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Enrique Symns: “Me gustan las escrituras que provienen del futuro”

por Facundo Gari y María Daniela Yaccar (Revista NaN)
Fotos: Télam
16 de marzo de 2023

Periodista, escritor, actor, monologuista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, figura clave de la cultura under argentina. Todo eso era Enrique Symns y muchas cosas más. Hoy lo recordamos a través de esta inolvidable entrevista en Revista NAN.

Publicado originalmente en el número 2 de Revista NAN en mayo de 2011. 

Dos balas rozan nuestras cabezas en el hospital Bernardo Higinio, de Pilar. Afuera, la ciudad está convulsionada. Las combis de los noticieros se acercan para pelear por la primicia. La cana rodea el perímetro. Los vecinos se amuchan en la calle gris.

Puta madre. Qué carajo hacemos acá.

Acabamos de obstaculizar con un mueble enorme la entrada a la oficina en la que nos resguardamos. Es pequeña, de paredes blancas, y tiene un escritorio, dos sillas verdes y unas fotos de Mariano Martínez pegadas en la pared. El tipo que dispara (o “los”, no lo sabemos) hace eso: dispara, dispara, dispara contra la puerta. Las balas la atraviesan, también al mueble enorme, como si fueran de papel, y se incrustan en el muro o agujerean el vidrio de la ventana.

--Hijo de puta, abrí la puerta.

Lloramos en nuestros silencios. Los disparos no callan a pesar del cartel que lo pide en el pasillo.

--No quiero morir en un hospital. No quiero morir.

Enrique Symns está desesperado.

Se suponía que la entrevista sucediera en algún barsucho venido a menos. Se sabe: allí está la vida para el escritor. Las putas, los criminales, los pobres; la marginalidad en su máximo esplendor. Pero estamos en un hospital, bajo una camilla, detrás de una mesita de acero inoxidable. Cómplices de este Symns en punto de fuga.

Escapamos por la ventana. Suerte que los policías no la hayan tenido en cuenta. Suerte que Symns haya estado internado en la planta baja del edificio. Un auto espera en la calle. Por eso pedía un celular. Subimos. El tipo que dispara aún hace eso. Dispara.

 

* * *

 

--Empecemos por mi enfermedad

Uff. Al punto. Como siempre. Una flecha en el medio del corazón para quien lo admire al menos un poquito. La realidad nos devuelve una imagen opuesta a la que arrojan los libros que han sido el paraíso (o el infierno encantador, perdón, Enrique) de la adolescencia de muchos: debilidad y miedo no son atributos que emanen de la pluma de Symns. Pero así está el tipo hoy, temiéndole a esa perra embustera que en algún momento nos convoca a todos. Estamos ante su faceta menos bélica, su pulsión de vida. Hoy Symns vuelve a ser un niño.

-- Estoy emblandecido, necesito cariño. Pero también… --y se interrumpe. Cada vez que mete el freno de mano en el habla, encuentra rápido otro camino para continuar. --El cariño y el deseo son distintos.

Ya llueve. Casi suspendemos la entrevista por el episodio de los tiros en el hospital. “Me di el alta”, le simplifica él al gordo que maneja. Nunca le veremos la cara al chofer. Estamos shokeados. “Ustedes querían ‘un día en la vida de Enrique Symns’, a lo Gastón Pauls, ahora no mariconeen”, reta él.

-- La diferencia entre el manicomio y la cárcel es que vos al psiquiatra le podés decir “ya no creo que soy un extraterrestre, ahora sé que soy un pelotudo como usted” y te sueltan. En cambio, en la cárcel por más de que digan… No tenés manera. Conozco mucho todas las instituciones. Estuve mucho tiempo preso.

Equiparar manicomio y hospital es una arbitrariedad suya.

Llueve, ya lo dijimos. El auto da vueltas y él reclama preguntas. Lo invitamos a seguir la charla en un lugar tranquilo. No sólo por la excitación reciente, se ve cansado, agitado. La charla continúa en lo inevitable.

-- ¿Qué tiene?
-- Ando con una diabetes salvaje, descuidada por la cocaína y el alcohol. Ahora dejé la cocaína. Lo supe en el verano de 2001. Me lo dijo un médico indio criado en El Bolsón: el mejor de los diagnósticos.

--¿Y cómo le fue en el hospital?
--Me trataron muy bien. Me pincharon todo. Yo le tengo terror. Es una institu… (freno de mano) ¿Viste lo que son las instituciones? Represivas, de tiempo completo e incompleto. La familia es la más siniestra de todas. Por eso Engels en El origen de la familia dice que hay que acabar con el amor. Porque constituye la peste. Convirtió esto (señala la calle y la poca gente que pasa) en un supermercado.

--¿Nunca se enamoró?
--Creo en el amor a la brasilera. Viste que no dicen “te presento a mi pareja”, sino “te presento meu enamoraa”, que es una palabra hermosa. Estar enamorado es estar loco, perdido, extraviado. Pero enseguida te preocupás y ya te comiste tres postes.

