Antes de su vuelta a Formosa, Cítrica dialogó en el centro porteño con Félix Díaz sobre la actualidad y el futuro de los reclamos de las comunidades originarias que se encontraban en el acampe del centro porteño.
Si alguien se para en la Plazoleta del Quijote, en la intersección porteña de Avenida de Mayo y 9 de Julio, mirando hacia el sur, nada hay allí que le indique que en ese pequeño espacio hubo un acampe, durante nueve meses y veintidós días, de 48 comunidades originarias de Formosa nucleadas en la organización Qopiwini Lafwetes (el primer término del nombre refiere a los cuatro pueblos indígenas que la integran -Qom, Pilagá, Wichí y Nivaclé-, y el segundo a una voz wichí que significa “raíz que está bajo tierra, esperando crecer a la superficie”). Sin embargo allí estuvieron y allí resistieron mujeres, hombres y niños, en las peores condiciones, la indiferencia de gobernantes, la naturalización de su estadía como parte del paisaje, los aprietes de fuerzas de seguridad, el clima -con sus calores y sus fríos extremos- y las enfermedades, el ruido del tránsito apenas a dos metros y, últimamente, la violencia de esos “progresistas” que los acusaron de “traidores” por haber acercado sus reclamos a un candidato ajeno al “modelo”. Si hasta una bomba molotov encendida, en un mediodía de abril, tirada por un motociclista anónimo e impune, sobre el techo de una de las carpas, debió soportar la organización Qopiwini por exigir al Estado, como dirá Félix Díaz a Cítrica, “el cumplimiento de las leyes que nos favorecen”.
Lejos de las lógicas dualistas de oficialismo/oposición, Félix Díaz, qarashe (autoridad) qom de la comunidad Potae Napocna Navogoh “La Primavera”, propone la “autonomía de los pueblos indígenas”, pero sabiendo que es preciso que “los pueblos indígenas estén presentes en la función pública” para poder “conocer cómo se manejan las instituciones”. Es que, tal como lo marcó recientemente Amnistía Internacional -en un mapeo que ha hecho de las distintas problemáticas indígenas, y donde encuentra 183 casos representativos de conflictos territoriales, ambientales, de personería jurídica, violencia, desalojo y/o criminalización de las comunidades originarias-: “existe en Argentina una significativa distancia entre los derechos vigentes en leyes provinciales, nacionales y tratados internacionales de derechos humanos y su efectiva aplicación”. Por ello Díaz, que no solo se ha convertido en un referente de estas problemáticas de la provincia de Formosa, sino que además conoce la realidad de muchos pueblos indígenas del país, cita de memoria el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional que reconoce la preexistencia de los pueblos originarios y “garantiza el respeto hacia la identidad cultural de los pueblos indígenas”. Pero Díaz enseguida agrega: “Entendemos que el respeto es abarcativo. Tenemos que tener respeto al tema de la salud, el trabajo, la vivienda, o sea, tiene que haber una garantía de que se aplique el derecho como corresponde, especialmente sobre nuestros territorios que son lo que nos generó este conflicto por la inseguridad jurídica”.
¿Cuáles son los problemas que tienen, por ejemplo, en relación con los títulos de las tierras?
La realidad es que la entrega de títulos que ellos dicen, son títulos que no tienen validez para nosotros. La parte donde uno lee, dice: “se reconoce las tierras que tradicionalmente ocupan?”, y no se le pone a la comunidad como titular del territorio. Entonces, al no tener una garantía jurídica de su territorio el estado puede disponer cuando quiera de esas tierras, porque el estado es el dueño de esa tierra. Por esa razón le cedieron una parte al Parque Nacional Río Pilcomayo, una gran parte de nuestro territorio, a la Universidad Nacional de Formosa y a familias particulares. Porque cuando hay un usurpador dentro de tierras indígenas es difícil sacarlo porque tenés que probarlo con la titularidad de las tierras para que la justicia actúe como corresponde. Entonces, la mayoría de los pueblos indígenas tenemos ese problema, la inseguridad jurídica. Por eso venimos a reclamar al estado que revea esta situación crítica que pasan los pueblos indígenas. Porque para nosotros no están en discusión los logros del estado en temas de vivienda, de centros de salud, escuelas, lo que está en discusión es la inseguridad jurídica de nuestras tierras.
