Compartir

“Si querés ir al Mundial no podés comer guiso todos los días”

por Ayelén Pujol
03 de diciembre de 2018

La Selección Nacional de fútbol femenino logró la mayor hazaña: clasificó para Francia 2019. Las jugadoras se transformaron en heroínas pero el reconocimiento de la AFA no llegó. Virginia Gómez, actualmente desempleada, nos cuenta cómo entrena y se mantiene en estado sin un sueldo fijo, ni cobertura médica ni aportes.

Antes de leer esta nota, abrí tu billetera. ¿Vos qué te comprás con 300 pesos? ¿Para qué te alcanza? En el supermercado, los carteles indican que te da para un kilo y medio de asado. O podés armar una bolsa con dos litros de leche, un kilo de pan, un paquete de fideos de quinta marca y una botella de aceite de girasol. Poco, ¿no? Si pasás por un local de deportes, una pelota de fútbol con la marca de la pipa sale 1200 pesos y la camiseta del equipo argentino que usa Messi cuesta 1649 en Mercado Libre.

Una jugadora de la Selección percibe esa cantidad de dinero por día de entrenamiento: 300 pesos. Virginia Gómez tiene 27 años, es rosarina, juega de volante en Rosario Central -de defensora en la Selección- y acaba de ser parte del plantel que logró varios hechos históricos, pero uno en especial: el pasaje al Mundial de Francia 2019 después de vencer en el repechaje a Panamá.

Virginia está sin trabajo: vive con los 300 pesos por día que la AFA decide pagarle a las chicas cada vez que se entrenan.

Otra vez, otra cuenta. Si Virginia hilvana diez entrenamientos seguidos deberá considerar que tiene suerte: podrá juntar 3 mil pesos. Si se cuida, concentra y no sale, será mejor: no gastará porque el hospedaje lo tiene cubierto y las comidas también.

Si entrenadiez días seguidos, igualmente, podría comprar sólo una camiseta de Argentina, la Selección que integra. No le serviría para hacer regalos: su familia está integrada por su mamá, su papá y sus siete hermanas y hermanos.

Virginia es futbolista casi desde que nació. Es la sexta hija de Virginio y Marta, que antes habían tenido a cinco varones. Ahora que ve eso a la distancia, Chichi –un apodo que le puso su papá- se ríe. Dice que tuvo de sparring a un equipo de fútbol 5.

Con ellos empezó a jugar en el Barrio Belgrano, hasta que a los 13 llegó a un club de chicas que se organizaban para jugar en cancha de 7. A los 15 tuvo su primer equipo, para jugar 11 contra 11: con las Aguilas de Fé disputó la Liga rosarina.

A esa misma edad, Carlos Borello, el actual DT de la Selección, la observó y la seleccionó para el sub 17. Ahí comenzó una etapa de cierto desarrollo. En 2008, con ese equipo, salió del país por primera vez: en Chile, en el Sudamericano, terminaron cuartas. Unos meses después viajó a Brasil para disputar el Sudamericano sub 20: salieron subcampeonas. Y volvió a Chile a jugar el Mundial de la categoría: quedaron últimas en la zona con dos derrotas y un empate.

-Tuve mala suerte porque a la vuelta de todo eso, cuando iba a pasar a la Mayor, me lesioné. Fui a jugar de onda a Córdoba, a Laboulage. Jugamos un partido contra Central, donde estoy hoy. Pero me rompí ligamentos y meniscos de la rodilla izquierda. Nadie se hizo cargo de mi tratamiento. Yo tenía la obra social de mi papá, pero me daban muchas vueltas. No se hacían cargo de los tornillos, no me autorizaban los gastos. Y la verdad es que vengo de una familia muy humilde. Tuve que dejar de jugar y ponerme a trabajar.

El abandono es también una forma de violencia para las futbolistas.

--Virginia estuvo dos años parada hasta que la operaron. Cree que el traumatólogo lo hizo gratis: le insistió tanto que -piensa hoy- no la aguantó más. Mientras tanto, ella dejó la secundaria en cuarto año. Necesitaba el trabajo. Necesitaba la plata.

