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"Los gendarmes que mataron a mi hijo siguen sueltos"

por Saverio Lanza
26 de agosto de 2018

Tras un control de Gendarmería, Andrés García Campoy apareció muerto, de un tiro en la nuca en el asiento trasero de su auto en junio de 2014 en Mendoza. Los gendarmes implicados en el caso están libres. La familia denuncia irregularidades, amenazas y la complicidad de la Justicia.

El granjero nunca vio al zorro. Por la mañana notaba las huellas en la tierra. La zanja cavada debajo del alambre tejido del gallinero. Las plumas alborotadas adentro. La puerta entreabierta. Algunas gotitas de sangre. Y una gallina menos. Siempre lo sospechó, pero nunca lo vio. Conversaba con su mujer, con su hijo mayor, con el granjero de al lado. Todos sabían algo de lo cual no tenían certeza. Sin embargo lo inferían.

Los zorros son hábiles. Se manejan entre las sombras y la oscuridad con sagacidad. Se valen del entorno, de conocer el terreno, de su propio poder, y de estar cómodos en esa impunidad. ¿Será así? ¿O será que los animales no tienen tanta maldad, y solamente todo esto lo puede pergeñar el hombre? Ese humano que actúa como un animal, con esas características, pero la diferencia sustancial de poder pergeñarlo.

En Mendoza había un pibe, un auto, una ruta semidesértica, prácticamente inhabitada. Había también un retén de gendarmería, dos efectivos, y una detención de rutina. Después apareció una ventana temporal en la que la incerteza es dueña de la escena. Sin embargo, tras esa penumbra, aparece el cuerpo del pibe, con un balazo en la nuca, dos gendarmes diciendo que se suicidó, una munición que la Justicia dice que se evaporó, hostigamientos a los familiares de la víctima, persecuciones, desidias judiciales, pinchaduras de teléfonos, investigaciones al granjero, a su mujer, al resto de la  familia de la víctima, y no a los posibles victimarios. Los hechos reales mezclados con ficciones inverosímiles.

Más tarde llegó la instalación del miedo en los testigos, y un ostensible manto de penumbras por parte del Estado, en todas sus formas, sobre la investigación del caso. Al igual que le pasaba al granjero con el zorro, entre la incerteza y el convencimiento, podría decirse que no se puede asegurar en forma absoluta que se haya tratado de un caso de gatillo fácil, sin embargo, el escenario del sentido común hace pensar que así fue.

"No sé qué pasó en ese control, pero mi hijo terminó con un tiro en la nuca, en el asiento trasero del auto".

Andrés García Campoy tenía 20 años y estudiaba Licenciatura en Higiene y Seguridad Industrial en la Universidad Aconcagua de Mendoza. Hace cinco años, el 13 de junio de 2014 salió en su Peugeot 504. Llevaba consigo un arma de colección, una carabina calibre 22 modelo 1860, que quería vender.

Tomó la Ruta 7, desde Luján de Cuyo, con destino a Destilería. Tenía que hacer unos tres kilómetros, apenas. No llegó. Fue detenido en el kilómetro 1060 por dos gendarmes. "Alguien lo llamó para vender la carabina, o mostrársela. Era de colección, de su bisabuelo. No funcionaba, estaba arrumbada", detalla Mónica Campoy, mamá de Andrés. "No sé quién lo llamó, y no sé si alguna vez lo voy a saber, porque al celular de Andrés nunca lo abrieron".

Andrés llevaba toda la documentación del auto al dia. "No sé qué pasó en ese control, pero mi hijo terminó con un tiro en la nuca, en el asiento trasero del auto", dice Mónica. A partir de allí, el fiscal provincial Jorge Calle lo caratuló como homicidio agravado por fuerza de seguridad.

Quedaron implicados los gendarmes Maximiliano Alfonso Cruz y Corazón de Jesús Velázquez, de 24 y 22 años -por entonces-, quienes dijeron que Andrés se había suicidado, con un tiro en la nuca, y con la carabina de su bisabuelo. Allí es cuando la ventana del tiempo de la incerteza se abre. Una vez que Andrés muere o es fusilado, los gendarmes llamaron a una ambulancia. Dijeron que había un chico herido, "pero nunca con un tiro", aclara Mónica. Según los dichos de los gendarmes, Andrés "se puso nervioso por el control vehicular, tomó la carabina, y se suicidó".

