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Universidades públicas: un buen lugar para practicar la resistencia

por Revista Cítrica
Fotos: Rodrigo Ruiz
28 de abril de 2024

Después de la enorme marcha en todo el país en defensa de la educación pública, la decana de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Córdoba, Flavia Dezzutto, plantea que las universidades existen para antagonizar con la “casta parasitaria” que oprime a los trabajadorxs. Y que mientras el Gobierno de Milei propone la miseria planificada, la educación superior puede significar un proyecto compartido y "un lugar crucial para pensar y hacer otra cosa que aceptar pasivamente la carnicería".

Por Flavia Dezzutto *

 

“Esa es la voz de la Reforma, pero no de la Reforma estancada en el simple entredicho de profesores y estudiantes, de la Reforma simplemente circunscripta a los lindes universitarios, sino de la Reforma que sale hacia la realidad social, que no quiere hacer del estudiante una casta parasitaria, sino que lo desplaza hacia la vida, lo sitúa entre la clase trabajadora y lo prepara a ser colaborador y no instrumento de opresión para ella”.

Víctor Raúl Haya de la Torre, La Reforma Universitaria y la realidad social (1925).

 

Este pasaje del escrito de Haya de la Torre compuesto en 1925 nos sorprende con una expresión y una idea: la alusión a la “casta parasitaria” en la que podrían convertirse los estudiantes de las universidades, si no salieran hacia la realidad social y se situaran en medio de la clase obrera, contra la opresión y a favor de lxs trabajadorxs. En estos tiempos de ataque brutal a las instituciones públicas, en especial a la universidad y al sistema educativo público en general, estas expresiones cobran sentidos actuales y de urgente comprensión.

No me detendré en este escrito sobre los avatares numéricos del fenomenal ajuste a las universidades públicas y al sistema público de ciencia y técnica perpetrado por el gobierno de La Libertad Avanza y acompañado por una multiplicidad de complicidades políticas y mediáticas, sino más bien en algunas ideas que entraña el momento actual, y que, de algún modo, se esconden, en mayor o menor medida, en esas cifras, de por sí elocuentes.

Las universidades públicas están para antagonizar con la “casta parasitaria” que oprime a los trabajadorxs, no para transformarse en ella, no para aliarse con ella, sino para asociarse a lxs trabajadorxs y tramar una sociedad radicalmente distinta. Tal el propósito de fondo de la Reforma Universitaria de 1918: la ciencia libre, la autonomía de los poderes –clerical en aquellos años, mercantil y empresarial ahora–, la democracia y cogobierno universitario, la gratuidad sancionada en 1949, son los caminos por los que la universidad pública fue tomando un rostro, unos contornos de trazo decisivo. Así, en los años sesenta se procuró formular un proyecto de ciencia vinculada íntimamente al desarrollo nacional, en los años setenta vastos sectores de la comunidad universitaria jugaron su suerte en las calles, en los barrios, en las comunidades campesinas e indígenas, junto a una clase obrera combativa y revolucionaria, y la universidad de los inicios de la democracia hizo del ingreso irrestricto un espacio de luchas y miradas sobre el acceso a la educación superior que permitió vislumbrar la propuesta de una universidad masiva.

La tenebrosa noche de la dictadura cívico-eclesiástica-militar descargó la acción represiva sobre muchísimos miembros de la comunidad universitaria a lo largo y ancho de todo el país. Se acusó a docentes, estudiantes, trabajadorxs universitarios y egresadxs de nuestras casas de estudio de “adoctrinamiento”, como argumentan las resoluciones de expulsión de estudiantes universitarios en 1976 en la Universidad Nacional de Córdoba, al prohibir toda actividad de reunión, agremiación, protesta y discusión política en el seno de las universidades nacionales.

La referencia a este itinerario nos remite a aspectos medulares que están en jaque en este momento, cuando el gobierno de La Libertad Avanza, del capitalismo neoliberal en su último hervor anarco capitalista y libertario, amenaza con el exterminio de lo público en general, y de las universidades públicas en particular.

