"Si falta el plato de fideos, no hay virus que alcance"
por Revista CítricaFotos: Vicky Cuomo
13 de mayo de 2020
Nicolás Caropresi, referente del MTE-CTEP, describe la situación de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular durante la cuarentena. El efecto "demoledor" sobre sus ingresos, la necesidad de garantizarles la comida y la visibilización de un sector históricamente negado por el Estado y una parte de la sociedad.
Por Nicolás Caropresi (MTE-CTEP)
La mano viene jodida. Es muy difícil descifrar dónde termina esta aventura social que es la cuarentena. Eso, para las personas que trabajan en el espacio público, está siendo demoledor. En el sector ambulante, a muchos compañeros la venta les generaba ingresos suficientes como para no depender del Salario Social Complementario (SSC) ni de ninguna otra ayuda o soporte del Estado. Sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires y en las principales ciudades del cordón bonaerense, pasaba eso. Son los números que no entraban en la cabeza del ANSES en el momento en que lanzó el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE).
Desde que nació la CTEP venimos planteando que la economía popular –la gente que se inventó su laburo, el cartonero, el vendedor ambulante, el cuidacoches, el limpiarollo, el de la cooperativa de vivienda– alcanza a cinco millones de personas. Por eso cuando hablaban de que el IFE iba a ser para tres millones nos parecía que se iban a quedar cortos. Así pasó.
Para las personas que trabajan en el espacio público, el efecto de la cuarentena está siendo demoledor
Estas cosas son las que se empezaron a ver en estas semanas. El coronavirus, en algún sentido, transparentó una situación que existe hace mucho. La puso sobre la superficie. Toda esa lógica de que había una clase entera mantenida por el Estado era mentira. Los que algunos llaman “planes sociales”, que es el Salario Social Complementario, solo alcanzaba a menos del 10% de la población de nuestro país.
Había todo un sector que estaba por fuera del ojo y del dedo acusador que los tildaba de “planeros” sólo porque se movilizaba cotidianamente para pedir políticas concretas que tiendan a proteger y fortalecer su trabajo. Todo eso se puso en jaque durante la cuarentena porque con un nivel de conciencia muy grande, los compañeros y compañeras se guardaron por su salud, la salud de su familia y la salud del pueblo argentino.
Creo que el desafío que nos va a quedar como pueblo es la salida para adelante. Un día antes de que se decretara la cuarentena, casi la mitad de mi organización quedó detenida porque fue a pedir justicia por una compañera que vendía medias y murió en una persecución policial. Eso nos abre una pregunta: ¿Qué pasará después de esta cuarentena, cuando volvamos al funcionamiento más o menos normal? ¿La Policía estará en la calle garantizando este nivel de violencia para con estos trabajadores? ¿O vamos a salir de esta crisis un poquito más ordenados, tratando de definir lugares y franjas horarias para la venta ambulante y para que esa gente genere sus ingresos? Es ahí donde está puesta nuestra mirada, aunque ahora está puesta centralmente en que llegue plata y comida a nuestros compañeros de la economía popular.
El coronavirus visibilizó a millones de trabajadores que crearon su propio trabajo sin ninguna ayuda del Estado
A pesar de no estar recibiendo los ingresos que les genera su trabajo cotidiano, los compañeros están cumpliendo la cuarentena a rajatabla. Pero hay una realidad: para cumplir ese aislamiento tenemos que garantizarle la comida. Solo de esa manera van a poder seguir acatando las directivas del Gobierno Nacional.
Si empieza a faltar el mango, o directamente el plato de fideos, no hay conciencia ni virus ni amenaza que alcance. En el fondo somos seres biológicos y necesitamos alimentarnos. Ahí está puesta nuestra atención. Por eso, mientras dure la cuarentena, nuestra misión como organización es garantizar la comida para todos los trabajadores de la economía popular y para todos los trabajadores excluidos.
Y para después de la cuarentena, queremos que se reconozca el rol y la tarea que tiene en la economía argentina ese sector que hasta estas semanas estaba por fuera y que por primera vez entró en el ojo de la sociedad cuando más de 10 millones de personas se inscribieron en el IFE y salieron 7 millones asignadas. Eso, que el coronavirus lo puso en blanco sobre negro, visibilizó a millones de personas que crearon su propio trabajo sin ninguna ayuda del Estado, y también demostró la precariedad de una borra o una capa de trabajadores y trabajadoras que están en el monotributo, una relación laboral que en el fondo tiene características más parecidas a las de la economía popular que a las de la economía formal.
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