El Eternauta: el eterno retorno de un comic
por Ana Paula MarangoniFotos: Marcos Ludevid | Netflix
19 de mayo de 2025
En un país donde los subsidios al cine nacional se ven cercenados, comenzando por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, donde las producciones audiovisuales independientes se vuelven hazañas cada vez más irrealizables, el estreno de la serie basada en El Eternauta, la legendaria novela gráfica de Héctor G. Oesterheld y Solano López, dirigida por Bruno Stagnaro, creador de la mítica serie Okupas (2000), no podía menos que politizarse. Compartimos una análisis del comic con un anclaje en la actualidad argentina.
Por Ana Paula Marangoni
“Me impresionó el cansancio. La desesperanza de Favalli. Si él, tan lúcido siempre, se entregaba al abatimiento, ¿qué nos quedaba a nosotros? No sé de dónde saqué fuerzas para sonreír.”
El reciente estreno de la primera temporada de la serie causó un aluvión de sensaciones, acaso parecidas al triunfo de Argentina en el último mundial de fútbol, despertando fascinación, emoción, felicidad colectiva y orgullo nacional. Un comic argentino que forma parte de la tradición nacional de la historia gráfica, y escrito por un artista desaparecido junto a gran parte de su familia en la última dictadura cívico-militar, llega por medio de una plataforma mainstream a todo el mundo, causando furor, y sin perder por un segundo la marca nacional. La serie de El eternauta no es argentina, es argentinísima. Una vez más, Stagnaro lo hizo.
Toda adaptación es una traducción posible, y conlleva toda clase de decisiones que ponen en riesgo el valor de lo que se produce, en un juego donde no se trata de imitar sino de aceptar que lo que se crea es algo distinto, mientras que conlleva emanaciones (en distintas direcciones posibles) de la obra anterior. Toda adaptación es, como toda buena traducción (a otra época, a otro contexto de recepción, a otros lenguajes), una posible lectura. Y esta, viene recargada. Delinearemos a continuación algunos sentidos posibles.

Un mundo de chabones
Uno de los desafíos más complejos de la adaptación era el de pensar el heroísmo por fuera de la exclusividad de masculinidades. Si en algo envejeció la historieta, es que deja a los personajes femeninos en un rol absolutamente secundario y en los márgenes de la acción.
La adaptación audiovisual resuelve este desfasaje de dos formas. Por un lado, incorpora más personajes femeninos, aumentando su presencia y aportando representaciones diversas, sin modificar el corazón de la trama. Mientras que Ana (creada en la serie), la esposa de Favalli, reemplaza a Elena en el rol de anfitriona (ya que en la historieta, la casa donde se reúnen es la de Juan, y no la de Favalli); Elena es una mujer con un oficio propio, el de enfermera, y vive con autonomía, ya que es la ex esposa (y no la esposa) de Juan Salvo. Otro de los personajes creados en esta versión es Inga, quien no solo pertenece a otra generación, sino que además tiene una trayectoria e identidad muy diferentes, por ser migrante y de origen popular. También la hija de Elena y Juan (cuyo nombre pasa de ser Marta a Clara), nos sumerge en la visión de lo que ocurre desde una óptica adolescente, que aparece diversificada a través de otros personajes como Pablo o los chicos -y chica- scout de la iglesia.

Por otro lado, la serie refuerza un llamado a la empatía y a la solidaridad que mayoritariamente emerge por parte de personajes femeninos. En la construcción del héroe colectivo, las mujeres son las primeras en dar el salto de fe y correr el riesgo de confiar en otro, muchas veces desconocido.
El rol de Ana, en este caso, ocupa un lugar central. Su super poder es el de cuidar y de no perder su fe en la humanidad. Ana y Favalli son de algún modo un par de opuestos que se complementan. Donde termina la probabilidad estadística de la ciencia, se inicia el campo de lo improbable, a través de la voluntad. Ana recoge a Inga sin dudar, abriga a Omar después de su intento de fuga, le disputa a Favalli las reglas de la casa. Inga confía en Favalli, le demuestra su compañerismo; ve la nobleza de Omar mucho antes que él mismo. Elena contiene a Pablo desinteresadamente, o logra que los libere simplemente con buen trato, e incluso convence a Juan de no convertirse en aquello que detesta con un solo gesto.
Las mujeres cuidan y sanan, en Campo de Mayo y en todo momento. No se deshumanizan. Son las primeras en encarnar al héroe colectivo.

