La historia de Kike Ferrari parece la de un boxeador. Abatido, sin trabajo, sin monedas ni para el colectivo y con una botella de cerveza en la mano, encontró el camino de la redención. Golpeando las teclas justas: las de la máquina de escribir.
“Las notas en el subte ya están. Me sirvieron un montón para que la gente llegue al libro, pero siempre preguntan lo mismo. Hoy en día quiero hablar de lo que escribo, no de dónde trabajo”. Kike Ferrari se planta antes de empezar la nota. El mote del “escritor del subte” ya fue. Y está bien, porque arriba de la tierra también pasan cosas. Es arriba de la tierra donde Kike escribe los policiales negros. Y es también, arriba de la tierra donde Kike se enamoró, hace ya 20 años, del objeto que modificaría su existencia: una máquina de escribir Underwood.
Hoy es padre de tres hijos, dos de ellos pequeños, y aprovecha cada momento libre para escribir. Pero cuesta. Las pocas horas de sueño, las tareas domésticas y el revuelo que hacen sus hijos lo llevan a aprovechar cada instante libre para sentarse a crear literatura. Si bien está en plena producción de una novela que será publicada en México, entiende que recién encontrará su mejor versión como escritor en uno o dos años, cuando los nenes crezcan. Sin embargo con Lo que no fue sacó el segundo Premio del Casa de Las Américas y no es ningún improvisado. Ya lleva dos décadas dedicadas a la escritura. “Empecé a escribir en el ’97. Estaba pasando un momento muy de mierda en mi vida personal. Me había quedado sin laburo, sin pareja y sin el proyecto vital que tenía en ese momento, que era mi banda. Una noche estaba viendo cómo iba a hacer para ir a buscar trabajo al día siguiente, sabiendo que la plata me iba a alcanzar para un solo colectivo. Pero entre los libros tenía una máquina de escribir Underwood, hermosa, que hoy conservo de adorno y terminé optando por agarrar ese dinero escaso, comprar una birra en el kiosco de al lado y ponerme a escribir. Tipeé la historia de un tipo que se bajaba de un colectivo, caminaba tres cuadras y entraba a un bar. Eso en la primera noche y me fui a dormir. Al día siguiente lo terminé. El tipo era un ladrón viejo que estaba por robar una inmobiliaria frente al bar. Me apasionaban ese tipo de historias. Pero recién unos años después decidí hacer de esto un oficio. Desde el ’99 al 2003 viví en Estados Unidos donde me aferré a la escritura. Terminé una novela y un puñado de cuentos con los que volví cuando fui deportado”.
“Yo digo que fui el último exiliado del menemismo. Me fui unos días antes de que asuma De la Rúa, escapando del no laburo. Un amigo que vivía en Estados Unidos me mandó hasta el pasaje y me quedé allá hasta que me deportaron. Me fui sin querer irme y volví sin elegir volver. De esa experiencia escribí un texto bien cortito que se llama El manual del buen preso, sobre el momento en que me deportan”, rememora Kike sus años de “exilio”.
¿Cómo se dieron tus primeras publicaciones?
Los pibes de la revista Sudestada me publicaron el primer cuento. Les mandé algunos por correo y uno les gustó. Ellos me abrieron una puerta cuando nadie me conocía. Al mismo tiempo la noviecita de un amigo, que trabajaba en una editorial, me llevó porque buscaban novelas para publicar. Me sorprendió lo fácil que fue publicar, pero con el tiempo entendí el mundo de las editoriales. Llevé un resumen y el primer capítulo impreso. Lo dejé sobre un escritorio, a los 10 minutos apareció el editor, agarró las hojas y pidió que me contactaran para publicarlo. Yo aún estaba ahí. El primero fue rápido, después se hizo más complejo. El segundo libro se publicó cuatro años después en una editorial chica, de poca tirada.
La preocupación sobre el mundo de mierda en el que vivís es central tanto cuando escribís un libro como cuando te levantás por la mañana. Hay que ser muy necio para no preocuparse en un mundo de mierda.
Participaste de algunos concursos, entre ellos el de “Casa de las Américas”…
Para los que no tenemos ninguna formación académica, los premios funcionan como una validación. Aunque hoy pienso distinto. No hacen mejor o peor el trabajo. Lo que hay que hacer es laburar un montón y tener la suerte de que el jurado de ese concurso sea el que tu libro espera. Yo estaba convencido de que iba a ganar el Casa de las Américas. Había hecho la que creía que sería mi mejor novela, Lo que no fue. Recuerdo que fallaban en octubre de 2009 y cuando abro el correo me doy cuenta que ganó un muchacho de Bolivia. Me agarró un ataque, empecé a las puteadas, le pegué una patada a la silla y le dije a mi mujer, “no escribo más, esto es igual que la música, había 160 novelas, ¿todas mejores que la mía?”, ella me pidió que me calme y me habló… Vuelvo a mirar la lista y la mía estaba segunda, ni me había fijado antes. Pasé de querer romper todo a festejar. Unos días después, me avisan que habían decidido publicar mi novela igual. El último segundo premio que habían publicado era el de Ricardo Piglia, de 30 años antes. Eso fue un espaldarazo, un mimo al alma.
