Su última novela, La uruguaya, empezó a pasarse de boca en boca entre los que leen a escritores argentinos. Con pasado de estudiante de Medicina, Pedro Mairal habla del detrás de escena de sus libros y de cómo la escritura lo lleva a lugares impensados.
Desde muy joven, y tanto en la ficción como en la realidad, Pedro Mairal se sintió atraído por la idea de atravesar paradigmas: empezó a estudiar Medicina porque no quería desilusionar a sus padres, pero enseguida se pasó a Letras aunque eso significaba ponerse en contra de toda su familia. Al poco tiempo, cuando todavía era un veinteañero, obtuvo un gran reconocimiento por su novela Una noche con Sabrina Love, en la que relata la vida de un joven que abandona su pueblo natal para iniciar una travesía hacia Buenos Aires. A eso le siguieron más obras, artículos y crónicas periodísticas. Entre sus libros más recientes se destaca La uruguaya, una novela notable relatada a modo de crónica, en donde también mediante un viaje y en tan solo un largo día, un escritor de clase media se da cuenta de que su idea preconcebida sobre el amor y sobre la familia, se cae a pedazos. “En todas las épocas sucede que el mundo cambia y de golpe tu paradigma tiene que ser revisado”, afirma Mairal. Y agrega: “Por suerte, la mayoría de las veces, no todo sale igual que lo planeado”.
¿Cuándo empezaste a tener ganas de ser escritor?
Me empezó a parecer una posibilidad cuando entré a la UBA a estudiar Medicina y la empecé a pasar muy mal porque claramente no tengo cerebro científico. No me animaba a decirlo en mi casa porque no quería desilusionar a mis viejos, entonces mentía, decía que seguía yendo pero en realidad seguía yendo nada más que a la cafetería de la facultad. Y ahí fue cuando empecé a escribir algunas cosas, a los 17 o 18 años. Y también empecé a leer bastante, pero de una manera distinta, leía a Borges o a Cortázar pero como aprendiendo a buscar los “truquitos” literario. Después me metí en un taller de literatura, y ahí se destapó la olla en mi casa y se armó un gran quilombo. Me peleé, amenacé con que me iba, obviamente eso no sucedió, y entonces los mandé a mis viejos a ver la película “La sociedad de los poetas muertos”, en donde uno de los chicos se suicida porque no lo dejan estudiar teatro. Entonces mis viejos volvieron del cine pálidos, diciendo “sí, tenés que estudiar lo que vos quieras”. Fue una psicopateada total lo que hice, pero funcionó porque a partir de eso pude empezar a estudiar Letras, que era lo que yo realmente quería. Fui el primero de la familia en animarse a dedicarse a una disciplina artística, y eso provocó mucho miedo porque no había un modelo familiar para eso, así que yo me tuve que inventar a mí mismo, porque tengo una vocación muy fuerte y tuve que inventar una manera para que no me jodieran.
¿Cuáles fueron las referencias literarias en las que te apoyaste en esos primeros tiempos?
Y, mucha poesía... en esa época empecé a leer mucho a Neruda, pero no tanto el Neruda de “Veinte poemas de amor” sino el de “Residencia en la tierra”, que es un Neruda más oscuro. También Cortázar, Borges, César Vallejo… y poetas argentinos como Giannuzzi u otros más contemporáneos como Fabián Casas. Escritores norteamericanos también: Hemingway, Salinger. Y después ya entré en la facultad y ahí fueron lecturas más programáticas, que me sirvieron mucho y son muy interesantes también.
Escribiste mucho tiempo en el diario Perfil, ¿no?
Sí, en la columna de escritores, que sigue saliendo los días sábados. Eran notas de opinión y podía escribir sobre lo que yo quisiera. En esa época también escribían ahí Fogwill, Link, Kohan, Spregelburd… era muy interesante el trabajo porque se hacía todo en una página, y a cada escritor le tocaba una columna diferente, entonces a mí a veces me tocaba la columna corta y otras veces la larga, y todo eso era una gimnasia muy buena para escribir, porque te obligaba a ejercitar todo el tiempo.
¿Habías estudiado periodismo en algún momento?
No, nunca estudié, pero terminé laburando mucho como periodista. Después de esas columnas también escribí muchas crónicas y artículos para revistas latinoamericanas y después, lo más legible de todo eso junto con lo de Perfil lo terminé recopilando en dos libros: “El equilibrio” y “Maniobras de evasión”. En total fueron como diez años de escribir para medios.
O sea que en tu formación como escritor hay un cruce muy fuerte entre la literatura y el periodismo...