Cuenta además que "la ambulancia tardó 40 minutos, cuando estaba a diez minutos nomás. La doctora -que creo que se apellida Alaniz- quiso revisar a Andrés, y no la dejaban. Ella se peleó para que la dejen pasar, y ellos le decían que tenía que poner como que "estaba muerto" y nada más. Forcejeó hasta que la dejaron pasar, y ella relató que no vio sangre, solamente un poco, por la nariz. No la dejaron dar vuelta el cuerpo. Lo único que ella pudo hacer es tomarle el pulso. Y constatar la muerte. Eso es lo que figura en el expediente".

Según los dichos de los gendarmes, Andrés "se puso nervioso por el control vehicular, tomó la carabina, y se suicidó".

La causa pasó a manos de un juez que "se encargó de hacer todo, menos investigar e intentar llegar a la verdad". Se trata del juez Walter Bento (expediente nro. 17677/14). Mónica asegura que este magistrado "defiende a los gendarmes. Nunca investigaron el celular de Andrés, ni en Buenos Aires ni en Mendoza. Andrés no tenía pólvora, ni en las manos ni en la ropa". "Cuando yo veía lo que le pasó a Santiago Maldonado, escribía en las redes sociales que a mí me había pasado lo mismo con Andrés", explica.

Sin embargo, Bento siguió el mismo camino que Patricia Bullrich después de las muertes de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel, -entre otras-: no solamente no investigó debidamente a las fuerzas de seguridad, sino que además los sobreprotegió. "A los gendarmes los investigaron después de cinco días. No había salpicaduras de sangre adentro del auto. Es decir, lo mataron afuera. A Andrés le hicieron un test psicológico post muerte, donde la licenciada Marta Mulat dijo que no había indicio de que Andrés hubiera querido quitarse la vida. Yo pude hablar con ella. Me dijo que Andrés era un ángel y me abrazó fuerte, y lloraba. Nunca me olvidaré su cara".

Andrés había pagado la cuota de la facultad el día anterior. Tenía un cumpleaños al viernes que seguía, y para lo cual ya había comprado como regalo una botella de vino, que la llevaba ese dia en el auto". "Ya tengo tu regalo", le había dicho a su amigo en un mensaje de texto. Además, tenía planeado viajar a San Luis -para el día del amigo- con sus compañeros de la secundaria. Andrés tenía muchos planes, mediatos e inmediatos. La hipótesis del suicidio se cayó inmediatamente. No estaba depresivo, sino todo lo contrario. "Era un chico alegre y servicial, sumiso, educado; hermoso por dentro y por fuera". 

Mónica cuenta que intentó quitar de en medio al juez. "Bento es cómplice de Gendarmería. No lo pudimos sacar. Por todas las irregularidades que tiene en el caso y su mala interpretación, el crimen puede quedar impune. Están dadas todas las condiciones para hacer un juicio oral. Pero él se opone. Lo quisimos recusar por inepto".

"Cuando yo veía lo que le pasó a Santiago escribía en las redes sociales que a mí me había pasado lo mismo con Andrés".

Además, "uno de los gendarmes, Corazón de Jesús Velázquez, está en Jesús María, Córdoba, estudiando el 2° año para suboficial. Esto es injusto: él está estudiando como si nada, y mi hijo está bajo tierra", lamenta Mónica, y agrega: "Andrés tendría que haber estado en 4° año de estudio, y debería estar aquí, junto a su familia y amigos".

La zona en que Andrés apareció muerto -el kilómetro 1060 de la ruta 7- está semi deshabitada. Sin embargo hubo testigos. "Hay un barrio humilde que se llama Agrelo. Ahí hay personas que vieron cómo lo bajaron a Andrés. Pero esa misma noche, Gendarmería entró al barrio a las patadas, golpeando puertas, preguntando si alguien había visto algo. Yo fui personalmente, y la gente tiene mucho miedo. A unos pocos kilómetros está el control de Gendarmería. Yo los entiendo. Tienen chicos, nietos, no quieren saber nada de hablar o contar".

