Rescatistas del Bajo Flores: "La situación es desbordante"
por Revista CítricaFotos: Federico Imas
08 de septiembre de 2020
En tiempos de pandemia cambió la lógica de su trabajo: no solo apagan incendios y hacen traslados de emergencia, lxs rescatistas comunitarixs además reparten alimentos y fumigan los barrios articulando con iglesias y organizaciones sociales. Sin embargo todo el tiempo la sensación es la misma: "No alcanza con el trabajo que hacemos, es muy poco para la dimensión del problema", señalan.
Por Martín “Rata” Vega, rescatista del Bajo Flores.
En pandemia se agravó la situación de los desalojos, la violencia de género, la conectividad para que los pibes puedan continuar con el estudio. Hay muchas personas con diabetes, tuberculosis, asma; producto de vivir empobrecidas, hacinadas, en una misma habitación con siete personas -que a su vez- comparten el baño con cuatro o cinco familias. Están igual de expuestos adentro y afuera de sus casas. Es terrible y desesperante.
La pandemia hizo crecer la paranoia. Las personas te mienten, tienen síntomas y no lo dicen, tienen miedo que el Estado les quite sus cosas. Una vez que logras romper ese hielo, esa barrera, te das cuenta que hay una gran necesidad de la gente de hablar. Es un laburo monstruoso que te permite ver la situación del barrio, la vulnerabilidad con la que se vive. Si bien hay mucha solidaridad, también hay mucho miedo. Y el miedo saca lo peor de cada uno.
Todo lo que llega no alcanza. Todo lo que hace el Estado lo hace de una manera muy torpe. Más allá de las buenas voluntades es todo complicado. Hay mucho reconocimiento del trabajo que hacemos, pero la sensación todo el tiempo es que no alcanza, que es muy poco para la dimensión del problema. Vos salís a fumigar las paredes, las puertas y el piso cuando las personas hacen la fila en los comedores. Les pones alcohol en gel, les pedís que respeten la distancia social. Pero en el fondo sabes que la fumigación sirve casi como un placebo. La situación es desbordante.
"La pandemia hizo crecer la paranoia. Las personas te mienten, tienen síntomas y no lo dicen, tienen miedo que el Estado les quite sus cosas. Si bien hay mucha solidaridad, también hay mucho miedo. Y el miedo saca lo peor de cada uno".
Nosotros hacemos un mapeo de otras situaciones más allá del Covid-19. Intervenimos desde todos lados, dando una mano en logística, con la venta de gas, en el reparto de mercadería y bolsones con alimentos para los comedores. Hay una gran articulación entre las organizaciones sociales, las instituciones y las iglesias. Ya no tenemos horarios, tampoco guardias. Casi que no hacemos traslados ni apagamos incendios. De todas formas nuestras intervenciones terminan siendo parte del laburo comunitario que veníamos haciendo.
Yo me agarré dengue en mi casa junto a una de mis hijas. En nuestro espacio de los rescatistas uno de los compañeros tuvo coronavirus. Hay muchas promotoras de salud infectadas, ellas trabajan más en la primera línea, en los CeSAC (Centros de Salud y Acción Comunitaria), y en el Plan Detectar.
Yo no paro nunca. Para mí es mucho más interesante y más sano activar en la calle que quedarme en mi casa. Cumplo con mi deber como ser humano empático. No entiendo a la gente que mira desde la ventana para retar a alguien si pasa sin barbijo. Yo les pregunto: ¿Qué están haciendo para cambiar las cosas? Prefiero estar expuesto y no encerrado volviéndome loco.
Haber estado a la altura de la crisis nos potencia un montón como grupo, se nos abren cosas nuevas. Más allá de la amargura y de las situaciones terribles que vivimos, lo que prima entre los compañeros es la empatía y la alegría. Nos cuidamos. Es grato cuando te sentís cuidado. Es muy loco. Eso nos diferencia de los anticuarentena que van a zapatear al Obelisco, en ellos prima el enojo, el odio. Ahí no ves gente contenta. En cambio en la lucha siempre hay felicidad.
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