El plan es trabajar

por Mariano Pagnucco
Fotos: Agustina Salinas
24 de abril de 2023

Autogestión, compañerismo y superación son los valores que comparten las cooperativas beneficiadas por el Potenciar Trabajo, el programa estatal que a fuerza de campañas mediáticas y prejuicios sociales quedó asociado a “los planeros”. Recorrimos el conurbano bonaerense sur para conocer las historias que no salen en los noticieros. Primera parte.

Para entender los odios argentinos hay que mirar la frontera. Allá, se supone, está el enemigo. En algún tiempo fue el indio; después, el gaucho. En esta era de multipantallas, la frontera (grieta) es el conurbano bonaerense y el enemigo un fantasma que recorre los hogares argentinos que miran la realidad desde la pantalla televisiva: los planeros

Esa construcción en abstracto (una especie de ejército de zombies que pueden subsistir con un dinero estatal que representa la mitad de un salario mínimo) es la expresión de otra frontera y otra grieta. La del histórico trabajo asalariado, formal y con derechos, y una economía popular que nació como respuesta ante los agujeros del mercado y se ha consolidado como la única salida laboral para millones de personas. Por eso en la frontera, cada vez más difusa entre los bandos, hay odios.

“Llegué a la organización porque el sistema de trabajo me había cerrado las puertas, estuve tres años buscando", dice Érica (39).

“Acá hicimos un proceso de cambio de pensamiento, porque uno llega con un pensamiento individual de salir adelante y acá cambié la manera de pensar, de ver, de ser solidaria con mis compañeros, involucrarme, dar una mano”, dice Elisabet, 48 años, integrante de una cooperativa textil en Almirante Brown. Acá es una zona de casas bajas cercanas al barrio Don Orione de Claypole. Acá es, también, donde un dedo señala hacia una calle de tierra que se prolonga a lo lejos: “Unas cuadras para allá vivía Darío”. 

Darío (Santillán) es frontera de espacio y de tiempo. Uno de los piqueteros asesinados en la Masacre de Avellaneda el 26 de junio de 2002. La bandera del Frente Popular que lleva su nombres y donde Elisabet y otras miles de compañeras sostienen tareas comunitarias todos los días: limpieza, cocina, educación, panadería, textil. Desde la militancia y trabajando en cooperativas (que en muchos casos perciben el Salario Social Complementario del plan Potenciar Trabajo), les hacen frente a los prejuicios y también al contexto de ajuste económico.

Elisabet, que conoció a Darío en el territorio más de 20 años atrás, tuvo que atravesar su propia frontera de conceptos para situarse en una organización social. “Quienes venimos con una idea más egoísta, que traemos de nuestra familia, acá la cambiamos”, reconoce. En estos años incorporó los verbos contener, acompañar, compartir. “Que no piensen que somos piqueteros vagos y violentos, eso nos enseñó nuestro compañero Darío”.

Hay un objetivo claro para las cooperativas del Frente Popular Darío Santillán (FPDS) y otras agrupaciones territoriales que dan la pelea en los barrios periféricos y en las calles del centro porteño: el plan verdadero y deseable es trabajar.

Una economía popular que nació como respuesta ante los agujeros del mercado y se ha consolidado como la única salida laboral para millones de personas.

 

La marca del cooperativismo

El FPDS apostó en los últimos años por impulsar sus espacios productivos e incluso lanzó marcas propias: en panadería, el sello es Doña Ramona (en homenaje a la cocinera de la Villa 31 de Retiro fallecida durante la pandemia de Covid-19) y en el rubro textil, Kallpa. Esta palabra de origen quechua, que se traduce como “fuerza”, es una pista del empuje que trae el trabajo autogestionado por la organización como sostén económico para muchas personas expulsadas del mercado laboral. 

