“El Estado no tiene instrumentos de regulación e intervención sobre el suelo urbano”
por Revista CítricaFotos: Agustina Salinas
28 de diciembre de 2020
Santiago Nardin, sociólogo y Magister en Estudios Urbanos, habla de los aprendizajes que dejó la pandemia en materia de vivienda, con el desalojo en Guernica como ejemplo de un problema no resuelto.
Por Santiago Nardin. Sociólogo, Magister en Estudios Urbanos (UNGS) e investigador en el área de Conflicto Social del Instituto Gino Germani (Ciencias Sociales-UBA).
En materia de vivienda, con la pandemia aprendimos –como suele suceder en las crisis sociales– que ciertos problemas que están velados por la cotidianeidad salen a la luz, y también que aparecen nuevos problemas.
Lo que salió a la luz es el enorme déficit habitacional que hay en el área metropolitana de Buenos Aires, tanto en términos cuantitativos (la cantidad de viviendas que falta construir) como cualitativos (las construcciones realizadas con materiales deficientes y la falta de acceso a los servicios básicos).
Durante el kirchnerismo hubo una política inédita de construcción de viviendas, pero eso coincidió con un período de aumento del precio del suelo urbano, lo que dificultó el acceso de los sectores populares a las viviendas nuevas o la autoconstrucción. Eso agravó el hacinamiento en la medida en que imposibilitó la formación de nuevos hogares. Los cuatro años del macrismo profundizaron el problema, ya que la obra pública destinada a vivienda social se paralizó.
Con la pandemia fue claramente visible la falta de acceso al suelo urbano para los sectores populares. Por eso se produjeron las ocupaciones de tierras, que se localizaron no casualmente en lo que se denomina la zona de expansión de la mancha urbana, los cordones más periféricos del área metropolitana. Son zonas muy desconectadas, sin equipamiento (sala de salud, escuela) ni conectividad de transporte ni infraestructura urbana (luz, gas, agua).
La creación del Ministerio de Vivienda fue una buena noticia en la pre-pandemia, pero en los hechos mostró poca capacidad de respuesta, por eso lo que predominaron fueron las respuestas de tipo represivas, como sucedió en Guernica. Ahora se están poniendo en marcha los planes de integración socio-urbana, que son un enfoque adecuado para resolver el problema del hábitat popular en el Gran Buenos Aires.
Además, la pandemia alumbró una confusión o un nuevo problema, que se podría definir como una reacción anti-ciudad o anti-urbana, en la que se confunden “densidad” y “hacinamiento”. En el debate público y también en cierta sensibilidad social se construyó una asociación entre infección y ciudad; la contracara es un imaginario o una representación de la vida rural o de estilos de urbanización bien dispersos, con baja densidad, como el modelo deseable para evitar los males urbanos asociados con la pandemia.
En realidad, los modelos de desarrollo urbano de baja densidad, como las urbanizaciones cerradas y los countries, tienen varios problemas: son costosos en términos económicos, consumen muchísimo suelo para muy poca población y, en consecuencia, son ambientalmente insustentables.
El problema del Gran Buenos Aires no es tanto la densidad (la cantidad de personas por metro cuadrado), sino el hacinamiento, es decir, la falta de servicios, equipamiento e infraestructura urbana para desarrollar una vida sana en un entorno adecuado. No es tanto la falta de espacio, sino la falta de plazas, espacios verdes, servicios (agua corriente, gas, luz) y conexión a los transportes. Ahí está el problema.
Cuando se plantea que la solución es expandir la mancha urbana con baja densidad, no se está abordando la conectividad, los costos económicos ni el daño ambiental que supone, por ejemplo, desarrollar extensísimas autopistas y seguir alimentando el sistema de automóviles como la principal vía de movilidad en una ciudad que ya se está expandiendo de forma bastante caótica.
El Estado no tiene hoy instrumentos de regulación e intervención sobre el suelo urbano, entonces la expansión de la mancha urbana se da principalmente a través de los sectores privados que construyen urbanizaciones cerradas y countries. Eso también permaneció invisibilizado en el debate de la vivienda durante la pandemia, porque el ojo se puso sobre los modos de vida de los sectores populares.
No hay forma de resolver los modos de vida de los sectores populares si no incluimos en la ecuación los modos de vida de los sectores altos y medios altos, por lo menos en el área metropolitana de Buenos Aires.
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