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De la meditación al abuso

por Mariana Aquino
29 de enero de 2019

El colectivo Yoguinis Organizadas denuncia abusos sexuales y amenazas a alumnas de parte de instructores de yoga de distintas escuelas. Cada vez son más las chicas que se animan a hablar.

“Gracias a que alguien habló, yo hoy puedo hablar”, dijo Thelma Fardín aquella tarde de diciembre en una conferencia de prensa contenida por Actrices Argentinas. Y, como un signo de época, la consigna Mirá cómo nos ponemos iba muy en serio. Incluso desde antes de que Thelma se plante en el salón del Multiteatro, frente a miles de cámaras sedientas de espectacularización. Desde hace un tiempo se vienen sumando las denuncias en el ámbito de la música, el teatro y el deporte. Ahora es el turno de las chicas de yoga.

En el tercer piso del Bauen, en el patio de nuestra redacción, las chicas de Yoguinis Organizadas se encontraron. Desde hace algunos meses ellas integran un colectivo que denuncia abusos en el yoga y muchas de ellas se ven las caras por primera vez, pero lo mismo se abrazan sororamente. Ya son varias las denuncias a instructores de yoga de diferentes escuelas de Buenos Aires y Córdoba.

“¿Tenés miedo?”, “¿Te sentiste insegura ahí adentro?”, le dijo José Maureira a Carolina después de una clase particular de yoga. “Me propuso masajes, se puso un aceite en las manos y empezó a pasarse de los límites. Hasta me pidió que me saque el short que tenía arriba de la calza”, cuenta. Esa tarde de verano de 2014, en el salón principal de Yoga Kai, el director de la escuela había abusado de Carolina; ella lo sabía y se lo dijo: “Esto que hiciste no fue un masaje. Yo lo sé y vos lo sabés”. El instructor de yoga le retrucó con una pregunta: “¿Tenés miedo?”. Carolina no volvió a tomar una clase particular con él pero se calló. No lo hablo con nadie, ni con sus compañeras. Quería terminar el profesorado y sabía que denunciar a la máxima autoridad del lugar la hubiese complicado. “Mucha gente desacredita una denuncia diciendo: ‘¿por qué no hablaron antes?’. Y es difícil ir contra el poder que ejercen esas personas en los lugares que actúan, es difícil que tu entorno te crea y no te juzgue. Además de la vergüenza que te da haber confiado”.

“¿Tenés miedo?”, “¿Te sentiste insegura ahí adentro?”, le dijo José Maureira a Carolina después de una clase particular de yoga

Carolina tardó cuatro años en contar lo que le había pasado en Yoga Kai. Y solo habló porque alguien lo hizo antes. El primer escrache contra José Maureira se dio en la marcha del 8M de 2018. Ese día, Macarena (Maki) salió a la calle con un cartel improvisado que la ayudó a armar una amiga: “Fui a sanar mi cuerpo y jugaron con él. José Maureira, abusador libre”. Antes había hecho una denuncia penal contra el director de Yoga Kai y un posteo en Facebook que fue rápidamente viralizado. Recibió apoyo de muchas pero también insultos por “manchar el nombre de la institución”. Ese 8 de marzo ella empezó una batalla legal que va sumando voces. Cada vez son más las denuncias contra Maureira.

A Maki la meditación y el yoga la ayudan a armonizar. Desde los 18 años, cuando sufrió su primer ACV, debe convivir con convulsiones. Por eso su confianza en “el maestro” Maureira fue plena. Así empezaron un vínculo espiritual que dejó a Maki sin herramientas para defenderse cuando tuvo que hacerlo. Las clases, las constelaciones familiares, las meditaciones particulares hicieron que la confianza de Maki hacía su maestro creciera. “Insistía en que yo era un ser con una sensibilidad especial y por eso me prestaba tanta atención y me invitaba a todas sus clases. Me hablaba de astrología, que es un tema que me interesa mucho. Y sobre todo me decía que con el yoga mis convulsiones se iban a terminar”. Así llegó a recomendarle que si deseaba mejorar debía mastrurbarse cuando tenía una convulsión y que debía tratar su chacka sexual, donde radicaba  “su problema”. Todo fue parte de un trabajo perverso de Maureira, donde la confianza, el miedo y la culpa empezaron a jugar roles importantes.  