En una habitación sencilla junto a un comedor comunitario donde también funciona un bachillerato popular, en el barrio El Cerrito (partido de Almirante Brown, conurbano sur), hay una ronda de mujeres alrededor de una larga mesa donde habitualmente se doblan y preparan las prendas textiles que produce el taller que allí funciona. Esta mañana vinieron compañeras de otros talleres (Lanús y Esteban Echeverría) para contar su experiencia cooperativa. Circula el mate y la palabra.

Érica (39):Llegué a la organización porque el sistema de trabajo me había cerrado las puertas, estuve tres años buscando. Acá me abrieron las puertas y encontré muchas cosas. Una de las primeras cosas que encontré fue contención y también muchas oportunidades para poder crecer, no sentir que no sos nada en un país donde te cierran las puertas por tener cierta edad”.

Ivana (40): “Yo coso hace mucho. A la organización llegué con algunos problemitas y me ayudaron. Cuando supieron que sabía coser me abrieron la puerta de la textil. Cuando vine por primera vez dije 'éste es mi lugar', porque amo coser, amo las máquinas, amo transformar las telas”. Es santiagueña y tiene tres hijxs a cargo. “Si yo fuera a trabajar en una fábrica, pierdo la oportunidad de estar con mis hijos, pero acá en la organización pueden venir mis hijos”.

Desde la militancia y trabajando en cooperativas (que en muchos casos perciben el Salario Social Complementario del plan Potenciar Trabajo), les hacen frente a los prejuicios y también al contexto de ajuste económico.

Pastora (50): “Yo soy extranjera, llegué a mis 19 años buscando nuevos horizontes, directamente al rubro textil”. Cuando se sumó al FPDS, hace seis años, tenía prejuicios: Sus prejuicios: “Había escuchado eso de que los piqueteros ganan todo gratuitamente, pero la realidad no es así. Cuando se abrieron los productivos yo me sumé a textil. Decían de los piqueteros que cortan la calle y perjudican, pero no era así. Cuando me sumé me di cuenta que no era así, ahora me gusta salir a la calle porque sé que con la lucha todo se consigue”.

Romina (42): “De chiquita me gustaba coser y a los quince mi papá me regaló una máquina familiar. Con mis hermanas salíamos a vender por Solano la ropa que fabricaba él. A mí siempre me gustó la costura, las polleras que me gustaban me las hacía yo”. La primera vez que entró al taller de Lanús le dieron una máquina recta, que ella conocía bien, y resolvió el trabajo rápido. Sus compañeras bromeaban: “Y eso que le dimos la máquina más capichosa”.

Irma (53) destaca el rol de Mónica, una referenta textil de Lanús que falleció el año pasado: “Fue muy importante en nuestras vidas, nos tuvo paciencia y nos enseñó. La extrañamos”. Se emociona. “Yo no sabía nada de máquinas, aprendí pasando, mirando, haciendo trabajos de mano. Ella nos fue capacitando. Ahora tenemos nuestra marca, estamos contentas, juntas, seguimos aprendiendo”.

El FPDS apostó en los últimos años por impulsar sus espacios productivos e incluso lanzó marcas propias: Doña Ramona (panadería) y Kallpa (textil).

Rocío (38): “Toda mi vida quise aprender pero nunca tuve la oportunidad de tener una máquina”. Después de trabajar algunos meses en limpieza (“no pagaban nada”), se acercó a un taller de costura que daba Mónica. “Al principio no sabía prender ni una máquina”, confiesa, pero después quiso sumarse a la rama productiva. “En limpieza no me prestaban atención, me pasaban por al lado con desprecio. Acá nos ayudamos entre todas y colaboramos, siento que tengo mi lugar”.

Las tareas que asume el Frente se entrelazan: gracias a los bachilleratos populares, algunas compañeras aprenden a leer y a escribir o terminan el Secundario; gracias a las tareas de cuidado, pueden llevar a sus hijos al taller cuando no están en la escuela.

