Juan Sasturain cuestiona la política cultural del macrismo, a la que define como “una porquería antiética”. El recuerdo de la revista Fierro, la literatura como antesala de lo audiovisual y una defensa, contra todo cliché, de la tradición estadounidense.
Juan Sasturain aterriza en el Hotel Bauen con una templanza que contradice el caos que es Corrientes y Callao un lunes al mediodía. Camina con serenidad, mantiene un gesto inmutable y siempre habla pausado. Siempre. La pausa, justamente, es lo que lo caracteriza: en tiempos de histrionismos y gritos de tevé panelizada, Sasturain ofrece un saludable retorno a la charla sin prisa: toma mate, devuelve respuestas con reflexiones que llevan a nuevas preguntas y, sobre todo, evita los lugares comunes: dice lo que piensa, y lo que piensa lo pensó durante mucho tiempo y durante muchos libros. En total, casi veinte, entre novelas, guiones de historietas, cuentos y ensayos. Además de cientos de textos y artículos publicados en diarios y revistas.
¿Qué quisiste ser primero, periodista o escritor?
Periodista nunca quise ser. Nunca lo he sido, en el fondo. He trabajado mucho en los medios pero nunca he tenido vocación. Dicho con toda la admiración por los periodistas que he acompañado. Pero eso de hacer investigación y correr detrás de la noticia nunca lo he tenido. Me ha gustado sí, escribir en los medios, pero eso es otra cosa.
Estamos en un momento en que el periodismo e incluso la literatura se reconfigura en las redes sociales. ¿Cómo te llevás con eso?
No me llevo muy bien. Uso el celular, el mail y de las redes sociales, nada. No lo digo con un gesto de jactancia, sino con un gesto natural. Es lo que me sale.
¿En tu camino, te pasó algo similar en otras décadas, con algún soporte que se modificó o se trasladó hacia otro?
Yo me crié en un mundo sin tele. En los pueblos, en los años 50, el mundo era de revistas, radio y cine. Así que los mensajes para los pibes estaban en esos tres soportes. La ciudad más grande que yo conocía de pendejo era Mar del Plata. Era una lindísima ciudad para vivir en esa época. Entre los 10 y los 15 años viví ahí.
¿Para escribir hay que saber leer?
Sí, claro. Uno escribe porque ha leído, qué otra razón, ¿no? Eso no quiere decir que tenés que tener una “cultura literaria” para poder escribir. Pero que uno pueda sentir las ganas de contar historias o escribir poesía tiene que ver con la experiencia de algo que haya experimentado. Hoy en día, probablemente, es más frecuente que los relatos provengan de experiencias audiovisuales, ya que vemos más cosas en la pantalla de las que leemos. Hay gente que se pone a escribir mientras no tiene la guita para hacer una película, entonces la escritura se transforma en una primera instancia de la formulación del relato. Pero la aspiración en última instancia es hacer algo audiovisual, que se lo ve como algo superador. Hay muchos autores de ficción, como por ejemplo mi mujer, Liliana Escliar, que básicamente es una narradora visual. Más allá de lo que escriba, Mujeres asesinas o una novela, lo narra a partir de estructuras y de escenas visualmente compuestas. Puede ser un soporte o puede ser otro.
Hoy en día, probablemente, es más frecuente que los relatos provengan de experiencias audiovisuales, ya que vemos más cosas en la pantalla de las que leemos
¿Como si pintara un cuadro con palabras?
No, me refiero a que escribe en término de secuencias y de escenas, pero sabiendo que una cosa es la textura de la escritura y otra la descripción de las imágenes.
Hay una suerte de metamorfosis del escritor que ahora escribe para que luego ese texto se traslade a un soporte audiovisual.
Sí, no es demasiado agradable eso de “vislumbrar”. Está todo bien pero se le nota las costuras. La literatura no está hecha ni con imágenes ni con estructura audiovisual, está hecha con palabras, con lenguaje. Una cosa es escribir, y otra cosa describir.
¿Cómo ves el panorama actual de la historieta en la Argentina?
Creo que goza de muy buena salud. Mientras haya lápiz y papel, siempre va a haber dibujantes y narradores.
¿Qué es Fierro en tu vida?
Uno de mis mejores recuerdos. Lindísimo lugar de convocatoria. Si bien la Fierro de los años 80 era más programática, combativa, de épocas de confrontación cultural, todas esas cosas siguen estando vigentes. Aquéllas eran un espacio de discusión manifiesto e incluso las peleas ideológicas en aquellos años, ya que por quiénes la hacíamos, Fierro era la única revista peronista dentro de una editorial alfonsinista. Todo ha pasado. Algunos hemos dejado de ser peronistas. No nos bajamos de lo que creemos pero dejamos de pensar que el sello peronista es una garantía de nada. Seguimos pensando como Jauretche pero no se necesita ser peronista para eso. Lo más lindo de la Fierro era que le abría las puertas a mucha gente nueva.
Fierro era la única revista peronista dentro de una editorial alfonsinista. Todo ha pasado. Algunos hemos dejado de ser peronistas. Dejamos de pensar que el sello peronista es una garantía
Más allá de la historieta, hablando también de la literatura y el periodismo. ¿Creés que era más fácil o más difícil hacerlo en aquél tiempo?
Hoy en día es mucho más fácil publicar que en cualquier otra época. La oferta de ficción, la oferta de papel, la oferta de poesía es inmensa. El número de buenos escritores probablemente sea más alto ahora que en otros contextos. Pero para que se produzca el hecho tácito de la comunicación, para eso no sólo tiene que haber un escritor, un editor, sino que también tiene que haber un lector. Lo que faltan son lectores. En proporción hay cada vez más escritores y menos lectores. Se supone que en la poesía están equiparados porque es muy probable que no haya lector de poesía que no sea poeta.
