Asesinado por la dictadura cívico militar, Enrique Angelelli revolucionó para siempre a La Rioja, dejando una huella que ni la oligarquía, ni los militares, ni los sectores conservadores de la iglesia pudieron borrar.
En agosto de 1968 el papa Pablo VI lo designó como obispo titular de la diócesis riojana. Todavía faltaban varios meses para el Cordobazo, pero en la provincia natal de Enrique Angelelli ya se respiraban tiempos convulsos, con gran protagonismo de los sectores populares. Algunos pensaron que lo mandaban al ostracismo, a una provincia más tranquila, a un territorio poco fértil para su prédica, ligada profundamente al espíritu del Concilio Vaticano II. Pero el pueblo es pueblo en todos lados. Y a veces sólo es cuestión que algo o alguien lo despierte. En su primera homilía, recién llegado a destino, Angelelli dijo que La Rioja había sido a lo largo de la historia un lugar de lucha por la dignidad del pueblo. El ex sacerdote “Pocho” Brizuela asegura que Angelelli “movilizó la conciencia colectiva. La Rioja era una provincia apacible, feudal, donde nadie levantaba la voz, donde un tipo que decía que había que luchar contra la injusticia era visto como un bicho raro. Y Angelelli vino a decir que eso no era La Rioja. En su primera homilía aseguró que la provincia entroncaba con la historia de las luchas de las independencias, de la lucha de los pueblos originarios, de la lucha de los caudillos que lucharon por la dignidad y de la lucha de los grandes educadores que trabajaron a destajo en el campo para formar a los jóvenes. Despertó a La Rioja del letargo. Supo encontrar una sintonía con los riojanos y les hizo descubrir que su historia no tenía nada que ver con el conformismo sino con la rebeldía y la indignación ética”.
Roberto Rojo, autor del libro Angelelli, la vida por los pobres, plantea el mismo escenario para la irrupción del Pelado: “Él llega y se encuentra con una provincia devastada. Luego de la derrota del proyecto federal del siglo XIX La Rioja quedó marginada del país. Y él les devolvió el autoestima a los riojanos. Movilizó y exhortó con su transparencia. Sacudió todos los cimientos ideológicos, habló de guerrilla, del Che Guevara, de los pobres. De cosas que nunca habían escuchado en boca de un obispo”.
Despertó a La Rioja del letargo. Supo encontrar una sintonía con los riojanos
Pero sobre todo hizo sentir a todos iguales ante dios y la Iglesia. Antes de su llegada los ricos tenían sus asientos privilegiados en las misas. “Las fuerzas vivas se sentaban adelante; él invirtió las cosas, los mandó atrás y a los pobres adelante”, cuenta el historiador.
Si bien la huella más grande la dejó en La Rioja, Angelelli fue formándose como un hombre del catolicismo con compromiso social desde mucho antes. “No es una persona a la que un hecho lo cambió de mentalidad y lo convirtió, él venía haciendo un proceso desde la formación y desde su compromiso con el mundo marginal como sacerdote, con los jóvenes, los obreros, los empleados”, nos cuenta Julio Guzmán, quien fue su secretario. Angelelli estudió en Roma derecho canónico. Luego trabajó en la Curia de Córdoba, participando de conflictos gremiales y visitando con asiduidad las villas miserias. Y viajó a sesiones del Concilio Vaticano II, que lo marcó para siempre.
Además en Córdoba apoyó públicamente a los sacerdotes Vaudagna, Gaido, Dellaferrera y Viscovich, quienes pretendían que la iglesia se interesara por las problemáticas sociales. Ese apoyo, a la larga, le costó abandonar su provincia. Para el riojano Julio Guzmán ese conflicto fue un gran triunfo para La Rioja: “Él apoyó a los curas y sus declaraciones que asumían el momento político y social. Raúl Primatesta, el arzobispo de Córdoba se lo sacó de taquito. El Pelado vino acá y ganamos nosotros”. El historiador Roberto Rojo agrega que a Angelelli lo sacaron de Córdoba “porque era un hombre comprometido con los sectores populares”.
Él les devolvió el autoestima a los riojanos. Movilizó y exhortó con su transparencia. Sacudió todos los cimientos ideológicos
Y cuando llegó a La Rioja hizo lo mismo. O más. Acrecentó su contacto con los más humildes. Se negó a habitar una vivienda más lujosa y apartada. Guzmán, que también lo tuvo como profesor, recuerda que “vivía en el hogar sacerdotal. Cuando venía un circo, iba a charlar con la gente, le celebraba una misa al circo, a los gitanos que andaban por ahí y a los que andaban carboneando. Era profesor nuestro y nosotros lo queríamos mucho. Todos los curas iban a verlo. Le consultaban porque tal tomaba mucho o porque tal otro era depresivo. El Pelado era el hombre, el amigo”. El trabajo de Angelelli no se limitó a los hombres de fe. Pocho Brizuela nos explica que detrás de su figura encontraron eco de su utopía “gente que no era católica o no era nada u artistas o no creyentes o chicos que militaban en el peronismo revolucionario. Ellos dijeron ‘todo lo que nosotros anhelamos de una sociedad nueva lo está tirando el Obispo’, entonces vayamos detrás del Obispo”.
