Un docente de una secundaria escribe sobre la aventura disciplinadora de la vicepresidenta y del gobierno en general. Desde El Matadero hasta Cometierra y Las aventuras de la China Iron. Preguntas y análisis desde un aula real, con problemas reales. Y la gran farsa de conversar sobre textos sin haberlos leído.
Están frente a mí. Los observo, tanteo, acaricio. Rozo a uno con las uñas, a otro con la yema de los dedos. Apoyo encima de otro la mano entera. La piel se humedece al tocarlo. Lo abro, respiro su edad cifrada en su aroma, lo recorro. Lo miro, no veo, lo alejo, lo acerco, hago foco, me relamo, el torso en tensión, respiro, busco una posición mejor, relajo los hombros, estoy y no estoy, doble o nada entre las palabras, los silencios, los gruñidos, los gestos y los cuerpos proyectados en una es-pecie de trance.
¿Qué estás leyendo?
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Cualquiera puede probar, es cuestión de proponer un tema de actualidad (inflación, lectura, un nombre X: Villarruel, Kicillof, Reyes) o de conversación (la sexualidad, la lectura, la educación) y enseguida, antes de que el aliento de la última palabra pronunciada se disipe en el aire, otra voz saldrá desde el pecho (se respira poco y mal, en algunas charlas) al cruce de esas palabras, quizá para preguntar algo, enfocar el objetivo y manifestar su perspectiva, dar su opinión, contar su experiencia. Pueden ser adjetivos, una digresión, una glosa, un monólogo. “El lenguaje es un virus”, expresó Burroughs, una palabra llama a otra, soy legión, parece decir, como el demonio dice a Jesús en el evangelio según Marcos.
Las conversaciones suelen funcionar así: acumulan expresiones como combustible para avanzar hacia… Más conversación. Y, desde ya, no hace falta rememorar la sorpresa de San Agustín al observar que Ambrosio, obispo de Milán, leía en silencio o voz baja para subrayar que también leer y escribir son formas de conversar… ¿En silencio?
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Sí, tengo mi Biblia acá, sobre la mesa, entre el ejemplar de Las aventuras de la China Iron y el de Cometierra, que releo desde hace días a raíz de los ejercicios de escritura online de la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien además de presidir el Senado y reemplazar al presidente cuando viaja por ahí a representar su papel moneda de cambio, parece decidida a cultivar la crítica literaria en versión censora y hacer escuela de una serie de prácticas poco recomendables en la disciplina, recomendables en el disciplinamiento: el abuso de la sinécdoque, la descontextualización de la cita, la mentira lisa y llana estilo fake news, la generalización exagerada y, sobre todo, la disociación entre la hipótesis de lectura (eso que pensamos de lo que leemos) y el texto, esa intersección que admite múltiples modulaciones pero que no resiste (así como nada resiste) absolutamente cualquier cosa. Es decir, la diferencia entre tener una opinión fundamentada y hablar al pedo (la pura ideología: leer algo que está más allá o más acá del texto, que prescinde de su materialidad).
Una diferencia problemática, experimentada en las aulas: la que hay entre leer, entre escribir la lectura (y, llegado el caso, extraviarse en la lectura y la escritura) y generar un texto a través de una inteligencia artificial. En ese sentido, quizá tendríamos que pensar la política en esas coordenadas: las del lenguaje generativo disociado de los hechos. ¿Dónde radicaría, en ese cruce de lenguaje y no pensamiento, lo des-generado? ¿Y lo degenerado?
En todo caso, el problema radica en conversar sobre lecturas, sobre materiales e incluso experiencias de lectura, sin leer. Qué detalle y derrotero, viniendo de Victoria; derroteros de lectura victoriana.