Las Yoguinis Organizadas se van contando situaciones por las que transitaron antes de llegar a denunciar; comparten experiencias y organizan movidas para visibilizar. Las motiva el deseo de que ninguna chica más caiga en la manipulación, el abuso de poder y la violencia sexual en el yoga. “Sus actitudes abusivas iban de menor a mayor. En una clase terminó levantándome la remera, pasándome la mano por la panza, por la concha. Me manoseó el culo, todo”, relata Maki. “‘Tenés que confiar en mí porque soy tu maestro’, me decía. Ese día me pidió que me toque y me negué. Ahí se puso agresivo por primera vez. Me metió la mano abajo de la bombacha. Yo quería sacar su mano y él hacía fuerza, insistía: ‘Tenés que confiar en mí’. Yo quede inmovilizada, en posición fetal, y me puse a llorar. Él se fue unos minutos y cuando volvió al salón me dijo: ‘¿Qué te pasa? ¿Por qué llorás?’. Y yo no sabía cómo decirle. Me sentía culpable. Me quise levantar pero tenía miedo, no quería que me vuelva a tocar. Ese día empecé a entender lo que me estaba pasando”.

Terminó levantándome la remera, pasándome la mano por la panza, por la concha. Me manoseó el culo, todo

El abuso tiene muchas caras. Las violaciones no solo las realizan varones extraños y violentos, en calles desoladas a horas de la madrugada. El abuso puede ser sutil, sigiloso, e ir creciendo con el paso del tiempo. “Yo no lo quería aceptar. No me entraba en la cabeza que fui abusada pero sí. Este tipo, José Maureira, abusó de mí y algo tenía que hacer”. Maki me cuenta y las otras yoguinis escuchan atentas; y suman datos y se embroncan con cada coincidencia en los abusos.

Fernando Estévez Griego, de la Federación Internacional de Yoga, es otro instructor acusado. Laura fue testigo de las presentaciones judiciales de María Noel y Kiara, dos de sus compañeras de la escuela de yoga. Laura presenció situaciones abusivas de todo tipo: “Lo llamaban El Maestro, y un grupo de discípulas consentía sus pedidos. Un día me sacaron de una clase porque ‘El Maestro’ quería hablar conmigo. Entré al cuartito donde estaba y veo a seis mujeres haciendole masajes. Él pretendía sumarme a ese séquito para ‘despertar mi energía espiritual’. Nos quedamos solos y empezó a hacerme masajes y, como me reí irónicamente, se alejó”. Laura se fue de ese lugar sin acceder a lo que Estévez Griego llamaba “masajes terapéuticos”. Pero muchas otras cayeron en las redes de la manipulación espiritual. Hay más de 50 víctimas de Estévez Griego. “Siempre te hablan de lo espiritual, del chakra sexual. Tienen los mismos versos. Este tipo tiene muchas denuncias pero nunca pasa nada porque lo cubren y él se exilia en Uruguay”, destaca.

Después de las denuncias llegaron las amenazas

Las denuncias penales que pesan sobre el director de Yoga Kai son dos: la de Macarena y la de Carolina. Ambas recibieron amenazas por visibilizar los abusos. Macarena, ni bien denunció lo que le había pasado, recibió audios de Whatsapp y llamados telefónicos del propio abusador tratando de persuadirla o confundirla. Esos audios, finalmente, fueron tenidos en cuenta como prueba en la Justicia. Maureira está procesado pero la escuela Yoga Kai sigue abierta.  

Él pretendía sumarme a ese séquito para ‘despertar mi energía espiritual’. Nos quedamos solos y empezó a hacerme masajes

Carolina sigue siendo amedrentada por Maureira en redes sociales, a través de perfiles falsos de Facebook. “Se defiende de las acusaciones en tercera persona cuando sabemos que es él. No nos tenemos que quedar quietas ni calladas. Se tiene que hacer justicia”, refuerza Carolina.

Por ese miedo que muchas veces paraliza, algunas chicas todavía no se animan a denunciar públicamente, y en Yoguinas Organizadas respetan esos tiempos. “Si bien necesitamos que sean más las chicas que se animen a contar lo que les pasó en este lugar, respetamos. Cada una a su tiempo”, dice Maite, hermana de una chica que vivió de cerca los abusos de poder y la violencia de Maureira, durante un año. “Le costó entender que había estado en una situación abusiva, tuvo mucha culpa, le costó entender que el tipo era un psicópata, y que lo que hizo con ella fue abuso”.

Ellas se escuchan, se creen y se abrazan. Ante un sistema patriarcal que no tiene ganas de ayudarlas buscan alternativas, desarrollan herramientas de contención y autocuidado. Van a la Justicia pero también salen a las calles y se organizan. En soledad el miedo paraliza, la vergüenza y la culpa desorientan, pero organizadas todo parece más fácil. El silencio ya no es una opción, si vamos a cambiar algo que sea juntas y a los gritos. Ya no nos callamos, y va en serio.