Tres de julio. La noche más fría. Seis personas murieron en las calles de la Ciudad de Buenos Aires en los últimos diez días. Un club de fútbol abre su estadio para dar refugio a personas sin hogar. ¿Qué pasará los próximos días? ¿Qué futuro nos deparará este invierno?
Morir por frío en una Ciudad con alma de piedra. Ya cuenta seis muertos en su cruel haber. Diego Santilli dice que “la gente no quiere ir a los paradores” y que “prefiere estar en la calle”. Ciudadanos que no comen, que -a la vez de no tener nada- lo que sí tienen es frío, hambre, y todas las necesidades imaginables, a flor de piel acostumbrada. ¿Cuánto más puede hacer sufrir el sistema? ¿Cuánta saña atroz puede generar? ¿Cuánto se puede soportar la fiereza artera del frío? ¿Cuánto la de la desigualdad?
Tres de julio. Quizá la noche más fría del año. Quién sabe. Caras curtidas, rabia de esperar. Tras la muerte de un hombre -a metros de la Casa Rosada-, dicen que a causa del inclemente frío que azota al sur del cono sur, algunos espacios abrieron sus puertas, con el objetivo de ayudar a no continuar engrosando una de las cifras más horrendas que las sociedades capitalistas actuales muestran sin avergonzarse.
¿El frío es el que mata? No. La asesina es la desidia estatal. La maldita apatía y deshumanización política de estos tiempos de CEOs, marketing y meritocracias. Carne de tempestad, los olvidados y las olvidadas, con el agua en los pies, no es difícil odiar.
Existe un viejo adagio costumbrista que dice que ‘siempre hubo pobres’. Eso no es cierto. En algún momento de la historia de la humanidad, la humanidad se rompió. Y parece haberse roto de manera irreparable.
Un viento gélido e impiadoso se desliza como un cuchillo contra los no menos helados muros del estadio de River. A las miradas de ‘el ahora’ mucho les cuesta pensar en ‘mañana’. Pero, ¿qué ocurrirá mañana, cuando todas estas gentes deban irse de aquí? ¿Qué ocurrirá mañana? ¿Es que mañana habrá menos frío? ¿O será todo igual que ayer? ¿Qué ocurrirá con todas estas almas afligidas y errantes que hoy encuentran un pequeño alivio para sus apesadumbradas existencias?
Esta noche los iluminan luces extrañas, de las que casi nunca los iluminan. Ojos y flashes hacen fotos que casi nunca hacen. Manos van y vienen, llevando y trayendo, recogiendo y dando; muchas manos que usualmente no están acostumbradas a hacer este ejercicio. Y la pregunta es siempre la misma: ¿Qué ocurrirá mañana?
Existe un viejo adagio costumbrista que dice que ‘siempre hubo pobres’. Eso no es cierto. En algún momento de la historia de la humanidad, la humanidad se rompió. Y parece haberse roto de manera irreparable. Profusamente irreparable. Porque desde ese momento en que se quebró, la humanidad no ha dejado de profundizar esa grieta espantosa que existe entre quienes comen y quienes no, entre quienes se visten y quienes no, entre quienes tienen un techo para guarecerse y quienes mueren en el frío de la intemperie. O en la intemperie del frío.
¿En qué perverso manual, en qué cínica historia, puede conjugarse el lujosísimo barrio -lleno de ofensivas ostentaciones- en que se encuentra emplazado el estadio, con todas estas personas en situación de calle, que están de los muros de la cancha para adentro? ¿Quién es el horrible escritor que ha pergeñado esta espantosa tradición?
Con rejas, con alarmas, con claves de acceso, con pequeñas tarjetitas y llaves electrónicas se separa una realidad de la otra. Cientos de autos por minuto, desfilan por Libertador, por Figueroa Alcorta. Miles de autos por hora. Con el valor de sólo uno de ellos, todas estas docenas de personas podrían comer durante un mes.
Carr señala que la intención es la de dar un fuerte llamado de atención, que retumbe, para que la sociedad entienda de una vez por todas que en Argentina hay cada vez más pobres, que se están muriendo en las calles, que hubo seis muertos en once días
Y lo que ocurre termina siendo un penoso circo, indigno de verse. Un circo donde hay sonrisas despampanantes que piden inverosímiles entrevistas, donde hay caras curtidas que se ven sorprendidas de ser entrevistadas. Donde hay pibes, donde hay pibas, que buscan en una montaña inmensa de ropa, mientras del otro lado de la baranda de hierro, las personas en situación de casa, las personas en situación de auto, se hacen selfies, charlan alborotadamente entre ellos, postean en sus redes sociales, toman fotografías y filmaciones con unas cámaras de valores inimaginables para quienes son fotografiados y filmados. Un circo de miserias varias, la expresión misma de la más detestable de las caridades, siempre dentro del sistema capitalista. Caridad, que no es igualdad, nunca paridad. Siempre desde arriba hacia abajo.