Ahora sí: implora que vayamos a un bar. Se quiere sentar cómodo, dice. Le proponemos otros escenarios: un hipermercado, un shopping, una terminal de ómnibus… “No puedo boludear. Eso es boludear, porque si te querés cojer a una mina está bien darle un paseo, pero para hacer una nota no sirve para nada. A ustedes les sirve, a mí no me sirve un carajo.” ¿Plan B? Plan Bar.

Prefiere no brindar detalles sobre el tipo que dispara. Una deuda pendiente vinculada al narcotráfico, dirá la tele. Hacia un bar de Almagro vamos, cerca de la pensión donde vive. No sin una parada previa.

 

* * *

 

Sesenta y cuatro años. El 22 de diciembre será uno más. Nadie se lo dice, por cobardía, respeto o incomodidad: está hecho mierda.

--Después de toda una vida de no haber ido a un hospital, caí.

Parece disfrutar hablar de su mal estado de salud. Claro que esta observación toma como punto de partida la idea prefabricada de salud, las definiciones de cura y enfermedad.

--“Cura” en alemán quiere decir “preocupación” y dice Heidegger que el hombre es un gran preocupado. En el ‘82, cuando comenzó el sida, entrevisté al doctor Jonathan Salk. Contaba cómo hacían los hospitales en Constantinopla. Colgaban carne podrida en las principales esquinas y construían el hospital donde más carne podrida había. Porque la medicina quiere a la enfermedad. Las enfermedades producidas por la medicina ocupan el 80 por ciento de las que afectan a los seres humanos, incluyendo los virus.

El positivismo aplica conceptos de las ciencias naturales a los fenómenos de las ciencias sociales. Symns hace el recorrido inverso:

--La célula tiene cuatro enemigos: el parásito, el hongo, la bacteria y el virus. Tanto el parásito como el hongo te dicen: “Arriba las manos, dame toda la plata”. La bacteria y el virus, “la bolsa y la vida”. Lo peor de todo es el virus porque se enmascara, cosa que la bacteria no aprendió a hacer. Cuando la bacteria entra al organismo, sale la Policía, los glóbulos blancos, y la detiene, pero al virus no se lo puede detener.

(Positivismo: el tipo que dispara es un virus.)

Enrique tiene mal aliento y mal olor. Su piel está manchada. No se ven dientes, sí una baba espesa y blanquecina. No sostiene la mirada. Clava los ojos en los dedos largos y arrugados, que culminan en uñas amarillentas. Sus ojos, dos bolones blancos con una galaxia marrón en el centro, se ocultan tras persianas contraídas. Viste una camisa estilo texana y un jogging azul gastado. Ambas prendas, cortas. Y camina lento, apenas levantando los pies del suelo. Lo sabremos en poco tiempo, porque ahora vamos sobre ruedas.

Cuando nadie habla en el auto, el clima se siente raro.

 

* * *

 

El Renault verde, viejo y descascarado en el que vamos dobla abruptamente en una esquina y Symns nos ordena bajar. Estamos en Presidente Derqui, nos aclara, y pide que lo esperemos allí, que regresará en 20 minutos.

Ya no llueve. La mano del gordo anónimo sale por la ventanilla con un cigarrillo. También se escapan unas cumbias santafesinas. Las ventanas del coche son polarizadas, y aunque intentamos verlo de frente con disimulo, él parece percibirlo y hábilmente oculta su rostro.

Mientras los 20 minutos pasan, repasamos la balacera. Fue todo muy rápido. A las 10 llegamos a la entrada del hospital. Ingresamos por la puerta que el propio Symns nos indicó y pasamos directamente, sin preguntar a nadie. Golpeamos la puerta blanca de la habitación 7. La voz carrasposa de una mujer respondió.

--Paseeeeeee.

Pasamos. Una señora de rulos muy parecida a la Nelly de Langer nos dio un beso, nos pidió que cuidemos de Symns, le besó la frente y se marchó con su saquito de leopardo y su bolsa de Coto.

--Elsa --aclaró Symns, inquieto entre sábanas. –Elsa Cicuta.

La cama sobrante estaba vacía. Nos sentamos.

--Si quieren la entrevista, tienen que distraer al rati mientras escapo. Si no se animan, adiós.

Dudas.

--Ok.

Salimos al pasillo. La idea era prohibir el paso mientras Symns salía por una puerta trasera. Nadie circulaba, por lo tanto nos limitamos a permanecer entre el pasillo y el hall de recepción. La recepcionista hablaba por teléfono y el guardia miraba hacia afuera, esperando la lluvia.

Repentinamente Symns apareció y, alarmado, nos ordenó seguirlo. No entendimos, pero emulamos su prisa, como los monos que no dejan que el nuevo de la “monada” suba la escalera por la banana, temerosos del chorro de agua. Aquí el miedo no tenía sustancia. Aún.

