En Barracas la fe atraviesa fronteras. Un peregrinaje con cánticos, fuegos artificiales, comidas típicas latinoamericanas y las oraciones que resumen muchas necesidades estructurales de la Villa 21-24. La Virgen de Caacupé como protagonista de otro 8 de diciembre por el pan, por la salud y contra la crisis ante la falta de trabajo digno.
Carolina Duarte y sus vecines compraron globos y guirnaldas hace semanas. El Centro Misionero de Tres Rosas, al fondo de la Villa 21-24, no solo se preocupa por la contaminación del Riachuelo que lleva allí, a una cuadra, pudriéndose hace más de tres décadas. Hoy Carolina está inquieta, de acá para allá, porque la ola de peregrinos está por llegar y tiene que servirles budines, sopa paraguaya y jugos a quienes acompañan ese hilo de fe que deambula por los pasillos desde las nueve de la mañana. No tan lejos, sobre la calle Osvaldo Cruz al 3400, la Parroquia “Nuestra Señora de Caacupé” arrancó con los primeros rayos de sol una misa completamente en guaraní: “Ñandejára to? penendive”, comenzó el cura Lorenzo “Toto” De Vedia. “Que Dios esté con ustedes” es la traducción, seguida de la respuesta de cientos de fieles: “Ha nendive avei”, algo cercano a “... y con tu espíritu”. Silencio. Más allá de los cables entrecruzados de una villa en emergencia eléctrica hace más de diez años, el calor es otro elemento más que recuerda a los caminantes su tierra roja del Paraguay. Entre leyendas, militancia social, el barrio obrero y la comunidad organizada yace un evento no tan común, una peregrinación que no puede traducirse solamente desde lo religioso. Caacupé, o en la lengua originaria “Ka’a Kupe”, significa “detrás de las hierbas” y lleva más de dos siglos construyendo la espiritualidad y el sendero de quienes sueñan con mayores oportunidades.
“Los medios se dedican a asustar. Me gustaría que dejen de criticarnos tanto a quienes vivimos en las villas, que vengan a ver estas realidades lindas también, como este peregrinaje. Acá no la estamos pasando tan bien, los trabajos no son estables y hay gente mayor muy sola y juventudes muy abandonadas. Nosotros nos dedicamos a contener esto haciendo trámites de documentos, apoyo escolar y trabajando con los jóvenes exploradores, pero no alcanza”, Carolina, trabajadora comunitaria.
Esta no es cualquier parroquia. En el centro, a lo alto, puede verse el típico crucifijo pero más arriba cuelga la imagen del Padre Daniel de la Sierra. "El Ángel de la bicicleta", como se lo recordará por siempre, se organizó para crear el espacio en los 70' y para poner el cuerpo durante la última dictadura militar. Fue el mismo barrio quien definió el nombre santo, como también fueron las y los vecinos quienes se pararon con el Padre Daniel frente a las topadoras del Plan de Erradicación de Villas comandado por el entonces intendente de facto Osvaldo Cacciatore.
No tan lejos de este epicentro espiritual desaparecieron a toda la Junta Vecinal de la 21-24, a pocas cuadras militaron compañeras como Dina Oesterheld, hija del famoso guionista Héctor Oesterheld, y Victoria Walsh, hija del conocido periodista Rodolfo Walsh. El único pecado ante tanta persecución militar fue lo que hoy mismo es demandado en este barrio sin planes de urbanización: agua potable, documentación para extranjeros, viviendas, instalaciones eléctricas en condiciones, sistema cloacal sin desbordes. La misa así se convierte cada año en algo más que un sermón porque a los pies de la parroquia no solo están los restos de De la Sierra, rodeado de velas que lo recuerdan, se encuentra la base de toda una generación que luchó por una vida digna.
"Acá no la estamos pasando tan bien, los trabajos no son estables y hay gente mayor muy sola y juventudes muy abandonadas"
"Nuestra iglesia tiene muchas actividades de contención: los chicos exploradores, la secundaria, el jardín de infantes, el trabajo con los mayores, el abordaje del consumo con los más jóvenes. Por eso, en estas fechas, lo que puedo pedirle a la Virgen de Caacupé es que esté presente siempre y al Estado también, que esté su presencia de manera sostenida y que sea de acuerdo a lo que necesitan los vecinos", Padre Toto.