El héroe colectivo
Dos frases atravesaron formatos y tiempos, saltando de la novela gráfica a la serie audiovisual, y de la Argentina de 1957 a la de 2025: “el héroe es colectivo” y “nadie se salva solo”. ¿Pero qué significan realmente estas frases? ¿Qué sentidos se despliegan a través del desarrollo de los seis capítulos de la serie?
La serie nos lleva a un mundo distópico experimentado desde Argentina, específicamente, desde la ciudad de Buenos Aires y Zona Norte del conurbano bonaerense, en la actualidad. Un presente alternativo al nuestro, pero en clave apocalíptica. Al igual que en la historia gráfica, la desconfianza y el “sálvese quien pueda” es lo primero que emerge. En tiempos de excepción, tal como lo profetiza Favalli (el personaje que jamás pierde la mirada científica), los seres humanos comienzan a mostrar lo peor de sí mismos. El Favalli de la historieta reflexiona: “¿Que sabemos hasta dónde pueden llegar las ambiciones, los apetitos de los otros, en una situación como esta, dónde no habrá policía ni autoridad que sirva de freno? (…) Muy pronto esto será como la jungla… todos contra todos…”.[2]
La serie refuerza esta propuesta con los personajes alternativos de Omar e Inga, dos foráneos que no forman parte del núcleo de amigos de toda la vida, y que ponen en duda la confianza interna del grupo. La amenaza no sólo proviene de afuera, también está en el interior de la casa-bunker en la que comienzan a organizarse. Son los vecinos del edificio de Elena, es una mujer embarazada que suplica ayuda, es Juan Salvo tentado de atacar a una familia para conseguir un vehículo, o Favalli pretendiendo abandonar a una chica a su suerte, del otro lado de una puerta. El héroe colectivo no es algo dado, ni fácil. La frase “nadie se salva solo” es un aprendizaje y una evolución de los personajes. Todos deben aprender a confiar y aceptar ese riesgo, aunque a veces eso pueda acarrear consecuencias nefastas. La apuesta por lo colectivo es un esfuerzo permanente, un desafío al que hay que enfrentar una y otra vez. Porque la fantasía de salvarse solos, de cortarse, de abrirse, es una tentación permanente para cada uno de los personajes. Se podría decir que el individualismo es el verdadero gran enemigo, y al primero que hay que vencer antes de enfrentarse a adversarios desconocidos. El héroe colectivo aparece en los lugares menos pensados, y muchas veces son los parias del otro mundo: un limpia vidrios rengo, un scout con parálisis facial, una mujer que te pone una manta sobre los hombros, o una inmigrante precarizada. El héroe colectivo son los marginales, los despojados o los menos visibles, dispuestos a sacrificarse por un grupo, por la humanidad como especie, por la esperanza como causa.

El eterno retorno
La historieta comienza con la aparición de un personaje misterioso, un viajero del tiempo que se materializa sorpresivamente delante de un guionista (alter ego de Oesterheld) para contarle su historia, el relato que tendrá lugar a lo largo de las siguientes páginas y que se inicia en los albores de la caída de una nieve tóxica que cambiará la vida de Juan Salvo y sus amigos para siempre. La serie omite este inicio meta narrativo, o relato enmarcado, sustituyéndolo por una serie de visiones que Salvo experimenta. Estas imágenes que se proyectan en la mente del protagonista mientras queda en blanco (en un cuadro similar al de la epilepsia) no son un flash back, sino premoniciones del futuro. Juan está viviendo en una especie de loop donde lo acontecido, de algún modo que aún no ha sido explicado, ya sucedió. Una suerte de eterno retorno donde el futuro es también el pasado.
Pero también, en una suerte de referencia externa o exofórica, la ficción remite a un eterno retorno histórico, donde distintos tiempos de la historia argentina confluyen en capas en un mismo punto. La nieve tóxica remite al protagonista (veterano de la guerra de Malvinas) a la nieve de las Islas Malvinas. Las Islas son las Malvinas, pero también podrían ser las “islas” de conciencia que experimenta el personaje, como expresión de un trauma hacia atrás y hacia adelante.
Por otra parte, la misma nieve que en la historia gráfica cae en invierno, en la serie ocurre en verano. No solo en verano, sino a fines de diciembre, en vísperas de navidad. Apenas unas horas antes de que el mundo colapse, los personajes se encuentran con un piquete de vecinos que cortan la calle entre cacerolazos mientras ocurre un apagón eléctrico, evocando simultáneamente la crisis de diciembre de 2001 y la actualidad. Omar, uno de los personajes nacidos en la serie, regresa después de veinte años a Argentina, y le parece que todo sigue igual. Se encuentra con el cacerolazo como paisaje y afirma que, una vez más, en Argentina la plata no rinde. Omar expresa al argentino desencantado con el país, que busca en el extranjero la estabilidad económica que no encuentra en el suelo patrio. Y que más adelante, encontrará su sentido de pertenencia en el lugar menos pensado; aunque al principio se sienta “sapo de otro pozo”. Las evocaciones a la crisis del 2001 aparecen por doquier en las discusiones de los personajes acerca de cómo manejarse y qué estrategias tomar, como es el caso de los saqueos, o de las discusiones de Ana y Favalli sobre sus vecinos. Al igual que Salvo, ellos también tienen una memoria de lo ya ocurrido, con la que intentan afrontar esta nueva crisis.
Como guiño al espectador, la memoria de la pandemia también se abre camino, voluntaria o involuntariamente. El grupo de consorcio de un edificio que se transforma en un panóptico de vigilancia remite inevitablemente a un pasado reciente del que salimos, aunque no necesariamente mejores.

El eternauta se transforma, en esta edición, en una condensación de memorias colectivas que nos exhorta hacia el presente y nos mira desde la ficción para decirnos: nadie se salva solo. La salida no es individual, es colectiva. Esto también pasará, si y solo si logramos vencer al enemigo interno; aquel que nos tienta una y otra vez con la fantasía de la salvación individual. Nuestro drama nacional, que nos acecha desde que tenemos memoria, solo es posible de superar si recuperamos el sentido de lo colectivo.
Tal vez por todas estas evocaciones es que la transmisión del mensaje por radio, que emociona igual que un gol a un campamento de sobrevivientes, atraviesa las pantallas y nos conmueve profundamente como espectadoras y espectadores. ¿Nos hablan a nosotros, solos y solas en nuestras casas, desesperanzados? ¿Nos invitan a acercarnos y buscar a otros? ¿Nos interpelan para no caer en la hipnosis paralizante?
Queda claro que para sobrevivir a un apocalipsis en Argentina no necesitamos camisas aesthetic. Si hace falta, hacemos máscaras con sifones de soda y salimos a la calle en un Torino viejo. Lo que sí necesitamos, son amigos.

"Oesterheld estaría muy contento"
Ramiro San Honorio es el mayor coleccionista de "El Eternauta" y cumplió el sueño de estar cerca de la producción de la serie. Habla de los intentos fallidos de adaptación, de la ventana que se abre para el audiovisual argentino y de la necesidad vigente del héroe colectivo.

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