Doblamos en una esquina dentro del hospital y escuchamos un trueno a nuestras espaldas. Un disparo.
Entramos en una pequeña oficina. Allí, sobre la pared, lo vimos. Vimos sus dientes brillantes y su mueca de nuevo Palito Ortega sin canto: Mariano Martínez nos sonreía sin cuerpo.

Cuando miramos de nuevo el celular, a unas cinco cuadras del hospital, eran las 11.43. Anotamos en una hoja en blanco: 11.43.

Symns regresa y volvemos al auto. Le dice al gordo que todo está arreglado, que ya no volverá a suceder nada con “ellos”. No nos animamos a preguntar quiénes.

 

* * *

 

Viaje largo y silencioso. Treinta y seis kilómetros para, finalmente, llegar al bar de Almagro entre Valentín Gómez y Gallo. Mientras bebe un café con leche, Enrique manosea un Clarín que está sobre la mesa. Sin ojearlo.

Disculparán tanta letra sin presentarlo. Symns es periodista, también escritor. Su nombre se asocia fuertemente al viejo under porteño. Fue actor callejero y, durante la década del ’80, integró Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota como monologuista. Lo mismo con la Bersuit, Los Piojos y Los Caballeros de la Quema. Escribió corrosivas biografías. Integró diversas propuestas editoriales. En 1983, fundó la revista Cerdos & Peces. Fue secretario de redacción de El Porteño, prosecretario de Satiricón y colaborador en Eroticón y Fin de Siglo. Trabajó también en La Voz y Sur, colaboró con Clarín y, años más tarde, con Crítica. En 1993, fundó El Cazador y, entre 1998 y 1999, escribió para La Maga. Vivió en Chile desde 1998 hasta 2003, donde fundó el periódico The Clinic.

Su vida puede recorrerse en las páginas de El señor de los venenos, autobiografía que publicó en 2004. En la actualidad, escribe en la revista THC. Acaba de vender los derechos de El señor… para la filmación de una película, en tanto que en septiembre publicará un libro que reunirá textos de Cerdos & Peces.

De disparador funciona una noticia de tapa de Clarín. Algo sobre el trabajo. “¿Trabajar? Indignidad, una miseria. La propiedad privada es el único delito y trabajar es la única esclavitud. La gente que trabaja es esclava, no tiene anécdotas. La gente que tiene anécdotas es toda lumpen: mendigos, violadores, pibes de la calle, chorros, ese hombre que vive en el bar (y señala a un viejo cualquiera). Un trabajador no porque de ocho a seis de la tarde desaparece del mundo.”

Decididamente, no querrías que Enrique fuera tu viejo, tu tío o tu abuelo, porque sufrirías. Sería demasiado. Te cantaría muchas canciones de Violencia Rivas, pero con tantísimos argumentos como para que no siempre te rías. Symns es algo así como un psiquiatra en un pabellón de subnormales.

--¿Usted es un extraterrestre?
--Estoy casi convencido. Hay una sangre azul, digamos; la humanidad es un uno por ciento… Una botellita de whisky en un océano de mierda. La mayor parte de la masa humana es una masa, genes que parecen repetidos, qué se yo… Hay muy poca gente que sabe contar chistes, ¿viste? Menos aún, anécdotas. De eso te das cuenta como periodista.

--¿Qué enseña en sus talleres de periodismo?
--A escribir. William Burroughs descubrió que el lenguaje es un virus, pero no el hablado. No hay un solo ser vivo que no hable. Hablan las plantas. El lenguaje escrito es un veneno porque nadie lo puede reconocer. Y porque pone a la mente del hombre adentro de sí misma. “Biblia” quiere decir “libro”. Es una mierda. Los dos primeros grandes escritores de la humanidad fueron François Rabelais, que escribió Gargantúa y Pantagruel, una novela alucinante, atrozmente absurda; y Miguel de Cervantes Saavedra, con Don Quijote de la Mancha, que ya era un plan a diferencia de Gargantúa…, que era un caos.

--¿Cómo trasunta en la escritura el caos del ser humano?
--Hay muchos tipos de escrituras. Me gustan las que provienen del futuro. Aquí, en Latinoamérica, todas provienen del pasado: estamos condenados por los desaparecidos, los indios, masacres, la historia. En la Argentina, si no sos peronista no escribís. Me gustan los yanquis. No hay un escritor, quizás Vargas Llosa, que esté a la altura de Hemingway, Henry Miller, Scott Fitzgerald, Jack London. Bueno, yo me crié con una sensación así: no me interesa nada de la Argentina porque vivo acá. Entonces quiero saber lo que pasa en el resto del mundo. Mi mundo siempre me pareció chato. Quiero intentar escapar de la chatura, de la falta de poesía, de aventuras y de peligro. Dejé de ser niño a los 45 años. Cuando dejás de serlo del todo, la vida baja cobardemente hacia la ladera de la muerte. Siempre te asustás más.

--¿Está asustado?
--Sí. Antes tenía una verdad, una certeza.