¿Cuáles son sus expectativas respecto del diálogo con el nuevo gobierno nacional?
Ojalá que el nuevo gobierno tome en serio su compromiso de terminar esta indiferencia que venimos sufriendo, no con este gobierno que se va, sino con todos los gobernantes que pasaron: nos aislaron, nos persiguieron. Y hoy creo que estamos en una etapa muy importante como pueblos indígenas. Logramos hacer comprometer al presidente Macri de dialogar con nosotros, y que nosotros tenemos que tener una propuesta para él, qué política queremos, cómo podemos incorporar en la agenda política nuestros derechos. Y creo que el pueblo indígena está haciendo una experiencia de madurez, de trabajar sobre una propuesta basada en el conocimiento propio del pueblo indígena. Y esto es histórico para nosotros, y eso nos da mucha fuerza para seguir peleándola.
¿En qué consistió el compromiso que asumió Macri, siendo candidato, durante la campaña por el balotaje?
El compromiso que asumió Macri es recepcionar nuestro pedido, una propuesta de los pueblos indígenas de administrar la presidencia del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas), y también hemos pedido que creara una secretaría de derechos humanos para los pueblos indígenas, y que también en los ministerios, de las diferentes áreas, tienen que haber un indígena trabajando para recepcionar los pedidos de los pueblos indígenas, en el ministerio de Salud, en el ministerio de Trabajo, en el ministerio de Agricultura, en el de Medio Ambiente, en todos los ministerios, tenemos que tener gente ahí para poder ir recepcionando las inquietudes y buscando las soluciones a los problemas que enfrentan los pueblos indígenas. Entonces, lo que comprometió Macri es eso, hacer que los pueblos indígenas sean partícipes en la búsqueda de solución de conflictos territoriales, sociales, para que los pueblos indígenas sean actores directos de una política que integre a los pueblos indígenas.
Breve historia de un olvido
La comunidad Potae Napocna Navogoh vive en la zona de Laguna Blanca, en Formosa, desde antes de la colonización. En 1940 ese territorio fue denominado Reserva Indígena. En 1985, a través de un ordenamiento del terreno, se hizo una entrega incorrecta de las tierras a la comunidad, sin consulta previa. En el 2006, el 23 de noviembre, el Senado de la Nación promulgó la ley 26.160 que declaró la “la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas originarias del país”, y le exigió al INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) realizar “un relevamiento técnico” de todas las comunidades indígenas. Paradójicamente, el 23 de noviembre pero de 2010, la comunidad “La Primavera” fue reprimida por la policía formoseña en el corte de la ruta nacional 86, cuando llevaban cuatro meses allí reclamando la devolución de sus tierras usurpadas, y donde fue asesinado Roberto López, un integrante de la comunidad. Recién en el 2014, después de un primer acampe en 2010 con huelga de hambre incluida, fue realizado el relevamiento en Formosa y se hizo sin tener en cuenta los reclamos las comunidades y, en el caso particular de “La Primavera”, dejando incluso fuera del relevamiento a 17 familias entre las que estaban la de Félix Díaz. El 14 de febrero de 2015, las comunidades originarias volvieron a hacer un acampe en Buenos Aires, ahora nucleadas en Qopiwini, con el fin de visibilizar su problemática, pero no obtuvieron respuestas concretas del gobierno nacional. Luego, pasadas las elecciones generales y el balotaje, y habiendo ganado la alianza Cambiemos, Félix Díaz anunció en conferencia de prensa el levantamiento del acampe, el 6 de diciembre, junto a Nora Cortiñas de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y a Claudio Avruj -funcionario promovido desde la Secretaria de Derechos Humanos en el gobierno porteño al mismo cargo en el ámbito nacional, y conocido por impulsar la “reconciliación de la sociedad” con la última dictadura cívico militar-. Allí el qarashé qom aclaró que si bien no se trataba de desafiar a nadie, levantaban el acampe “voluntariamente porque hay un compromiso con este gobierno nuevo que va a resolver nuestros problemas, pero si no se resuelve este problema volvemos nuevamente a acampar”. Ya habiendo asumido la presidencia de la nación, Mauricio Macri recibió en el museo del Bicentenario de la Casa Rosada, el 17 de diciembre pasado, a Félix Díaz y a Relmu ñamku, de la comunidad mapuche Winkul Newen de Neuquén, además de distintos representantes indígenas del país, y afirmó que estaban allí “porque había mucho por ganar si realmente empezamos a escucharnos”. El tiempo dirá si los acuerdos realizados por los Qopiwini con el gobierno nacional entrante podrán superar las prácticas discursivas y lograrán concretarse en una correcta aplicación de los derechos indígenas en Argentina.
