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Crónica de un día de amor

por Revista Cítrica
07 de agosto de 2014

El día que Estela de Carlotto encontró a su nieto Guido. "Sobre la calle Virrey Cevallos al quinientos ya no entran más móviles de televisión...

Sobre la calle Virrey Cevallos al quinientos ya no entran más móviles de televisión. Estacionados en doble fila, los grandes camiones dan la vuelta por Venezuela y se ven cables por todos lados y técnicos desesperados por hacerlos llegar hasta ese primer piso donde, literalmente, no entra un alfiler. Los medios nacionales, están todos. Y muchos periodistas de otros países. La noticia, que había empezado a circular dos horas antes, se transformó en una bola de nieve tan grande que obligó a las Abuelas a organizar una conferencia de prensa sobre la marcha. Los teléfonos no paran de sonar. Llaman de todo el mundo.

Ya en la planta baja la aglomeración es tal que se hace imposible subir por la escalera. La opción es el ascensor. Pero al abrir la puerta en el primero, es tanta la gente que uno no puede bajarse. Se ven caras conocidas. Militantes de diferentes Organismos, familiares de desaparecidos, funcionarios y muchos trabajadores de prensa un tanto resignados porque la masa compacta de gente, como las circunstancias, no dan para intentar las peripecias a las que acostumbramos cuando se quiere “llegar” a la noticia. Pero la noticia está ahí, se puede ver en ojos húmedos, en sonrisas, en abrazos que son más fuertes que de costumbre, en ese celular que hace las veces de radio y que reúne a su alrededor a todos los apretujados que, en silencio, escuchan lo que dice Estela.

Allí, a metros de esa Abuela que habla, de todas esas otras que escuchan y de una fila de nietos que las respaldan; o más abajo, sobre la calle Cevallos, donde espontáneamente mujeres y hombres empiezan a multiplicarse; o frente a los televisores, que reproducen las palabras dulces y serenas de esa mujer de pelo blanco, de altura y respeto planetarios. En todos lados se siente la emoción, se percibe la dimensión del hecho histórico. Una alegría colectiva que trasciende a la que ya de por sí genera la recuperación de cualquier nieto. Es que el ciento catorce es y será un símbolo. No él, Guido, que como todos los otros nietos y nietas tendrá que atravesar ese camino largo y difícil hacia su identidad. Sino porque una de sus abuelas, Estela, hace tiempo que es un símbolo. Un símbolo de carne y hueso, una madre a la que le mataron una hija y le robaron un nieto. Un nieto al que nunca dejó de buscar. Y en esa búsqueda, se unió con otras mujeres en su misma situación. En el peor momento de la vida, en los tiempos más peligrosos de este país, el camino que empezaron a transitar las Abuelas, y el que construyen desde hace años, es un camino colectivo. Por eso Estela también es un símbolo en ese sentido, un símbolo de la lucha colectiva. Y de paz, de paciencia, compromiso y coherencia. Y fundamentalmente de amor.

Por Maxi Goldschmidt