Autogestión, compañerismo y superación son los valores que comparten las cooperativas beneficiadas por el Potenciar Trabajo, el programa estatal que a fuerza de campañas mediáticas y prejuicios sociales quedó asociado a “los planeros”. Recorrimos el conurbano bonaerense sur para conocer las historias que no salen en los noticieros. Segunda parte.
Las coordenadas geográficas son similares: conurbano bonaerense sur, barrio de casas bajas, periferia donde todavía hay calles de tierra... y un camino de sirga a la vera de un arroyo, el San Francisco. Treinta años atrás, esto era basural a cielo abierto, chatarrerío. Hoy, a lo largo de más de 100 metros, se extiende el Galpón Cultural de Claypole, un bastión del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) en la zona sur.
Sabrina, que hace tareas de comunicación en la organización social, da algunas coordenadas sobre el Galpón: “Es una vanguardia por todo el desarrollo que tiene a lo largo de los años y por todos los militantes. La mayoría de la militancia, cuando se acercaba, se acercaba al Galpón cultural o al bachillerato popular, y después empezaba a conocer todo el abanico de espacios que hay. Es un espacio reconocido para el barrio y hasta para la Municipalidad de Almirante Brown. Siempre nos peleamos, pero nos reconocen como un espacio cultural de la zona”.
Durante la visita de Cítrica, en este lugar se hablará de cooperativismo, trabajo y proyectos, pero también de adultocentrismo, humedales y colibríes. Todo eso confluye en el Galpón, que alberga espacio de niñez, cocina, bachillerato popular, talleres de herrería, cerámica y estampado, un vivero y cuadrillas de trabajo dedicadas a la limpieza del arroyo y la recuperación ambiental de los espacios naturales cercanos.
Donde treinta años atrás había un basural a cielo abierto, a lo largo de más de 100 metros se extiende el Galpón Cultural de Claypole, un bastión del Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) en la zona sur.
El asunto político de la niñez
Varios años atrás, cuando las cuadrillas de limpieza del arroyo salían a trabajar, las mamás no tenían con quién dejar a sus chicxs. De esa necesidad nació el espacio de niñez, que actualmente tiene lugar para 25 criaturas de entre 45 días y 5 años de edad. “Este espacio es de la organización pero funciona para todo el barrio”, dice Nicolás, mientras en la sala de juego se oye el murmullo de las infancias. Allí ofrecen una habitación de sueño para bebés y un sector de juego para lxs más grandes.
El Estado reconoce las tareas que realizan con la primera infancia, donde trabajan temas de ESI y también “el adultocentrismo hacia les propies compañeres, que muchas veces no saben”. Nicolás comparte la mirada del FOL sobre esa etapa temprana de la vida: “Les niñes son personas y sujetes polítiques que también tienen su opinión y sus tiempos”.
Allí cumplen tareas unas 13 personas (“acá vienen a trabajar personas del barrio”), con una dinámica de formación permanente para sumar nuevxs integrantes. También hay un taller de niñez en horario nocturno, cuando funciona el bachillerato popular. A lxs pibxs les garantizan desayuno, almuerzo, merienda y cena. Por eso la cocina nunca para.
Entre cucharones y ollas, hoy están Susana, Macarena, Sabrina y Cecilia, cuatro de las ocho cocineras que cubren los distintos turnos de lunes a viernes. La cocina se armó para darles comida a las infancias, pero después se dieron cuenta que también había compañerxs que iban a trabajar y “no podían pagar un restaurante”.
La discusión a comienzos de marzo era aumentar el valor de la vianda de 80 a 150 pesos. Cocinan para entre 30 y 50 personas a diario y los días de asambleas puede haber hasta 70 bocas para alimentar.
"La mayoría de la militancia, cuando se acercaba, se acercaba al Galpón cultural o al bachillerato popular, y después empezaba a conocer todo el abanico de espacios que hay".