--¿Cuál?
--Que estar extraviado era el mejor camino. Un hombre extraviado está siempre iluminado, guiado por los abismos de su inconsciente, por las estrellas del infinito cosmos que es uno mismo. Siempre, en los peores momentos de mi vida, dentro de la cárcel, a punto de pegarme un tiro o cuando una mujer me abandonó, salí de esa vida y empecé a tener otra. Tuve muchas. Pero esta vez parece que se hubiera acabado. Fui al hospital; o me llevaron en una camilla entre una médica y un enfermero, de prepo. Estaba vomitando hacía veinticuatro horas. ¿Qué otra salida había? Yo quiero morirme a los gritos como mi papá. Mi papá murió en la calle. Se escapó para que no lo llevaran al hospital y murió en una plaza.

Mientras habla es imposible no hacer el ejercicio de poner este cuerpo en las aventuras espirituales, cocainómanas y sexuales del Symns que te las narra desde sus libros. Mientras habla, a pesar de que lo haga sobre la poesía, aparece en la cabeza ese capítulo sobre la venta de una marihuana exquisita o aquél sobre una orgía descomunal en la que los participantes se chupan los sexos hasta el ardor.

--Lo que el filósofo y el científico afirman, el escritor y el poeta, éste especialmente, lo destruyen. El poeta es una especie de terrorista del lenguaje. Mata esta cuestión de que todo coincida con todo: en la poesía nada coincide con nada ni apunta a nada.

--¿Se considera un poeta?
--No. Como dijo el Indio Solari, soy un escribista.

--¿Su obra no lo hace inmortal?
--Yo siempre le pregunto a la muerte. Germán García dice que no le tiene miedo porque él es como los epicúreos. Los epicúreos no están donde está la muerte. Yo fui muy amigo de Fogwill. Y él le tenía miedo.

--La muerte es el fin de la vida y el miedo es su presencia en la vida.
--También es miedo a que se mueran los demás. Y sí, de la vida, es cierto. La muerte en la vida… Cuando volví de Chile y gobernaba Duhalde me encontré con un zanjón, esto no era Buenos Aires. No reconocía ningún código. Me instalé de nuevo. Vivía acá cerca, detrás de Cromañón. Al año que se cayó, me fui a vivir ahí porque las casas eran baratísimas. Recuperé el coraje, me peleé y fui patotero de nuevo. Ahora estoy viviendo como un viejito en una pensión a la que casi no me dejan entrar porque lo hago tambaleando. Cangallo al 3000. Cangallo y Sánchez Bustamante. No, Cangallo no. Perón. Bueh…

--¿Cómo eligió los lugares para vivir?
--No elegí nunca nada. Como dice Bourdieu, el hombre cree que elige todo y en realidad… Cuando volví de Chile, empezó la pobreza. Primero, vivir en la calle. Mis amigos me corrieron la mano. Dormía en la calle. Hasta que me descubrió un periodista de Rolling Stone. Me sacó fotos. Aparecí, me hicieron una nota, me dieron laburo. Me gusta mucho el periodismo. Me gusta trabajar en los diarios. Soy muy buen cronista. Me gusta mucho ir a los lugares más inhóspitos.

--¿Aún tiene ganas?
--Ahora estoy muy débil, pero creo que me recuperaría mucho. Fui drogadicto toda mi vida pero nunca me pinché. Y ahora tengo que empezar a usar insulina. En cuanto a escribir, tengo varios planes. Empecé tres libros pero no terminé ninguno. Estoy ahí, no sé con cuál seguir. Uno se llama ¿El cielo no es de las niñas? Reúne relatos de niñas violadas que fui juntando a lo largo de mi vida. Después tengo otro que se llama Adiós, muchachos, que es una despedida a un montón de pistoleros que conocí y que mataron. Y después tengo otro libro que es más raro que se llama El laberinto de Murchinson. Lo tengo en la cabeza desde el ‘69. Es un libro sobre una teoría sobre los laberintos. ¿Sabés para qué sirven? Para ser observados. Todo nace de un estafador alemán que hizo ese laberinto que se llamaba Perguinson, algo así, y yo lo cambié por Murchinson. Un tipo que para hacer una estafa contrató montones de actores y los hizo actuar frente a una joyería mientras él la robaba. La teoría del ser observado, ser vigilado…

--¿Qué opina de las redes sociales?
--La globalización nos ha borrado como seres vivos. Tiene cosas formidables, pero todo lo que inventa el enemigo lo hace para él. Marshall Mcluhan decía que las carreteras no fueron inventadas para los autos, sino para los tanques. Internet no fue inventado para que juegues, es para la guerra. Nos vigilan desde arriba, como dice Heidegger.

--¿Quién es “el enemigo”?
--Yo discutía con Moisés Ikonicoff cuando él era un filósofo y no un payaso. Tengo una imagen conspirativa del universo y él decía que eso era no saber pensar. No hay una cosa en este planeta que no sea alienígena. Una cosa es el misticismo, que viene del misterio, y otra, la religiosidad. Las religiones vinieron todas arrastrándose en las serpientes venenosas de los desiertos. En cambio, los misterios de los chamanes vienen de los bosques. Por eso El señor de los anillos pegó tanto. Yo he visto lo milagroso. Íbamos caminando con mi mamá, tomados de la mano, y dos ranas salieron caminando, una de cada lado, se abrazaron y se pusieron a hablar.

