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Cocineras de los barrios marginados: exigen trabajo formal, reconocimiento salarial y derechos laborales

por Lautaro Romero
Fotos: Federico Imas
23 de agosto de 2020

Son mujeres imprescindibles que paran la olla en comedores y arriesgan sus vidas por un plato de comida. Que ayudan a migrantes, brindan atención en salud y género; pero no las reconocen como trabajadoras "esenciales".

En el Espacio Comunitario del FOL (Frente de Organizaciones en Lucha), en barrio Zavaleta, grupos de mujeres cocinan de lunes a sábados, por la mañana y por la tarde. Y además limpian. Son jornadas eternas. Entre diez y doce horas, para cumplir con las 665 raciones diarias que reciben del gobierno porteño (450 para el almuerzo y 215 para la merienda).  

“Trabajamos seis compañeras por turno; nos separamos en dos grupos para no estar mucho tiempo en el comedor. Como tenemos vecinxs que están aislados, nos dividimos. Y dos o tres compañeras se encargan de llevarles el plato de comida a sus casas. Jueves y viernes les entregamos mercaderías a las abuelas y los abuelos. A veces nos salimos del menú para estirar y que rinda más. Cuesta mucho sostener un plato de milanesa. Es un lujo. Porque tenemos un listado de mucha gente que viene a pedir la comida, y cada día son más. No es fácil decirles que no hay más comida. Tenés que tener un corazón bastante duro para estar al frente de un comedor. Es durísimo porque además tenés que cuidarte de no contagiarte. Muchas personas solidarias hacen donaciones anónimas. El gobierno nos manda muy poca verdura, y la calidad de la harina, del fideo, de la polenta, y de la carne, es muy mala. Y si no tenés una buena calidad, es imposible cocinar algo que nutra a nuestros pibes. Pedimos que nos manden manzana, banana, naranja dos o tres veces por semana”, relata Isabel Cruz.

En el comedor, cuando una compañera se contagia, la cubren. Y realizan un acompañamiento por si necesita medicación o hay que alcanzarle un plato de comida: gran parte de las mujeres que trabajan en los comedores, comen lo que cocinan, y se llevan parte a sus casas para alimentar a sus familias.

“Lo hacemos con todo nuestro amor y nuestras ganas. Estamos muy comprometidas y organizadas. La mayoría sufrimos miles de necesidades y situaciones de violencia. Nuestros maridos no tienen trabajo, están en casa y se hace difícil. Como organizaciones estamos cubriendo un trabajo que debiera hacer el Estado, trabajando en la primera línea, arriesgando nuestras vidas, sin un sueldo, y por un plato de comida. Somos esenciales. Ojalá que nos reconozcan y nos ayuden para seguir ayudando”, es el deseo de Isabel.  

Y también es el anhelo de miles de mujeres que todos los días dedican su tiempo en tareas de cuidado en comedores y merenderos. Promotoras que brindan atención en salud, género, y ayudan a migrantes. Educadoras populares. Mujeres que desde hace meses organizan jornadas de ollas populares en las villas, en reclamo por la creación de un fondo de emergencia para cambiar rotundamente las condiciones de vida en los barrios marginados. Pero también para generar trabajo formal, conseguir  reconocimiento salarial y derechos laborales. Porque si estas mujeres no pueden llegar a fin de mes, ¿cómo van a ayudar a quienes más lo necesitan?

Tercera entrega