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La organización social como respuesta al Covid, al dengue y al hambre

por Lautaro Romero
Fotos: Federico Imas
26 de agosto de 2020

En el Bajo Flores, hay hogares con riesgo de desalojo en donde hace falta asistencia alimentaria, educación, trabajo y medicación. A esto se le suma el miedo a contagiarse dengue y covid. En el sur profundo de la Ciudad, sobran motivos para empoderarse y comprometerse con la lucha.

Aide Mamani Ramírez  (boliviana, 48 años) es una de esas incansables mujeres que -día tras día- paran la olla y terminan con el lomo partido en el territorio.

Migró a la Argentina en la década del 90, escapando del ex presidente Gonzalo Sánchez de Losada y su afán por desmantelar la industria nacional, vender gas a EE.UU a precios irrisorios y abusar de los derechos humanos. 

Trabajó de muchas cosas: como mucama, en costura, en una fábrica de medias. Desde que llegó al país esa ha sido la rutina de su vida. Pero todo cambió con la crisis socioeconómica del 2001, cuando Aide se quedó sin lo poquito que tenía en el bolsillo, y sin nada que comer. 

En el Bajo Flores, en el sur profundo de la CABA, Aide encontró un plato caliente. Y algo más: un sentido de pertenencia, un lugar en el mundo con demasiadas necesidades humanas insatisfechas, por el que valía la pena comprometerse políticamente, en un plan de lucha que al mismo tiempo fortaleciera la comunidad entre las personas. Así se sumó al Movimiento Popular la Dignidad (MPLD), para “entender” la situación del barrio.

En 2020, en medio de la pandemia, Aide es responsable del comedor Cabildo Inti, en barrio Rivadavia, pegadito a la villa 1-11-14. En ese comedor –uno de los más grandes de la zona- al mediodía se le da de comer a más de 500 vecinxs. Y a la noche, a más de 400. Son entre 12 y 15 personas (varones y mujeres) que trabajan para ayudar a quienes sufren hambre: según un relevamiento –casa por casa- realizado por la Red de docentes, familias y organizaciones del Bajo Flores, en mayo y junio de este año, sobre un total de 646 hogares encuestados -en los que habitan 2785 personas-, 174 presentaron problemáticas de asistencia alimentaria. 

Esto se suma al miedo a contraer dengue (en el barrio hubo alrededor de 3 mil casos, el 10 por ciento del total de la población); y necesidades de mejoras en materias de educación, salud, trabajo y vivienda: según la encuesta, en 167 hogares no pudieron cobrar el IFE, 74 necesitan medicación, 54 requieren vacuna antigripal, 41 muestran problemas de escolaridad, hay 17 hogares con riesgo de desalojo, y en 11 existen personas aisladas por covid-19.

Al momento, la Red ha podido realizar el seguimiento en 307 hogares, lo que implica acompañamiento, articulaciones con salud, educación, entrega de bolsones alimentarios -que reciben de donaciones o compran gracias a colectas-, reclamos por IFE y otros asesoramientos y asistencias a las familias.
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Aide dice que lxs vecinxs están muy contentxs con las sopas de verduras que cocinan en el comedor. Algunas de las verduras las consiguen por donaciones que les hace la UTT. “Tenemos las mismas ideologías, siempre estamos en contacto. Acá cocinamos ensaladas y sopas de todas las verduras: calabaza, puerro, apio, morrón, cebolla, zanahoria. Es una comida sana y rica”.

En la cocina, Aide y el resto de lxs cocinerxs pueden dedicarse a cumplir con sus respectivas tareas, mientras que el equipo de Rescatistas Comunitarios del Bajo Flores -antes  y después de que llegue la gente hambrienta- desinfectan paredes, puertas, marcos, picaportes y veredas con cloro o lavandina, les proveen de alcohol en gel, y hacen lo posible por que se respete la distancia en la fila.

En el comedor que está a cargo de Gabriela Murúa nunca recibieron donaciones. El espacio -conocido en la 1-11-14 como “Los pibes de la quema”- no es reconocido por el Gobierno de la Ciudad, sino que es asistido (les entregan alimentos secos y frescos y del resto se encargan las organizaciones sociales con mayoría de voluntarios). Reciben 200 raciones diarias, las cuales resultan insuficientes para las 222 personas que van a retirar su comida. 

Gabriela, quien ordena y corrobora que se respete el menú, que nunca falte nada y que las personas se vayan conformes, nos cuenta que en plena pandemia se quedó sola en la cocina, porque todas sus compañeras de “fierro” se habían contagiado de covid. “Es ponerle el lomo todos los días. A la gente no le podes dar pechuga de pollo todos los días, no se llenan. Nuestro menú depende de la mercadería que vaya llegando: lunes se hace medallones con puré mixto, martes guiso, miércoles lentejas, jueves carne o pollo al horno, viernes tallarines con estofado. El menú del Gobierno viene sin carne. Nosotros guardamos dos bolsas de carne. Uno no sabe si es el único plato de comida de esa persona”.

En el Bajo Flores, todos los sábados se hacen ollas populares en las calles Oceanía y Bonorino. Empiezan a las ocho de la mañana. A las once sacan las mesas. A las doce empiezan a repartir las porciones. Y ya -doce y cuarto- no queda nada. “Nos quedamos cortos. Le pedimos una colaboración de 50 pesos por semana a quienes van a retirar, para comprar el gas y los artículos de higiene y limpieza. Pero hay gente que no tiene ni para eso. Una vez al mes hacemos ferias del plato; yo hago todo lo que es dulces. Mis compañeras hacen escabeches”.

Segunda entrega