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Una misa rockera inolvidable: volvió a tocar Manal

Diego Pintos
06 de octubre de 2016

La legendaria banda fundadora del rock nacional tocó en Vorterix de Colegiales. Regresó a los escenarios con su formación original, en el marco del Red House, una mega zapada que convocó a próceres y salieris del género. Homenajearon a Pappo y Spinetta.

"Pará. Pellizcame. ¿Viste lo que pasó? Manal, loco. Manal. Esto lo tenés que contar. Escribilo. Porque mirá, ¿cuánta gente hay acá? Yo no sé, pero no alcanzan a ser mil personas. Algunos ni siquiera están mirando. Y cuando lo escribas, tenés que aclarar que sin Manal, nunca hubiese venido todo el rock que vino después. Por Dios, contalo todo".

Un aluvión. Eso es lo que fue. Algo sorpresivo y que pasó a la historia. El Chizzo, Gustavo Nápoli, la voz de La Renga, tomó el micrófono tras dos horas de zapadas rocanroleras, y en medio del griterío efervescente, avisó: "Acá va a pasar algo histórico. Presten atención, porque sin ellos, nada de todo lo que vino después hubiese ocurrido". Y ellos eran Javier Martínez, Claudio Gabis y Alejandro Medina. Los tres mosqueteros del incipiente rock de acá, que allá, a mediados de la década de los 60 se concibieron como piedras fundacionales del estallido de parlantes nacional, junto a Lito Nebbia y Los Gatos, y al súper Flaco de Almendra.

Pará. Pellizcame. ¿Viste lo que pasó? Manal, loco. Manal. Esto lo tenés que contar. Escribilo. Porque mirá, ¿cuánta gente hay acá? Yo no sé, pero no alcanzan a ser mil personas. Algunos ni siquiera están mirando. Y cuando lo escribas, tenés que aclarar que sin Manal, nunca hubiese venido todo el rock que vino después. Por Dios, contalo todo.


Y ahí estaban. Inimaginable. Nos caímos de culo. Boquiabiertos. No existían. Eran un holograma. No podían ser los pelilargos del vinilo. Los mismos de siempre. Tocando Avellaneda Blues, como si el tiempo fuese una mentira del sistema capitalista. Los relojes giraban sus agujas hacia cualquier parte mientras chorreaban manantiales de Jugo de tomate frío sobre el público que asistía atónito, ante la historia misma de la música nacional, manifestándose delante de sus incrédulos ojos. ¿Qué podíamos hacer para convencernos de que estábamos viendo lo que estábamos viendo, y que nunca jamás pensamos que lo íbamos a presenciar? 

Manal fue un suspiro injusto en la prolífica historia del rock argento. Tocaron entre 1968 y 1971. Reaparecieron en 1980. Después, sin Claudio Gabis, en 1994. Y ahora. Precursores del blues y el rock cantados en castellano. Hasta Luca Prodan, el histórico líder de Sumo, quien dejaba en claro cada vez que podía que "el rock era en inglés, y que se vaya a la c... de su madre el rock nacional", dijo alguna vez que admiraba a los Manal. Tanto el blues, rhythm & blues, soul, rock and roll, se misturaban con el  tango y candombe rioplatense, en las almas de Martínez, Medina y Gabis. Grabaron su primer disco con el legendario sello discográfico independiente Mandioca.

No podían ser los pelilargos del vinilo. Los mismos de siempre. Tocando Avellaneda Blues, como si el tiempo fuese una mentira del sistema capitalista. Los relojes giraban sus agujas hacia cualquier parte mientras chorreaban manantiales de Jugo de tomate frío sobre el público que asistía atónito.


Sin embargo, este era apenas el corolario de un show pocas veces visto en la historia del ambiente rocanrolero nacional. Unas tres horas antes, un sigiloso haz de luz iluminaba el escenario de Vorterix, dominado por el humo y la penumbra. En esa oscuridad, una silueta se asomaba, sin llegar a distinguirse. Era la guitarra del Carpo, alzada como una ofrenda al cielo en manos de su hijo, Luciano Napolitano. Así dio comienzo a una misa memorable.

Si no te emocionaste es porque: Jugo de tomate frío, jugo de tomate frío, en las venas deberás tener, le cantaba un hombre de unos sesenta años a su hijo adolescente, mientras reían conmovidos, bailaban y se abrazaban infinitamente, embriagados de felicidades.


Por las tablas pasaron músicos de la talla de Willy Quiroga (Vox Dei), Alejandro Medina (el integrante de Manal cantó temas de Aeroblus, banda que conformara Pappo junto a Medina y Rolando Castello Junior en 1977), Michel Peyronel, Juan Antonio Ferreyra J.A.F., el tano Claudio Marciello (Almafuerte), Luciano Pappo Napolitano, Chizzo-Tete-Tanque (La Renga), Walter Meza (Horcas), Andrés Giménez (Animal), Cristina Dall (Blacanblus), Baltazar Comoto (Indio Solari), Sarcófago (Ratones Paranoicos), Andrea Álvarez, Beto Ceriotti (Almafuerte), y decenas de músicos invitados, todo organizado por Jorge el Corcho Rodríguez, quien también se calzó la viola en la mayoría de los temas. Desde hace una década estos músicos vienen reuniéndose para zapar, pero en forma privada. Esto fue mitificándose cada vez más en el ambiente rocanrolero, hasta salir del sótano anoche. 

Por las tablas pasaron músicos de la talla de Willy Quiroga, Alejandro Medina, Michel Peyronel, Juan Antonio Ferreyra, Claudio Marciello, Luciano Pappo Napolitano, Chizzo-Tete-Tanque (La Renga) y decenas más.


El cancionero fue sencillamente demoledor. Todo comenzó con El gato de la calle negra (Pappo's Blues), seguido de un huracán rockero imparable: El hombre suburbano (Pappo's Blues); Desconfío, en voz de Alejandro Medina en una performance sublime; luego llegaron Post crucifixión y Despiértate nena (Pescado rabioso) en homenaje a Luis Alberto Spinetta; Génesis y Ritmo y blues con armónica (Vox Dei) con Willy Quiroga al frente. Después El viejo (Pappo), La maldita máquina de matar (Billy Bond), Ruedas de metal y No obstante lo cual (Riff), y todo a todo volumen, expulsado de una enorme pared de amplificadores. 

Luego de unas tres horas de otro festival de la exageración rockera, el Chizzo se colgó del micrófono para pedir "dejar el ego de lado", y así poder tocar todos juntos en un cierre memorable. Llegaron los bises de la zapada interminable, mágica y misteriosa, con Sucio y desprolijo, Fiesta Cervezal, El tren de las 16, Blues local, y el del estribo. El Chizzo le gritaba a Willy Quiroga "cómo era el de...". Y salió Juntando semillas en el suelo. Después, la noche del miércoles ya era jueves. Querían seguir un rato más. Una fiesta inolvidable, e interminable. Fue la noche en que el tiempo dejó de trabajar, y trabajarnos, para tomar una cerveza helada en la barra.