Los medios alternativos y el ser humano como centro
“Fíjense que yo soy un referente de pueblos indígenas del norte, que nunca fui a la escuela, nunca me formé en una escuela secundaria, universidad menos, pero me formé gracias a la lucha, y gracias a las enseñanzas de mis ancianos he podido entender y aprender lo que es la relación social, el respeto que hemos generado hacia afuera ha sido fundamental para poder ir acercándonos a todos los medios que nos dieran la posibilidad de hablar lo nuestro, por eso siempre estamos agradecidos por los medios alternativos que sí nos dieron mucha importancia a nuestra vos, y llegar a gente que vive como nosotros, los marginados, las villas, trabajadores. Tenemos las mismas injusticias, pero lo triste es que nos han dividido a través de una política partidaria, que nos obligaron a ser fanáticos y darnos la espalda entre nosotros los pobres para poder seguir peleándonos entre nosotros, y que el estado siga robando nuestros recursos porque nadie dice nada, y eso creo que tenemos que terminar mediante el diálogo, con el respeto que nos merecemos, porque somos diversos en este mundo. Argentina tiene una diversidad cultural que proviene de países de diferentes culturas. Entonces, creo que tenemos que adaptarnos a esa diversidad cultural para crecer como humanidad; el centro tiene que ser el ser humano y no de un partido político, no de una ideología, y eso cuesta, pero es necesario hacerlo para poder dejar herencia a nuestras futuras generaciones”, agregó Félix Díaz.
La “normalización” del paisaje
Durante los meses que duró el acampe pudo verse, en un extremo de la carpa grande, un pasacalles, ineludible por su tamaño y su mensaje, que decía: “Estamos resistiendo despojos territoriales, masacres y persecuciones".Con lo cual, llamaba la atención sobre la relación que existe, aún hoy, entre aquella “empresa” que fue la conquista y el estado actual de los pueblos originarios como su consecuencia directa. Emprendimiento, el de la conquista, que puede pensarse como la “normalización” del territorio que los europeos interpretaron como un espacio “vacío” de “civilización”. En la misma línea, durante la llamada Campaña del Desierto, comandada por Julio Argentino Roca, se llegó a la “normalización” del Estado argentino, en pos de un proyecto de avance de la frontera en beneficio de los grandes latifundistas bonaerenses, como afirmó David Viñas en Indios, ejército y frontera, “normalizando” el espacio. 523 años después de la conquista, la “normalización civilizatoria” sigue actuando, tanto en territorios originarios -con la avanzada de un modelo político económico depredador de los recursos naturales-, como en la ciudad donde los Qopiwini plantaron su reclamo. El día posterior al retorno a sus tierras, el 7 de diciembre, todavía flameaba en la plazoleta porteña una Wiphala (bandera multicolor símbolo de la diversidad originaria) deshilachada en la espada del Quijote como un aviso de que, si bien las comunidades volvían a Formosa, el espíritu de lucha seguía presente en Buenos Aires. Pero ya para el feriado del 8 de diciembre la “normalización” del paisaje porteño no soportó esa disrupción a los sentidos “civilizados”, y fue quitado ese símbolo de resistencia de la espada del Quijote.
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