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Las ministras de Economía invisibles

por Revista Cítrica
Fotos: Agustina Salinas
05 de julio de 2022

Gestionan comedores populares, multiplican raciones cuando las ayudas estatales escasean y ofrecen soluciones prácticas con los recursos a mano. En la vereda de la susbsistencia, su opinión no es escuchada en los ministerios aunque son las garantes del plato caliente diario en los barrios olvidados. Hablan ellas y conviene tomar nota.

Trabajo, precios accesibles para comer, bolsillos menos apretados por la inflación. En los rincones de la Argentina donde cientos de mujeres sostienen a diario la subsistencia (tanto en el hogar como en espacios comunitarios), los temas que preocupan están lejos del humor de los mercados o de las variables del sistema financiero. El dólar tiene menos protagonismo que la cotización del kilo de carne y lo único que se gestiona en “paralelo” son los platos disponibles para alimentar cada vez más bocas hambrientas. Allí están ellas, las ministras de la Economía popular que son, también, las ministras de Economía invisibilizadas. No tienen cargos pero no conocen otra salida que hacerse cargo.

Nunca hay menos de 80 personas en el comedor que Barrios de Pie tiene en el sector YPF de la Villa 31 porteña. Miriam Suárez, su responsable, apunta: “Hay gente nueva que todavía anda preguntando si puede entrar al comedor, si le podemos asistir, porque con lo que subieron un montón las cosas, pues, la gente no llega a fin de mes”. Cuenta que la asistencia que ofrece el Gobierno de la Ciudad alcanza para “55 porciones nomás”, por lo que toca una y otra vez hacer la magia que bien conocen las economistas de barrio: hacer una vaquita, multiplicar los panes y los fideos, llenar tantas panzas como sea posible.

Miriam también tiene la dimensión salarial en la cabeza para pensar la economía desde la Villa 31: “Perdí a mis cocineras porque no cobran un sueldo fijo, sólo cobran un plan, que es el Potenciar Trabajo y ni siquiera es el doble, cuando nosotros, en plena pandemia, habíamos peleado por el esencial y un sueldo para las cocineras. Ahora es 19.500 pesos (el Potenciar Trabajo) y el comedor es un trabajo que hay que estar todos los días, de lunes a viernes. Eso no les alcanza a mis cocineras y por eso muchas se me fueron y ahora vamos variando con otros compañeros, vamos tratando de que el comedor no pare, seguimos en la lucha”.

En la inmensa Villa 31 de Retiro también tiene presencia el Movimiento Evita con su merendero Nueva Esperanza, ubicado en el sector Ferroviario. Son entre 100 y 150 las niñeces que se acercan a comer, aunque también reciben a personas adultas. Leny Gutiérrez es quien lleva adelante el merendero y quien traza una distinción entre la asistencia que llega desde Nación (“nos da leche, harina, aceite”) y la ausencia del Estado porteño, que “no nos quiere reconocer como merenderos y como economía popular, a pesar de que nosotros estamos muy organizados en el barrio para dar respuesta a las necesidades, asistiendo a las personas”.

El diagnóstico de las ministras de Economía que aprendieron a expandir la generosidad con recursos cada vez más limitados, es casi unánime: la demanda creció fuerte con la pandemia y en este contexto de ajuste toca sostener.

Leny hace un balance económico y social actualizado: “Los años de pandemia fueron los más duros, la pasamos re mal, nadie podía trabajar, y para eso estuvimos con el merendero yendo a veces casa por casa a dejar comida. Los dos años de pandemia fueron muy muy duros para la economía popular”. Remarca el rol de los movimientos sociales para cubrir los huecos que deja la gestión estatal, por ejemplo, asistiendo a las personas mayores con alimentos y ayuda en los trámites. “Trabajamos con otras organizaciones sociales acá en el barrio”, explica.

Miriam, de Barrios de Pie, tiene un deseo que no conoce de pertenencia partidaria: “Que las cocineras que trabajan en comedores populares tengan un sueldo como corresponde a cualquier trabajador”. 

 

Economía desde los bordes

En el conurbano bonaerense, termómetro clásico de la situación socio-económica argentina, el diagnóstico de las ministras de Economía que aprendieron a expandir la generosidad con recursos cada vez más limitados, es casi unánime: la demanda creció fuerte con la pandemia y en este contexto de ajuste toca sostener. 

En Florida, Vicente López, Lorena Cáceres atiende dos comedores comunitarios (Las Caritas y Rayito de Sol) donde alimentan a 120 personas “y se siguen sumando”. El comedor 10 Patitos de Villa Fiorito, donde participa Patricia Iñíguez, entrega unas 50 viandas familiares. Marcela García, quien está al frente de “Los chicos de la vía”, un comedor y merendero en el barrio 17 de Octubre de Lomas de Zamora, da una cifra que no baja de 100 personas asistidas.

La multiplicación de esos espacios, que funcionan a pequeña escala como dique de contención del hambre y la inflación, es una pata de refuerzo invisible en la que se apoya el Estado (que en muchos casos delega) para que la crisis que se maneja con planillas de Excell en los despachos ministeriales no precipite una implosión en las bases sociales. Ellas, las ministras invisibilizadas de la economía de la subsistencia, tienen su propia mirada sobre las cuentas públicas desde la cocina.

