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En el cine, la misma política que en comedores

por Rafael Spregelburd
Fotos: Rodrigo Ruiz
28 de agosto de 2024

Ante el vaciamiento del INCAA y la persecución al cine nacional, el actor y director Rafael Spregelburd afirma: "Con este nuevo panorama sólo podrán filmar los ricos (las plataformas, la inversión mixta extranjera, los formateadores del rating y la vulgaridad general), de la misma manera que también podrán seguir comiendo los ricos y no los pobres".

Sobre la persecución al cine argentino no creo poder agregar mucho más a lo que la comunidad toda ya observó incluso en instancias legales en el Congreso: es todo un escándalo.

No podemos siquiera hablar de desfinanciación o desinversión en el sector, porque el INCAA había encontrado tras muchos años de acumulación de leyes, ensayos y errores, una forma de autofinanciación que permitiera no sólo la producción de películas sino también –y sobre todo– que éstas no fueran entendidas como meros objetos de mercado sino como algo mucho más preciado e invaluable: como cultura, como representación imaginaria de un pueblo, como resistencia poética a los imperativos del mercado, que ya sabemos cuáles son.

Al igual que muchas otras cosas, antes de la llegada de Javier Milei y sus acólitos el cine nacional ya venía arrastrando una crisis enorme. Pero la solución no parece otra que haberle dado el golpe de gracia. La reestructuración que se propone para el INCAA marca un modelo estrictamente comercial, aquel que subsistiría de todos modos sin la presencia del estado como garante de otras cuestiones no monetizables: federalismo, equidad, libertad, imaginación, rebeldía.

Pero lamentablemente es la misma política que se aplicó –por dar un ejemplo– a los comedores y merenderos. La colecta de alimentos para que los niños más pobres no se mueran de hambre queda en manos de gente sensible que se conmueva ante su situación; los pobres no son asunto de estas políticas de gobierno y en países con tan mala educación cívica nunca faltará quienes lo festejen. Es muy difícil debatir este asunto; haría falta hablar el mismo idioma y esto ya ha dejado de ser así.

El INCAA tenía autonomía. Si no funcionaba del todo bien no era por esa autonomía, sino por otros problemas que reclaman aún solución urgente. Sin el INCAA, difícilmente pueda prosperar un cine independiente, que es el que nos ubica en las carteleras del mundo.

¿Cómo se espera además un cine del futuro cerrando la ENERC, la escuela donde se forman los que lo van a hacer? ¿O acabando con el Gaumont, eje central de la representación concreta y edilicia de esa resistencia al cine de mercado, que se filtra por todas las rendijas? ¿O la quita de la cuota de pantalla para el cine nacional? 

Con este nuevo panorama (totalmente coherente con el ideal neoliberal) sólo podrán filmar los ricos (las plataformas, la inversión mixta extranjera, los formateadores del rating y la vulgaridad general). De la misma manera que también podrán seguir comiendo los ricos –incluso, mejor– y no los pobres.

La riqueza de nuestro cine la empezaremos a valorar cuando nos falte. Conste que hay muchos países que no tienen cine (ni bueno, ni malo, ni de ninguna especie) y conste que esos países están lejos de ser modelo en ninguno de los imaginarios del deseo de nadie. Pues bien: estamos empezando a ser de esos países. Que además no gozan de ninguna otra ventaja como contrapartida.