--Empecé en un bar que está adentro de la Playa Pérez. Ahí van camiones cerealeros. Les vendíamos a los camioneros. Comencé como bachera, después pasé a hacer sandwiches y ensaladas; después fui cocinera, después cajera y al final ya era casi encargada. Pero el negocio tuvo que cerrar por la crisis actual. No podía pagar el alquiler y cerró. Hace como siete meses que estoy sin nada.

La imagen de Chiqui Tapia, presidente de la AFA, manifestando su deseo de ser el presidente de la igualdad de género, aparece cuando Virginia habla. Si el fútbol argentino de mujeres está en una etapa de refundación hay que empezar por atender cuestiones de base. Para que el edificio que se quiere construir no se derrumbe sobre las mujeres mismas.

A diferencia de algunas de sus compañeras de la Selección, Virginia no es profesional. Durante su infancia, en la década del ‘90, tuvo que ayudar a su mamá porque el trabajo de Virginio, su papá, no alcanzaba para cubrir todos los gastos de una familia numerosa.

Cirujeó, vendió cartón y aluminio: cualquier cosa que pudiera transformar en unos pesos. Por las mañanas iba con Marta a Fisherton, un mercado grande de frutas y verduras donde juntaban lo que allí tiraban. A veces les regalaban cosas.

-Irte de viaje con la Selección a hoteles debe ser una vida muy distinta a la que te imaginaste, ¿no?

--Y… Mirá, yo tengo 27 años y recién ahora mi mamá pudo poner cerámicas en mi casa. Mis viejos nunca fueron a ningún lado. La distancia más grande que recorrieron fue de Rosario a Buenos Aires.

--¿Qué es lo que más te sorprende?

--A mí el fútbol me dio un montón de cosas. Cuando estoy en la Selección me escribo con mis amigas y nos reímos. Estuve en Panamá o en Estados Unidos, en hoteles donde me atienden. Es increíble, pido algo y me lo traen, me hacen la cama, hacen cosas por mí. Veo desayunos en los que sobra un montón de comida y no lo puedo creer. La verdad es que estoy muy agradecida. Porque yo de lujos, nada.

--¿Cómo fue que volviste al fútbol después de aquella lesión?

--Fue hace tres años. Me costó porque trabajaba y me dedicaba a pasarla bien, a estar con amigas. Imaginate, cuando jugaba pesaba 58. Dejé y engordé mucho, llegué a 76 kilos. Pero hace dos años me metí en el Futsal de Central. Y me llamó Carlos (Borello) para decirme que jugara 11, así podía ir a la Selección.

Virginia volvió. No pudo estar en la Copa América por una lesión, pero apoyó el paro que hicieron las jugadoras para exigirle a la AFA mejores condiciones. Hizo el Topo Gigio en su casa. Se recuperó y fue convocada para la gira por Centroamérica. Después estuvo en el plantel para el repechaje con Panamá.

Esta serie preparatoria la estaba ayudando: cobraba 300 pesos por día cuando entrenaba en Ezeiza y 50 dólares diarios cuando lo hacían en el exterior. En un día en su trabajo, eso sí, ganaba más.

--Ojalá nos den un sueldo porque la verdad es que estar en la Selección es hermoso, pero exigen un montón. Yo estoy buscando trabajo, pero es difícil. Me tienen que bancar, además, los tiempos. Para estar en la Selección tenés que estar en condiciones físicas, no tener un gramo de más. Deportivamente te exigen mucho. Una da todo. Pero bueno, hay que cuidarse con las comidas y por ahí no tenés para comprarte cosas light, o frutas, o quesos. Yo de chica comía lo que había. Pero ahora si querés ir al Mundial no podés comer guiso todos los días.

Ante algunas historias la pregunta se reduce a un por qué: por qué una juega al fútbol pese al destrato.

Para Virginia el fútbol es lo mejor que existe. Una pelota y una cancha -afirma- la sacan de todo: jugando, es feliz.

En Arsenal, en un estadio repleto por más de 11 mil personas que fueron a ver un partido de mujeres, se emocionó ante las nenas que le pedían fotos o autógrafos. Recordó las veces que cuando la vieron jugar le dijeron que lo hacía para parecer un hombre. O que era un tipo. O que era marimacho. Ahora, que consiguió el tricampeonato con Central en la Liga rosarina, quiere que el fútbol siga creciendo. Y que el trabajo sea ése, por qué no.