Retrato de una violación

En esta crónica publicada en Periodicas, la comunicadora santafesina Victoria Stéfano describe por dentro y por fuera el proceso que atraviesa una sobreviviente de violencia sexual.

El recuerdo más frío que tengo de todo el proceso fueron las preguntas del médico policial.

Era un muchacho joven, y lindo, de contextura media, blanco, de ojos claros, ahora no recuerdo si verdes o celestes.

-¿Ya te había pasado antes? -me preguntó.

¿Querés que empiece por René, el amigo de mi papá que me metió la pija en la boca toda meada cuando tenía seis años? O quizás podría empezar por el chabón ese que se me hizo el novio a los 17 y me entregó por una bicicleta para que me violaran en un parque, donde me salvaron los malandras del barrio, al cabo... ¿Cuál de todas es la primera vez que alguien me abusó?, pensaba.

-Sí, me ha pasado, los chabones te empujan la cabeza cuando le chupas la pija, no es un acto consentido, pero es distinto a que alguien se te suba encima y te despiertes mientras te está violando.

-¿Entonces no fue consensuado? -insistió.

-No hay consentimiento cuando estás dormida. No estás consintiendo nada por estar durmiendo -le contesté en un tono bastante irónico que por fin hizo que se callara la boca.

-No hay lesiones en el ano -dijo mirando los papeles que estaba llenando-, va a haber que esperar el resultado del hisopado.

Sé que hasta acá no van a entender mucho. Así que volvamos al principio.

Todo empezó meses antes. Yo me había separado hacía relativamente poco tiempo de mi novio. Estaba viviendo sola y dándole rienda suelta a mi deseo sexual, al vacío existencial y a la ausencia de padre, que son básicamente el starter pack de una mala víctima.

La búsqueda constante de aprobación masculina, cuando sos travesti, se traduce en legitimidad, en deseabilidad, y esa es nuestra droga.

Me descargué cuanta app de chongueo se imaginen: Tinder, Happen, Badoo, todo. Tiraba palos en Instagram, en Facebook y en Twitter. Me cogía todo lo que me diera un poquito de satisfacción, un gramo de interés.

Una noche matcheé en Badoo con alguien que estaba muy cerca de mi casa. Claramente un pibe de mi barrio.

Esa misma noche nos vimos en mi casa. Su aspecto no era como en las fotos, pero me daba igual. Yo solo quería coger. Y cogimos, bastante. Se fue al otro día a la noche recién y después no volví a hablarle. De hecho borré mi cuenta en la app.

No lo volví a ver salvo una vez, muy cerca de mi casa, entrando en una casa que supuse era la suya.

Y desde ahí saltamos al día, mas bien la madrugada en la que sucedió todo. Yo estaba cumpliendo el aislamiento preventivo por Covid-19. Tuve algunos síntomas relativos, así que llamé al 0-800 y me aislé.

Eran más de la 1 de la mañana y yo estaba en mi casa, aislada, con los horarios cambiados, y haciendo pollo relleno. ¿Por qué? No hay porqué.

En eso golpean la puerta, agarro la cuchilla, me la pongo en la espalda y pregunto quién es. No me acordaba la voz pero sí el nombre.

-Qué querés a esta hora -le pregunté mientras tomaba distancia por mi aislamiento.

- Nada, recién llego de la costanera, venía de mi hermano a dormir, pero no está, se fue a trabajar y no tengo dónde quedarme.

- Ah, ¿y qué querés?

- ¿No me puedo quedar hasta las 9 que él venga?

- Mirá flaco, yo estoy aislada por Covid. Así que no.

- Dale, sabés que sino no te molestaría.

Entonces accedí. Le dije que no se acerque a mí, que duerma en el sillón del living-comedor. Que si quería podía usar el mate después de que yo salga de la cocina porque yo no lo usaba hacía mucho, así que no había drama. Él sólo asintió, entró y se sentó en el sillón. Yo continué jugando a Paulina de madrugada, y después me fui a acostar.

Sí, ya lo sé. Yo dejé entrar a un chabón con el que cogí alguna vez a mi casa para que duerma en el sillón. Me lo reprocho cada día.

Me puse a hacer videollamada con un amigo, Lautaro, y estuvimos hablando un rato bien largo. Después cuando me sentí cansada me fui a acostar. Me saqué la ropa, vi boludeces en el celular, lo puse abajo de la almohada y me dormí.

Sentí una presión enorme sobre mí, y su pija toda mojada entrando en mí. No entendía qué pasaba. Cuando abrí los ojos y tuve conciencia me estaba penetrando, apoyándose en mis hombros, conmigo boca abajo. Hice fuerza con las piernas para que sacarle la pija de adentro de mi orto. Y eyaculó. Ahí entre mis piernas y mi ano.

