Con la llegada de San Valentín, voces y experiencias diversas encienden la mecha de un debate que late, desde hace tiempo, en la trinchera de los feminismos ¿Es posible reescribir los códigos del amor romántico? ¿Cómo abrimos el juego político del deseo mientras tiramos abajo el patriarcado?
“El amor es como la tierra para la reforma agraria: el amor es de quien lo trabaja"
Diana Maffía.
“¡Brindo por mi amada! ¡Oh, sincero boticario!, ¡tus drogas son activas! Así muero ¡con un beso!”. Así clamó un moribundo Romeo tras saborear las gotas del veneno que le arrancó la vida. Al ver el cuerpo tendido, su amada Julieta perdió toda esperanza, tomó una daga y la enterró en su pecho. Sin dudas, el clásico de Shakespeare captura la esencia de lo que se creía que era el amor: sacrificio, entrega, dolor.
El amor siempre tuvo un costo alto --esto lo saben muy bien las mujeres, lesbianas, travas, trans y otras identidades sexuales-- y los feminismos ya no quieren migajas ni intercambios afectivos desiguales. Y ahora lo hemos dado vuelta todo, ¿cómo (re)construimos nuevos tejidos vinculares al calor del fuego feminista?
Lía Ghara, lesbiana e integrante de la Cooperativa Manifiesta, propone: “La manera de amar debería ser feminista, porque tiene que ver con cómo nos pensamos en referencia a la otra. Las lesbianas tenemos otra manera per se de relacionarnos, porque en términos de opresores y oprimidos somos dos oprimidas entendiéndonos. Creo que lo que cambia radicalmente es cómo nos pensamos. Nada evita actitudes patriarcales o posesivas en relación a la otra si no cuestionamos en sí la forma de amar”.
¿Cómo repensamos la intimidad y las relaciones por fuera de los sentidos políticos que impone la sociedad patriarcal? “Mis relaciones fueron cambiando a partir de entrar en contacto con los feminismos”, dice Florencia Guimaraes García, activista e integrante de la organización Furia Trava: “Me fui dando cuenta que ejercía algunos mecanismos violentos hacia otras personas y viceversa, porque vivimos en una sociedad patriarcal, capitalista, que siempre nos hace creer en el amor romántico y en las relaciones posesivas. La imposición de la monogamia genera miedos, celos, creer que el otre te pertenece, convirtiéndole en una mercancía. Por suerte todo eso fue cambiando y hace 18 años estoy con la misma persona”.
“Me fui dando cuenta que ejercía algunos mecanismos violentos hacia otras personas y viceversa, porque vivimos en una sociedad patriarcal, capitalista, que siempre nos hace creer en el amor romántico y en las relaciones posesivas".
El amor que queremos
Con el transcurso de los siglos y las luchas, mujeres y diversidades sexuales hemos abrazado descubrimientos y liberaciones que nos han permitido recuperar y resignificar nuestras narrativas. También llevamos nuestras demandas y consignas a las calles del mundo y hemos reconfigurado nuestras prácticas en función de nuestros deseos, conquistas y reivindicaciones.
A pesar de todo ese recorrido, aún seguimos desarmando violencias en el fuero íntimo de nuestros vínculos, pujamos por un ejercicio del goce libre de etiquetas y cuestionamos con fuerza todo eso que nos dijeron que debíamos ser, pero no somos ni seremos.
Sol Ramos es actriz y activista afroargentina. Dice que la lucha feminista le dio “un aval y una fuerza en sentimientos y convicciones” que tenía desde muy chica, pero que había dejado de lado “para no ser vista como la rara o la complicada”. ¿Cómo se produjo en ella el clic? “Creo que fueron varias situaciones las que me llevaron a darme cuenta de mi valor. Hoy me pasa que ya de entrada identifico más lo que no quiero, lo que no está bueno aceptar. Antes justificaba y naturalizaba actitudes que no eran sanas y que me desvalorizaban en muchos sentidos”.
Sol señala que también cambió su “valoración del tiempo”. Explica: “Considerando que el tiempo de una relación forma parte de una construcción social, ¿quién determina cuánto tiempo debe durar un vínculo? Ya no sostengo nada que me hace mal con expectativas de querer cambiarlo”.
"El tiempo de una relación forma parte de una construcción social, ¿quién determina cuánto tiempo debe durar un vínculo? Ya no sostengo nada que me hace mal con expectativas de querer cambiarlo”.