--¿Dónde pasó eso?
--En Córdoba. Tendría seis o siete años. En Buzios está lleno de brujas. Hay convenciones de brujos en San Lorenzo.

 

* * *

 

Lo de Symns fue lisa y llanamente the University of the Streets. Ni siquiera terminó el primario. Bah, dice que nunca fue. En cambio, su hermana mayor era profesora de Filosofía y le inculcó el vicio de la lectura. “Creo que me enseñó a leer con La bella durmiente”, recuerda. “A los doce, ya leía al Marqués de Sade.” La autobiografía de Symns escatima en datos sobre su infancia, por eso le pedimos que se explaye. “La pasé en institutos correccionales. Cometí varios robos a mano armada. Vivía en Barracas, la cárcel o Burzaco. Viví en Constitución. Antes se podía vivir en las estaciones”, rememora.

También estuvo, entre sus primeras lecturas, Crítica de la razón pura, de Kant. “Lo entendí. No sé cómo mierda. Debía tener algo de genio”, se jacta. Se jacta siempre que cree necesario hacerlo, y se burla de los otros siempre que cree necesario hacerlo. “Entendí lo que significaba un juicio a posteriori y me movió toda la vida. Después llegó Nietzsche. Y Heidegger me ofreció demasiado.” En cuanto a la ficción, se acuerda puntualmente de lo que suscitó Crimen y castigo en los jóvenes de su generación. “Lo leías y salías a matar gente porque hay una frase tan poderosa que atraviesa toda la filosofía y toda la historia del pensamiento: ‘Nada es verdad, todo está permitido’. Te pegaba. La rebeldía era contra la especie humana”.

Y hubo un día en que Enrique empezó a escribir. Se lo etiqueta, habitualmente, como el Bukowski argentino. Él dice que es nada más porque “andaba con un vaso de whisky en todas partes”. El primero en decírselo fue el periodista Carlos Polimeni, a quien tilda de “traidor y nefasto”. “Yo no sabía quién era Bukowski. Decía: ‘¿No será el Symns californiano?’”.

--¿Cómo fueron sus primeros pasos en la literatura?
--Empecé muy joven, a los quince. Empecé a escribir como Dostoievski pero ya era tarde, no se podía escribir más así. Ni como Arlt ni como Marechal. Entonces pensé que ya no podía escribir más. Dejé hasta que apareció Henry Miller. Él mostró otro camino de la escritura.

-- ¿El arte ya no puede modificar realidades?
-- No molesta ni a un portero suizo. Como dijo Buñuel: el cine son setecientos idiotas mirando la pared vacía. Y antes era peor, porque iban a ver un tren en la pared y podían verlo en la estación. El ser humano es creado como un golem. Necesitaban un espectador delegador. Necesitaban que mires para otro lado y delegues el poder. Que mires al pelotudo de YouTube, cómo el boludo grita y canta mientras te rompen el culo. Jim Morrison decía: “Han inventado el arte para distraernos”. Te roban la vida y te convierten en un esclavo. Andás por ahí cumpliendo normas. Porque no solamente están las leyes. Andás cumpliendo normas, viviendo en una casa y yendo del comedor al baño como un boludo.

-- ¿Antes el rock avisaba que eso estaba pasando?
-- Fui protagonista, no sé lo que le pasaba a la gente. A mí me tocó ser protagonista por un azar del que siempre me arrepentí: conocer a Los Redondos. Porque era un actor callejero y fui el primero que descubrió el escenario del mundo rockero. Fue una etapa muy creativa, frívola, divertida y con mucho sexo promiscuo. “Promiscuo” quiere decir “confuso”, no algo malo, porque enseguida le dan un tono moral. Con muchas drogas muy buenas que por supuesto me cobraron el precio.

-- En El señor de los venenos dice que no consumía por una búsqueda de placer. ¿Por qué entonces?
-- Por la búsqueda del miedo, que es lo que me había enseñado Hunter Thompson. La adrenalina es la droga más poderosa que existe y es la que más inteligencia da. Hunter Thompson se inyectaba adrenalina pura, sangre de esquizofrénico. Iba a los hospitales a robar. Yo también he ido a los hospitales a comprar drogas a los enfermeros, morfina sobre todo. Ahora me gustaría tomar morfina. Doparme.

-- ¿Se arrepiente de algo?
-- Me remuerdo. “Culpa” viene del alemán y quiere decir deuda. Y no se puede pagar. Pero me remuerdo. A veces cuando voy a dormir, antes de tomar mi pastillita de clonazepán, me atacan todos mis errores y los daños que he cometido a mí mismo y a las chicas que quise. Porque los hombres estamos hechos para traicionarnos, pero las chicas no. Para las chicas es duro.