Forjar el propio laburo
Como si se tratara de una mancha expansiva virtuosa, el Galpón fue prolongándose a la vera del arroyo en la medida que crecían las necesidades sociales y laborales de la zona. En el taller de herrería, una de las cooperativas que funcionan en el espacio, hay cuatro personas trabajando. Alejandro explica: “Si bien cumplimos horas del Potenciar, es muy poco lo que se gana con eso. Para poder amortiguar la inflación y llenar la cacerola es necesario, además de las horas del Potenciar, producir en la herrería para tener un fruto de trabajo más a fin de mes”.
¿El Estado qué papel juega a nivel local? “Del Municipio no sale casi trabajo, por no decir que no sale. El último trabajo que nos dieron fue arreglar dos aulas del Nacional de Adrogué, pero hace casi un año y medio”. La mayoría del trabajo es para abastecer las necesidades de la organización y sus espacios: rejas, puertas, portones.
Señala una construcción de ladrillos de dos pisos que está techada en chapa y todavía está en obra. El sueño de la organización es que allí funcione una Universidad piquetera. “Ese tinglado que está ahí fue todo un desafío”, dice Alejandro. Investigaron mucho para armar la estructura del techo que está sostenida por vigas de metal. “Fue un trabajo que nos dio experiencia y además quedó buenísimo, porque es funcional”.
En todos los talleres productivos del FOL hay una dinámica de aprendizaje, con la intención es fortalecer equipos estables de trabajo. Mauro habla de la autogestión: “Estos espacios deberían multiplicarse, una forma de laburo donde todos participan y nadie manda a nadie. Vemos a los compañeros como personas, no como máquinas. La parte personal se contempla, si alguien tiene un problema y no puede venir, por ejemplo. Además, somos parte de una organización donde todo se hace colectivamente”.
"Para poder amortiguar la inflación y llenar la cacerola es necesario, además de las horas del Potenciar, producir para tener un fruto de trabajo más a fin de mes".
Agustín está desde el comienzo del taller. “Vamos creciendo laboral y estructuralmente, esto antes era un baldío lleno de mugre”. ¿Por qué hay tantos prejuicios hacia las organizaciones piqueteras y las cooperativas que se benefician con el Potenciar Trabajo? “La tele muestra lo que quiere, pero no vienen a los lugares donde realmente se trabaja para parar la olla. Está todo caro y la única manera es venir acá y ganar una moneda más. Esto te da un oficio, un trabajo y a nivel personal te desarrollás. La tele muestra que la gente pobre pide y no quiere trabajar, pero no es así”. El equipo lo completa Barbie, la única mujer del equipo, que no se anima a hablar en la ronda de palabra.
Las manos en la masa y en la tierra
La marca de cerámica que crearon en el Galpón se llama Mujeres de Barro (IG: @mujeres.debarro.ceramica). Adriana, una de las cinco cooperativistas que llevan adelante el taller, dice: “Las compañeras se juntan, trabajan la arcilla y ahí pinta la charla y compartir vivencias. Una de las chicas dijo que era como el barro, que se deshacía y se volvía a armar”.
“Cerámica es terapia”, refuerza Maru. Y explica: “Si te gusta hacer algo con las manos, es muy relajante, golpear la masa, mojar. El contacto del agua con la arcilla es lo más lindo que hay”. Dice que dando golpes a la masa se descargan tensiones. Natalia reconoce que “ninguna es ceramista”, por lo que van aprendiendo “haciendo cursos, talleres, mirando turoriales, gugleando”.
¿Qué significa la autogestión? Maru: “Trabajamos más, porque no es que terminamos y nos vamos. Hay que comprar material, pensar cómo vendemos, cómo sacamos la foto, qué nos hace falta para trabajar y para la comodidad del espacio. Y después es un lugar de encuentro donde no solamente trabajamos, sino también poder compartir con las compañeras vivencias o malestares que tenemos. Esto es un trabajo constante, no termina cuando nos vamos”.
Detrás del taller que comparten cerámica y estampado está el vivero. La iniciadora fue Marisita junto a dos compañeras. ¿El impulso? El amor por el medio ambiente y las plantas. Fueron aprendiendo las propiedades de cada especie, empezaron a germinar, reproducir y de pronto estaban vendiendo para fortalecer la economía familiar.
