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Claves para evitar la extinción de la especie humana

por Damián Verzeñassi
24 de noviembre de 2020

¿Cómo podemos creer que podemos ser una sociedad saludable si tenemos un 60 por ciento de nuestros niños debajo de la línea de pobreza? ¿Cómo podemos creer que podemos construir salud si los territorios en los que vivimos nos han alejado de la comprensión de los ciclos naturales de la vida? Necesitamos empezar a construir colectivamente las nuevas epistemologías desde lo pequeño.

En estos tiempos donde, entre pandemias, encierros, extractivismo -que no ha frenado-, porque algunos tuvimos que hacer cuarentenas pero el extractivismo en ningún momento hizo cuarentena, sino que se aceleró -quizás- con el terreno facilitado por nuestra ausencia en los territorios, como lo hacíamos y como lo sabemos hacer cuando nos podemos movilizar, nos preguntamos cómo aportar a la salud socioambiental y salir del diagnóstico, para ir a lo propositivo. Como médico se me hace muy difícil plantear el desafío sin decir desde dónde estoy viendo, qué estoy viendo. Hay dos puntos que son clave: como seres humanos, además de respirar, lo segundo que tenemos que hacer -ni bien atravesamos el canal de parto- es alimentarnos. Algo que venimos haciendo desde que estamos dentro del vientre de nuestras madres.

¿Cómo podemos creer que podemos ser una sociedad saludable si tenemos un 60 por ciento de nuestros niños debajo de la línea de pobreza?

Sin la alimentación no podríamos desarrollarnos, no podríamos crecer y no podríamos estar en condiciones -luego de nueve meses- de poder salir a este nuevo territorio. Digo esto porque, si pensamos en salud ¿quién se anima a definir quién es un trabajador de la salud? Quizás, con el preconcepto que padecemos, se podría responder: 'los médicos, los enfermeros, los camilleros, el que maneja a la ambulancia'. Pero pocos nombrarían a los trabajadores de la tierra. Generalmente no asociamos como trabajador de la salud a la persona o a los colectivos que son los responsables y garantes de que nosotros podamos tener nuestro alimento, en nuestras mesas, todos los días, para poder incorporar los nutrientes que hacen falta para que nuestros cuerpos puedan desarrollar sus funciones biológicas saludablemente, para que así podamos ir construyéndonos y reconstruyéndonos permanentemente, desde los vínculos, y desde los diálogos que establecemos como colectivos. 

Más que desafíos, me propongo compartir dudas: ¿Cómo podemos creer que podemos ser libres en sociedades donde las inequidades y las desigualdades transforman a grandes grupos de personas en excluidos? ¿Cómo podemos creer que podemos ser una sociedad saludable si tenemos un 60 por ciento de nuestros niños debajo de la línea de pobreza? ¿Cómo podemos creer que podemos construir salud si los territorios en los que vivimos nos han alejado, han sido pensados deliberadamente para alejarnos de la comprensión de los ciclos naturales de la vida? ¿Cómo podemos creer que -como personas- podemos estar a salvo, porque pudimos tener la posibilidad de acceder a los comercios electrónicos -ya que no podemos salir- a la compra de orgánicos o agroecológicos que me traen a mi casa y lo puedo pagar, cuando -en realidad- existe una gran cantidad de grupos de personas, en nuestras mismas ciudades, que ni siquiera tienen acceso al agua? 

Es necesario que empecemos a animarnos a integrar lo que nos han dicho que está absolutamente desintegrado. Si nosotros hoy hacemos un debate con referentes de las corporaciones del negocio de 'la comida', o de insumos de 'comida' -porque no son alimentos, claramente- resulta que tenemos que prepararnos, estudiar, buscar información científica, tenemos que tener cantidad de sustentos para poder demostrar que nosotros no somos 'unos charlatanes', y nos sentamos a debatir con gente que lo único que nos dice es: 'Ay, no podemos ser tan malos con los pobres'. O que nos dicen: 'La verdad, el que contamina tiene que ir preso, porque está muy mal contaminar'. Entonces me permito decir que estoy harto de tener que compartir mi tiempo, mi energía, mi fuerza, con cínicos y necios que sólo utilizan los espacios a los que nos convocan, para lavar sus caras. Me refiero a las corporaciones y a los funcionarios que -después de 26 años de iniciado el proceso de extractivismo industrial en nuestro país- recién ahora se acuerdan de que hay que convocar a los investigadores para ver cuán contaminados están nuestros territorios. 