La marcha del último 23 de abril, en defensa de las universidades públicas, por un presupuesto adecuado y proporcional a las tareas que en ella se realizan, así como de salarios justos y condiciones de trabajo dignas en su seno, no sólo fue inmensa en términos numéricos, también en los sentidos y memorias políticas que en ella tomaron cuerpo. Las evocaciones de luchas del pasado fueron múltiples, como también a un estado de cosas que halló en el actual gobierno a su punto de antagonismo más alto.

La convicción del gobierno de Javier Milei es que el Estado y sus instituciones en los diferentes niveles son una asociación criminal que merece ser castigada y disciplinada. Lo público ingresa, sin matices, en el radar de los francotiradores gubernamentales, dedicados a hacer la voluntad de un presidente ignorante, cruel, violento y de rasgos tiránicos. Pero no son solamente los funcionarios del gobierno los que concretan esos designios de exterminio. Un numeroso grupo de miembros de los medios de comunicación hacen su trabajo de mentira planificada. “Algo quedará” en medio del aluvión de la falsedad y la confusión cotidianas, reproducidas mil veces, día a día, hora a hora, tuit a tuit. “Algo habrán hecho” remite a la exclusión de toda diferencia, de todo conflicto, de toda protesta, de todo reclamo, de toda voz disidente para lograr la muy encomiada “paz social”, paz cadavérica.

La extinción de lo público que estructura y habita la universidad, que es a su vez un campo de disputas y tensiones, extermina de raíz aquello que la nutre en primer lugar: la posibilidad de generar experimentos de igualdad sustantiva, de tramar alguna forma de la experiencia en contra de los poderes fácticos y a favor de formas de vida emancipadoras y emancipadas. Desfinanciar, asfixiar esa posibilidad, es consagrar in aeternum un estado de cosas atrozmente injusto, a través de un ajuste, un achicamiento y cercenamientos compulsivos y de inusitada crueldad.

Se trata de cortar la raíz de todo proyecto de igualdad, fortalecer una lógica de la exclusión, del odio y la infamia que construye los enemigos a su medida, seres del mal que estarían despojando al pueblo argentino de sus bienes, a través de maniobras y desfalcos nunca comprobados, y trasladando a la universidad pública, en este caso, el acto de despojo que, en rigor, el gobierno nacional y sus mandantes nos procuran cada día. Matar la posibilidad de la igualdad parece ser el cometido de estas acciones, que ponen en jaque a la libertad de pensamiento, de palabra, de inquietud intelectual.

Los llamados partidos de oposición, en una amplia gama, siguen siendo tributarios de un impulso a la supervivencia a cualquier precio. En el caso de la oposición “dialoguista”, manifestando disposición a transitar cualquier humillación y cualquier traición para “no sacar los pies del plato”, según la conocida expresión coloquial. En lo que concierne a la oposición “no dialoguista” o “menos dialoguista”, no alcanza a articular una palabra y acción política superadora, sobre todo de su propia autopercepción como campeones de un progresismo que en estos años no ha logrado modificar el tremendamente injusto reparto de las riquezas, ni tampoco vulnerar una estructura socio económica cada vez más entregada a consolidar el dominio de los poderes concentrados.

Estamos entonces en una coyuntura que no sólo enciende alarmas de peligro para el presente, sino que inquieta la memoria de lxs muertos, es decir, altera el pasado, ese que trae al fulgor del peligro ante nosotrxs, y nos dice lo que pasará si no luchamos, si no nos organizamos, si no cambiamos los significados de lo dado, si no antagonizamos.

La misma pluralidad de ideas y opiniones que se hicieron presentes en la marcha es la que se mueve en toda actividad universitaria. La ridícula idea de “adoctrinamiento”, forjada expresamente en las oscuras oficinas de los funcionarios de la última dictadura, habla más de quien la propugna que de la comunidad a la que alude.