Lo empujé. Le dije que qué mierda estaba haciendo. Me dijo que pensó que yo quería. Le dije que cómo mierda pensó eso si yo estaba dormida. Le dije que se fuera a la mierda de mi casa. Me dijo que por favor lo deje quedarse. Que ya faltaba poco para que el hermano llegue. Me quedé muda. Atontada. Conmocionada.

-Salí de acá por favor -le dije, sin mirarlo.

Se fue al comedor. Yo me quedé despierta. Mirando la pared. No entendiendo nada en el mundo. Eventualmente mi cuerpo se relajó. Y me dormí.

Cuando me desperté busqué el cargador de mi celular nuevo, que estaba al lado de mi cama. No estaba el cargador, tampoco la llave de la puerta. Me levanté y lo busqué por la casa, sin lograr encontrarlo.

¿Que si denuncié la violación? Claro que no. ¿Se imaginan el titular? Violan y roban a periodista trans en el sur de la ciudad. Violan y roban a travesti. ¿Se lo imaginan siquiera?

Entonces concluí que se fue y me robó el cargador. Pero no era todo. Fui a buscar la computadora para averiguar si existían cargadores genéricos para mi celular. La computadora, que me pude comprar hace unos meses después de muchísimo trabajo, también faltaba. Revisé la casa buscando qué más se había llevado, y faltaba una perforadora que ni siquiera era mía.


Llamé a la policía. Llegó un patrullero con dos oficiales a mi casa. ¿Que si denuncié la violación? Claro que no. ¿Se imaginan el titular? Violan y roban a periodista trans en el sur de la ciudad. Violan y roban a travesti. ¿Se lo imaginan siquiera? Yo no. No me imagino una vida en la que todo el mundo me vea así.

Con los datos de la casa donde lo vi entrar y su nombre de pila, que era todo lo que sabía me subí por primera vez en mi vida en un patrullero. Fuimos a la casa, averiguamos sus datos. Ahí vivía su familia, él no, no tiene un domicilio fijo. Mientras la policía hacía averiguaciones yo simplemente observaba. Empecé a buscar la ubicación de la computadora, y estuvimos más de dos horas rastreándola, sin resultado.

Fuimos a la comisaría y ahí relaté todo, omitiendo la violación. Un rato después el chabón mismo llamó ahí, al número que la policía le dejó al hermano para contactarse. Les dijo que yo le ofrecí 10.000 pesos por sexo, pero como no los tenía le di mi computadora de trabajo, que vale cinco veces eso, la perforadora de mi vecina, y el cargador, inmaculado, del celular que estaba estrenando.

¿Se lo imaginan? Ahora imagínense el titular de nuevo. Háganlo ustedes, porque yo ni me animo.

Le dijo a la policía que iba a ir a la comisaría, que lo pasaran a buscar. Y así fue. La policía lo buscó. Lo trajo, y yo lo tenía ahí, enfrente mío, detrás de una puerta vidriada.

Llamé a una compañera funcionaria que me asistió muchísimo. Le relaté la situación y me dijo que si me sentía más cómoda y quería, ella llamaba a la Comisaría de la Mujer para dar aviso de que iba a ir, para denunciar la violación.

Mi ex me buscó, al fin sentí que podía llorar. En el camino decidí contarle lo de la violación. También tuve que bancarme que se violente conmigo porque me violaron.

En la comisaría donde estaba intenté, les dije que quería ampliar la denuncia. Una mujer policía, que hasta ese momento me pareció amable me preguntó qué quería agregar. Le dije que un abuso sexual. Puso una cara que no les puedo describir e inmediato siguió la pregunta obvia:

-¿Y por qué no lo denunciaste en un principio?

Porque no, porque soy una persona pública, la primera periodista trans de Santa Fe, la primera conductora trans de Santa Fe. Soy militante social y feminista. Acompaño mujeres en estas mismas situaciones. No me puede pasar algo así a mí. Simplemente no.

Ahí decidí que sí. Que quería ir a denunciar a la Comisaría de la Mujer, donde no me cuestionen. Me dijeron que el fiscal de turno dispuso allanamientos, así que ni bien tuvieran la orden iban a proceder.

Le pedí a mi ex que me busque, no quería ir con la policía a mi casa, ni que ellos me lleven a la comisaría. Mi ex me buscó, al fin sentí que podía llorar. En el camino decidí contarle lo de la violación. Imagínense cómo es el patriarcado que con todo lo que había pasado también tuve que bancarme que se violente conmigo porque me violaron.

Cuando llegamos a casa y por fin me animé, quebrada en llanto le conté a una de mis compañeras de militancia todo lo que pasó, se ofreció a acompañarme a denunciar, y claro que accedí.

Cuando llegamos a la comisaría entramos a un espacio más privado, y relaté todo de nuevo. Lloré, sobre todo por la culpa. Aún la siento.