¿Creés que cambió la percepción de la gente en cuanto a los medios? Quiero decir que por ahí antes, no pensaba lo que había detrás.
La gente no existe, la gente somos nosotros. Antes, hasta cierto momento de la cultura y la comunicación, la letra escrita tenía una autoridad absoluta. Si alguien afirmaba algo, se preguntaba: “¿Dónde lo viste escrito?”. Eso se ha ido trasladando a otros espacios de afirmación, de declaración. Lo que hemos reivindicado los medios masivos desde espacios que habitualmente se los menospreciaba. Hasta los años 20 o 30, la cultura elitista consideraba el cine como un medio bastardo. Cómo ibas a comparar una novela con una película. La batalla de fines de los 60 y los 70 viene, por un lado, la visión apocalíptica de observar a los nuevos medios masivos como un instrumento de penetración cultural del imperio, una descripción correcta que llegó a extremos lindantes con la tontería. Una cosa es la descripción del poder del imperio. A nosotros nos tocó vivir dentro de la órbita de la cultura del imperio norteamericano. Extraordinaria potencia cultural que en tres siglos le pasó el trapo a todo el mundo creando su propia cultura. Nos tocó esta condición periférica del imperio y, como dice Fontanarrosa, nos tocó hacer reír. Que podamos describir con crudeza el poder del imperio, de cualquier proceso civilizatorio de destruir su periferia, la necesidad estructural que tiene de exportar sus valores, su lengua, y de aplastar aquello que existía en ese lugar –ya sea los Tehuelches o los argentinos del siglo XX–, no quiere decir que no podamos operar dentro de él.
A nosotros nos tocó vivir dentro de la órbita de la cultura del imperio norteamericano. Extraordinaria potencia cultural que en tres siglos le pasó el trapo a todo el mundo
Teniendo en cuenta lo que decían Deleuze y Guattari sobre Kafka, que en tanto literatura menor es una literatura política. ¿Considerás que la ciencia ficción, el policial, la historieta, que en general se los considera géneros menores, son géneros políticos?
Es muy difícil extrapolar las experiencias de las culturas europeas y centro-europeas en aquellos contextos con los contextos neocoloniales nuestros. Lo que sí se puede detectar en culturas como la nuestra es que nuestra reconocida “alta cultura” ha tenido un circuito de influencia diferente al de la cultura de masas. Nuestras capas intelectuales más reconocidas y predominantes fueron básicamente afrancesadas, y en algunos casos de lucidez extrema, de la británica, como es el caso borgiano. En cambio, a partir de los años 50, 60, se vislumbra como (en el caso de la narrativa) todos los narradores le debemos muchísimo más a la narrativa norteamericana, a todo el espectro de la narrativa norteamericana y no solo a la trilogía Faulkner, Hemingway y Scott Fitzgerald. A toda esa zona gris que se mezcla con los autores de género y también con la ciencia ficción. Así que los que empezamos a leer y a escribir en los 60 leíamos a los norteamericanos, y el que mejor interpretó todo eso fue Piglia. Volvimos a leer la literatura norteamericana desde otro lugar, que no era un lugar meramente espigonado, sino como una literatura crítica desde el corazón del capitalismo. Entonces podés leer a Faulkner, a Hemingway, podés leer a Cain, a Hammet, y en la barrida desaparece la diferencia entre alta y baja literatura. Son todos unos narradores de la concha de su madre. La literatura puede ser o no política, la lectura es lo político, la forma de interpretarla. Los textos son los textos.
¿Creés que en los últimos años ha habido políticas reivindicatorias de nuestra cultura?
Obviamente que en el devenir de nuestras políticas que tienen que ver con la economía, la cultura, etc., ha habido algunas con las que estamos de acuerdo y otras que son basura como las que estamos viviendo ahora. Una cosa son las políticas que reivindican el trabajo nacional, la inclusión, considerar al país como una familia y no como una empresa, y otra cosa es lo que está sucediendo ahora. Evidentemente, más allá de todos los matices, hay dos líneas muy claras: una que reivindica nuestro derecho a convertirnos en una cultura independiente y otra que ha subordinado o asimilado los intereses propios con los del poderoso. Una cosa es la política cultural de los años del kirchnerismo y otra es la porquería que estamos viviendo, que es absolutamente antitética. No lo vas a comparar a Macri con Horacio González que encarnan un concepto cultural absolutamente opuesto.
EL PAÍS HOY
Sasturain dice que dejó de creer en el peronismo semanas después de que asumiera Carlos Menem. “Lo voté. Y el turco a los dos meses firmó el indulto y después trajo a Bunge & Born al poder. Nabo yo, que me tendría que haber dado cuenta. Pero hay que conservar los valores y las banderas para las cuales el peronismo fue un instrumento político válido”, dice. Y hace un análisis de la actualidad: “Hoy en día, como nunca –excepto en la época de los milicos– poder y gobierno son lo mismo”.
¿Y cuál es tu análisis de la derrota de los gobiernos populares en los últimos años?
Lo único que hay que pensar es en los propios errores.
¿Y cuáles te parece que fueron?
La soberbia del poder, la política de alianza oportunista con los que después te van a cagar, no haber sabido conservar –por sectarismo–, lo que tan laboriosamente juntó Kirchner: todo ese capital de alianzas y compañeros. De nada sirven las verdades para pocos. En política, lo importante es construir poder desde el gobierno y eso se consigue con políticas que reúnan a la gente. Nosotros somos un país capitalista dependiente. No somos socialistas ni lo vamos a ser, no existe eso en nuestro horizonte. Pero sí creo en una política que involucre a la mayoría para aislar al adversario.
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