Niños y niñas de ayer recuerdan cómo fueron sus infancias durante la última dictadura. Las preguntas sin respuestas, las dudas y las ausencias en la segunda entrega del especial 40 años, 40 historias.
Ya pasaron varios días del 24 de marzo. A los 12 años ver El Palomar militarizado no es novedad. Allí se asientan el Colegio Militar, la Base Aérea Número 1 y un Batallón de Ingenieros. Estamos acostumbrados a ver milicos, algunos son vecinos. Seguimos jugando a la pelota, a las figus, al Yoyo, pero ahora nos dieron un librito chiquito, de color verde, con instrucciones para detectar subversivos. Somos pibes y jugamos a investigar. Tantas veces lo leímos, que algunas cosas no se olvidan. El término “sospechoso” es la moda.
Un subversivo puede ser una persona nueva en el barrio que vive sola. Una pareja joven que alquila también es sospechosa. Si la pareja recibe gente después de medianoche algo anda mal. Si es una chica sola mejor denunciarla pronto. Si los nuevos en el barrio no saludan y se los ve poco, son sospechosos (hay que avisar a la policía). Si tienen hijos y los chicos no se integran o no van a los colegios de la zona es mejor desconfiar de esa gente. Son sospechosos si no se los conoce de toda la vida. Si se los conoce, también lo son. Nos miramos entre todos. Cualquier conducta diferente a la de todos los días es peligrosa. Todos somos subversivos. Todos somos vigilantes.
Abel Gonzaga
Silencios
Veo a la niña que fui volviendo de la escuela porque suspendieron las clases. Tengo siete años. Miramos la tele. “Menos mal”, susurra papá. Luego el silencio.
Crezco en un barrio de militares. Somos una de las pocas familias civiles. Un juicio nos dio un departamento en ese barrio. El papá de Laurita es coronel, por ejemplo. El loco Beiró, le dicen. A veces anda con un revólver en la mano. Da miedo, pero no hablo.
La tía Rosita* viaja desde Luján a casa de mi abuela todas las semanas. Está buscando a Palito** , su hijo de 21 años. Viene a insistir en comisarías y juzgados de Capital. Una y otra vez. Pero en ese entonces, no pregunto. Y nadie me cuenta.
Un día tía Rosita deja de venir. De ella sólo se habla en susurros. “No tiene suerte esa mujer”.
En la escuela cuentan que hay lugares donde encierran personas con los ojos vendados y viven con ratas. La maestra dice que son mentiras de los terroristas. ¿Qué es un terrorista? Nadie nos dice.
“Rosita está con las locas esas”, escucho un día. ¿Se habrá vuelto loca de dolor?
La revista Para ti trae postales y calcos. “Los argentinos somos derechos y humanos”. “El silencio es salud”. Tienen la bandera argentina. Papá pega una en la luneta del auto.
Mi abuelo pasa más y más horas taciturno. Algo pasa. Pero yo no pregunto. Están orgullosos de que sea una nena callada y obediente, remarcan. “A esta nena no se la escucha” dice mamá.
Abuela compra un grabador. El primero a cassette. A veces quiero recordar la cara de Palito pero no encuentro más sus fotos en la casa. El grabador pasa la canción del Mundial 78.
De Rosita no se habla más. De esas locas tampoco. El winco una tarde dejó de funcionar.
*Rosita Palazzo madre de plaza de mayo de Luján
**Ricardo Luis “Palito” Palazzo. Detenido desaparecido. Presente.
Clodet García (activista - teatrista)
¿Y ahora quién va a gobernar, pá?
El 24 de marzo de 1976 tenía apenas ocho años. Las clases en la Escuela Nº 8 Doctor Bernardo de Monteagudo habían comenzado un puñado de días antes. Pero entre los recreos antes y después del golpe mediaba el abismo del silencio. El griterío y el correrío de la pibada en los recreos, de pronto, quedó bajo égida marcial. “¿Y ahora quién va a gobernar, pá?". "Tres señores", fue la respuesta sombría de mi viejo. Aún hoy pienso que debió haberme hablado más de aquellos tiempos, que yo no entendía, como no entendía el estallido de mampostería a puro balazo en casas cercanas.
Germán Alemanni (periodista)
Tarde de otoño de 1977
Infancia de jugar al elástico en la puerta de casa, siempre con la presencia de alguna madre cuidándonos. Una ráfaga de tiros y miedo atravesó el aire de la calle Yerbal. Mientras mi mamá intentaba abrir rápido la puerta de calle del edificio para entrarnos a todos, vi caer el cuerpo de un hombre joven, agujereado de sangre, ahí nomás, a unos metros. Al instante dos personajes sombríos se bajaron de un auto y cargaron el bulto.
-"Nada hija, por favor, es mejor así. No viste nada."
Al día siguiente fui al colegio y mantuve el silencio. Durante meses no dejé de mirar las gotas de sangre en la vereda. Yo quería que no se borraran, que estuvieran ahí hasta el día en que pudiera volver a hablar de eso. Nunca supe de quién era esa sangre. Nunca hablamos de eso con los vecinos, nunca lo voy a olvidar.
Alejandra Rossi (periodista)
Pasarla bien un viernes 3 AM
