Estefanía Santoro, periodista y comunicadora transfeminista, comparte el largo camino que recorrió hasta escuchar y respetar su deseo. En el Día de la Visibilidad Lesbica, nuestra compañera cuenta su historia para animar a otres.
A los 18 años me besé por primera vez con una piba en una fiesta. Una tarde de domingo fui a visitarla a su casa pero no me animé a nada, solo charlamos y escuchamos música. Cuando volvía en el bondi le escribí: “Me hubiera gustado besarte, no me animé”. “A mi también”, me respondió. No volví a verla. Al día siguiente una pregunta invadió mi cabeza: ¿Y si soy lesbiana? Lo primero que sentí fue miedo. ¿A qué? La respuesta era obvia: al rechazo y a la discriminación.
Mi familia, amigxs, la escuela católica y los medios de comunicación me habían enseñado que eso era algo incorrecto. Cuando se lo conté a mi hermana, nacida y criada en el mismo ámbito heteronormativo que yo, recuerdo que me dijo: “Vos decís que te gustan las pibas para llamar la atención de los varones”. Eso me dolió. En mi entorno no había espacio o figura que contemplara el lesbianismo, ni siquiera como una posibilidad. Tal vez eso hizo que ponga en duda mi propio deseo y generó en mí una represión. Había entrado como un caballo en el régimen heterosexual, el mismo en el que permanecí por años.
Pero las dudas habían empezado mucho antes. Desde primer grado hasta que egresé fui al mismo colegio católico. No había lesbianas en mi escuela, o al menos eso creía yo. Éramos pocxs y nos conocíamos todxs. Hasta que a mis 16 años en el turno tarde asomó una chonga, masculina, super visible. Recuerdo que tenía rulos y jugaba muy bien al handball. Como yo iba al turno mañana, la veía solo en los recreos, cuando hacían educación física. Llamó mi atención por la novedad y la curiosidad, nunca había visto a una lesbiana de mi edad, me hubiera gustado ser su amiga.
Me hubiera gustado que alguien me diga: “Dale, animate que no hay nada malo en ser lesbiana”. Esa persona no estuvo y –tal vez por miedo o ignorancia, sumida en mi propia lesbofobia– permanecí en el régimen heterosexual, un mandato que estaba tan instalado en mi cotidianidad que la pregunta (¿Y si soy lesbiana?) tardó mucha vida en volver. En realidad tardé años en permitírmela.
Al clóset que no vuelvo
Después de salir del régimen, entré en el clóset. Al menos en ese momento ya no me mentía a mi misma, pero me sentía muy cobarde por no tener el valor de salir de ahí. Hoy, después de haber roto con muchas estructuras, mi hermana se reprocha esa frase horrible que me dijo años atrás. Tardó, pero me comprendió y me acompañó. Fue la que me apoyó y sostuvo cuando le conté a mi xadres que tenía novia. Ese momento tampoco fue fácil, pero a su lado todo fue más amoroso. No es sencillo romper con el mandato heterosexual, correr las voces de la norma y escuchar tu propio deseo, pero que bien se siente ese momento en que lo contás, como si la libertad te abrazara el alma.
Ser lesbiana hoy
Muchxs creen que ser lesbiana en 2023 es fácil, que la discriminación ya no existe, sin embargo, el lesbo odio no para. La Pepa Gaitán era una torta masculina que fue asesinada por el padrastro de su novia, la mató de un escopetazo porque no soportaba la relación entre ella y su hijastra. Ese doloroso lesbocidio -como lo llamó la Colectiva Editorial Baruyera- ocurrió el 6 de marzo de 2010. La Pepa falleció a la madrugada del día siguiente y en su memoria invocamos cada siete de marzo como el día de la visibilidad lésbica con orgullo y goce.
“En la vida y en la muerte de Natalia, la Pepa Gaitán, están inscriptas a fuego las marcas que todas las lesbianas llevamos en nuestros cuerpos. Su fusilamiento expuso de manera brutal los altos niveles de homo/lesbo/travestofobia de la sociedad argentina, hasta el momento invisibilizados”, escribió fabi tron en “¿Quiénes mataron a la Pepa Gaitán? Crónicas del Juicio a Daniel Torres”.
Nos visibilizamos para que no haya más casos como el de Eva “Higui” de Jesús, que permaneció ocho meses presa por defenderse de un grupo de hombres que la atacaron como una lección correctiva por su identidad lesbiana. Ella fue sistemáticamente hostigada y perseguida por esos varones que hasta quemaron su casa antes de intentar violarla, o como Marian Gómez, detenida por la Policía de la Ciudad y criminalizada por la justicia por besarse con su pareja en la vía pública.
Lesbiana como identidad
Durante años no pudimos nombrarnos, los medios de comunicación, la tv y la ficción se encargaron de ocultarnos o estigmatizarnos. Siempre tuvimos Mala Reputación: solitarias, conflictivas, invisibles, histéricas y en el clóset, así nos retrataron.