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Me pregunto, como persona que habita varias mañanas de la semana en una escuela de edu-cación media, cuánto hace que la señora vicepresidenta, como argentina de bien que es, no pisa una institución educativa del nivel sobre el que opina que no haya sido previamente inspeccionada y adecuada para recibir a su honorable figura. La cantidad de menciones genitales por metro cuadrado de superficie de banco, de hojas y de muros, sea en forma gráfica o auditiva, escrita u oral, solo es directamente proporcional al desarrollo hormonal de su población, al inconmensurable flujo de sus consumos culturales (decir sexualizados puede ser redundante: abramos una red social o plataforma de consumo, veamos) y a la necesidad rupestre de manifestación de signos en afán ancestral símil cueva de Altamira como parte de la constitución de la subjetividad.
Ahora bien, más allá de las cuestiones de diferencia de registros posibles, pensar que por leer la palabra pija o la palabra concha, la palabra culo o la palabra teta, estamos incurriendo en algún tipo de revelación que podría modificar la moralidad de alguien es no recorrer un pasillo hace tiempo o hacerlo con anteojeras y tapones para los oídos.
Incluso, más allá de los títulos, pediría Popper ver hasta dónde llegaría la idea de suprimir lecturas por cuestiones de sexualidad. ¡Oh! Nos llevaría a omitir buena parte del corpus que suele formar parte de la literatura de ciclo superior. “Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa”, se puede leer en El matadero de Echeverría, esa ficción con la que David Viñas marcó el vínculo entre violación y comienzo de la literatura argentina.
No mencionemos La cautiva, ni La refalosa, ni Don Segundo sombra. Ni a Lamborghini o Cortázar, aunque pueda gustar “El nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos” de Casa tomada. ¿Qué hacemos? ¿Farenheit 451? ¿La ciudad ausente y Respiración artificial? ¿Paulino Tato reencarnado con la ceguera del lector algorítmico? ¿O aquí Nadienadanunca y apuntamos a otra cosa, por ejemplo al paradójico discurso prolijo y también moralizador, utilitarista incluso, que ha rodeado en forma infructuosa y defensiva a las ficciones escrachadas por la vicepresidenta?
La lista de citas podría extenderse, claro, sin leer. Dos profes que tuve (y que leo; no los menciono porque somos seres etéreos y la lectura pertenece al mundo ideal de lo bueno y lo bello y no a sujetos históricos de carne y hueso) marcan algunas coordenadas: unx reflexiona sobre las redes y reaccionar sin leer; otro repetía en clase, como sello propio: “lean, che”.
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Seguramente resulte necesario, sobre todo en el plano civil y legal, en épocas de cierto oscu-rantismo ambiente, defender los textos y las personas que los escribieron: sus derechos de circula-ción, el rechazo a cualquier tipo de censura o escrache.
Ahora bien, desplazarse de ahí a la justificación de la inclusión de los textos en un plan de lecturas por cuestiones derivadas de lo que podría denominarse su aplicabilidad (como quien aplica a un trabajo, como si leer fuese una inversión) resulta un tanto inquietante.
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Me pregunto también hasta dónde tiene que ver esto con la ESI y las problemáticas de su implementación. No hace falta ser una luminaria para ver que el tiro es por elevación, que el enroque de piezas apunta a enfocar las citas de los libros y tomar las bibliotecas, las leyes relativas a la ESI, el posicionamiento de la vice como referente del nacionalismo conservador, plan B, internas, polarización y apuesta a proyección bonaerense,ese “desierto” del siglo XIX que los fans acríticos de la obra militar de Roca siguen escrutando sin comprender, en el que incursionan sin poder dar con su norte y del que vuelven periódicamente desencantados más allá de jugar al estanciero.
En la panza de este caballo deTroya libresco descansa el debate por “la educación sexual que queremos”, dicho esto por los anti aborto, los negacionistas de la apropiación de niñxs en la última dictadura, los defensores de los “pobres patriotas” y militantes de la “memoria completa” (sic), los baiteadores de la “ideología de género” (sick). Esa “ESI” que apunta sólo a las “enfermedades de trasmisión sexual” (no hay caso con infecciones), a la anti concepción a lo sumo, pero no al aprendizaje y al placer, al deseo, al cuidado y al respeto del cuerpo propio y del ajeno, a los derechos de las diversidades, de las mujeres y todo lo que las leyes de los últimos años establecieron y viene siendo, en los hechos, vaciado u obstaculizado.