Si hasta aquí el caso reviste de una inusitada impunidad por parte del Estado, todavía queda un capítulo verdaderamente inverosímil: "Otra cosa que llama la atención es que, en la autopsia, nunca le pudieron sacar el proyectil... ¡porque se desintegró!", exclama Mónica. "Todo está embarrado", asegura. 

"Lo que estamos pidiendo es que se haga una nueva autopsia por otros especialistas. Por supuesto Bento denegó este pedido. Ya no sabemos que más hacer, si él (el juez Bento) se interpone en todo. Mi abogado, Ramiro Villalba, quiere ir a un juicio oral, pero no podemos, por culpa del juez, su mala instrucción y su mala interpretación. Por eso tememos que vaya a quedar impune", lamenta Mónica.

Asegura que "Bento se negó a ver los hechos. Le dijo a la prensa que un chico se suicidó en un control. Los medios le creyeron, sin averiguar nada. Por eso, después de 4 años, empecé a pedir ayuda. Andrés era mi hijo mayor, mi mano derecha, un chico con valores. Después entendí que la custodia de Bento es Gendarmería. Va con ellos a todos lados. Este juez es cuidado por gendarmes, y por eso les devolvió el favor. Él le debe favores a Gendarmería. Por eso lo tiene todo tapado y no quiere que salga a la luz".

Bento no solamente cajoneó el caso sino que además espió a los familiares de la víctima, como en los casos de Santiago y Rafael. "Me averiguaron todo, sobre mi familia, sobre sus amigos. Fue vergonzoso, fue un circo lo que hicieron. A los gendarmes no les averiguaron nada. Hasta se llevaron para investigar la computadora que era de mi hermana Claudia". "El juez se ha reído siempre de nosotros, y como el caso no salió casi en ningún medio, con más razón se rió".

"Un día me peleé con el juez, y me sacó corriendo", dice literalmente. "Me vino a decir que Andrés tenía un tiro en la sien. Y yo le dije: '¿Cómo que tiene un tiro en la sien? ¿Nunca vio usted el expediente?' Y ahí se enojó tanto que me agarró y me sacó corriendo", explica Mónica sobre la prepotencia utilizada por Bento.

"Él a mí me pisoteó, porque yo, de lo poco que sé, le contestaba. Desde mi ignorancia le decía: 'Usted dice que Andrés se mató adentro, ¿por qué no hay sangre en el auto, entonces?'. Me trataba como una tarada. Me decía que no había ningún barrio en la zona; y yo le respondía que sí, que se llama Agrelo, que había ido personalmente, que había hablado con la gente, y que me habían contado lo que pasó. Los vecinos me dijeron en la cara: 'Sí, lo mataron, es lo único que le podemos decir', me aseguraron".

Agrega que la policía nunca fue a revisar la zona del hecho. "Nunca se encontraron los casquillos de ese arma, que encima no funcionaba, y que para usarla hay que agarrarla con las dos manos. ¡Este arma mide un metro! ¡¿Cómo hacés para suicidarte con una carabina de un metro de largo?! ¡Y encima, en el asiento de atrás de un auto, con los dos gendarmes que te están mirando, cómo te ponés la carabina en la parte de atrás de la cabeza! Es imposible", explica.

Mónica intuye que los gendarmes "quisieron asustar a Andrés por algo, y se les escapó el tiro. No hay otra forma de explicar lo que sucedió. Esperaron que se muriera, acomodaron el cuerpo en el asiento de atrás, lo acostaron, y recién después llamaron al 911. Y además no le permitieron a la doctora revisarlo correctamente. Está en el expediente. Le dije a Bento: 'Si con todo esto, usted dice que mi hijo se mató, estamos todos locos'. Solamente, contando con el relato de la doctora, una se da cuenta de que lo mataron. Esos gendarmes son gente mala; encima los dejaron sueltos y van a seguir matando. Tienen esa impunidad, y van a seguir haciéndolo".