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Argentina en octavos: cuando nada tiene sentido

por Roberto D. Fernández
27 de junio de 2018

Centro del lateral diestro (Mercado), derechazo del lateral izquierdo que juega de central (Rojo). Gol. Alarido en San Petersburgo, en Moscú, en todos lados. Argentina se convierte en un grito, y para nuestro cronista, también en un gran quilombo: ahora hay que viajar a Kazán, a 14 horas de tren, ¡en un país donde nunca se esconde el sol!

Nada tiene sentido. Centro del lateral diestro (Mercado), derechazo del lateral izquierdo que juega de zaguero central (Rojo), que es zurdo pero que le pega de derecha. Gol, boludos, gol. Lo hizo un defensor del equipo que en ese momento tenía tres centrodelanteros en el rectángulo (Messi, Agüero e Higuaín). ¿Qué carajo hacía ahí Marco Rojo? ¿En qué andaban Messi, Agüero e Higuaín?

Son casi las once de la noche pero el cielo está claro. Nada tiene sentido. Dicen que es porque en esta época del año, en esta zona, es normal que no oscurezca del todo, pero a mí no me cierra. Nada me cierra.

Ruge el estadio con estética de nave espacial, cargado con miles y miles de argentinos, la mayoría de los cuales se queja por lo que está pasando en el país: inflación, desocupación creciente, dólar en las nubes, insensibilidad absoluta de las autoridades que dicen haber llegado para sanearlo todo pero que actúan como una banda de insanos. No son insanos, aclaro.

Nada tiene sentido.

Luce tan fea la mina Selección que uno termina por enamorarse de ella. Qué ninguna mujer me denuncie, a mí me ha ocurrido pero al revés: a lo largo de mi vida, extensa vida, algunas se han enamorado de mí porque parece que daba pena.

Son casi las once de la noche en San Petersburgo pero el cielo está claro. Y muchísimos de los miles de argentinos que estamos acá, nos quejamos de lo mal que está todo allá

Será por eso que grité el gol, igual que buena parte de los tipos grandes y compuestos, sufridos y talentosos periodistas que me acompañaban en la línea de pupitres que me tocó en suerte en esa cancha ubicada en una isla. Martín Castilla, Ezequiel Fernández Moores, Elías Peruggino y un poco más allá Ariel Scher. Atrás, Guillermo Blanco y Daniel Wainstein. Supongo que Scher no lo gritó, no por insensible sino porque es un cacho más centrado.

Estoy en Rusia integrando un pool de cinco cronistas, cuatro veteranos y un chico que puede ser el hijo de cualquiera de nosotros y es, a la vez, el más cuerdo. Después de 24 horas sin sueño, Adrián, de él se trata, reflexiona: “Hubiese sido mejor quedar eliminados, nos hubiéramos ahorrado el quilombo que tenemos ahora”. ¿Cuál es el quilombo?: estamos en San Petersburgo (916 kilómetros al norte de Moscú). Recién esta noche tenemos tren para volver a nuestro centro de operaciones en la capital, no dormimos porque tuvimos que laburar duro y al mediodía debemos abandonar el departamento que alquilamos.

Creemos todavía que podremos ingresar al Hermitage Museum. ¿Cómo que estuviste en San Petersburgo y no fuiste al Hermitage? ¿Vés que tenés una pelota en a cabeza?

No dormimos. Tenemos que dejar el departamento alquilado. Y encima hay que visitar el Hermitage Museum. Porque si no, nos dicen que tenemos una pelota en la cabeza.

Y siguen las penas: hay que viajar a Kazán, ochocientos y pico de kilómetros, 14 horas de tren, sólo de ida. No hay pasajes aéreos y moverse en combis vale un montón. Somos periodistas gasoleros. Pero acá estamos.

Pasó Nigeria, se vienen los franceses. No hay respiro.

Nada tiene sentido. Pero siento una alegría inmensa. Dale Rojo, carajo. Lo digo por el autor del gol.