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Sea cual sea el objeto satélite de la lectura, la pregunta persiste y, como muchas veces en la crítica, la respuesta, si la hay, importa menos que la potencia del interrogante. ¿Tiene que servir para algo un libro? ¿Tiene que representar determinadas cuestiones? ¿Es (o debe ser) la literatura un discurso útil?
Escuchamos hablar tanto del placer de la lectura, de sus bondades, que pretender que “sirva”, que justifique su existencia y sea subsidiaria de otra cosa (ESI, formación ciudadana) resulta problemático, habida cuenta las variadas reivindicaciones teóricas de su inutilidad, como los postulados de Giordano en relación a lo inútil de la literatura y la crítica, que retoma el “escribir: verbo intransitivo” de Barthes, atropellado por una camioneta no para demostrar que la vida es imprevisible sino porque sí, por infinidad de causalidades pequeñas que confluyeron en un hecho considerable como podría ser un choque o la escritura de un texto y no buscaron más que su mero acontecer.
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A la retórica positiva de los libros, que dota a lectura y lectorxs de un aura de prestigio inte-lectual, se contraponen dos afirmaciones que baten estadísticas en salas comunes y estudios más o menos random destinados a justificar evaluaciones y reformas educativas de dudosa procedencia. La primera: “los chicos no leen”; la segunda: “no entienden lo que leen”. Ambas “ideas” entrañan su catálogo portátil de zonceras pero vale apuntarlas por contraposición: ¿qué importarían unos párrafos de títulos distribuidos en bibliotecas de una población que no lee o que, al leer, no entiende?
Esa deliberada omisión de lo correlativo se desprende del discurso del libro bueno proyectado a “las aulas”, a “la escuela” en clave sarmientista (que no sarmientina), es decir conservadora, del aula como espacio impoluto, de la escuela como lugar autónomo, refugio del mundanal ruido. Nada que ver: entre colegas repetimosen chiste (en serio) esta expresión cuando algo funciona: “parece una escuela”; incluso, a lxs estudiantes: “es una escuela, aunque no parezca”. Vale insistir: ¿hace cuánto no pisan una escuela?
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A modo panorámico (La literatura vista desde lejos, tituló Moretti un estudio de crítica literaria que se aleja de la lectura puntual de textos): ¿leemos? ¿Por qué y qué?
Millones de libros inundan cada temporada bibliotecas físicas y virtuales. ¿Son todos reco-mendables? ¿Da lo mismo leer cualquiera, por leer? ¿Los libros no muerden? Claro que muerden, las preguntas son retóricas. Otra profesora leída: “ojo con leer boludeces, uno queda boludo”, “las librerías son peligrosas”.
Lo desenfocado es la cuestión de que unx básicamente lee porque desea. El deseo (siempre deseo de otra cosa, desde Lacan, aunque se utilitaricen terapias) parece ser el gran ausente de las polémicas de la vicepresidenta, el gran vacío de sus políticas de lectura. No lo ven ni teniéndolo enfrente. ¿La literatura ha de ser útil o no será?
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Se ha remarcado que los libros escrachados están escritos por mujeres y que las citas de Co-metierra presentan relaciones consentidas. Así es el derrotero de lectura victoriano, entre lo degene-rativo, lo algorítmico y el morettismo extraviado: Cometierra tiene ocho veces la palabra “pija”, una vez “concha”, cinco “culo”, cuatro “tetas”: ¿fuera?
La impugnación está formulada desde la moral tarada. Un episodio digno de clases de filo-sofía: al deseo se lo castiga, dice el poder.
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No importa el libro: el sexo se descontextualiza y da lo mismo. “Degradación”, “inmoralidad”, “pornografía”, escribe Villarruel. Lo contrapuesto: la moral enaltecedora; el subtexto: libros buenos.