Jenifer es de una generación más joven que Marisita: “Nos enseñamos entre nosotras. Yo no sabía nada de plantas y un año después sé un montón”. Sobre el entorno natural: “Hoy en día el arroyo está bastante recuperado, se puede notar en la diversidad de pájaros e insectos que hay. Eso hace que pueda haber una diversidad bastante buena para poder tener plantas acá. Hay insectos que polinizan las plantas, aparecen aves como colibríes”.
Dicen que el trabajo en cooperativa (IG: @arcoiris_vivero) les da “libertad creativa” para organizar el trabajo. Arman su puesto en ferias, en las actividades que se hacen en el Galpón y también llevan a las marchas, como muestra del trabajo que sirve de fundamento a los reclamos destinados a funcionarios que, por lo general, desconocen las tareas productivas de las organizaciones cuando tienen que ejecutar recortes presupuestarios.
Parte del vivero es un “hospitalito” donde curan a las plantas con algún problema y también articulan con cerámica para vender plantas con macetas coloridas. “Somos como una gran familia”, dice Yolanda rodeada de sus compañeras.
"La tele muestra lo que quiere, pero no vienen a los lugares donde realmente se trabaja para parar la olla. Está todo caro y la única manera es venir acá y ganar una moneda más. Esto te da un oficio, un trabajo y a nivel personal te desarrollás".
Ambientalismo popular
Pablo no es biólogo ni funcionario de medio ambiente, aunque en breves minutos de charla pueda sostener argumentos sobre “bioremediación”, recuperación de humedales y purificación de aguas. Es una de las 34 personas que integran el Proyecto Hábitat, un espacio interdisciplinario que trabaja en Claypole para ejecutar acciones (sin depender del Estado) en un tema tan urgente como el socioambiental. Sobre la mesa de trabajo despliega planos, afiches, mapas, gráficos y fotos de diversas especies de plantas y animales.
En este equipo de trabajo (se dividen en limpieza del arroyo, promoción ambiental, invernáculo, cartelería) no solo trabajan para reinsertar plantas nativas (biofiltros) en el arroyo San Francisco, donde confluyen residuos variados y aguas cloacales; también buscan poner en valor un humedal de la zona que actualmente acumula basura y donde la intención es lotear para fines privados.
"Trabajamos más, porque no es que terminamos y nos vamos. Hay que comprar material, pensar cómo vendemos, cómo sacamos la foto, qué nos hace falta para trabajar y para la comodidad del espacio".
Dicen que la pelea de fondo es para que haya una declaración de interés municipal y el humedal pueda convertirse en un espacio público. Otro proyecto es impulsar un Paseo de la Memoria con arbolado para recordar a los 20 desaparecidxs de Claypole. Además, quieren que se construya un parque deportivo y recreativo para las escuelas de la zona. Todo a pura voluntad. “También tenemos un reclamo salarial, porque apenas cobramos el Potenciar, pero con eso no alcanza”, dice Pablo.
Una vez concluida la visita, la pregunta queda flotando: ¿los planeros dónde están? La sospecha es que acá, en territorio conurbano, el único plan es trabajar.
El plan es trabajar
Autogestión, compañerismo y superación son los valores que comparten las cooperativas beneficiadas por el Potenciar Trabajo, el programa estatal que a fuerza de campañas mediáticas y prejuicios sociales quedó asociado a “los planeros”. Recorrimos el conurbano bonaerense sur para conocer las historias que no salen en los noticieros. Primera parte.
¿Y las cooperativas de trabajo?
Desde el Hotel Bauen, el presidente de la Federación de Cooperativas de Trabajadorxs Autogestionadxs de la Ciudad de Buenos Aires habla del difícil momento que atraviesa el sector. Desidia estatal, empleos en riesgo y cooperativas que resisten como pueden en medio de la pandemia.
Un antídoto cooperativo para ganarle a la peste
Farmacoop, el laboratorio ubicado en el barrio de Parque Avellaneda, es el primero del mundo en ser gestionado por una cooperativa, y encontró en medio de la pandemia la posibilidad de sostener las fuentes de trabajo, potenciar la solidaridad social y soñar con nuevos proyectos en el futuro.