¿De dónde surge la inspiración para todas estas obras literarias?
No se si es inspiración. Hay algo de eso, pero es más el flashazo de algo que sucede en el momento. Los que no escriben la dejan morir, pero vos tenés que estar atento y buscando todo el tiempo historias. Lo que para cualquiera es un chiste, para mí es la punta de algo. Lo anoto y trabajo. Son las mismas historias que se le ocurren a todos, pero yo laburo de esto.
¿Cuáles son tus influencias literarias?
Pienso que uno es un lector distinto en cada momento y un escritor distinto a cada rato. Hay escritores que me gustaron mucho como lector y otros que hicieron mella en mi trabajo de escritor. Hoy en día, mi último gran inspirador es el dueño de la novela que estoy escribiendo, el mexicano Paco Taibo. Él modificó radicalmente mi manera de leer y escribir hace ya varios años, y me ayudó a encontrar lo que es mi proyecto literario. Me empujó a la acción, a la aventura, a lo barroco. Es todo lo que los escritores de izquierda deberíamos aspirar a ser, es el Che Guevara de la literatura. De Argentina me ayudaron mucho, con consejos e indicaciones, Andrés Rivera y Ricardo Piglia. Con los dos me mantuve en contacto hasta poco antes que fallecieran.
Tu pasado artístico está en la música, ¿cuál es el sentido que le da a tu presente?
Todos estamos hechos de música. Creo que el rock es parte de nuestra cultura popular más arraigada, como el fútbol. Lo que más escucho es metal, aunque también otras cosas. En su momento entendí que lo mejor que podía hacer por la música era dedicarme a escribir. Escucho mejor el metal ahora que escribo que cuando me ponía a tocar. Hay algo en el nervio, la tensión y la furia de los sucesos que entiendo que tienen que ver con la música.
Veo que echaron 200.000 tipos, que pararon los juicios, que los genocidas hacen domiciliaria y que no hay retenciones. La tarea del día es resistir y no dejar que el neoliberalismo conservador se afiance.
Pero no sólo la música hace su aporte, ¿en tu trabajo cuánto tiene que ver el fútbol?
El fútbol trasciende todo. Yo me negué durante mi infancia porque jugaba mal a la pelota y no me interesaba, pero era de River. Un entusiasta hincha de River que se negaba a jugar, pero el fútbol siempre cuela. Tarde o temprano. De grande escribí un cuento de fútbol, pero nunca lo publiqué. Lo que sí salió fue una notita para La Granada, que se llama “Yo te quiero”. Era para un número temático sobre el amor y yo decidí escribir sobre River. Así como hay algo de la furia y la tensión que viene del metal, busco que haya algún lujo que tenga que ver con mis elecciones futbolísticas.
¿Y la política? ¿Qué influencia tiene en tus cuentos y novelas?
La política está muy reflejada en mis obras. La preocupación sobre el mundo de mierda en el que vivís es central tanto cuando escribís un libro como cuando te levantás por la mañana. Hay que ser muy necio para no preocuparse en un mundo de mierda.
En los noventa te quedaste sin trabajo y en la actualidad miles de trabajadores también perdieron sus fuentes de ingresos, ¿crees que estamos volviendo a esa época?
No se si esto va a ser como en los 90. El proyecto conservador de esos años entró sin resistencia. Venía con un hándicap positivo desde la mirada social, para la cual lo estatal era el mal, y la raíz de nuestros pesares. En todos los sentidos había un paradigma reaccionario que estaba muy fuerte, sobre todo después del bluff progresista del alfonsinismo. En el medio, el 2001. Y después 12 años de un gobierno, que si bien no acompañé nunca, entiendo que tiene características distintas a las grandes experiencias reaccionarias que se hicieron desde la vuelta de la democracia. Estamos un poquito más firmes y no veo al actual gobierno como algo estabilizado. A la actualidad no la veo como compañeros del Partido Obrero que dicen que el gobierno está liquidado, tampoco como Guillermo Moreno que viene diciendo que están débiles y que hay que garantizarles la gobernabilidad porque se caen solos. No, no lo veo así. Veo que echaron 200.000 tipos, que pararon los juicios, que los genocidas hacen domiciliaria y que no hay retenciones, pero no creo que estén liquidados. No estamos como en los ’90. No creo que esté estabilizada la hegemonía conservadora, y contrariamente a lo que cree Moreno, creo que nuestra tarea es no dejar que se estabilice porque si no, en vez de 200.000 desocupados, vamos a tener medio millón. La tarea del día es resistir y no dejar que el neoliberalismo conservador se afiance.
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