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¿Porque le temen a la literatura?

por Claudia Aboaf
Fotos: Juan Pablo Barrientos
20 de noviembre de 2024

Una reflexión sobre los peligros de imaginar otros futuros posibles para los gobiernos enemigos de los sueños. Una invitación a abrazar a quienes nos hacen viajar a través de las historias.

Nada perduró tanto como la literatura, lo viene haciendo por siglos. Es que nuestro pensamiento es esencialmente metafórico y el arte conmueve. A veces son gestos estéticos los que generan comienzos históricos políticos. Una novela tiene más de lo que dice. Es un reservorio afectivo que mantiene la imaginación encendida. Te saca de tu burbuja de pensamientos hacia mundos más complejos, tantos como puedas leer; así es con la literatura. 

Accedemos al mundo a través de la ficción, de los cuentos que nos contamos. Millones de páginas escritas incluyen en sus relatos mucho más que amores y miserias. También lo impensado. Muchas veces trazan faros de advertencia o utopía llenas de belleza. Unas pocas páginas de Gabriela Cabezón Cámara nos llevan a convivencias inesperadas como la que narra para Antonio, un colonizador que se esconde en la selva junto a Las niñas del naranjel: “las carcajaditas de las niñas lo animan. Antonio se sienta, toma los frutos, los reparte. Michi agarra una punta de la capa del capitán, le acaricia la frente con sus manitas torpes, débiles, pegajosas. Antonio siente un hueso en la garganta. Acaricia la cabeza de Michi por un instante”.

Luego, Antonio recordará España y se preguntará qué comen los indios, como estas niñas indígenas Michi y Mitakuña, y buscará cómo protegerlas, es que ya no está seguro de nada y su mundo colonial se derrumba. El capitán reflexionará conmovido sobre ese breve intercambio de caricias. 

La narradora escribe: “Ganaron todos. No sabía que eso era posible”.  

A cambio, en las ficciones tristes de este gobierno, nos quieren desesperados y desesperadas. Provienen de una ilustración oscura que solo puede imponerse con la persecución de lo que llaman “batalla cultural”. Con muchas más historias sexualizadas e insultos de las que leí en los últimos, al menos cien libros literarios, mientras abusan de la representación de memes –unidades culturales– que horrorizan la vida. Pero la idea misma de control, de que nos controlan o que podemos controlar todo es peligrosa y falsa. Nunca puede ser total. Siempre existirá la literatura. 

En algunos párrafos de Cometierra, la novela de Dolores Reyes, a veces gana la ternura: 

“Cerré los ojos y los abrí recién cuando Ezequiel paró el auto frente a una confitería enorme pintada de amarillo… miraba todas las cosas ricas… Ezequiel me preguntó ¿qué te gusta? Elegí un montón de facturas, en especial de esas con azúcar impalpable y que te dejan la boca como un payaso… ya no pensaba en la tierra, sino en las facturas”. Ese gesto es un breve remanso para Cometierra, la protagonista, una adolescente para la que comer, comer tierra, es una desgracia y un don entre tanta violencia.

La experiencia de la lectura (y la escritura) nos enlaza con otros, distintos de uno mismo. Ese diferente de mí con el que puedo empatizar en una historia, incluso con otros vivientes como las plantas, los animales, para tomar diferentes puntos de vista con voces poéticas diversas. Ser otro en la lectura es un ejercicio que ocurre en la literatura. 

Ricardo Piglia, gran escritor argentino, le da otra dimensión al sostener que “la escritura de ficción se instala siempre en el futuro porque trabaja con lo que todavía no es. Construye lo nuevo con los restos del presente”. Me pregunto cómo se puede representar el futuro con dirigentes que niegan los derechos y las evidencias de la crisis climática, dejándonos sin previsiones para prevenir catástrofes. 

Aun así, cuando estiramos la imaginación desde el presente, ejercicio que hace la ficción, logramos atravesar este futuro denso, aunque se empeñen en apagarlo en el cine, la literatura, el teatro y la educación pública; institución donde se estimulan estas dimensiones de la cultura. Las desfinancian con consecuencias determinantes para el país. 

Hoy el futuro parece disputarse en la ficción, en el espacio virtual donde ponen a trabajar las fuerzas de un cielo amenazante, sobre un paisaje real empobrecido y angustiante. Política, literatura, también ecología se funden en la ficción para pensar otros mundos posibles. La humanidad reacciona al arte, a la literatura, siempre lo ha hecho. Por eso perdura por siglos. Y ciertos libros vuelven a resonar en medio de las crisis. También la literatura es una actividad interactiva y tiene una contención para la violencia. En estos tiempos en que se propaga el individualismo, leer sea quizás más importante que nunca para tender un puente sensible hacia imaginarios vitales. 

Todo depende del mundo que quieras. 

“Habla, la tierra. No entiende qué dice. Pero habla: está toda ella diciendo algo”. Antonio siente que se está llenando de sol como las hojas, como todo –nos cuenta Cabezón Cámara en Las niñas del naranjel–, y se refiere a una vida que se mide en milenios. Un tiempo en el que se puede morir tan fácilmente, pero también un tiempo de lo que no muere fácil.

Siempre hicimos acciones y adhesiones por solidaridad más que por contestación. A veces, sí, para lograr un objetivo con los gobernantes. Pero siempre por empatía. Necesitamos otras estrategias, es cierto, pero tampoco vamos a permitir que nos agoten el deseo de movilizarnos. No lo hacemos bajo su mirada enjuiciadora, lo hacemos por encima de lo que no ven: que seguimos juntas. La libertad nos es un espectáculo, eso no es la libertad. 

Acompañamos a estas colegas, personas amorosas y escritoras reconocidas en todo el mundo. Por eso nos juntamos para realizar una lectura colectiva el sábado 23 de noviembre, a las 10, en el Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857). 

Por capacidad limitada, inscripciones en: [email protected].