La venganza de Apolo
Nicolás Peralta11 de julio de 2016
Un encuentro con el actor sueco Dolph Lundgren, el símbolo del cine de acción que interpretó a Iván Drago en Rocky IV.
Estaba sentado en el fondo de la habitación, en una silla dorada, peinándose el jopo con obsesión. Cuando lo vi no lo pude evitar y pensé: qué hermoso sería dejar en la lona a Iván Drago - o en este caso, en la alfombra del Faena-; ahí, tirado a mis pies, derrotado, vengaría a Apolo Creed como lo hizo el gran semental italiano, Rocky Balboa. ¡Ah, sí señor! Tendría anécdota para cien asados. O más. Sabía que era el actor Dolph Lundgren y no su personaje más conocido, pero el cerebro humano es un misterio. Era el ruso, estaba ahí, frente a mí. En cuanto se puso de pie para saludar y vi su traje digno de estrella de Hollywood, lo imaginé todo: un gancho al estomago y cuando el grandote se dobla un poco lo cruzo con una derecha a fondo en la mandíbula. ¡Pah!, ¡pah! y andá a cantarle a Gardel. Un gesto técnico perfecto, hermoso. Ojo, con el mismo impulso, daría un paso atrás, para dejarme espacio para lanzar el cross de zurda, metiendo el trabajo de cintura para poner todo el peso del cuerpo detrás de mi puño. Por las dudas viste, por si no lo duermo con la primera combinación o si tengo la mala leche de errar la derecha. Cosa difícil te digo -en general tengo mucha puntería en mi imaginación- pero puede pasar. Nunca se sabe. Mi izquierda es un somnífero, lo mando dormir de una, y olvídate. No importa que mida 1,90 y yo uno 1,76.
En fin; por suerte no di rienda suelta a esta fantasía de golpear sin motivo real y de la nada a un actor, sobre todo porque estaría en cana y, con seguridad, me hubiese cagado a trompadas a pesar de sus 58 años. Es cinturón negro de Karate. Lo practica desde los 16 años. En 1980 y 1981 fue campeón europeo, y antes, en 1979, mientras servía en el cuerpo de Marina de Suecia, fue seleccionado como capitán del equipo nacional sueco, y en su primer torneo noqueó a sus dos primeros oponentes con sendos hiza-geri -o rodillazo-, a la cara. Además para conseguir el tercer dan de su cinturón pasó la prueba de combatir contra 20 hombres consecutivamente y sin descanso.
Igual no fue por eso que no lo hice, sino porque estaba ahí para otra cosa. Acepté estar en una entrevista grupal con Dolph Lundgren, solo para ver al tipo que me había hecho ir tanto al videoclub en mi infancia y tratar de conocer al hombre detrás del héroe de acción. No iba a ser fácil. Vinieron colegas de Chile, México, Brasil, y Colombia a su encuentro, todos invitados por el canal Space. Encima siempre en este tipo de notas, muchos periodistas son demasiado protocolares y solo ponen el grabador sin pasarse de la raya. Tuvimos que esperar tomando café porque el hombre había echado una siesta. Había comido carnes rojas y eso da somnolencia. Todos le querían preguntar por Los Indestructibles, su última película, un rejunte pochoclero de los de su casta. Yo iba a intentar abrir el juego.
Dolph vino a filmar escenas en una arenera de La Boca para los Space Awards, unos premios (13 ternas y 2 premios especiales) que la señal de cable comenzó a entregar en 2014, con categorías insólitas como "mejor muerte", "mejores palabras antes de matar", y demás rubros que se bufonean de los lugares comunes de las pelis de acción. Y de esos yeites este muñeco sabe. “Creo que me eligieron porque soy alguien que representa una imagen icónica, la gente me reconoce eso. No pierdo tiempo tratando de ser algo que no soy. Te puedes divertir de tu propia imagen, y eso es lo que hago”, me diría minutos después Lundgren.
Rompí el hielo hablando de su rutina de ejercicios, y me contó que hoy lo más importante es el entrenamiento y que se había levantado a las 6 para ir al gimnasio. “Antes me podía dar el lujo de tomar unos cuantos tequilas y no ir al gimnasio y todavía estar en buena forma. Ahora no. La vida cambia”. El segundo en preguntar le habló del spin off del hijo de Apolo y él le dijo que sería gracioso si el hijo de Drago lo enfrentará, sacándose de encima la cuestión y pasando a la otra pregunta.
Todo bien Iván, pensé esperando mi turno para volver a preguntar, el negro era un canchero bárbaro pero tampoco para matarlo. En el boxeo -dijo Cortázar- no es posible diluir responsabilidades, como podría suceder en deportes colectivos. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas. Está bien Julio pero era exhibición. Ivan, no tenés código: además Apolo estaba retirado. No podías ir a fondo, baja un cambio. Entiendo lo de la victoria sobre el capitalismo y eso pero todos le habíamos tomado cariño al morocho, sobre todo en la tres, cuando Rocky pierde con el personaje de Mr T y muere Mickey, su entrenador, y Apolo se convierte en el nuevo entrenador de Balboa, dándole manija con eso de recuperar "la mirada del tigre", las ganas de ganar y esas cosas.