De la escandalización subrayaría esta expresión: “@Kicillofok les ofrece” (la degradación y la inmoralidad). Lesofrece: opcional. No se puede obligar a leer, Naranja mecánica aparte. El resto, falso: los libros no están en “las aulas”, no pertenecen a “agendas” (a priori), la “inocencia de los niños”, en ciclo superior de media… ¡¿Hace cuánto no vamos a una escuela?!
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“Sexualizan a los niños”, agrega VV. ¿Podría un libro “sexualizar” a alguien? ¿Antes de leer era asexual? ¿Mis hijxs son asexuales? ¿Mis estudiantes son asexuales? ¿Qué haré cuando sean sexualizados por corruptos agentes externos? ¿Podrán sexualizarse solos?
Podría denunciar otras cosas, como las continuas alusiones sexuales y violencia discursiva de su compañero de fórmula. Amén de que varios de estos libros se originan en experiencias de sus autoras y pueden “servir” como difusión, prevención y hasta elaboración de episodios de abusos. Ah, para eso habría que leer. “¡Qué paja, profe, como 200 páginas!”
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Útil o no, se necesita sustento para leer y escribir. Dinero, insumos, libros, máquinas, institu-ciones, editorxs, lectores, jurados, docentes, enseñanzas (¿hola FONID, marchas universitarias?). En una palabra: políticas.
Descartada la burrada de impugnar la circulación de libros por su contenido, alegar que forman parte de un negocio editorial es de un nivel canallesco de inocencia o estupidez. ¿Y los representantes del espectáculo de la lectura en La Rural? ¿Y quienes fueron en representación del país a la Feria de Frankfurt este año de libertad que avanza hacia no sabemos dónde? ¿Nadie?
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Podrían apuntarse cuestiones respecto a la literatura (no a sus usos, ese fetiche), como la postulación y construcción de un espacio, el bonaerense, que además de sostenerse en una serie en continua ampliación de obras (entre las que destaca también la literatura del conurbano o conurbana), ha recibido políticas provinciales varias (desde el Plan Provincial de Lecturas y Escrituras hasta las Ediciones Bonaerenses, que abarcan publicaciones vinculadas al territorio, organización de concursos, difusiones de la literatura en y de escritorxs de PBA). Argentina hace gala de una multiplicidad de editoriales que no goza de un correlato de políticas de edición y difusión literarias dignas. Ahí, las políticas de la PBA resultan llamativas y anómalas. ¿Qué otra Provincia realiza algo semejante, tan bien que queda decir que la lectura es buena y esencial?
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Observo los libros, los acaricio, releo el comienzo. La escena no se me ocurre ni me pertenece: es parte de un corpus de lecturas sobre lectura que va de Barthes y Eco a Nancy y de Certeau, por nombrar sólo extranjeros fallecidos, no vayan a conspiranoiquearse ensobrados y publicidades, que para ficción paranoica y cosecha criolla están las teorías de Piglia sobre el policial, que aún modulándolo Viñas llamó realidad política.
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Comparemos épocas y censuras. Agosto, 1857: proceso judicial contra Las flores del mal, de Baudelaire. Poco antes, Flaubert absuelto por Madame Bovary. El cargo: “Atentar contra la moral religiosa y la moral pública”. Profe, ¿diferencia entre concreto y abstracto? 167 años.
En el medio, Lolita y otros. Esos textos deben estar en cada biblioteca escolar más o menos nutrida. La condena los inmortaliza, afirma Sollers. Así como la risa, según Bajtín, es variable históricamente, la moral también lo es. Señora vicepresidenta, fíjese cuántas citas, no es mi intención resultar pedante ni ser el Alfaro de la columna de opinión, sino remarcar que los textos nacen de otros textos, que somos mosaicos de citas, que la intertextualidad nos constituye y que esto no lo digo yo: lo leo en páginas que sugieren lo oportuno de leer antes de… Decir que unx leyó.
No podemos hablar aún de inmortalización de los textos bonaerenses, pero sí podemos entregar, viralización de marketing-escrache vicepresidencial mediante, los premios al pete y el garche más citados de la literatura argentina: ¡felicitaciones, Dolores Reyes!
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