En estas últimas horas el vocero presidencial Manuel Adorni señaló que “la motosierra es eterna, no tiene fin”. La apoteosis de la motosierra nos indica, según el comunicador y exégeta presidencial, que, en sentido contrario a lo que evoca la noción de eternidad, la motosierra o el atroz ajuste sí ha tenido comienzo, pero no tendrá fin, como el dolor de los amputados y violentados por la metáfora presidencial preferida. La “motosierra” incluso ha perdido su carácter de metáfora para ingresar en una literalidad brutal, único legado que propugna este gobierno sin futuro para nadie que no sea el puñado de personeros de los poderes fácticos.

La universidad pública se ha vuelto en estos días un lugar crucial para pensar y hacer otra cosa que aceptar pasivamente la carnicería. No es poca la promesa que esto significa en un tiempo de tanta devastación, tampoco la amenaza que representa para este gobierno y sus mandantes, que, así como no proponen ningún futuro que no sea un presentimiento de lo siniestro, tampoco tienen, en un sentido estricto, un presente que pueda ser vivido como tiempo mínimamente habitable.

¿Qué es hoy el gobierno de Milei, qué son sus cómplices comunicacionales, parlamentarios, miembros del funcionariato de territorios variopintos, excepto un mero resto de un gran despojo planificado y consentido por esas voluntades corrompidas por la violencia o la miseria moral y política? ¿Qué son sus voces y sus exabruptos excepto el extremo más vulgar y más patente de la servil tarea que están llevando adelante por encargo de los poderosos de este país y del mundo?

La universidad pública puede, en cambio, jugar su destino y su potencia en una escena de igualdad. Lo público en la universidad puede sacarnos del destino de exterminio cuando ha permitido, en estos meses aciagos, que cientos de miles de personas de todas las edades, de diversas tradiciones culturales y modos de comprensión del mundo, se encuentren en alguna forma de comunidad que plantee, en medio de lo ominoso del presente, la condición digna de un proyecto compartido.

El latiguillo persistente de las derechas fascistoides de este país, el que vomitan una y otra vez, es que Argentina es un país “de mierda”, y siendo así puede ser objeto de cualquier tratamiento, por cruel y brutal que sea. Tal afirmación se vio fuertemente contradicha por lo sucedido en la marcha universitaria del 23 de abril. No porque esa marcha y la lucha universitaria sea la única que nos piense y nos quiera de otro modo –más justo, más igualitario, más sustantiva y colectivamente libre–, sino porque en el tiempo y el espacio de este instante de la historia, se pudo articular una manera diferente de estar juntxs, una palabra diferente sobre nosotrxs, juntxs.

Sin dudas, uno de los interrogantes más intensos de estos días es cómo seguir adelante en un marco de situación en el que la agresión de los gobernantes se redobla en más violencia y belicosidad, sin el más mínimo registro de la verdad contenida en lo acontecido en la masiva expresión del pueblo en movimiento y reunido por una causa común.

Me animo a decir que es preciso multiplicar las formas de la marcha, del movimiento colectivo, del discernimiento político alejado de las tramas palaciegas de poderes grandes y pequeños, de una reflexión acrisolada en una diversidad de espacios y modos de la discusión y la organización común. La universidad pública, en su trama histórico política más valiosa, materializada en esos jalones que evocábamos al principio de este texto, es un buen lugar para pensar y practicar una resistencia que tome la figura de las luchas que hemos de dar, como tantas veces, pero más, porque es mucho lo que está en juego, quizás inimaginable.

Para crear entonces otra imaginación política, una en la que podamos estar juntxs, y estar vivxs, es que marchamos, sin domesticaciones, y con persistente amor social, con ese modo del amor que se desvela por defender esas igualdades que hemos podido conseguir, uno de cuyos lugares de significación común es la universidad pública, y también las que aún no, pero nos siguen inquietando y desafiando con intensidad creciente y urgente. Hay que dar vuelta un mundo.


 

* Profesora, investigadora y decana de la Facultad de Filosofia y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).