-- ¿Alguien le hizo algún reproche por la publicación? Por ejemplo, lo de Pappo…
-- Todo es verdad. Gloria Guerrero nunca quiso atestiguar y los cobardes de Bersuit no quisieron enfrentarlo, porque siempre hay valores económicos. Lo de Pappo no me preocupa. Me preocupa mi ex mujer, por lo de Big bad city. Hace poco me llamó desde Brasil. Digo que era una perra, que cojía con todos mis amigos. No creo en los secretos. Son mis armas. Nunca los tuve, excepto esos por los que podés ir preso. A mí no me gustaba cojer cuando era chico, me gustaba chupar la concha. Y en aquella época se llamaba minetero al que hacía eso, con desprecio y repugnancia. Mi abuelo decía que un hombre que se dejaba chupar la pija era un maricón.

-- ¿Cuál es su visión del sexo hoy?
-- Estoy muy alejado. Las últimas veces que tuve sexo raro, misterioso, con desconocidos, fue en Chile. Cuando volví ya era distinto. Además ahora son muy jóvenes, las mujeres… Cómo evolucionan. Mirás las pinturas del siglo pasado y son otras mujeres, ¿no? Y ahora también. La sexualidad es agarrar. “Agarrar” es la palabra. La agarré. O me agarró. Me gusta el combate. De la mesa para arriba es princesa, de la mesa para abajo es perra, sucia, asquerosa. No me gusta el sexo con amor.

-- ¿Hay algo en usted que se parezca a… la felicidad?
-- No hay nada que se parezca a la felicidad. Les voy a decir un poema que escribí.

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho el leve rizar de unas ramas en el agua.
Es tanto el resplandor que producen en mi mente
que pienso que quizás la dicha sea el endeble rizar de unas ramas en el agua
o la luz de un barco que aparece y desaparece a través de los años
o la luz de una cabaña en una montaña, después de tantos años de estar extraviado.
O quizás la dicha sea la distancia entre las palabras que digo y las que escucho,
ese silencio mágico que nos envuelve cuando hablamos.
O quizás sea la distancia del sonido de la puerta de la fiesta
cuando se cierra al mismo tiempo que se cierra el ataúd nimio del amanecer.
O quizás sea la distancia entre el sonido del cencerro del cordero encerrado en el corral
y el grito desesperado de un ave perdida en el pantano
o de una mariposa arrastrada por la fuerza del viento.
Quizás la felicidad sea escribir nuestros nombres con un palito sobre la nieve
o quizás sea hacer signos absurdos sobre la tierra,
como niños castigados en el fondo del jardín, obligados a jugar con guijarros,
mientras que con esos guijarros nos preparamos para esta aventura desdichada que es existir.

--Yo siempre sufría. Conozco la ironía y la broma. Cagarse de risa. La felicidad es como la libertad, como el amor. Palabras inventadas. A la palabra “amor” la inventaron los fenicios en el año 1240. Antes existía el deseo. Las mujeres se subían a un barco y tenían que chuparles la pija a los tripulantes. Como dice Lacan, los problemas del amor comenzaron cuando acabó la esclavitud. Y peor dice Freud: el encuentro entre el hombre y la mujer es imposible porque el hombre busca en la mujer a su madre. La mujer, en cambio, busca en el hombre a Dios. Por eso hay groopies.

--¿Creyó en Dios alguna vez?
--No, creo que hay un misterio cósmico que no hay manera de resolver. Lo más parecido sería decir esto: metamos toda la inteligencia del ser humano en la cabeza de un alfiler y disparémosla. Y va a llegar a un lugar en el que ese virus agarrará a un pescado que se subirá a un reptil que subirá a la columna vertebral de un mono y aparecerá un ser como nosotros. Parece haber un plan.

--¿Nunca sintió que estaba predestinado a algo?
--Hay un tipo de destino. El destino es raro. Lo cuenta muy bien Borges en el cuento del general Laprida, que está tirado en el barro, a punto de ser lanceado por un paraguayo, ensangrentado, y se pregunta: “¿Cómo yo que fui ingeniero llegué acá?”. El destino te va empujando delicadamente hacia lo que tenés que hacer. No va a la corriente de tus deseos. Algunos lo asumen, como Allende, que murió como deben morir los presidentes. Laprida se responde que él fue tomando las decisiones, y en esas preguntas está su destino.

--¿Cree en la política?
--No, en absoluto. Odio… La evolución de la política argentina hasta la llegada del kirchnerismo me parece el proceso más detestable que ha habido en toda Latinoamérica. En Latinoamérica no hubo un proceso tan miserable como el nuestro.

