Ingredientes que parecen fórmulas experimentales de laboratorio, etiquetas con información tramposa, productos que son parte de la vida (y la alimentación) cotidiana de las mesas argentinas pero que esconden verdades incómodas para la salud. Casos emblemáticos de lo que consumimos a diario sin saber.
Etiquetas con información imposible de entender para ojos inexpertos. Estrategias publicitarias para hacer pasar por sanos productos alimenticios que no lo son. Y la lista es más larga...
Ante la pregunta recurrente "¿qué vamos a comer hoy?", el panorama actual se complejiza con otras preguntas necesarias: ¿Sabemos lo que comemos cuando comemos? ¿Qué sucede cuando revisamos con atención los ingredientes a los que ya nos hemos acostumbrado sin dudar? ¿Podemos seguir llamándole comida a un conjunto básico de componentes que no alimentan y, por el contrario, enferman?
Coca-Cola, una adicción permanente
Hay que reconocer que la primera que lo advirtió, no por salud sino por dinero, fue su competidora, Pepsi. Hace mucho tiempo, allá por la década de 1950, en la guerra para quitarle parte de su público, esa empresa creó la botella familiar y lanzó una campaña agresiva contra el gigante que dominaba el mercado: su publicidad se centraba en que Coca-Cola estaba repleta de azúcar y hacía mal.
En su célebre texto “Coca-Cola es así” –publicado originalmente en la Revista Crisis en mayo de 1985 y recuperado en el libro Rebeldes, soñadores y fugitivos– Osvaldo Soriano cuenta la historia de esta gaseosa, surgida de los ensayos alquimistas de John Pemberton. Lo escribe así: “Entusiasmado por las posibilidades del negocio, decepcionado quizá por su fracaso en el campo de la medicina, Pemberton decide retomar una vieja fórmula utilizada en Senegal y Cayena, conocida como ‘The French Wine Coca’, mezcla de vino y extracto de coca. Se propone lograr un jarabe tonificante, que alivie el dolor de cabeza, la melancolía de los viajeros y los efectos de la borrachera. Descarta el alcohol y se sumerge en una febril búsqueda de hierbas y frutas antes desdeñadas. Mezcla, agita, deja reposar, prepara un fuego de leña, calienta su brebaje en una vasija de cobre, le agrega azúcar, cafeína, hojas de coca, y en abril de 1886, descubre, sin saberlo todavía, lo que iba a ser el más gigantesco símbolo del capitalismo moderno: la Coca-Cola”.
En ese recorrido político de la Coca que escribió el Gordo Soriano hay un pasaje centrado en uno de los misterios más grandes de la historia: la fórmula de la Coca Cola. La leyenda continúa hasta hoy, aunque la era de la hiperinformación le bajó intensidad.
En 1979, de acuerdo a un análisis de la revista de la Asociación de Consumidores de Bélgica, en un litro de Coca-Cola se encontraba esto:
• 2,42% de ácidos utilizados también en otras bebidas.
• Presencia activa de ácido fosfórico.
• 70% de cafeína (una taza de café).
• Presencia de colorante en forma de amoníaco acaramelado.
• 96 gramos de azúcar
Cuarenta años después, ese análisis altera algunos resultados. Porque a medida que la Coca subía sus ventas en Argentina y América Latina, también subía la consciencia de que su consumo en exceso dañaba la salud: diabetes, anemia, pérdida del esmalte de los dientes, envejecimiento y obesidad son algunas de las consecuencias que puede provocar. Y hablamos de adicción porque la Coca Cola tiene algunos compuestos que llevan a eso: la cafeína es el principal componente adictivo, aunque también contiene, en menor porcentaje, atropina y egnonina.
Lo otro, por supuesto, es el elevado porcentaje de azúcar, algo que hasta la misma empresa reconoció en las últimas décadas: si antes había tres etiquetas (roja, gris y negra), ahora todas son rojas pero tienen al azúcar como parte de su etiqueta. Incluso la del “sabor original” destaca que tiene “menos azúcares” (en un litro hay 75 gramos).