 

Desde lejos no se ve

A Pablo “el Chino” Barbosa, uno de los coordinadores de las unidades productivas del conurbano sur, el sol le pega en la cara. A sus espaldas hay un mural que recuerda a Darío Santillán y Maxi Kosteki. “Las marcas surgen de un proceso de varios años de discutir un modelo de trabajo. El trabajo como lo conocimos hace 10 años está agotado y una porción muy grande de la población no va a ser absorbida ni reincorporada por el mercado. Nuestro desafío, además de sostener el esquema socio-comunitario, es pasar a una matriz de producción y pensar qué tipo de economía y de producción queremos”.

En los talleres textiles se trabaja de lunes a viernes, generalmente en turnos de cuatro horas que pueden variar en función de la demanda. Los meses más duros de la pandemia les tocó producir kits sanitarios (cofias, camisolines y cobertores de calzado). Recientemente fueron adjudicados en una licitación pública para producir guardapolvos escolares, pero la traba es un importador de EE.UU. que no trae la tela al país.

Pablo: “Queremos ir desarollando catálogos con los productos propios para salir a un nivel de mercado mayor al que tenemos hoy, salir del esquema comunitario para pasar a una matriz más productiva a mediana escala. Queremos salir con la marca propia que represente también el espíritu del cooperativismo tal como lo entendemos en el Frente y con los aportes de varios años de la economía popular”. 

Los cuatro polos textiles (Almirante Brown, Lanús, Esteban Echeverría y Lomas de Zamora) dan trabajo a unas 20 compañeras. La intención es sumar más gente y alcanzar la especialización, que cada taller se encargue de una tarea (corte, confección, terminación) para articular entre ellos y así fortalecer la marca: “Kallpa es producto del esfuerzo y de años de discutir y pensar nuestro rol en la economía popular y la vinculación con el mercado de trabajo. Kallpa expresa la iniciativa de un grupo de compañeras de entenderse parte de un proceso cooperativo que no solo jerarquiza las relaciones de producción, sino también un sentido de pertenencia a una organización, a una unidad productiva. Y está el espíritu del cooperativismo: que más allá de forjar una trabajadora o un trabajador, forja una conciencia colectiva”.

"Decían de los piqueteros que cortan la calle y perjudican. Cuando me sumé me di cuenta que no era así, ahora me gusta salir a la calle porque sé que con la lucha todo se consigue", reflexiona Pastora (50).

Dentro del taller siguen circulando el mate y la palabra, en un alto en el trabajo para la visita de Cítrica. Érica: “La palabra kallpa es fuerza, así que tenemos muchísima fuerza para seguir en este proyecto. Con esto pretendemos tener una economía autónoma, que no dependamos ni del Estado ni del Gobierno de turno ni de nadie. Simplemente queremos tener un plato de comida, una vivienda digna con nuestro trabajo. No le estamos pidiendo nada a nadie, simplemente una oportunidad”.

¿Por qué la estigmatización a quienes, como ellas, se benefician con el Potenciar Trabajo, que otorga a cooperativistas un ingreso mensual equivalente a la mitad del Salario Mínimo, Vital y Móvil (35 mil pesos en marzo)? Ivana: “Yo cambié la idea sobre los piqueteros, porque yo sí venía a trabajar, no sé porqué tienen la idea de que una cobra y no hace nada. Esta organización trabaja, cumple las horas de trabajo, produce. Nosotras hacemos textil, pero también hay panadería y otras tareas”.

Érica suma: “Nadie viene a ver las horas que estamos en la máquina cosiendo, nadie viene a ver a las compañeras que cocinan, nadie viene a ver a los compañeros de construcción, nadie viene a ver lo que realmente somos. Lo que circula es eso, que salimos a cortar la calle por un plan. Nosotros no salimos a cortar la calle por un plan, salimos a cortar para tratar de cambiar el sistema que nos oprime continuamente. ¿Cómo puede ser que a los 39 años no consiga trabajo porque soy vieja? Es ridículo”.

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