--¿Y por qué el kirchnerismo queda afuera de ese proceso?
--Ellos son los que yo llamo montoneros cobardes, porque el ERP no ocupó ningún poder. Ellos son el stanilismo, la política de Moscú, un Moscú moderno; el oscurantismo, la demostración de qué terrible desgracia hubiera sido si los montoneros tomaban el poder. Lo mismo que la guerra de Hitler contra Estados Unidos. ¿Quién ganó? ¿El mejor? Pero bueno, es nuestro país. Tengo amigos en España y ellos me preguntan. Para ellos, el peronismo es un virus. Y dicen que Franco no tiene franquistas. Roosevelt no tiene rooseveltistas, Hitler no tiene hitleristas. Hay minorías, pero que un general traidor que engañó a su pueblo sea todavía recordado y querido es un absurdo argentino, una enfermedad.

--¿Militó alguna vez?
--Soy un anarquista, mi familia lo era. Fui un anarquista libertario. Pero me aburrían las reuniones con anarquistas. No creo en los trabajos que se hacen juntos. Pero descubrí en el periodismo que me gusta trabajar con otros. Me encanta el ruido de los hombres escribiendo en vez de haciendo boludeces.

 

* * *

 

Pum, pum, pum.

Los truenos regresan, y no son los de la lluvia que ya diezmó. Al parecer, no estaba todo arreglado. Los pocos sentados en las mesas del café se tiran al suelo. El mozo se esconde detrás del mostrador. En el frío silencio posterior, Symns levanta la cabeza y busca al responsable. No parece encontrarlo. Otra vez, el vértigo. Agazapados, corremos los cuatro (el fotógrafo recién llega) hacia el baño de mujeres. Al cerrar la puerta, Symns continúa expurgando sus verdades con cierta urgencia. “Jamás puse una cita verdadera. Recién hice una de Freud y no sabés si es verdadera. Nadie lo sabe”, grita. Alguien patea la puerta del bar y oímos los vidrios estallar, pero él continúa. “El periodismo de ficción busca destruir la verdad, atacar a sus dueños.” Se resguarda tras la puerta de un inodoro. “La realidad es una orden. Un tipo dice: ‘Voy a tener un hijo’. Le dicen que no. Y la manera de sacarle la idea es un electro-shock. Como decía David Cooper, el paranoico no cree que lo persiguen, lo sabe.” Lo persiguen. Nos persiguen. “Así que los locos sabemos algo. Las alucinaciones existen. El otro no las ve por su incapacidad.” Se escuchan alaridos al otro lado de la puerta. ¿Serán reales? “Podríamos construir otro guión en el que no existan trabajar, estudiar y casarse. Pero no hay nada que hacer.” Alguien viene hacia la puerta del baño, se presiente, se escuchan los pasos. “Y me cansé.” El peso de una mano en el picaporte. “Ya lo tienen.” La puerta que comienza a abrirse. “Si me necesitan, me llaman.” Y se esfuma.

 

* No toda la información aquí publicada ha sido debidamente chequeada. Ley 23.444.

 


 

Un monologuista “lejos de la complacencia”

(por Tom Lupo*)

La última vez que fui a escuchar al Enrique “monologuista” (un título que le fue puesto con comillas, porque él, ante todo, es escritor) quedé impactado, por así decirlo. Como si fuera la primera vez que lo escuchara. Y no es fácil que pase esto con alguien a quien uno conoce hace más de 30 años y que ha escuchado mucho, ha leído. Con quien uno ha conversado, ha discutido…

Enrique miró al público con distancia. Hizo un pequeño silencio previo y espetó: “Todos ustedes están muertos”. A la mierda, diría yo si no estuviera escribiendo para una revista cultural.

Qué lejos de la complacencia que suelen tener los que ocupan ese lugar e intentan ser simpáticos con el público. Algunos se quedaron serios. Otros se rieron, tal vez para aminorar el impacto o darle otro sentido. Es que, en realidad, podía tener más de un sentido. Tiene más de un sentido.

Podría ser que se estuviera refiriendo a que todo viviente también lleva en su ser una marca: todos vamos a morir. Es justamente sólo cuestión de tiempo. Pero también podía ser que se refiriera al estilo de vida que llevamos. Porque su discurso de siempre tiene un tono crítico hacia el estilo de vida que llevamos. Para él, casi todos vivimos en cárceles afectivas y sociales. Todos soñamos con alguna jubilación dorada y nos vamos apartando de la pasión y la locura.

A veces me escucho diciendo que Enrique es “el último anarquista”. Escupe al cielo, a la política y a todas las convenciones. No hace los gestos adecuados para sobrevivir dignamente y es por eso que a veces lo vemos en pensiones de última o a punto de ir a dormir a la calle. Creo que debería haber una especie de subvención del Estado para seres así. Un premio para los que no le chupan las medias a nadie. Y es bueno para todos que alguien se quede de ese lado de los francotiradores, para sacudirnos cada tanto.

Symns monologuista te deja diferente después de escucharlo. Es imposible no cuestionarse todo después de ser atravesado por esas palabras. Después, claro, la costumbre vuelve a tejer sus telarañas y uno vuelve a la fila.