Francisco, del Colectivo de Varones Antipatriarcales, suma su mirada: “Al calor de la lucha feminista, todas esas ideas de lo que supuestamente yo tenía habilitado para los vínculos sexoafectivos y todos los fantasmas relacionados a la promiscuidad, a relaciones efímeras y a la imposibilidad de construir, se transformaron en mi historia como marica. A mí, discursivamente, siempre me negaron y yo me negué el amor como posibilidad. Y fue gracias al feminismo que empecé a pensarme, a proyectarme e inscribirme en vínculos amorosos con cuidados, con politización del espacio íntimo, con límites pero, sobre todo, con amor. Empezar a sentir que yo también podía ser amado y amar y hablar de amor, con todo lo que eso implica”.
Las múltiples interpelaciones de los feminismos han sacudido las premisas de la masculinidad hegemónica, han transformado los sentidos y narrativas de las violencias y han instalado nuevos ejes de debate discursivo. Francisco: “Mi despertar como marica implicó un montón de cuestionamientos que me pasaron primero por el cuerpo y después fueron tomando una forma más colectiva”. Cuenta que su militancia en Varones Antipatriarcales, que comenzó hace dos años, surgió de una necesidad personal: “Me acerqué buscando un espacio para pensarme como varón, porque me di cuenta que me había construido como marica, pero que mi historia y mis vínculos con los varones eran raros y estaban llenos de violencias no resueltas. No lograba resolver como me inscribía yo en la categoría varón”.
¿En qué cambió su mirada sobre el mandato machista y patriarcal desde entonces? “Cuando hice ese acercamiento para pensarme como varón desde mi identidad marica, fue que tomó forma ese mandato de masculinidad y empecé a interpelar incluso la masculinización de mis practicas maricas. En ese momento tomó una entidad muy grande la masculinidad en mi historia de vida y empecé a desandar un montón de cosas. Para mí, pasar por el colectivo implicó que mis cuestionamientos hacia la masculinidad hegemónica se transformaran en una lucha contra la masculinización de mi propio cuerpo”.
Aún seguimos desarmando violencias en el fuero íntimo de nuestros vínculos, pujamos por un ejercicio del goce libre de etiquetas y cuestionamos con fuerza todo eso que nos dijeron que debíamos ser, pero no somos ni seremos.
No es amor lo que sangra
Uno de los grandes triunfos del patriarcado es la naturalización de las violencias en la intimidad de los vínculos sexoafectivos. Esto ha puesto en tela de juicio, entre otras cosas, la existencia de abusos sexuales en el marco de las relaciones de pareja, obstaculizando la tipificación de los delitos y las eventuales denuncias.
En su libro “Coger y comer sin culpa: El placer es feminista”, la antropóloga colombiana María Del Mar Ramón reflexiona y traza una cartografía de las violencias en clave feminista: “Pienso que la experiencia de la violencia me atraviesa el cuerpo y es algo aun previo a mis propios raciocinios. Entiendo que mi forma de dejar escapar amable y frágilmente mis deseos es un mecanismo de autocuidado y autopreservación. Finalmente me criaron y me socializaron para el sí y para satisfacer los deseos de los hombres o para la resignación, no para la autonomía, los límites ni escuchar o priorizar mi placer. El “no” es, para mí, una construcción feminista”. ¿Cómo desarticulamos, entonces, el peligroso entramado de violencias intrínsecas y cómo reformulamos las relaciones a partir de acuerdos recíprocos?
“Sufrí violencia fìsica, psicológica, económica, sexual y racial con una pareja”, dice Sol, quien desde su condición de afroargentina (el origen familiar es Cabo Verde) lucha contra todo tipo de violencia y racismo hacia su comunidad. Habla de sus recuerdos de violencia: “Me di cuenta cómo muchas veces había naturalizado, perdonado y justificado tanto. Es algo que no logro exteriorizar del todo porque hay una mirada que nos devuelven que no ayuda. Esa actitud de '¿cómo a vos te pasó eso?', '¿cómo no te diste cuenta?', '¿por qué aguantaste tanto?'. Siento que cuando sufrís violencia estás en un estado tan vulnerable, y cuando lográs salir también quedás vulnerable”.
¿Qué rol jugó su entorno? “No hablo del tema con nadie y, de hecho, lo saben muy pocas personas de mi círculo íntimo. Me pasó de contarlo cuando me sucedía y la verdad no me sentí contenida. Me di cuenta lo machista que era mi entorno y lo atravesadas que estamos por el sistema patriarcal que nos lleva a separarnos en lugar de abrazarnos. Elegí no hablar más del tema, perdonar y que la herida empiece a sanar”.
Hoy en día, Sol se enfoca en cultivar una relación sana con su cuerpo, escuchando sus necesidades y priorizando su bienestar para poder construir vínculos desde el diálogo y el respeto. Es parte del proyecto teatral “No es país para negras II”, estrenado en 2019, y también participa en distintas expresiones artístico-corporales para visibilizar las realidades de las mujeres afrodescendientes en la Argentina.