Es el año 1978, hay estado de sitio. Mis tres amigos y yo tenemos 15 años, queremos ser adolescentes. Nos juntamos en una plaza a fumar y a tomar alguna petaca para soportar el frío de agosto. Ya ganamos el mundial. Pasó la algarabía. Hablamos de mujeres, de sexo, de una revista porno que alguien consiguió porque el conocido de un amigo de un primo de un vecino de un cuñado se la prestó. Somos rebeldes y vírgenes. Oímos Led Zeppeling y Deep Purple, algo de Pappo y recién aparece Serú Girán. Los nuevos grabadores a casettes importados de Taiwan llenan de rock la noche. Alguien dice que toca el Flaco en Obras. Hay que comprar las entradas antes que se agoten. Es viernes 3 AM.
De pronto, para un patrullero. No lo vimos venir. Por lo general alguien siempre vigila y nos dispersamos rápido, pero esta vez nos distrajimos. Bajan cuatro pesados de uniforme con itacas a los gritos y nos tiran al piso boca abajo. Nos pisan la espalda y nos pegan en la cabeza. Nos preguntan quiénes somos y qué carajo hacemos en la calle a esa hora. No contestamos del cagaso rotundo. Es una época en que se le teme a la cana. Ellos son el terror. Nos piden la cédula de identidad. Uno no la tiene. Estamos fritos, pensamos. Nos hacen poner de pie y nos iluminan la cara con linternas. A este lo conozco, dice uno de los uniformados. El corazón se nos detiene. Hacen alguna consulta entre ellos en voz baja. No dejan de apuntarnos con las itacas. Nosotros temblamos de frío con las manos en la cabeza. Nos preguntan por nuestros padres. Son todos obreros. ¿Ustedes se drogan, putos? Pregunta uno. Decimos que no. ¿Alguno es zurdo o peronista? Mentimos, claro. Decimos que no. Los cuatro queríamos a Perón. Váyanse a la mierda de acá, rápido carajo, si los vemos de nuevo los chupamos pendejos pelotudos, grita uno y salimos corriendo para cualquier parte. Oímos un tiro. Hoy sé que fue al aire. Yo me refugio, temblando, en mi cama. Sólo la estaban pasando bien, como nosotros, antes de que llegaran.
Ricardo Carossino (periodista y escritor)
No recuerdo el día. Lloviznaba, creo. Nos despiertan más temprano que de costumbre, a las 4 y media, y nos ordenan vestirnos con el uniforme de gala. Como siempre, no explican nada. Lustramos las botas, limpiamos los antiguos fusiles que no andan, arreglamos la pluma del gorro y nos vestimos. La ceremonia lleva más de una hora. Cuando estamos listos, nos hacen formar en el patio de Armas. Ahí nos enteramos de que se trata de un velatorio. Dos héroes, dos valientes soldados murieron en el cumplimiento de su deber en Campo de Mayo la noche anterior, enfrentando un ataque subversivo. Son ascendidos a cabos post mortem. Saludo uno, saludo dos. Despedimos los ataúdes y se los llevan.
Un rato después, ya vestidos de fajina, tomamos un café en la cantina del regimiento. Le preguntamos a los pibes de la compañía B, que recién llegaron de Campo de Mayo, qué pasó. “No pasó un carajo”, nos dicen. Ataque subversivo las pelotas. No hubo un solo tiro. Un soldado que estaba de guardia sobre la ruta 202 dijo que nunca oyó una mierda, que estuvo todo tranquilo toda la noche. Nadie dice nada más. Un silencio profundo nos aturde mientras terminamos el “feca”. No hacen faltan más palabras para entender. Mejor no seguir hablando. A otra cosa mariposa. Hay guerra y rezamos para que no nos toque ir.
Juan Nicolino
Prohibido olvidar
Cuarenta años atrás mi viejo le habló en secreto a mi mama (yo hacía los deberes pero escuchaba):
- Raquel, están tirando a la gente de los aviones!
Luego vinieron los parientes de Montevideo a esconderse en su escape a Suecia mientras los perseguían de su gobierno. Había calcomanías que decían El Silencio es Salud. Pero los servicios no fueron muy silenciosos cuando cortaron mi cuadra y secuestraron a la familia del departamento de al lado y destruyeron todo.
Yo lo vi y lo recuerdo para siempre, y gran parte de los movimientos que decidí hacer en mi vida implicaron secretamente luchar contra ese terror enquistado en el Estado que aún vive en un modo reversionado pero siempre hábil para reactualizarse.
Tuve el alegrón de participar en la resignificación activa y presente de la ex Esma con muchxs compañerxs artistas y docentes como Marcelo Pelissier Celeste Ledezma Silvia Giménez MarceloBordese Mariano Combi y muchos más, donde hicimos la muestra Monsters que eran nada comparados con los dueños del terror de la etapa 76/82, y que aún siguen agazapados como buitres.
Juan Miceli (artista plástico y audiovisual)

Silencio que duele
En La Rioja se sabe lo que pasó pero pocos hablan. Mientras exigimos que se haga justicia por la muerte de Carlos de Dios Muria, quisimos conocer más de su vida.

¡Silencio, hospitales!
Un trabajador en el área de Salud porteña cuenta desde adentro cuál es el proyecto del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta que pretende derribar cinco hospitales para levantar uno en el sur de la ciudad de Buenos Aires.

Megaminería: el silencio que contamina
A siete meses del derrame de un millón de litros de agua cianurada en San Juan, la asamblea de Jáchal y diferentes organizaciones internacionales levantan la voz mientras los grandes medios y la clase política hace oídos sordos.