Fernando Lozada, integrante de la Coalición Argentina por un Estado Laico, afirma que hay una búsqueda de nuevas libertades y explica por qué la Iglesia opera contra eso. Los aportes del Estado, los decretos de la dictadura y las crecientes renuncias a este culto por su injerencia en el rechazo al aborto legal, seguro y gratuito.
Después de casi una década y media de estar luchando desde lo personal y en distintas organizaciones por la absoluta separación de la Iglesia y el Estado, y de haber formado en 2010 junto a compañeras y compañeros la Coalición Argentina por un Estado Laico, me alegra mucho ver que éste ha dejado de ser un tema fuera de agenda, y no sólo eso, sino un tema muy maltratado, considerado muchas veces secundario, siempre minimizado y postergado. Realmente si queremos avanzar en un piso mínimo de derechos necesitamos un Estado laico para que no existan ciudadanos y ciudadanas de primera y de segunda según lo que creen y lo que no creen.
El laicismo se ha visto claramente involucrado en los distintos debates importantes dentro de la sociedad a lo largo de la historia. Quizás la última vez que hubo una lucha por parte de la ciudadanía, explicita y publica desde el laicismo, fue en aquel debate de “laica o libre”, en 1958, sobre los títulos habilitantes de universidades públicas y privadas. Sí lo hemos visto en distintas circunstancias: en la lucha por la ley del divorcio, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, incluso en fertilización asistida y muerte digna, en menos medida pero también.
Le haría muy bien a la Iglesia que el Estado le deje de otorgar 178 millones de pesos a obispos y arzobispos
La lucha por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito puso en evidencia como opera la Iglesia Católica Apostólica y Romana, con la diferencia de que, ahora, la sociedad –y sobre todo la juventud– está atravesada por vivencias diferentes. Las generaciones más jóvenes, hijas de los derechos humanos, hijas de todo este movimiento único en el mundo que fue haber juzgado a los genocidas de la dictadura, saben muy bien lo que significa el derecho a la identidad. En cambio, la Iglesia permanentemente trata de apropiarse de la identidad, de atravesar nuestras mentes y nuestros cuerpos. Por lo tanto, el discurso opresor, represor, sometedor y culposo de la Iglesia produce rechazo en estas jóvenes, que vivieron las luchas por la diversidad y las disidencias. Es un rechazo generalizado.
El Estado argentino en enunciación es laico. Pero en los hechos, no. En la realidad la Iglesia tiene privilegios. Y nosotros, de mínima, luchamos para que esos privilegios sean derogados. Uno de ellos tiene su origen en cinco decretos de la dictadura, que permanecen vigentes: es con lo que el Estado argentino le otorga 178 millones de pesos a la Iglesia para sueldos de obispos, arzobispos y otros miembros. Representa muy poco para la Iglesia, por más de que diga que es el 7% de su presupuesto. Incluso le ayudaría en su imagen no contar más con eso. Otra cuestión tiene que ver con las capellanías en las Fuerzas Armadas y de Seguridad, algo que está muy enquistado. Sería empezar por algo.
La apostasía, en alguna medida, fue una suerte de válvula de escape luego de la no sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Las cifras crecieron abruptamente.
Creo que hoy hay una gran necesidad de luchar por nuevas libertades, por nuevos horizontes, por el reconocimiento de derechos que tienen que ver con la autonomía de uno mismo, la autonomía de nuestros cuerpos y de la absoluta libertad de conciencia. En ese sentido vamos avanzando, aunque todavía las leyes no nos estén acompañando. La apostasía, en alguna medida, fue una suerte de válvula de escape luego de la no sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Toda esa bronca fue dirigida a la Iglesia y a los movimientos pentecostales. Las cifras crecieron abruptamente. No nos sorprendió porque lo veíamos venir. Aunque sí nos sorprende el sostenimiento en el tiempo. Es algo que crece semana a semana.
Esta Apostasía Colectiva es por eso: no porque le vayamos a quitar directamente el dinero a la Iglesia, un dinero que recibe del erario público, que es monstruoso y que va de los 20 mil a los 40 mil millones de pesos. Sino porque fue una forma de canalizar lo que estaba disperso, esta disconformidad que estaba latente en la sociedad por la injerencia de este culto, que logramos instrumentarlo a través de este rechazo público, político y simbólico como lo es la apostasía.
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