Algunas lesbianas somos más que mujeres que aman a otras mujeres. Lesbianes, transtortas, travestis lesbianas, transbianas. Tenemos un universo amplio y diverso, andamos en manada, nos sostienen las amistades tortilleras. Lesbiana como identidad, como forma de ver el mundo, deseando uno más libre y justo.
Ser lesbiana, ser visible: como si la libertad te abrazara el alma.
A muchas nos atraviesa la militancia, el transfeminismo, leemos a Wittig, nos convertimos en fugitivas de nuestra “propia clase” (mujer) y cuestionamos un sistema que nos limita, hostiga y discrimina. Como lo hizo con Higui y Marian y lo hace hoy con Pierina Nochetti, trabajadora estatal lesbiana a la que persiguen judicialmente sin pruebas por una pintada que pedía por la aparición de Tehuel De la Torre.
Y hablo de una fuga de clase a propósito del trabajo de la filósofa Monique Wittig quien en 1992 desarrolló una teoría que entre chistes semanas atrás, decíamos que parecía haberla leído Miguel Angel Pichetto cuando dijo: “El ministerio de la mujer está en manos de una chica que es lesbiana, podrían haber puesto a una mujer que se reconozca como mujer”. Resulta que para Miguel y para muchxs otrxs mujer es sinónimo de feminidad y heterosexualidad, no es que Wittig se refiera a lo mismo pero si en algo coinciden es que algunas lesbianas no se consideran mujeres.
En su libro “El pensamiento heterosexual” la pensadora francesa definió a ese régimen heterosexual en el que permanecí por años como: “Un régimen político que se basa en la sumisión y la apropiación de las mujeres.” Dentro de ese sistema las mujeres pueden ‘elegir’ convertirse en fugitivas e intentar escapar de su clase o grupo (como hacen las lesbianas) y/o renegociar diariamente, término a término, el contrato social. El régimen heterosexual es, según Wittig, un sistema que nos obliga a formar parte, es allí donde se pone en juego la aceptación social de las personas, la construcción de la propia subjetividad y el reconocimiento del otrx. Las lesbianas en la sociedad se encuentran excluidas de ese régimen dominante.
Retomando a Simone de Beauvoir, Wittig concibe la categoría “mujer” como un mito, una construcción política e ideológica que niega su verdadera naturaleza y plantea además, la urgencia de crear nuevas definiciones de mujer que nos permita identificarnos, llegando así a la conclusión que enuncia: “Las lesbianas no son mujeres”, es decir, pertenecen a otro grupo que no es posible de asimilar dentro de dicho régimen: “Nosotras (las lesbianas) somos esclavas fugitivas, desertoras de nuestra clase”.
Se rompe así el mito del origen de la mujer y la feminidad que se propone como aquello que es natural pero que, en realidad, es producto de una construcción política. Como dice Beauvoir “no se nace mujer”, sino que hay toda una serie de caracterizaciones, normas e instituciones por las que transita la “hembra” para llegar a ser lo que la sociedad considera como mujer.
El texto de Wittig que nos invita a pensar nuevas formas de nombrarnos, fue traducido formalmente al español recién en 2006, aunque a fines de los 90 en grupos de activistas como "Lesbianas a la vista" ya circulaban algunas traducciones realizadas por Alejandra Sardá. Esto no significa que todas las lesbianas hayan leído a Wittig, estén de acuerdo con ella, ni mucho menos que nuestras existencias lesbicas se agoten en un paradigma escrito desde occidente que no comtempla las formas de opresión que vivimos las lesbianas latinoamericanas, porque no es lo mismo ser una torta, chonga, negra y pobre del conurbano que ser una lesbiana blanca, de clase media, con estudios universitarios.
Por eso hoy, como cada siete de marzo, lesbianas, lesbianes visibles y en lucha para que nuestra identidad deje de ser un estigma.
La maternidad deseada que el Estado no acepta
Adriana Lemos y Patricia de Jesús Otazo contrajeron matrimonio en 2012 y hace 8 meses luchan por obtener la comaternidad de su hijo Thomas que el Estado les niega. En el día de la Visibilidad Lésbica, ellas nos cuentan de la discriminación que sufren las lesbianas que desean ser madres.
“Ser lesbiana es fugarse de la heteronorma”
En el día de la visibilidad Lésbica, que cada año conmemora el lesbicidio de Natalia "Pepa" Gaitán, Ileana Dell'Unti, torta butch formoseña y cineasta reflexiona sobre qué significa nombrarse lesbiana como identidad, forma de vida en su territorio y en un sistema heteronormado que continúa reproduciendo violencias.
"Podemos lograr una condena social"
Marian Gómez relata en primera persona cómo fue el día de su primera apelación, luego de la sentencia que la condenó a un año de prisión. Su pasado violento, la Justicia patriarcal, y las consecuencias que dejó en ella un Estado que siempre estuvo ausente.