Lorena (Florida): “La situación es mala porque Nación da polenta, garbanzos, arroz, lo básico, y para dar de comer a 120 se necesita de nuestro bolsillo”. Para completar los platos con carne, condimentos y otros insumos que escasean, en el barrio organizan rifas y también aporta la vencidad (“los que menos tienen nos dan algo”). ¿Cambió en algo el contexto cotidiano con el cambio de gestión política? “El cambio no lo vi, seguimos así, remándola”.

Patricia (Villa Fiorito): “La pandemia generó muchísima más pobreza y cada vez hay más gente en los comedores comunitarios”. En la cuna de Diego Maradona, la argentinidad del siglo XXI muestra una postal de goleada: “La situación actual es difícil, la falta de mercadería, carne, las cosas que aumentaron. Es una locura”.

Toca una y otra vez hacer la magia que bien conocen las economistas de barrio: hacer una vaquita, multiplicar los panes y los fideos, llenar tantas panzas como sea posible.

 

El peso del peso

“Ahora cuando voy a la carnicería no compro por kilo: compro por plata, deme tanta plata de carne”, ilustra la economía al ras del suelo Natalia Juárez, quien camina cotidianamente la Mar del Plata “del fondo”, alejada de la playa, el Casino y el movimiento turístico de la temporada veraniega. Sostiene uno de los 70 comedores que, calcula, tiene Barrios de Pie en “la Feliz”. Está ubicado en el barrio Las Lilas y atiende a unas 25 familias.

Explica Natalia que el Municipio de General Pueyrredón les entrega alimentos, aunque “estamos atravesando una crisis porque no nos entregan carne ni pollo”. Llegan solo raciones secas y “poca cantidad”: aceite, leche, azúcar. “Hubo meses que no entregaban o mandaban poco”, completa. A veces hay que poner del bosillo propio o se hace cargo la organización. Allí es cuando la compra en la carnicería se produce bajo la condición del dinero disponible y no de la cantidad deseada.

"El comedor es un trabajo que hay que estar todos los días, de lunes a viernes. Los 19.500 pesos del Potenciar Trabajo no les alcanza a mis cocineras y por eso muchas se me fueron."

Mar del Plata es una ciudad siempre castigada por altas tasas de desocupación. Con la pademia, diagnostica Natalia, se agravó: “Mucha gente perdió el trabajo, tanto changas y trabajos informales como formales. Cerraron empresas que dejaron a mucha gente en la calle”. Ese vaivén del poder adquisitivo se traducen en el comedor, porque “las familias van o vienen según consigan o no trabajo”. 

Lo que más bronca le da a Natalia es la grieta existente entre dos ciudades que conviven dentro de la misma: “Me indigna que el enfoque de Mar del Plata esté en el turismo, que claro que es un ingreso. En los barrios populares no hay inversión en educación”. Su hogar, con tres niñxs en edad escolar, se sostiene con dos planes Potenciar Trabajo (ella y su marido) más las horas que Natalia ocupa haciendo tareas domésticas en otras casas.

 

La olla y la calculadora

Las redacciones periodísticas convulsionaron en las últimas horas por la asunción de la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, tras la sorpresiva renuncia de Martín Guzmán. Desde ciertos sectores feministas celebraron la llegada de una mujer a una área siempre caliente para la vida cotidiana argentina. 

En los barrios empobrecidos, donde cientos de ministras invisibilizadas toman todos los días decisiones de subsistencia económica, el pliego de medidas urgentes ya fue elaborado. Natalia, desde Mar del Plata: “Tienen que preocuparse por el país, no tanto en lo de afuera, como el pago de la deuda. No entiendo cómo no bajan el precio de la carne. No tiene sentido en un país tan rico, se llenan los bolsillos unos pocos”.

"Los años de pandemia fueron los más duros, la pasamos re mal, nadie podía trabajar, y para eso estuvimos con el merendero yendo a veces casa por casa a dejar comida."

Miriam, desde su despacho popular en la Villa 31: “Cualquier medida que tenga que haber para mejorar la vida en los barrios, que mejore la calidad de vida de toda la gente. Hay mucha gente en situación de calle, los alquileres son demasiado altos”. 

Leny, también de la 31: “La que nos parece una medida urgente para mejorar la vida en el barrio es tener una vivienda digna, tener salud, educación. Son las tres cosas fundamentales. Acá en el barrio, el tema urbanización que está haciendo el Gobierno de la Ciudad no es para todos, no estamos todos urbanizados como ellos dicen”. 

Lorena, desde el conurbano norte: “La medida urgente sería que bajen como corresponde la mercadería. Ojalá que en este país la gente pueda comer en su casa y que no haya más comedores, bajar los precios y que haya mas laburo para gente del barrio”.

No van a ser citadas por los analistas políticos que tienen línea directa con la Casa Rosada ni consultadas por las delegaciones que viajan a negociar con el FMI. Ellas, sin embargo, ministras de Economía invisibilizadas, aplican en la práctica un principio básico de las cuentas públicas: ofrecer la mayor cantidad de soluciones con recursos (cada vez más) escasos.