Caacupé es también una localidad paraguaya, podríamos decir que es una capital espiritual a unos 50 kilómetros de Asunción. Allí se levanta la basílica original que data de 1765 y resguarda la imagen de la Virgen tallada en madera por el "Indio José". El escultor guaraní, con influencia del catolicismo gracias a los curas franciscanos, decidió grabar su rostro tras haberla visto y tras sentir su milagro en primera persona. La leyenda no tiene crónicas certeras más que la versión oficial de la iglesia, pero sí es comprobable la enorme cantidad de fieles que llegan hasta allí cumpliendo promesas, pidiendo sanación, buscando trabajo o agradeciendo de rodillas: "Es el día de más de fe de los paraguayos, el día de nuestra madre. ‘Barracas tiene madre’ es la consigna que usamos porque representa las dos banderas, de Argentina y Paraguay aceptando a los migrantes del barrio. Hoy estoy especialmente preocupada por la salud de mi esposo que está en tratamiento. Y además porque nadie está llegando a fin de mes actualmente. Yo soy padre y madre en mi casa, no es para nada fácil", resumió María Vera, mientras caminaba con un manto azul sobre sus hombros.
La caminata con la Virgen se llenó de rosas. Comenzó entre aplausos y cánticos: “Ya la caravana de los promeseros asciende en la loma del Caacupé. Campanas de bronce tocando oraciones, llaman a los fieles con un canto dulce para el ñembo’e”, sonó con melodías del arpa y las guitarras. El "ñembo'e", el rezo, siguió con un estribillo que envolvió cualquier tristeza: “Oh virgencita de los milagros, tú que eres buena, oye mis ruegos, vengo a pedirte que tus perdones lleguen a mi”. Padres nuestros, Santas Marías, risas, abrazos y el himno continuó: "Caudal de hechizos y de ternuras hay en tus ojos, que son azules como es el cielo que cubre el suelo donde nací". Y ahí, en la mezcolanza de las necesidades urgentes, las estampitas de santos como San La Muerte, el Gauchito Gil, Gilda, La Difunta Correa no faltaban para mostrar la diversidad cultural que este barrio representa. Los colores patrios de Paraguay y Argentina pronto se toparon con los globos, las guirnaldas, los fuegos artificiales, la sopa paraguaya, la chipa, la caña con ruda y otras imágenes que resumieron la devoción latinoamericana, como la Virgen de Urkupiña de Bolivia y la Santa Rosa de Lima del Perú. La Villa 21-24 no peregrinaba sumisa, estaba despierta y cerraba su canción al coro de personas de todas las edades: “Evoco tu imagen que es de mi raza, de estirpe serrana, ¡Virgencita india de Caacupé!”.
"La Virgen es la madre del barrio, nos da un empujoncito espiritual para seguir. Acá no queremos nada regalado, somos trabajadores"
"Soy parte de los jóvenes exploradores de Caacupé. Estamos vendiendo calendarios para ir de campamento con los chicos, queremos llegar a Chubut en enero. Cada 8 de diciembre se vive un gran día en el barrio, se nota en la gente la alegría. Además, me parece una fecha importante porque así la gente no se guía tanto con lo que ve en la tele o las redes sociales. Si venís al barrio, te cambia la cabeza, vas a ver nuestra realidad. Por ejemplo las calles y las cloacas que tanto nos falta arreglar", Enrique Piñanes, peluquero.
En la Villa 21-24 viven más de 70 mil habitantes, en más de 60 manzanas, pegados al Riachuelo donde se constató contaminación de agua, tierra y aire sumado a los focos de basurales a cielo abierto. Sectores como Pavimento Alegre y Tierra Amarilla sufren con el agua que sale de la canilla con olor, con sabor y con color o directamente no sale. Los incendios de cables y postes en los veranos intensos, y los inviernos, son comunes. La tasa de hacinamiento, los desbordes cloacales, las inundaciones por falta de obras públicas y la emergencia alimentaria que describen desde la mayoría de los comedores comunitarios del lugar marcan un fragmento de la gestión del Gobierno de la Ciudad que se tiñe con el mismo color amarillo desde 2007. Queda mucho por rezar, queda mucho por luchar.
"Soy parte de la atención primaria de salud de la parroquia. En los momentos más duros de la pandemia entendí que estamos muy abandonados, el aislamiento afectó mucho a los abuelos. Los jóvenes de la iglesia nos dedicamos a llevarles alimentos y productos de higiene a sus casas. Hay una carencia grande de oportunidades para nosotros, se sostiene el prejuicio del pibe chorro y no es así. La Virgen es la madre del barrio, nos da un empujoncito espiritual para seguir. Acá no queremos nada regalado, somos trabajadores. Lo único que queremos es que nos vean, estamos, no somos invisibles", Jorge Rodríguez, estudiante de medicina.
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