"El no es, para mí, una construcción feminista”. ¿Cómo desarticulamos, entonces, el peligroso entramado de violencias intrínsecas y cómo reformulamos las relaciones a partir de acuerdos recíprocos?
Reaprendizajes afectivos
Desde su lugar de varón cis-marica, Francisco resalta la importancia de forjar y alimentar una ética del cuidado que busque consensos y proteja la afectividad y el deseo de quienes constituyen el vínculo. Apostar por una categoría de amor que se aleje de la mercantilización del otrx y se acerque al compañerismo.
Habla de una experiencia afectiva pasada: “Justo cuando me estaba acercando al colectivo de Varones empecé a salir con un chabón con quien tenía una actitud muy pasiva con respecto a cómo se iba tejiendo la relación. Cuando miré la relación después de un tiempo, me di cuenta que había atravesado muchas situaciones violentas (no física), fantasmeos, destratos. Yo no había podido registrar el lugar que estaba habitando en esa relación, y con este chabón me pasó que me di cuenta que estaba sosteniendo un vínculo donde no estaba siendo cuidado, no estaba pudiendo disfrutar, y mi deseo no estaba puesto en juego. Yo, que todavía tenía ese fantasma de la promiscuidad en torno a lo marica, lo seguía manteniendo porque para mí era como una marca tener una relación larga, cuasi monogámica con un pibe durante un largo tiempo. Habité ese vínculo bancando un montón de cosas y también haciéndome un poco de daño”.
Con respecto a sus preocupaciones al momento de iniciar una relación sexoafectiva, el activista responde: “Como marica del interior del país y sobreviviente de abuso en la infancia, mis miedos tienen que ver con dos cosas. Por un lado, con mi espacio íntimo. Me cuesta abrir mi historia y mi intimidad con otre y confiar que ese otre me está queriendo y me está cuidando. Me cuesta mucho poner mi intimidad en juego. Por otro lado, un miedo que también me conflictúa mucho y que lo vengo trabajando con el cuerpo es la construcción del vínculo en el espacio público. Me cuesta habitar y reivindicar espacios públicos --las plazas, la calle, el bondi-- y demostrar ternura y cariño en esos contextos”.
Nos peleamos con la trampa de la dependencia, con la ausencia de responsabilidad en el afecto, con el sello punitivo del rechazo y la violencia como respuesta aleccionadora del machismo.
“He tenido relaciones muy patriarcales donde era ocultada, donde solamente salían conmigo de noche, donde no conocía ni a las familias ni a las amistades de las personas con quien salía desde hacía meses, donde se ejercía violencia psicológica, simbólica, económica y donde he sufrido gordofobia”, dice Florencia Guimaraes García. Para ella, el activismo trava es una parte insoslayable de su propia reivindicación identitaria.
Florencia marchó codo a codo junto a Lohana Berkins y como fotógrafa busca, a través de su lente, romper con los estereotipos impuestos a su comunidad. Reflexiona: “Algo que me marcó en una relación tuvo que ver con exigirme una feminidad que quizás no tenía, no quería ni pretendía. He recibido comentarios del tipo: 'Sos trava, pero quiero que parezcas mujer y que no se te note', 'Tenés que depilarte porque se te nota un pelito', '¿Por qué no hacés dieta?' o 'Estás gorda'. Todo esto me ha atravesado y me ha hecho sufrir muchísimo. Todavía quedan marcas de eso. Siendo una mujer travesti, siendo una persona gorda, creo que tengo muchas cuestiones que rompen con las normas establecidas. Me lo han hecho sentir muchas veces, hasta cuando subo a un colectivo y ocupo más de un asiento. Estos cuerpos que desbordan, molestan. En las relaciones pasaba lo mismo”.
Varios siglos y unos cuantos tropiezos de por medio, seguimos sin poder develar el misterio del amor. Nos peleamos con la trampa de la dependencia, con la ausencia de responsabilidad en el afecto, con el sello punitivo del rechazo y la violencia como respuesta aleccionadora del machismo.
Nos peleamos con la enemistad entre compañeras, con el sabor amargo de una forma de amar añeja, con la castración del deseo volcánico que nos enciende e impulsa a transformar radicalmente la realidad.
Quizás, el quid de la cuestión no sea quemar las raíces del amor, sino más bien todo lo contrario: cambiarles la tierra, plantarlas nuevamente y volver a empezar.
“Donde tendría que estar el Estado estamos nosotras, las villeras”
A Susana Arroyo la violencia machista y el abandono del Estado le jugaron siempre en contra pero la peleó. Vive en la 31 con sus hijas e hijos, y defiende su origen villero. Es una de las cocineras poderosas que alimenta a niños y niñas en los barrios de Buenos Aires.
Una trabajadora del Estado fue abusada por un directivo: “La respuesta fue silencio y complicidad”
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