no faltara nada. Era el alma de la escuela”, dice Fernando, clarinetista.

En la escuela Nº 36, el agua está contaminada, no funcionan los baños, y las paredes están electrificadas.

Kevin toca la trompeta, vive a una cuadra de la escuela y recuerda que el 2 de agosto lo despertó la explosión. Después, ya nada sería igual para él y la orquesta. Sin Sandra, sin lugar donde ensayar, y con la amenaza constante por la baja del Programa de Orquestas y Coros infantiles y juveniles; San Carlos tiene que ingeniárselas para seguir tocando. Incluso, debe convivir con el temor a que le quiten sus instrumentos. “Este año se llevaron algunos y los volvieron a traer. Quisieron cambiarlos por guitarras, y que la orquesta sea solamente de cuerdas”, se sorprende Fernando. Lo simbolizan los dos niños músicos angelicales tocando el contrabajo -un dibujo de los chicos-, que aprovechó el artista plástico Alejandro Curtto para inspirarse y levantar su obra en la Nº 49, a base de chapa, perfiles y barniz.

En la prórroga que dispuso el gobierno para que continúe la intervención del Consejo Escolar de Moreno por 180 días, con consejeros acusados por malversación de impuestos (y no los que eligió el voto popular en la última elección); Hernán evidencia el abandono del Estado: “Por eso tenemos dos muertos. En ningún momento hicieron las cosas bien. Repudiamos la intervención y exigimos que se levante”. Es lo que habían acordado desde un principio con las autoridades cuando terminaron con el acampe que sobrevivió varios meses en el Consejo. “Solamente nosotros, los docentes, y las familias, sabemos las necesidades que estamos pasando en cada escuela. Las personas que nos gobiernan se dejan llevar por números y no es así. Nosotros conocemos la realidad”, afirma Marcela.

Marina es madre de dos hijos, y a 90 días de la tragedia, pide “soluciones, no promesas”. No los manda al colegio porque tiene miedo de perderlos. En la escuela Nº 36, el agua está contaminada, no funcionan los baños, y las paredes están electrificadas. “Es un desastre. Los chicos reciben de los docentes toda la buena voluntad, pero no alcanza con la ayuda pedagógica”, piensa Marina. “Vamos a seguir hasta el final, hasta que todas las escuelas de Moreno estén en condiciones; y no vamos a parar hasta que los responsables de la tragedia sean juzgados y condenados”, es el juramento de Hernán.