Melisa Correa, integrante de la Red de Docentes, Familias y Organizaciones del Bajo Flores, relata la situación de emergencia alimentaria extrema que sufren sus alumnxs y las familias que viven en el sur del barrio de Flores.
“¡Nuestros verdaderos ministerios son las redes comunitarias! Nadie nos acompaña, nadie sale por nosotras, somos nosotras las que ponemos el cuerpo por la vecina, la amiga, la comadre.”
Silvia está cansada pero entera. En enero tuvo un accidente, indicaron que haga reposo por el bienestar de su columna y, sin embargo, sigue de pie, atendiendo el comedor de una de las organizaciones sociales del barrio. “Atrás, ni para tomar impulso”, dice y sigue cocinando. Lo que impera es comer. No hay tiempo para detenerse a pensar si es posible seguir sosteniendo el ajetreo de la cocina, el sinfín de las raciones. Se sostiene y punto. Porque el hambre no espera y punto.
Hace poco, fue noticia el brutal recorte que el gobierno nacional realizó en los comedores barriales. Desde la asunción del nuevo gobierno, las organizaciones que llevan adelante la tarea de alimentar a miles de vecinxs no recibieron alimentos. Lxs trabajadorxs de la economía popular son los principales perjudicados por la situación alimentaria, ya que no se están recibiendo provisiones y son cada vez más las familias que asisten.
Actualmente todos los comedores del Bajo flores tienen lista de espera. Una de nuestras compañeras, cocinera comunitaria, comentó en la última asamblea de la Red: “el otro día vino un vecino a pedir un plato de comida que es profesional,es kinesiólogo y no le alcanza para comer. Antes nos miraba con desconfianza y ahora se acercó por necesidad. Está en lista de espera como muchxs otrxs. Es desesperante.”
Actualmente todos los comedores del Bajo flores tienen lista de espera.
Lxs trabajadorxs de los comedores y merenderos se ven en la dura tarea de escribir cada vez más nombres en listas de espera para recibir un plato de comida. Mientras tanto, desde el Ministerio de Capital Humano, exclaman que sólo van a contemplar a aquellas personas que tengan hambre, como si lxs vecinxs realizaran filas eternas en los comedores por gula, como si no fuera suficiente exposición depender de otrxs para almorzar o cenar. Hay una economía simbólica que se reproduce y construye al otrx como un ser subordinadx pero, esta vez, desde una crueldad extrema: la política es subalternizar y humillar.
Lxs militantes, trabajadorxs y vecinxs del barrio nunca tuvieron plena seguridad en aquello que podían ofrecer los funcionarixs del Estado. Muchas compañeras del Bajo se vieron atravesadas por laberintos burocráticos que les impedían acceder a derechos básicos. Hoy, con la desaparición de las instituciones públicas destinadas a organizar los fondos para paliar las desigualdades en las que se sumen los sectores populares, lxs vecinxs están peor. Si antes no lograban acceder a determinadas “ayudas”, ahora resulta imposible ya que fueron desguazados los Ministerios y Secretarías que se ocupaban de diseñar aquello que era insuficiente, pero, al menos, existía.
Siempre que existió un agujero hecho a taladro con la ausencia políticas públicas para sustentar los derechos de nuestrxs vecinxs, ahí crecieron las redes barriales para esbozar estrategias de cuidado comunitario.
Hace pocos días, en Bajo flores, se empezó a sentir la campaña de odio que se gesta desde el gobierno Nacional hacia las organizaciones sociales que se ocupan de garantizar el plato de comida mínimo. Vimos engordar difamaciones hacia compañeras, batallas entre vecinas con el fin de deslegitimar la tarea de los comedores.
Hace pocos días, en Bajo flores, se empezó a sentir la campaña de odio que se gesta desde el gobierno Nacional hacia las organizaciones sociales.
Quienes vivimos el Bajo Flores sabemos que son las compañeras las que le pusieron la cara a las familias cuando no llegaron las raciones, las que se desviven estirando el guiso, y reciben a cambio toda la violencia política y mediática.
Necesitamos visibilizar el ajuste que se ciñe sobre los comedores, merenderos y sus trabajadorxs, así como la ausencia de una política alimentaria que considere relevante la nutrición de lxs habitantes de un país y las actividades inherentes a ella. Por eso, exhortamos a la población a cuidar a aquellxs que nos cuidan al calor de las ollas. En Bajo Flores paramos la olla porque hambre y miseria planificada, no queremos nunca más.
La organización social como respuesta al Covid, al dengue y al hambre
En el Bajo Flores, hay hogares con riesgo de desalojo en donde hace falta asistencia alimentaria, educación, trabajo y medicación. A esto se le suma el miedo a contagiarse dengue y covid. En el sur profundo de la Ciudad, sobran motivos para empoderarse y comprometerse con la lucha.
Rescatistas del Bajo Flores: "La situación es desbordante"
En tiempos de pandemia cambió la lógica de su trabajo: no solo apagan incendios y hacen traslados de emergencia, lxs rescatistas comunitarixs además reparten alimentos y fumigan los barrios articulando con iglesias y organizaciones sociales. Sin embargo todo el tiempo la sensación es la misma: "No alcanza con el trabajo que hacemos, es muy poco para la dimensión del problema", señalan.
Las ollas populares de Sandra y Rubén
Cuando murieron Sandra y Rubén, lxs docentes y vecinxs de barrio San Carlos organizaron ollas populares para sostener el pedido de justicia y alimentar a las familias de la escuela 49. Hoy, frente a la pandemia del hambre, sostienen los comedores que garantizan el plato de comida del día en Moreno.