¿Cómo podemos creer que podemos ser libres en sociedades donde las inequidades y las desigualdades transforman a grandes grupos de personas en excluidos?

La única forma de transformar esto y de romper las redes que se están entretejiendo para consolidar la insustentabilidad de este tipo de políticas, son los encuentros donde podemos compartir estrategias, miradas e ideas de construcciones desde otros paradigmas, de nuevos vínculos, de nuevas formas de asociación, y fundamentalmente, de nuevas formas de pensar las resistencias. 

No hay alimentos si hay venenos y transgénicos en nuestras mesas. No hay alimentos si hay trabajo esclavo en nuestras mesas. Sin alimentos, no hay pueblos libres, ni hay pueblos sanos.

Estamos en un momento de la historia de la humanidad, y particularmente de nuestra historia como sociedad, como país, como región, en la que -primero- tenemos que rescatar la memoria. Esto implica reconocer las luchas de los que nos precedieron, para poder encontrar -en esas luchas- aciertos y desaciertos, que nos permitan no cometer errores. Pero -sobre todo fortalecernos- a partir de los recorridos de quienes mucho antes que nosotros, incluso antes de que naciéramos, estaban en estos lugares, planteando que esto podía ser un escenario de futuro posible. 

¿Cómo podemos creer que podemos construir salud si los territorios en los que vivimos nos han alejado, han sido pensados deliberadamente para alejarnos de la comprensión de los ciclos naturales de la vida?

Necesitamos empezar a construir colectivamente las nuevas epistemologías. Escribir las epistemologías de 'lo pequeño'; el deber y la responsabilidad ética, colectiva y generacional para con los que vienen, de empezar a animarnos a leer qué es lo que nos dicen 'los pequeños' a la hora de organizar los ciclos vitales. Y cuando hablo de los de 'los pequeños', me refiero a los pequeños de verdad. Hablo de los microorganismos, de las bacterias, que se organizan para resistir, para poder de esa forma seguir existiendo. Tenemos que empezar a estudiar cómo es que las bacterias han logrado sobrevivir en este Planeta, incluso a nosotros, que no hemos parado de atacarlas con antibióticos y con químicos. Y han logrado resistir porque se han organizado a partir de la lógica de la solidaridad, de la comunicación horizontal y la lógica del reconocimiento del otro como necesario para poder construir esa resistencia. Y así re existir. 

¿Quién es un trabajador de la salud?

Hablo de pensar las lógicas de cooperación que tienen las abejas, que trabajan colectivamente para poder garantizar que el alimento llegue a todos. Pero además, que no se corte la producción de alimento, a partir de garantizar la polinización absolutamente desinteresada que hacen cuando pasan de una flor a otra, y cuando van garantizando que la vida pueda seguir sus ciclos. Siempre de una lógica de la cooperación y de la solidaridad en las construcciones que llevan adelante. 

Tenemos que recuperar las dimensiones de lo pequeño para poder restablecer los ciclos metabólicos de la naturaleza, para poder vivir como sociedad. Las lombrices, por ejemplo, son esos esos habitantes de este Planeta que nos demuestran que tenemos a nuestro alcance todo lo que necesitamos para poder aprender cómo se transforma aquello que otros han usado, que han necesitado para su ciclo vital, en una nueva lógica, se transforman en los insumos que podrán necesitar en el futuro las próximas generaciones; y de esa forma, desde la resistencia de las bacterias, la solidaridad y el trabajo colectivo de la abejas, y la capacidad de metabolización que las lombrices nos muestran, nosotros podemos empezar a reencontrarnos, con la necesidad de la construcción de la salud de nuestros suelos -como primer paso- para la reconstrucción de la salud de nuestros cuerpos. 

Tenemos que rescatar la memoria y luchas de quienes nos precedieron. Necesitamos empezar a construir colectivamente las nuevas epistemologías. Aprender a ser como las bacterias, las abejas y las lombrices.

Animémonos a pensar y recuperar el saber de quienes -desde hace muchas generaciones- han logrado atesorar esto, que es una ciencia mucho antes de que la ciencia exista como tal, que es la agroecología. Es un saber mucho antes de que la universidad lo haya establecido como tal. No hay alimentos si hay venenos y transgénicos en nuestras mesas. No hay alimentos si hay trabajo esclavo en nuestras mesas. No hay alimentos si hay inequidad y desigualdad en nuestras mesas. Y sin alimentos, no hay pueblos libres, ni hay pueblos sanos.

Damián Verzeñassi, del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (InSSA) en el Sexto Encuentro Nacional de Agroecología organizado por RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología - Argentina)