Sí, yo antes no los veía cruzados, los veía como dos universos distintos. Pero después me di cuenta de que no existen los géneros menores, que el periodismo no es menos importante a nivel literario que la literatura. Me di cuenta por ejemplo que a las columnas que escribía en el diario, aunque fueran cortas les tenía que meter la misma pólvora verbal que a un poema o que a un cuento, porque eso hacía que el texto estuviera bueno y que después la gente lo comentara. Además hoy las cosas quedan online, entonces la función del texto no es solo la del día en que se lee, sino que también después dura más, o se comparte y de golpe en un día lo ven miles de personas. Y también me parece que está bueno tener en cuenta que al diario lo lee de repente gente que es muy ajena a la literatura y que no hay que subestimar, es decir, que no es que lo que escribís en un diario lo escribís “de taquito” porque es el diario, sino que eso que escribís quizás lo va a leer por ejemplo un gendarme de frontera en Formosa, o las prostitutas aburridas un domingo sin clientes...qué sé yo, lo va a leer todo el mundo. El diario tiene una llegada que la literatura no tiene y hay que saber aprovechar esa herramienta de comunicación que es muy poderosa.
¿Cómo hacés para escribir, para tener ese oficio diario?
Para cada libro tengo que inventar una manera distinta y apartar los demás laburos a un costado. Por ejemplo para escribir “La uruguaya” me despertaba muy temprano, a eso de las seis de la mañana, desenchufaba el wi-fi y hacía una cosa que por ahí parece una pavada pero que a mí me funcionó muy bien, que fue poner una hoja en blanco al lado de la computadora. Entonces cuando aparecía esa mafia mental de “tendrías que fijarte tal dato, tendrías que enchufarte al wi-fi para buscar tal cosa...” escribía en la hoja “mandar mail a tal” o “buscar tal dato”. Y lo curioso era que a las dos o tres horas cuando me volvía a enchufar, de esa lista de diez cosas para buscar solamente hacía dos o tres, es decir que todo lo demás era una especie de boicot del momento para distraerme. Creo que el oficio de escritor no es como una moto a la que te subís y listo, ya funciona. Yo cada vez que tengo que sentarme a escribir tengo fiaca, pero también mucha ansiedad y a la vez, el hecho de tener que lidiar con todo eso me ayuda muchísimo a descubrir que, por suerte, no todo está saliendo igual que lo planeado…
Pareciera que es así un poco el trabajo creativo, ¿no? Como una mezcla entre lo que se planea y lo que después finalmente “sale”.
Y sí, siempre hay algo que no controlás del todo, y eso está muy bueno. La escritura es como un volante que manejás un poco y otro poco el lenguaje es el que te va llevando, porque el lenguaje está vivo siempre, y de golpe te puede llevar para un lugar que no tenías ni pensado, y que eso suceda está buenísimo.
¿A qué personas recurrís cuando estás escribiendo?
Para mí fue un gran maestro Félix Della Paolera, “El grillo”, le decían. Murió hace varios años ya, pero era un tipo muy generoso, que no se metía mucho con tu estilo. Él daba un taller en donde vos podías ir a desarrollar tu propia manera de escribir, no algo impuesto desde afuera, y eso es algo en lo que yo también creo y que me sirvió muchísimo, porque de esa forma es como te permitís equivocarte. También todas las lecturas en la facultad sin duda me sirvieron bastante, pero más para convertirme en un buen lector, no tanto en un escritor, porque para eso sirve Letras, para convertirte en un lector al que no se le escapa nada.
¿Cómo analizas el momento actual del país?
Y...no lo veo nada bien. Veo muchas políticas muy antipáticas y me parece que eso que llaman “la grieta” se está profundizando. Me da la impresión de que se está poniendo muy violento todo, y siento también que tenemos una cosa muy autodestructiva como argentinos, que tenemos un vínculo con el Estado de mucho rechazo, como de mucho individualismo, y yo ahora a eso le veo más lo malo que lo bueno. Acá en Argentina la gente tiene una individualidad creativa muy impresionante, pero eso también viene asociado con un desapego muy grande por la idea en sí del Estado, de participar de un orden democrático y eso. Por eso a mí no me interesa tanto lo macro en política sino lo micro, es decir, cómo repercute la política de puertas adentro, o incluso en la conciencia de la gente: la política en el cuerpo. Y en ese sentido veo ahora una transformación muy positiva para el lado de cambiar el imaginario de lo femenino, eso sí me parece que está cambiando mucho más fuertemente que la política binaria que estamos teniendo hoy día y que arrastramos desde hace ya muchos años. Me parece que lo que está pasando más a nivel de Ni Una Menos, por ejemplo, es muy profundo. Yo tengo textos que escribí sobre el cuerpo femenino hace 17 años que hoy ya no los escribiría, porque hay otra conciencia social. En todas las épocas sucede que el mundo cambia y de golpe tu paradigma tiene que ser revisado, y me parece que esas cosas, esos cambios, son los más importantes.
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