“Estuvo muy cerca de los diarieros, de los cooperativistas, de los taxistas. Sabía descubrir en cada gesto el alma del pobre, del hombre que busca a dios”, agrega Julio Guzmán.
El contacto y la ayuda del Obispo con los más necesitados no podía pasar inadvertida para las clases acomodadas, para los dueños de la tierra que veían en Angelelli una especie de demonio marxista. “Le decían comunista, guerrillero. Se creaban leyendas absurdas: decían que Santucho bajaba en un helicóptero para conversar con Angelelli. Yo iba al secundario y mis compañeros de clase media y alta creían que eso era verdad”, recuerda Brizuela, quien de todos modos admite que el obispo algo de subversivo, en algún sentido, tenía: “Decía que la desigualdad y las estructuras de la injusticia no eran el orden natural, que no las había creado dios y por tanto había que cambiarlas”.
La huella más grande la dejó en La Rioja, Angelelli fue formándose como un hombre del catolicismo con compromiso social desde mucho antes
El PRINCIPIO DEL FIN
El 18 de julio de 1976 los sacerdotes de Chamical Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville fueron secuestrados, torturados, mutilados y asesinados. A Angelelli le recomendaron irse del país. “Se podía ir a Perú y nosotros más cagones le dijimos ‘monseñor váyase’, y él dijo: ‘no, yo me tengo que quedar con mi pueblo y mi gente’”, recuerda, con nostalgia y emoción, Guzmán. Angelelli se encarga entonces de reunir las pruebas para comprobar los macabros asesinatos pero antes de poder mostrarlas muere en un “accidente” en el medio de la ruta. Rojo cuenta que en el acto se supo que había sido un asesinato: “Los militares quisieron copar la parada, el pueblo se movilizó y llenó la Catedral. Sin embargo los militares dictaron el título de la noticia: ‘Angelelli falleció por un accidente’”. Pocas horas después de ese crimen -lo mataron a palazos y dejaron su cuerpo tirado en la ruta-, la carpeta que llevaba Angelelli, con toda la información que había recopilado en Chamical, apareció en el escritorio del Ministro del Interior, Albano Harguindeguy.
“Cuando lo asesinaron para nosotros directamente fue un mártir, un hombre que cae en el camino, y como los profetas, con su sangre riega la sequía de los llanos”, recuerda Guzmán.
Luis Pradella, un cura que trabajaba cerca de Carlos Mugica en Buenos Aires, y que cuando las cosas se pusieron feas fue muy recibido por el Pelado en La Rioja, se anima a comparar, aunque aclara que salvando las distancias, el final de Angelelli con el de Cristo: “Jesús era un marginal total, un intrascendente, no tenía prestigio, no tenía poder, no tenía dinero, era un hombre común pero su persona y su mensaje molestaban al poder. Les movía el piso. Se pusieron de acuerdo el templo y el imperio para borrar a un tipo que los molestaba. En el caso de Angelelli era un tipo que molestaba más hacia adentro que hacia fuera. Entonces para mí hay una conveniencia del templo, del episcopado y de las políticas de ese momento para eliminarlo. Realmente molestaba”.
El Pelado sigue muy presente en el pueblo riojano. “Muerto el perro se acabó la rabia. Sucedió todo lo contrario. La gente se fue interesando. A mí no me interesa saber quién lo mató, a mí siempre me preocupó el por qué. Quedó muerto. Lo importante es que dice: ‘Yo llegué hasta aquí. ¿Me van a dejar solo? ¿No van a seguir esto?’ La gente común se organiza. El Pelado murió pero no se terminó eso ahí”, opina “Alilo” Ortíz, ex cura y secretario personal de Angelelli.
Para el párroco Luis Pradella la verdadera justicia reside en el pueblo: “La justicia, la ley, es una herramienta en manos de los poderosos para defender sus intereses. Sigo creyendo eso y no es por capricho; he estudiado muchos años derecho canónico, derecho civil y llegué a esa conclusión. Lo único que puede mover un poquito y llegar a una verdad es la movilización del pueblo. Desde ese lado uno puede mirar con esperanza. Desde la justicia no”.
El pueblo que exige justicia, recuerda a Angelelli. “Es como una bandera, una referencia; ocupó un lugar muy importante: por la proscripción política era la voz de los que no tenían voz, un caudillo en una tierra de caudillos”, explica Rojo, que coincide con Julio Guzmán, para quien “Angelelli le puso el oído al pueblo. Pasó los límites de la Iglesia, y por eso hoy se lo celebra más en la calle que en el templo”.
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