Juan Carr explica una y otra vez a los diferentes canales de televisión, tanto nacionales como internacionales, que el club -esta noche- va a brindar abrigo, comida, toda la ayuda posible, para ‘estirar la noche’. Resalta que cuando los turistas se apersonan en el estadio, se llevan a cabo visitas guiadas, paseos por el interior del club, el museo, y hasta la cancha. Esta noche se realizará esto mismo, pero los neo turistas serán las personas en situación de calle que se acerquen hasta el estadio. Llegarán para comer, para abrigarse, y para hacer esto de ‘estirar la noche’, de empujarla, para que duela menos. Al menos hoy. ¿Mañana? ¿Qué pasará mañana? Carr señala también que la intención es la de dar un fuerte llamado de atención, que retumbe, para que la sociedad entienda de una vez por todas que en Argentina hay cada vez más pobres, que se están muriendo en las calles, que hubo seis muertos en once días, y que no fueron a causa de las bajas temperaturas. Sino de la desigualdad, de la misma pobreza, de la indigencia que genera el capitalismo.
En el medio del salón, una baranda de hierro separa al periodismo, los curiosos y los donantes, de las personas en situación de calle que se acercan a tratar de llevarse algo de ropa de abrigo, de cama. Se producen algunas pequeñas discusiones con el personal de seguridad que -con poca discreción- tratan de ordenar las ansias de los desamparados. También hay algunos malentendidos entre las mismas personas en situación de calle. A veces riñen por quién se queda con esa abrigada campera, y quién sigue buscando la suya.
A veces se deja entrever por allí un cierto aire de frivolidad, de ciertas almas que buscan ser lavadas, de algunas conciencias que buscan ser descargadas, dejando bolsones con ropa ya indeseada. Es el sistema en su máxima expresión. El sistema de la desigualdad. El sistema que tiene como propósito fabricar pobres. ¿Alguien se preguntó alguna vez cómo es posible que un niño recién nacido pueda ser pobre apenas salido del vientre de su madre? Es el sistema mismo el que genera la degradación absoluta de la especie humana. Ha encontrado una singular palabra para denominar esa degradación. La degradación absoluta del ciudadano partícipe de las sociedades modernas es conocida como indigencia.
Y les toman fotos que tal vez nunca verán. O tal vez sí. Quién lo sabe. Quién puede ostentar esa certeza. Algunos sonríen para la cámara. Otros no tanto. Algunas miradas se ríen, otras están perdidas, distraídas, o cubiertas por grandes gorros de lana, o enormes capuchas recién estrenadas.
Mientras tanto, frazadas y ropas de invierno se agolpan en los laterales del salón. Nunca es acción. Siempre es la reacción posterior, la mediática, siempre corriendo desde atrás. Surgió cuando alguna de las alarmas, que suenan permanentemente, desde hace añares, y que casi nunca son escuchadas, consiguió un singular cimbronazo.
Sergio Zacaríaz, de 53 años, se acostó en la calle. Se durmió. Y después murió mientras la noche helada del último domingo se cernió sobre su ser. Fue a menos de cinco cuadras del despacho de Mauricio Macri, el Presidente de Cambiemos, candidato a Presidente por otro partido, en la Casa de Gobierno. Así de absurdo es todo. A nadie parece sorprenderle.
A Sergio no lo mató el frío. Lo mató la indolencia. Lo mató el hecho de vivir en una sociedad que sabe detenerse delante de una vidriera, pero elige distraerse, esquivar la mirada, cuando alguien sufre las peores penurias ante su desfigurado rostro anónimo. Claro, no son todos, no son todas. Algunos mantienen tierno el músculo del corazón.
Los paradores -de los cuales se vanagloria el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta- son sencillamente una ‘solución’ nefasta. Funcionan sólo de noche. Quienes los frecuentan afirman que sufren amedrentamientos, violencia, robos. A la mañana son expulsados.
Según el censo oficial de personas que pernoctan a la intemperie, cifras recogidas hasta abril por la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad, del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño, hay 1146 personas en esta situación. El número se multiplica hasta para quienes pretenden ocultarlo, y minimizarlo: el año pasado se contabilizaron 1091 y en 2017, 1066.
Sin embargo, estos datos parecen diferir de la realidad, solamente vistos desde la aguda crítica del sentido común y a vuelo de pájaro. Esa misma "sensación de incomodidad" de cualquier persona con espíritu crítico encuentra motivos para materializarse cuando organizaciones sociales denuncian que las verdaderas cifras rondan en más de 6 mil hombres, mujeres y niños viviendo en las calles, según datos de 2018.
Y que ese número ya llegaría a las 8 mil, mientras que otras 22 mil personas se encuentran en situación de riesgo de quedar sin un techo. Así lo denunció oportunamente la organización Proyecto 7, quienes afirman que no dan abasto con los alimentos, las necesidades de abrigo, y mucho menos con los censos.
Los paradores -de los cuales se vanagloria el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta- son sencillamente una ‘solución’ nefasta. Funcionan sólo de noche. Quienes los frecuentan afirman que sufren amedrentamientos, violencia, robos. A la mañana son expulsados. Entonces, día tras día se forman largas filas de personas en situación de calle, quienes pugnan por un lugar para dormir abrigados.
Según el Gobierno porteño, institucionalmente se recorren determinadas calles, en ciertas franjas horarias, para salir a ‘socorrer’. Nada de eso puede servir. Apenas es un apósito conteniendo una herida de muerte en pleno abdomen. Provocar desigualdad es provocar pobreza. Provocar pobreza es provocar muerte; es decir, el verdadero y descarnado derrame de la meritocracia.
*Fotos: Gentileza C.A. River Plate
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