Como feminista me digo a mí misma que no, que no es mi culpa, que no debería sentirme así. Pero no puedo. La teoría dista mucho de la práctica. Sé que lo que pasó es producto de una estructura patriarcal arcaica que habilita las violencias de los varones hacia toda otredad existente. Pero eso no me quita la culpa de abrir la puerta, de dormirme, de sacarme la ropa para dormir, de no matarlo después de lo que me hizo, de no levantarme de la cama y salir de mi shock para echarlo de la casa. Nada me quita la sensación de que podría haberme matado ahí, dormida, y que de alguna manera sigo acá para contarla.

Después de relatarlo todo y firmar la declaración tuvimos que esperar las disposiciones de la fiscalía. Sabía en algún lugar dentro de mí que todavía faltaba mucho para terminar.

Estaba sucia, mi ropa lo estaba. Yo lo estaba. Por dentro y por fuera. Tenía olor, la piel grasosa, los labios secos. No tenía hambre, sólo chuchos de frío, a pesar de que hacía calor.

El fiscal dispuso que me revisara un médico policial para tomar muestras de semen y constatar lesiones. Salimos en un auto lindo de la comisaría y fuimos al hospital Cullen. Entramos por la zona de triaje. Esperamos que nos den una sala, y llegaron dos médicos, el chabón que les conté antes y una médica que me habló mucho y me hizo sentir que le importaba. Ella se encargó de solicitar el tratamiento post exposición, llamado habitualmente "Kit de Abuso", que es un cóctel de medicamentos para evitar una infección de transmisión sexual. Creo con todas mis fuerzas que era feminista.

Sé que lo que pasó es producto de una estructura patriarcal arcaica que habilita las violencias de los varones hacia toda otredad existente.

Estuvo ahí conmigo, al igual que la inspectora de la Comisaría de la Mujer, mientras me ponía en cuatro adelante del médico para que me meta un hisopo en el culo, con otro rozara la zona perianal y me hiciera un interrogatorio nuevo sobre lo que sucedió. Les aseguro que nunca vio una travesti en su vida, menos tan de cerca.

Después de eso fuimos a Ginecología, donde por un momento dudaron en enviarme por tener pito. Caminamos hasta ese servicio, que está en un subsuelo, extrañamente muy lejos de la entrada del hospital. Ahí esperamos hasta que una médica ginecóloga se desocupe de las parturientas para darme el tratamiento, que tienen bajo llave, a disposición solo de los médicos.

En eso me llamaron de la comisaría para decirme que los allanamientos resultaron en el hallazgo de mi computadora. Eso me dio cierta tranquilidad por mi laburo. Pero todo lo demás seguía roto en mí.

Cuando me dieron el kit por fin nos dijeron que volvamos a la guardia, porque había medicamentos que por tener pito no iba a tener que tomar, y tenían que explicarme la dosificación. Subimos de nuevo y fuimos a buscar a la médica que para mí era feminista. Ella nos dijo que ya habían sacado lo que no tenía que tomar, que era lo que conocemos como la "pastilla del día después".

Me inyectaron algo muy doloroso en el culo, y por fin nos fuimos. Volví a la 2da., donde tenían mi computadora. Y me fui a mi casa, con media vida.

Al otro día me llamaron de la Dirección de Mujeres y Disidencias. La verdad sentí que era inminente que todo el mundo sepa qué sucedió. Pero no fue así. Me ofrecieron tramitarme la medida de distancia, porque el tipo estaba y está libre, y darme un botón de pánico.

Lo hicieron todo, y esa misma tarde fui al Centro de Monitoreo a retirarlo. De hecho está acá, al lado de la netbook mientras escribo.

Esa tarde me compré ropa y subí una foto a redes. Quería que todo sea normal de nuevo. Necesitaba sentir que la vida continuaba su curso. Que nada había pasado.

Al otro día, por sugerencia de mi compañera funcionaria fui al Centro de Asistencia Judicial. Ahí me atendió un abogado que tuvo el detalle de preguntar si prefería que la entrevista inicial fuera realizada por una mujer. Se lo agradecí, pero no accedí. Después me entrevistaron una trabajadora social, una psicóloga y una abogada. Me dieron muchísima información sobre el proceso, sobre el punto en el que estábamos y sobre lo que iba a suceder desde ese momento en adelante. Claro que todo iba a estar parado por la feria judicial. Eso me dejó casi un mes para poder jugar a que no pasó. Hasta ayer, que me llamaron del Ministerio Público de la Acusación para que me acerque a hablar con el fiscal.

Hasta ayer viví la vida de alguien que no estoy siendo, y que no puedo ser. Saliendo, disfrutando, forzándome a existir para no encontrarme cara a cara con lo que pasó. Pero ahora y por primera vez en mucho tiempo, sé que necesito ayuda profesional. Y procuro tenerla, porque no veo salida desde acá, desde donde estoy en este preciso instante.

Y todo esto recién acaba de comenzar.

 

*Victoria Stéfano es comunicadora, se especializa en la temática trans-travesti y las notas viscerales.

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