El galpón Piedrabuenarte, en Lugano, estaba abandonado, acumulaba los restos del Teatro Colón y era un símbolo de la desidia del Estado en esa zona. Hasta que un grupo de vecinos y vecinas lo recuperó y lo convirtió en un gigantesco espacio de arte y construcción colectiva.
Luciano Garramuño tiene 36 años, y vivió prácticamente toda su vida en el barrio Comandante Luis Piedrabuena, en Villa Lugano. Conoce como la palma de su mano el color y el recuerdo vivo de cada uno de los murales que parecen salirse de esas paredes, como ese Cristo de San Juan de la Cruz, y un cartel que da la bienvenida: “Piedrabuenarte, 130 metros”.
Luciano lleva el barrio, su hogar, tatuado en la espalda y la panza. Es una arquitectura “extraña y particular”, en forma de “coliseo”, y en decadencia por los problemas edilicios que sufre desde siempre.
Amante de la fotografía y los videos, Luciano entrevistó a los vecinos durante un año entero con su cámara en mano. Puerta por puerta, preguntando las necesidades de cada uno. Ante las autoridades presentó ese material, que sirvió para declarar el estado de emergencia del barrio: “Hay que tirarlo abajo. Hay cosas que no tienen solución”, asegura.
El galpón es hermoso. Ahora la gente se acostumbró a tener un lugar más limpio, a recibir personas de afuera, a caminar por el barrio
Habla en presente, porque pasan los años y Piedrabuena sigue siendo un lugar donde “puede pasar una desgracia en cualquier momento”. Pero en medio de tanto drama por la desidia y el abandono del Estado, hay un galpón inmenso que trata de aliviar el dolor a través del arte y que tiempo atrás hizo de “vientre” y obrador. Ahora, paradójicamente, transforma y reivindica la identidad del barrio.
Un espacio capaz de contener y mejorar a las personas. “Un paraíso”, en el cual vecinos, vecinas y turistas –que vienen de todos lados–; pueden encontrarse y “sacarse las ganas de hacer”. Un proyecto autogestivo que persigue Luciano, a la par de otros artistas de Lugano, desde 2006. Hace algunos meses que el Galpón Cultural Piedrabuenarte permanece en obra, beneficiado por la Ley de Mecenazgo, después de incansables pedidos en la Legislatura porteña. “Le demostramos al Estado que estos lugares no están perdidos. La idea es la misma que perseguimos desde un principio: generar muchísimos talleres aquí adentro”, nos explica.
Escenografía, costura, carpintería, herrería, que de alguna manera confluyan en la construcción de una ópera que cuente la historia del galpón. Una especie de “mini Colón” pero desde abajo. También tienen en mente trasladar el programa de radio independiente –que se suma a “la tv del galpón”, un canal para interactuar y mantener informado al vecino–, además de terminar el museo, hacer un cine y una sala de ensayo. Sueñan con ver las escuelas terminadas, un polo educativo en las inmediaciones del galpón y hasta una reserva ecológica: “La isla de los estados”. Huerta, hidroponía, lago para peces, plantas medicinales, alimentos orgánicos, incluso un observatorio.
A su lado está Federico, vecino, y uno de los tantos chicos y chicas que se acercan, participan y logran insertarse. “El galpón es hermoso, uno de los lugares más lindos. Está bueno porque venís con la familia. El cambio que hubo es muy grande. Ahora la gente se acostumbró a tener un lugar más limpio, a recibir personas de afuera, a caminar por el barrio”, cuenta.
Ya sentado en el domo geodésico fabricado con madera reciclada –que hace de “base operativa” y taller experimental–, Luciano considera que hubo “un antes y después” de la construcción del galpón. “Este barrio ha sido muy castigado. Acá están pasando un montón de cosas que no se ven en la tv. Este proyecto viene a sanar y mostrar lo positivo”.
Le demostramos al Estado que estos lugares no están perdidos. La idea es generar muchísimos talleres aquí adentro
La constancia, el compañerismo y la solidaridad fueron vitales para seguir al frente de Piedrabuenarte y conformar una ONG, que en 2012 consiguió el aval legal del gobierno para usar el predio por 30 años. “Nosotros no queremos convencer a nadie, ni tampoco buscamos a nadie que nos siga. Trabajamos en el corazón del monstruo. Esto es para el futuro, cuando el barrio no tiene futuro. Debería servir de ejemplo y ser replicado por otros barrios”, considera Luciano.
En el camino hay amigos y compañeras, como el artista suizo Paolo Minelli, con quien Luciano grabó un documental, que mostraba al mundo su apuesta por el arte, en un barrio con fama de “heavy”. Un barrio que es una república dentro de la república: hace poco estrenaron su propio himno, su bandera, su danza y, próximamente, su plato tradicional.
En el camino quedaron las andanzas de Luciano, en común acuerdo con un cuidador, para rescatar del galpón la escenografía –en una época hizo de obrador del Teatro Colón–, y con ella armar recitales, y difundir cultura por el barrio. Hasta que el Colón lo desmanteló. Uno arriba del otro. A Luciano todavía le duele la imagen de los pianos de cola prendidos fuego en el playón, donde hoy está el Anfiteatro, ahí nomás de la canchita de fútbol. Fue la señal de alerta para ocupar el lugar y hacerlo propio. “Era tierra de nadie. Corrimos una chapa y entramos”. Entraron donde ni siquiera entraban las ambulancias y resultaba cotidiano ver gente perdida en las drogas y a los tiros.
Luciano reconoce que se subió al barco y ya no puede volver. Que “hay muchos que se cansaron”. Pero que “tomando pequeños respiros”, se alcanza un equilibrio. Y “las ganas se renuevan, como los objetivos”.
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