En Buenos Aires quedan pocas, pero las que hay, por lo general, se especializan en géneros. Una manera de sobrevivir a la tecnología.
Corrientes y Callao, 17 hs del martes 5. Mientras cientos de jóvenes caminan escuchando música en sus iPod o celulares, adentro de Zivals, Roberto pasa, uno por uno y de manera metódica, discos de jazz. En su mano tiene uno de John Coltrane. La música que suena de fondo lo atrae. Detiene su búsqueda y sigue escuchando. Cuando va a preguntar a la caja qué es lo que suena, uno de los dueños, Gabriel “Bocha” Muñoz, le muestra la tapa.
"ElianeElias, una pianista y cantante brasileña", dice.
Roberto nunca la había escuchado, pero le pide el cedé para llevárselo.
La escena es uno de esos milagros que sólo pueden darse en las disquerías,esos comercios que en los últimos años comenzaron a extinguirse. La proliferación de plataformas digitales, el acceso masivo a internet, las descargas gratuitas y los sitios de música han minado el negocio. Quedan pocas, y seguramente cada vez quedarán menos. Pero las que todavía siguen de pie, se jactan sus dueños, libran una batalla -una resistencia- a la que muchos podrían definir como heroica: intentar mantener un rito -o un hábito- en una época donde todo parece haberse perdido.
Es un duelo desparejo contra el tiempo y contra las novedades que impone el sistema constantemente. En Nueva York, las gigantescas Tower Record, VirginMegastore y HMB ya cerraron todas sus sucursales. En España, el país europeo con mayor cantidad de descargas ilegales de música, cerró Madrid Rock. Y aquí, en Argentina, la cadena Musimundo se reconvirtió en una tienda de electrodomésticos que pretende competirle a Frávega y Garbarino. Las que resisten, entonces, son las más chicas. Muchas de ellas se esconden en las galerías céntricas, por lo general se especializan en algún género específico, y son atendidas por eruditos que informan y aconsejan a los clientes.
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Guillermo Hernández abrió Minton's cuando el cedé empezaba a revolucionar el mercado de la música. Era 1993 y el cassette ya sonaba mal y viejo. También era un tiempo, convertibilidad mediante, en el que comprar productos extranjeros, principalmente por los precios, estaba al alcance de la mano. La disquería empezó a afianzarse y hacerse conocida en ese contexto. Se podía encontrar lo que el jazzista quisiera.Y con el tiempo se consolidó en lo que es hoy: Minton?s resulta un sinónimo de jazz en Buenos Aires. Un pequeño rectángulo perdido en la Galería Apolo que constituye la entrada al inconmensurable mundo de la música que nació en Nueva Orleans.
"Hay gente romántica que todavía compra el disco físico. Y uno sigue laburando por eso: porque atiende a los viciosos. Los tipos que vienen acá, si no compraran discos, serían asesinos seriales", dice Hernández, que combina dos características infrecuentes: la impronta y el tono de los hombres de barrio (vive en el agitado oeste bonaerense) con la erudición de los que viven por y para la música. La mayoría de los clientes de Minton’s están orgullosos de la discoteca que tienen en su casa. Casi que viven para extenderla siempre un poco más.
Hernández, como dirán otros dueños, no le teme al avance definitivo de internet y las nuevas modalidades para escuchar música. Él sabe que sus clientes seguirán viniendo porque, como todos los que siguen comprando cedés, son melómanos incurables. Y porque tiene la ventaja de especializarse en un género que es difícil de conseguir en internet o en versiones piratas.
Los discos que ofrece Minton’s vienen de todas partes del mundo. La mayoría, por supuesto, de Estados Unidos. Pero también de Alemania, Francia, Japón y Lituania. Al ser en dólares o en monedas extranjeras, el valor de los cedés por lo general oscila entre los 100 y 200 pesos.
"Te convertís en una especie de contador internacional porque sabés el tipo de cambio y el valor de cada moneda del mundo", se ríe Hernández mientras larga una bocanada de humo de cigarrillo.
Hernández se queja de las grandes empresas que, con tal de concentrar el mercado, ofrecen productos a precios irrisorios. Menciona el caso de Jazzmessenger.com (venta de cedés por internet), que en España prácticamente exterminó a las disquerías por vender a precios inigualables.
"Acá pasaba eso con Musimundo. ¿Cómo hago para pelearle los precios?”, nos preguntábamos todos. Bueno, la respuesta vino más o menos rápido: se fundieron y deben 250 millones de pesosÓ compara.
Una vez al mes, como mínimo, Guillermo arma una mesa en el pasillo de la galería a la que concurren algunos clientes y músicos que con los años se hicieron amigos.Comparten algún trago y degustan exquisiteces. Los amantes del jazz son algo hedonistas: en esa mesa improvisada puede haber un vino de 800 pesos, o un plato de comida sofisticada hecha por algún cocinero gourmet.
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Si Minton’s se ha convertido en un reducto de jazz, Abraxas, en Santa Fe 1270, se ganó con las décadas el honor de disquería especializada en rock. La creó Fernando Pau hace más de 30 años. Y si bien en su género se sintió fuertemente el fenómeno de las descargas y los sitios de música, sigue adelante. Resiste.
"El problema es más generacional. A un tipo adulto no le interesa bajar música. Por eso creo que el boom de internet no es un golpe definitivo. Es un golpe, no lo voy a negar, pero se puede seguir", describe Pau.
Fernando sabe que lo que antes era masivo ya no lo será. Tal vez ahí resida la clave de esta resistencia: cambiar la mentalidad. Antes, hasta hace algunos años, cada vez que un disco salía había una avalancha de compradores. Ahora, eso se perdió. Pero sigue existiendo el público que se interesa en tener el material.
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El Bocha Muñoz muestra con orgullo lo que fundó, junto a otros familiares, hace más de cuarenta años. Los números son el reflejo de este tiempo: Zivals, una de las disquería porteñas más emblemáticas, desde hace unos años vende más libros que cedés. Sin embargo, el Bocha cuenta un aliciente: “Lo que se piratea es la novedad. No se piratea el jazz, lo clásico o el tango”, dice mientras exhibe los distintos artes de tapa de los discos. Zivals tiene dos sucursales (la otra es la de Rosario), alrededor de 35 empleados y un sello propio: Acqua Records, dedicado a producir a aquellos artistas que no tienen lugar en las grandes multinacionales.
"La tapa es importantísima. La otra vez pusimos un disco de GerryMulligan en la vidriera. Pasaban las semanas y nada: no se vendía ni uno. ¡La tapa era horrible! Puse ese disco para que se escuche en la sala y en un rato vinieron seis personas a preguntarme qué era lo que sonaba", dice Muñoz. Viejo sabio del negocio de los discos, el Bocha anda repartiendo consejos a los empleados a cada instante. El que más reitera es uno que tiene que ver con la música de fondo que se escucha en Zivals: “Yo les digo a los chicos que no pongan rock porque la gente ya lo escucha en la radio. Hay que poner música que no sea masiva”. La fórmula, como sucedió con Eliane Elias y con Mulligan, funciona a la perfección.

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