Obligada a reducir las proporciones de azúcar por las reiteradas advertencias de organismos de Salud, Coca-Cola hace lo que hizo siempre: campañas de publicidad para sostener sus 1.900 millones de ventas diarias en todo el mundo. Argentina representa un aporte significativo a esa cifra: de acuerdo a un estudio de Euromonitor Internacional, es el país que más bebidas azucaradas consume en el mundo, con un promedio de 131 litros por persona. Un dato preocupante que –al bajar una botella de Coca y poner una de agua antes de una conferencia en la Eurocopa– Cristiano Ronaldo sintetizó mejor que nadie.
Nos venden Danonino, las infancias consumen “Dañoniño”
Jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF), citrato de calcio, almidón modificado, gluconato de zinc, gluconato ferroso, sorbato de potasio, colorante, aromatizante artificial, azúcar, leche en polvo descremada, crema, proteínas lácteas concentradas, cultivos lácticos… Una rápida lectura a los ingredientes del popular Danonino genera la duda: ¿es un alimento apto para niñes o un experimento de laboratorio que termina en el estómago de miles de pibes y pibas? Una aproximación posible a esta cuestión es el bautismo que hicieron del producto en la Red de Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria (CaLiSA) que tiene presencia en varias provincias argentinas: le llaman, cariñosamente, “Dañoniño”.
“No tenía idea de los ingredientes y me alegra mucho no saber”, dice la “Nutriloca” Rocío Hernández, nutricionista de una activa militancia en las redes sociales (en Instagram: @nutriloca) a favor de la alimentación saludable. ¿A qué se debe su asumida ignorancia? “Jamás se me ocurriría recomendar ese tipo de productos que son de diseño: ultraprocesados, cargados de azúcar y pensados para que los niños los tomen, con un packaging atractivo”.
El negocio es bastante redondo, porque el Danonino es un producto caro (la presentación bebible de 100 gr supera los 80 pesos) y “bueno para vender pero no para comer”, según la Nutriloca: “Es un pequeño envase relleno de todas estas cosas que hay que guglear para saber, pero el packaging vende colores, salud, crecimiento… y vende fruta también”.
El atractivo publicitario y la desigualdad económica son aristas presentes alrededor del postrecito del dinosaurio juguetón. Lo comprobó el abogado especializado en Derechos humanos y fundador del Museo del Hambre, Marcos Filardi, cuando visitó a la comunidad kolla Cholacor de la Puna jujeña. Cuando preguntó por el producto más pedido en el kiosco cercano a la escuela, le respondieron: “El Danonino, porque los chicos piensan que si lo comen van a crecer como en la publicidad”. Un médico en guardapolvo que habla de las bondades nutricionales de ese potecito colorido parece el complemento ideal del dinosaurio para conquistar cabezas (infantiles y adultas) e incidir en la compra familiar, especialmente en los estratos socioeconómicos más desfavorecidos.
La Nutri, que dirige el posgrado de “Nutrición basada en plantas” que ofrece la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, propone ir a la raíz del problema: la asociación casi automática entre fuentes de calcio y lácteos, pero que en verdad es “una construcción social” en la que la industria alimentaria tiene gran responsabilidad. Desde su mirada, “hay muchas y variadas fuentes de calcio en el reino vegetal”, que además son más accesibles para los bolsillos y no tienen los aditivos de los lácteos industrializados.
“Decile que sí a un futuro más feliz”, invita la web de Danonino. En Argentina es fabricado por Danone, empresa de origen francés que se asoció en el país con Mastellone (La Serenísima) para producir marcas como Yogurísimo, Casancrem, Ser y Danette (todos productos dignos de exploración nutricional). La página también llama a coleccionar las botellitas con distintos personajes, una estrategia que sería prohibida si avanza la ley de etiquetado frontal de alimentos.
Más allá de los paladares y los bolsillos, la Nutriloca tiene una certeza: “No recomendar el consumo de Danonino es una cuestión política”.