Por si nunca lo escuchaste, te transcribo un fragmento de uno de esos monólogos que posiblemente nadie más esgrima:

“La auténtica Peste es la forma de vivir. La Peste son esos telegramas de disculpas que son las conversaciones, esos besos nauseosos que se dan las escafandras, esos planes mediocres de los libros y las canciones premeditadas. Apestada está esa grasa espesa que rodea el áurea de quienes se sienten protegidos por los beneficios de sus acciones, ese miedo cobarde de quien lleva un forro en el bolsillo de los deseos que le producen asco. Es Peste la noche de los corrales en donde los lobos echan panza y sueñan con ser ovejas, ese ahorrismo tardío de quienes usan la palabra ‘salud’ no para zamparse un tequila sino para tomar cursos de footing en los clubes de Internet.”

Ahora bien, Enrique Symns monologuista es también otra cosa, y eso no es sonido. Ni silencio.

* Hombre de radio, poeta, profesor y psicoanalista.


 
“Actúa y escribe sin contradicciones”

(por Juan Subirá*)

En los primeros años de la Bersuit, se acercaron a la banda artistas del under como Coco Sily, Omar Quiroga y Pedro Saborido, con quienes nos fuimos relacionando. Entre ellos, Enrique Symns. Él se acercó como periodista de Cerdos & Peces, una revista en la que podías leer a periodistas y poetas como Patán Ragendorfer, que no estaban en medios institucionalizados. Pero con Enrique nos relacionamos también con su faceta de monologuista. Era finales de los ’80, principios de los ’90, una época de auge del under, con lugares como el Parakultural, Babilonia y Cemento, donde comenzaron artistas como Capusotto, Casero y Tortonese. Enrique de alguna manera formaba parte de todo eso, pero con el antecedente grosso de haber estado con Los Redonditos, ser allegado a la banda y hacer monólogos en sus escenarios. Lo conocimos en el ‘90 o el ‘91, y esa vez subió al escenario (no recuerdo si el Pelado lo había invitado) e hizo un monólogo con una inventiva fabulosa. Si bien no participó en nuestras letras, aportó desde un lugar ético, desde la ruptura de los límites. Él es un defensor de la libertad individual de las personas. No es común cruzarte con personas que defiendan con tanta fortaleza y convicción la libertad individual. Quizá sea comparable a Bukowski. Es un beatnik argentino, pero con particularidades porque Enrique conoce el bajo fondo y la calle a full; es más, la vivió, y a todo eso le agregó un bagaje de conocimientos y estudios que aplica en sus escritos. Él actúa y escribe de la misma manera, sin contradicciones. No hay una distancia entre su manera de ser y lo que dice.

* Músico y ex tecladista de Bersuit Vergarabat.


 

La vanguardia y la marginalidad

(por Gabriel Levinas*)

Enrique Symns es un periodista que escribe con el corazón. Es un impertinente absoluto; un perfecto trasgresor. Enrique corrió el límite de lo posible y tiene mucho que ver con las cosas que hoy pueden hacerse en el mundo del periodismo. Muy pocos periodistas pueden atribuirse el mérito de haber cambiado el periodismo argentino en algo. Él es uno de ellos, porque gracias a su quehacer todo un mundo nuevo, distinto, maldito, entró en los medios gráficos, a través de Cerdos & Peces: Luca Prodan, Miguel Abuelo, Batato Barea, una parva de personajes que en aquel momento no existía para el periodismo, muchas veces ni siquiera para los intelectuales. Eso fue maravilloso.

Enrique Symns es un periodista que escribe muy bien, de una manera distinta a lo que se supone que es escribir bien. Tenía, a pesar de parecer un inmoral raro, un sentido de la justicia profundo, enorme.

Ése es Enrique Symns: un periodista de otro planeta que no sólo cambió nuestro mundo de papel y tinta, sino también la vida de quienes pudimos compartir una redacción con él.

Lo conocí en la redacción transitoria de la revista Pan Caliente. Ahí, entre cuatro o cinco personas trabajaban, otras fumaban porro. Enrique hacía maravillas: la revista era él solo prácticamente. Escribía casi todas las notas y las firmaba con seudónimos. Su propia cabeza creaba periodistas. También editaba. Rápidamente quise tenerlo en El Porteño, pero sus notas eran tan vanguardistas que desentonaban con el periodismo de la época, aún en el más progresista, y generaba conflictos internos. Entonces armamos Cerdos & Peces, una revista adentro de El Porteño que manejaba él, sin limitación alguna.

Lo interesante de la existencia de Symns en el mundo del periodismo es el haber abierto los ojos del oficio a una nueva realidad: el de la marginalidad. Un universo que no tenía demasiado espacio en los medios de comunicación. Porque en ese momento, en el que nace Cerdos & Peces, ése en el que nos conocemos, plena dictadura en la Argentina, los márgenes de nuestra sociedad injusta iban mucho más allá de la pobreza: se marginaba a la mujer, al preso común, al preso político, al político, al homosexual. En ese momento, conocer a Enrique fue increíble.

* Artista, periodista e investigador.