La película estaba hecha en un contexto de plena guerra fría y no se ajustaba a la realidad. Pero comunicacionalmente cumplía su objetivo. El formato yankee del agresor extranjero se metía en la cabeza de muchos y algún mártir de una clase relegada y discriminada por la mayoría blanca- en este caso Apolo, el campeón de los barrios bajos que estaba orgulloso de ser norteamericano- jugaba el rol fundamental. Dolph se adaptó a eso sin cuestionar, y aprovechó los beneficios de lo que la fama le podía traer, sin intelectulizar.
Cuando llegó mi turno nuevamente le pregunté sobre su vida y si hacía balances sobre su fama y dinero. Su respuesta fue clara: el no tenía nada que ver con su imagen pública. No me pareció gran cosa esa réplica, aunque se dice que es superdotado. Dice hablar seis idiomas, aunque debido a la falta de práctica sólo domina el inglés, alemán y sueco. Del francés, japonés y español recuerda "unas cuantas frases". Pero me di cuenta que era yo el que tenía que hacer que se explaye y metí un par de jabs en forma de repregunta.
Habló de sus hijas Ida(nacida en 1996, ahora modelo) y Greta(nacida en 2001)y de cuánto las quiere. Del dinero no dijo nada aunque es lo que le permite ser gran aficionado a autos antiguos, ser propietario de varias Ferraris, y vivir entre Estocolmo, Nueva York, Los Ángeles y Marbella. Es un gran fan de la música y toca la batería, así que cuando tuve una oportunidad más indague por ahí. Es fanático de Keith Moon de los Who, Ronnie Tutt- el que estaba detrás de Elvis- y sobre todo de John Bonham, el mítico baterista de la legendaria banda de rock Led Zeppelin, “Ese si sabía irse de fiesta” dijo y me dedicó la primera y única sonrisa de la tarde.
Me contó que nació en Spånga, 20 kilómetros al noroeste de Estocolmo, en una familia académica de clase media. Su padre canalizaba su frustración con ataques verbales y físicos hacia su mujer y eso fue lo que motivó su introducción en el mundo de los deportes de contacto y las artes dramáticas. “Nunca pensé ser actor. Estaba en mi, supongo, pero yo era alguien que estudiaba mucho y le gusta competir nada más”. Tras hacer el servicio militar se inscribió en el Real Instituto Tecnológico de Estocolmo, donde cursó la misma carrera que su hermano mayor: ingeniería química.
Después de graduarse en la universidad a principios de los ochenta, realizó viajes a Estados Unidos donde estudió química en las universidades de Washington y completó un Máster en Ingeniería Química en un programa de intercambio con la Universidad de Sydney. Allí, en Australia cambió su vida.
Con 25 años, Lundgren conoció a la cantante Grace Jones, en un boliche donde él era patovica. Comenzaron una relación y se mudaron a Nueva York. Él había obtenido una Beca en el MIT, el instituto tecnológico de Massachusetts, en Boston, pero al tiempo abandonó, ya que comenzó a frecuentar con su excéntrica novia los círculos de Andy Warhol y la noche descontrolada de los ochenta. Probó el mundo de la moda para hacer algo de dinero extra. Pero en 1985, dio el salto al cine: gracias a Grace logró su primer rol, en una de James Bond, “Panorama Para Matar”, la última de Roger Moore. Tuvo la oportunidad de presentarse al casting para el papel de Iván Drago en Rocky IV. A los nueve meses de realizar la prueba recibió la llamada de Sylvester Stallone, quien le dijo que tenía el papel y que había sido elegido entre 5000 aspirantes. Por algo Sly “es uno de los pocos amigos que tengo en este medio”, dice.
En 1991 llegó su segundo gran éxito, con el rodaje de Soldado universal (1992), que protagonizó junto con la otra estrella de acción del momento, Jean Claude Van Damme, con el cual, cuenta la leyenda, se agarró varias veces a las piñas y a las patadas limpias. Cuestión de egos supongo.
Una curiosidad de su vida deportiva es que ya siendo famoso, Dolph fue seleccionado por el Comité Olímpico de Estados Unidos como líder del equipo estadounidense olímpico de pentatlón por haberse involucrado en el deporte para hacer una película. ”Este es un negocio loco, te da la chance de hacer muchas cosas” afirma pero se queja que “hoy hay pocos héroes de acción, como los de antes o los de nuestra época, que eran modelos. No puedes cambiar el mundo. Todo es más eficiente y con las técnicas de filmación lo que vende son los superhéroes”.
El tipo tiene más de 60 películas y quiere llegar a las cien. Entre sus planes próximos están filmar una película en México sobre un policía rudo y un travesti y con esa plata producir y dirigir un drama sobre la primera guerra mundial en su país.
Mientras Iván hablaba no podía dejarle de mirarle las manos. Enormes, nunca vi manos tan grandes, eran como centollas que colgaban de dos troncos de Abedules, incrustados en un tórax macizo y cuadrado. Cuando bajé la mirada para apreciar todo el atuendo que vestía y la combinación de colores elegida, noté que sus zapatos parecían dos lanchas colectivos del tigre. Era todo un vikingo, me dije, y en ese momento se terminó el tiempo.
Antes de irme de la habitación y mientras una periodista colombiana preparaba su celular para una selfie, le pregunté si le gustaría volver a encarnar a Iván, a aquel siberiano ganador del oro olímpico, icono de la madre Rusia. “Prefiero no hacer Drago de nuevo, así creo que el personaje es más poderoso”, contestó con jactancia y ante un atisbo de insistencia interrumpió, anticipándose: “Yo lo dejo descansar en paz”.

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