Salchichas con sabor a… colorante e insectos
Paladini vende salchichas con espinaca y zanahoria "para quienes buscan una alimentación más equilibrada y saludable". En el frente del envase verde con dibujos infantiles dice: “25% menos de sodio y 25% menos de grasa". ¿25% menos en comparación a qué? El envase no lo aclara pero suponemos que 25% menos que las salchichas tradicionales Paladini que exceden los límites de sodio y grasa aconsejables para una porción diaria en más de un 100%.
¿Son salchichas de espinaca? No, son salchichas de Carne Vacuna, Carne de Cerdo, Agua, Tocino, Almidón, Proteína Aislada de Soja, Sal, Cloruro de Potasio, Especias, Estabilizante (INS 452i), Saborizante Humo, Antioxidante (INS 316), Conservador (INS 250). También puede contener trigo, soja y leche. A todo ese alimento ni equilibrado ni saludable, le pusieron unas hojas de espinaca y un envase verde para hacernos creer que esas salchichas son una buena opción para darle de comer verduras a niñes.
Nos estafaron, es cierto. Pero hay productos mucho más engañosos. ¿Alguna vez te entusiasmaste con las papas fritas sabor a jamón serrano, sabor jamón asado o sabor albahaca y cuando las probaste te diste cuenta que no tenían ni jamón ni albahaca ni un hilo de carne? ¿Te preguntaste alguna vez porque algunos productos dicen sabor a vainilla no dicen directamente vainilla? ¿Te diste cuenta que muchas bebidas dicen tener sabor a fruta en vez de jugo de fruta? ¿Cómo se logra el sabor a jamón serrano sin jamón serrano?
Aquí te vamos a contar el engaño de cuando las empresas ponen en las etiquetas de sus productos ingredientes que no están en sus alimentos y/o bebidas. El engaño del sabor a…
Empecemos por las papas fritas sabor a jamón serrano que produce la marca Lays de la multinacional Pepsico. Sus ingredientes son papa, sal, aceite vegetal gluten y soja. ¿Jamón serrano? No hay. Sí hay un “preparado saborizante a jamón serrano”. ¿Qué es eso? Sodio, glutamato monosódico (una sal que causa dolores de cabeza, migrañas, espasmos musculares, náusea, alergias, anafilaxis, ataques epilépticos, depresión e irregularidades cardíacas y engaña al cerebro anulando la sensación de saciedad) colorantes y caramelo.
Las estafas con el sabor también se dan en productos supuestamente saludables o infantiles. Los yogures sabor vainilla o frutilla son publicitados como una colación ideal para adquirir calcio y frutas. Y que “nutre sin engordar”. Sin embargo no tienen tanto calcio, suelen tener azúcar y frutas directamente no tienen. La etiqueta frontal del clásico yogur firme de La Serenisima de vainilla dice ser un yogur sabor a vainilla con vitaminas A y D. Lo mismo dice el etiquetado frontal del yogur “de frutilla”. Pero cuando leemos el listado de ingredientes (bien pequeños, en un costado del envase) nos encontramos que no hay vainilla ni frutas.
¿Y por qué entonces tenemos la sensación de que estamos comiendo frutilla? Por los saborizantes y colorantes. El yogur firme de frutilla no es rojo porque tenga frutilla; es rojo porque tiene el colorante carmín: un ingrediente sin valor nutricional que se obtiene de las hembras desecadas del insecto Dactylopius coccus Costa. Conclusión: el yogur “sabor a frutilla” no tiene frutillas; tiene insectos.
El Dactylopius coccus Costa no solo lo usa La Serenisima, también, por ejemplo, su principal competidor en Argentina. SanCor desarrolló junto a Alberto Cormillot, un yogur bebible sabor a frutilla que recomienda para niños, niñas y embarazadas. ¿Sus ingredientes? Leche, azúcar, almidón, aromatizante sabor artificial a frutilla y el colorante carmín. ¿No sería más lógico que un nutricionista recomiende a una persona embarazada comer fruta antes que un insecto color a fruta?
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